Una intifada de navaja y macetazo
En estos tiempos de c¨®digos m¨¢s o menos Vincis, de conspiraciones vaticanas y de tramas ocultas, regado todo con la inevitable agua llevada al molino de la pol¨ªtica, el 2 de Mayo no pod¨ªa quedar al margen. Por eso, junto a historiadores de probada solvencia que aportan al bicentenario obras fundamentales para comprender mejor un tiempo decisivo para la Espa?a de entonces y la de hoy, aparecen tambi¨¦n versiones pintorescas de los acontecimientos que desencadenaron la Guerra de la Independencia. Historiadores o historietistas de variada casta, sin recurrir ni siquiera al recurso -que casi todo lo justifica- de la ficci¨®n, vuelcan en la fecha del 2 de Mayo las m¨¢s peregrinas interpretaciones personales: desde quien plantea el conflicto como una primera guerra civil entre espa?oles, anacronismo que hace llevarse las manos a la cabeza a los historiadores serios, a quien pretende demostrar, no ya que los madrile?os se alzaran directamente por la Constituci¨®n de 1812, sino por la de 1978, o casi. Sin que falte alg¨²n historiador profesional que -a qu¨¦ pasar hambre, si es de noche y hay higueras- presenta libro, pretendidamente riguroso, bajo el reclamo publicitario: Las tramas secretas de la insurrecci¨®n.
Ni todos los curas fueron trabucaires ni h¨¦roes todos los guerrilleros
El 2 de mayo no tuvo tramas secretas ni conspiraciones patri¨®ticas
Nada de eso es malo, por supuesto. Est¨¢ bien que circulen opiniones diversas, art¨ªculos y libros, y que el lector curioso o especializado disponga de variados puntos de vista para establecer su propia idea del asunto. El tiempo y los verdaderos historiadores ponen siempre, al fin, cada cosa en su lugar. Eso ocurre ya estos d¨ªas con la difusi¨®n de trabajos admirables como los del teniente coronel Jos¨¦ Manuel Guerrero Acosta o la historiadora Carmen Iglesias -magn¨ªfico, su ensayo breve La tragedia de la inteligencia-, la publicaci¨®n de ensayos solventes como el Jos¨¦ Bonaparte de Manuel Moreno Alonso o el Dos de Mayo de 1808 de Arsenio Garc¨ªa Fuentes, entre otros, y la reedici¨®n, o feliz permanencia en las mesas de novedades de las librer¨ªas, de t¨ªtulos fundamentales como La guerra de la Independencia, de Miguel Artol; El Dos de Mayo, mito y fiesta nacional, de Christian Demange; o El sue?o de la naci¨®n indomable, de Ricardo Garc¨ªa C¨¢rcel.
A juicio del simple lector que soy, el valor singular de las obras citadas es que sus autores saben, o supieron, mantener las distancias con el lugar com¨²n de la naci¨®n en armas unida y solidaria como un solo hombre, poniendo l¨ªmites al alcance del mito que a los espa?oles de mi generaci¨®n se nos inculc¨® en las escuelas de los a?os 50 y 60: resistencia numantina, patria y religi¨®n, lealtad colectiva y sin fisuras a la idea de una Espa?a unida en su rica diversidad, arma al brazo y en el cielo las estrellas, etc¨¦tera; capaz de ponerle camisa azul lo mismo a Viriato que al Cid Campeador, a Cervantes, a Dao¨ªz o a Velarde.
El 2 de Mayo y la guerra de la Independencia fueron procesos complejos donde, como ocurre en todos los lugares del mundo, la mayor parte de los protagonistas se vieron arrastrados contra su voluntad y donde, parad¨®jicamente, muchas grandes haza?as tuvieron justificaci¨®n en el fanatismo e incultura de sus protagonistas. Ni todos los curas fueron trabucaires -no pocos obispos colaboraron con el invasor-, ni todos los guerrilleros fueron h¨¦roes -numerosos bandoleros y asesinos se justificaron bajo ese nombre-, ni todos los afrancesados fueron villanos oportunistas. Adem¨¢s, los aliados ingleses se comportaron a veces con m¨¢s crueldad y falta de escr¨²pulos que las tropas francesas. Y entre 1808 y 1814, los ej¨¦rcitos espa?oles fueron de derrota en derrota hasta la victoria final, lograda a fuerza de coraje y tenacidad nacional, de una parte, y de ayuda brit¨¢nica, por la otra, mientras miles de patriotas voluntarios o forzosos eran sacrificados por la incompetencia, la desorganizaci¨®n, la insolidaridad y la mala fe tradicionales, tan propias de Espa?a y su gente. Sin contar lo que vino despu¨¦s: el retorno del rey m¨¢s infame de nuestra historia, la abolici¨®n de las libertades constitucionales y la demostraci¨®n aplastante, en el sentido literal del t¨¦rmino, de que en 1808 -o unos a?os antes, cuando todav¨ªa era posible, quiz¨¢s, una guillotina en la Puerta del Sol- los espa?oles nos equivocamos de enemigo. Error del que, doscientos a?os despu¨¦s, todav¨ªa pagamos las consecuencias.
