Una sospecha met¨®dica
Dec¨ªa el escritor cubano Antonio Orlando Rodr¨ªguez que su referente para escribir Chiquita, la novela con que la obtuvo el ¨²ltimo Premio Alfaguara, fueron los folletines del siglo diecinueve. Una afirmaci¨®n que no casa con el relieve narrativo de su novela, excepto su estructura externa, una concepci¨®n dosificada del tono melodram¨¢tico, el foco de atenci¨®n sobre una hero¨ªna (y no h¨¦roe) y cierta complicaci¨®n en su trama (que al final, como se ver¨¢, no es nada m¨¢s ni nada menos que su costado sofisticado, su lujo t¨¦cnico, su desaf¨ªo a la inteligencia y a la sensibilidad de un lector que nunca puede ser el perfil que uno pueda imaginarse del lector popular decimon¨®nico). Podr¨ªamos ser exigentes con las reglas del g¨¦nero folletinesco y pedir visualizar al malo del relato. No hay en esta novela tal maldad salvo la contaminante maldad de la historia y el azar. Descripciones realistas como pide el follet¨ªn s¨ª encontramos. Desdichas, bondad y canaller¨ªas juntas, tambi¨¦n. Pero todo ello matizado mediante una envidiable precisi¨®n ir¨®nica. Yo me inclino por otra referencia, la que Rodr¨ªguez integra en sus afinidades literarias y aparentemente sin ninguna funci¨®n en la novela que ahora se comenta. Me refiero a Virgilio Pi?era (gran escritor al que la Revoluci¨®n cubana hizo la vida imposible, entre otras razones, por ser homosexual). Me gustar¨ªa que el lector (adem¨¢s de conocer su obra) conociera un relato corto titulado La muerte de las aves. Creo que ¨¦l resume perfectamente la funci¨®n vivificadora de la imaginaci¨®n, para la ficci¨®n y para la propia existencia. El planeta amanece un d¨ªa con un manto de aves muertas, todas las aves han muerto. Pero de pronto, otro d¨ªa todas esas aves levantan el vuelo. El narrador de Virgilio nos dice: "La ficci¨®n del escritor, al borrar el hecho les devuelve la vida. Y s¨®lo con la muerte de la literatura volver¨ªan a caer abatidas en tierra". La realidad transfigurada por la acci¨®n de la invenci¨®n. Pues de esto trata esencialmente Chiquita. De un segmento de realidad hist¨®rica, con sus componentes pol¨ªticos, sociales, morales e individuales. Y en el centro de esa realidad un personaje ilustrativo de toda una ¨¦poca, un ser humano que no mide m¨¢s de veintis¨¦is pulgadas.
Chiquita
Antonio Orlando Rodr¨ªguez
Alfaguara. Madrid, 2008
550 p¨¢ginas. 21,50 euros
Cuando Espiridiona Cenda, llamada Chiquita, llega con su apenas medio metro de altura (aunque muy bien proporcionada, se nos dice) a Nueva York con el objeto de triunfar como bailarina, y no tanto como atracci¨®n de feria, en estos d¨ªas, sobre el final del siglo diecinueve, tambi¨¦n busca la gloria el gran Houdini, el campe¨®n del escapismo. Y buscan la gloria un sinf¨ªn de "curiosidades humanas", entre ellos, tambi¨¦n gigantes. P¨²blico ansioso de ver deformidades, fen¨®menos humanos. Se escribe sobre ellos. Enanos y liliputienses inspiran tratados. El mismo escritor ingl¨¦s Walter de la Mare publica en 1921 su novela titulada Memorias de una enana. Espiridiona Cenda existi¨®. Naci¨® en Matanza (en la misma ciudad donde vivi¨® y muri¨® uno de los grandes poetas rom¨¢nticos cubanos, Jos¨¦ Jacinto Milan¨¦s) en 1869 y muri¨® en Nueva York en 1945. Asumi¨® su diminuto f¨ªsico con una mezcla de resignaci¨®n y soberbia. No sabremos, despu¨¦s de leer la novela de Rodr¨ªguez, qu¨¦ hay de verdad e invenci¨®n en su vida. Y esto es esencial en esta historia. Esta duda. Una met¨®dica sospecha entre la cr¨®nica de las hemerotecas y la verdad de las mentiras, que dir¨ªa Vargas Llosa. ?Es verdad que Chiquita ley¨® Las bostonianas, de Henry James, casi al final de su vida? ?Sab¨ªa tantos idiomas? ?Se produjo realmente ese encuentro entre ella y el autor de Peter Pan, James M. Barrie? ?Y de su relaci¨®n con logias? ?Hasta qu¨¦ punto se comprometi¨® con la independencia de su pa¨ªs?
Rodr¨ªguez cuid¨® todas las costuras de su relato. Las hist¨®ricas, que prestan tantos paralelismos con nuestro tiempo; las de las costumbres de la ¨¦poca, sin caer nunca en reproducciones de cart¨®n piedra. De la escritura habr¨ªa que dedicarle un apartado especial, porque toda ella depende de la maquinaria de montaje narrativo que el autor cubano lleva a cabo en su novela. No se trata de una escritura a la altura de la materia hiperb¨®lica que maneja Rodr¨ªguez. No hay ninguna ret¨®rica que enfatice los costados m¨¢s fant¨¢sticos de la historia. S¨ª hay ese humor sutil entre l¨ªneas, esa iron¨ªa entre la voz de los personajes y el o¨ªdo de los lectores actuales m¨¢s exigentes.
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