Frente a esas realidades probadas por autoridades solventes, el fatigoso rumor de la Espa?a ¨¦pico-folcl¨®rica, levantada para defender, un¨¢nime y coordinada desde el primer d¨ªa, naci¨®n y libertad, sigue como fondo del discurso de ciertos historiadores. Algunos, como el profesor de la Complutense Emilio de Diego, parecen incluso haber descubierto -en eso se basa, al menos, la promoci¨®n de un reciente libro suyo sobre 1808-, que la guerra de la Independencia, a trav¨¦s del 2 de Mayo, empez¨® con una red de conspiraciones previas secret¨ªsimas y clandestinas; un aristocratismo difuso encabezado por militares, arist¨®cratas y cl¨¦rigos, que habr¨ªa hecho las delicias de Dan Brown. Todo eso, a pesar de que algunas de tales conspiraciones, las menos novelescas, son del dominio p¨²blico hace tiempo -se conocen al menos cuatro, y ninguna fue m¨¢s all¨¢ del proyecto, a veces disparatado-, de que casi todas fueron m¨¢s bienintencionadas que reales, y de que ninguna lleg¨® a consumarse nunca; ni siquiera el complot de los artilleros, el m¨¢s serio, que implicaba a los capitanes Daoiz y Velarde con otros militares de poca graduaci¨®n, y que fue desbaratado por el ministro de la Guerra, el afrancesado, luego colaborador de los invasores, general Gonzalo O'Farril.
El 2 de Mayo no fue resultado de tramas secretas ni conspiraciones patri¨®ticas. Es cierto que agentes profernandistas alentaron en Madrid protestas y motines; pero, como han probado historiadores respetables, eso nunca fue m¨¢s all¨¢ de peque?os incidentes. Ni siquiera Fernando VII, indeciso ante Napole¨®n en Bayona, so?¨® con una guerra contra los franceses: su reacci¨®n al conocer la noticia fue de miedo y confusi¨®n, pues nunca habr¨ªa osado llegar tan lejos. De dar pataditas en las espinillas de Murat, lugarteniente del emperador en Espa?a, a una insurrecci¨®n nacional previamente organizada, media un abismo que s¨®lo la avidez oportunista de originalidad acad¨¦mica permite salvar. En Madrid, los hilos los movieron el azar y la c¨®lera. Y los reda?os. Afirmar lo contrario es rebajar la gesta. El pueblo que el 2 de Mayo luch¨® contra los franceses no estaba manejado por agentes secretos de Fernando VII ni del Gobierno brit¨¢nico, sino que su impulso fue espont¨¢neo, impremeditado, desorganizado, y sangriento. Fue un estallido de furia ante la injusticia francesa; la chispa de un altercado ante Palacio que prendi¨® por la ciudad como reguero de p¨®lvora. Nadie lo esperaba tan grave; ni siquiera los protagonistas. La prueba es que todos los supuestos conspiradores de las supuestas tramas secretas se quedaron en sus casas mientras el pueblo encolerizado se juntaba en cuadrillas, daba la cara con navajas, macetas y armas de fortuna, corriendo de un lado a otro por la ciudad, siempre en busca, in¨²tilmente, de alguien que lo dirigiera. Cierto es que hubo un arist¨®crata y dos capitanes de artiller¨ªa que se batieron, respectivamente, en la puerta de Toledo y en el parque de Montele¨®n; pero lo hicieron, como confirmaron luego amigos y compa?eros, no como piezas de una trama, sino por cuenta propia; por pundonor y verg¨¹enza torera.
El 2 de Mayo, un pueblo ingenuo e ignorante se bati¨® en Madrid sin orden y solo, abandonado por su rey, por su Gobierno, por su Ej¨¦rcito y por las clases acomodadas, que se quedaron mirando desde los balcones, suspicaces, a aquella turba que trastornaba el orden p¨²blico, y luego respiraron aliviados -lo cuentan testigos irreprochables como Alcal¨¢ Galiano- cuando la tranquilidad volvi¨® a las calles. En aquella ciudad de 170.000 habitantes s¨®lo tomaron de verdad las armas tres o cuatro mil hombres, mujeres y ni?os. La lista de 413 muertos y 160 heridos prueba que la mayor parte de quienes pelearon desempe?aban oficios humildes: jornaleros, alba?iles, panaderos, criados, mozos de caballos, aguadores, empleados, dependientes, chisperos, desertores, rufianes, putas, manolas: pueblo bajo que ese d¨ªa sali¨® a pelear, no movido por conspiraciones rocambolescas, sino porque hab¨ªa franceses a tiro de navaja, y la gente estaba harta de que se pasearan por Madrid como por su casa. El 2 de Mayo s¨®lo fue un d¨ªa terrible de c¨®lera local. Una intifada de pu?al, trabuco y macetazo; no un d¨ªa de patria, naci¨®n y libertad. Todo eso vino despu¨¦s, a partir del 3 de Mayo y de la torpe y brutal represi¨®n francesa; cuando la naci¨®n entera se alz¨® en armas, en una guerra despiadada que cambi¨® la historia de Europa. Algo que quienes lucharon y murieron el 2 de Mayo en las calles de Madrid no hab¨ªan imaginado siquiera.
Arturo P¨¦rez-Reverte es miembro de la Real Academia Espa?ola y comisario de la exposici¨®n 2 de Mayo 1808. Un pueblo, una naci¨®n que se inaugura el 25 de abril en Madrid.
Babelia
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