Una tarde en Casablanca
El sentido del humor es algo tan propio de cada cultura como el sabor de la comida o la manera de gesticular. Por eso, todav¨ªa resulta ex¨®tica la presencia de un humorista musulm¨¢n, pero esta situaci¨®n comienza a cambiar. Algo as¨ª pudo comprobarse el pasado domingo por la tarde en el teatro Alegr¨ªa de Terrassa, donde Mohamed el Khiyari ofrec¨ªa su espect¨¢culo Muchas cosas a decir. Es un c¨®mico al que comparan con Pepe Rubianes, aunque -aparte de un repertorio marcadamente sarc¨¢stico- no se parecen en nada.
El Khiyari viene de Casablanca, quiz¨¢ la ciudad m¨¢s cosmopolita y bohemia del vecino pa¨ªs, que ha dado c¨®micos tan conocidos como el maestro Abderraouf, la humorista Hanane el Fadili, los televisivos Gad el Maleh y Hassan el Fad, el jovenc¨ªsimo Miz y Sa?d Naciri -el Buenafuente marroqu¨ª-, que ya estuvo el a?o pasado en Barcelona con un gran ¨¦xito de p¨²blico, demostrando que el stand-up comedy -el mon¨®logo humor¨ªstico- ha traspasado fronteras y ha conquistado los escenarios de medio mundo.
No obstante, este caso era especial. Desde hac¨ªa d¨ªas las entradas estaban agotadas y la comunidad magreb¨ª del Vall¨¨s andaba revolucionada con la visita de El Khiyari, una estrella en la televisi¨®n de su pa¨ªs. Era la primera vez que actuaba en Catalu?a y, poco antes de comenzar su show, se respiraba una gran expectaci¨®n. Junto a la taquilla, una ruidosa multitud de espectadores -la gran mayor¨ªa hombres solos- intentaba encontrar una entrada. Para muchos de ellos era la primera vez que pisaban un teatro, y no terminaban de entender el concepto de "venta anticipada". Tras unos minutos de caos y empujones, algunos int¨¦rpretes espont¨¢neos comenzaron a explicar la situaci¨®n al respetable, que, resignado a los hechos, se fue dispersando. Unos a su butaca y otros a la calle, a la espera de una nueva ocasi¨®n.
Dentro de la sala, mucha gente vestida de gala que recibi¨® con una cerrada ovaci¨®n a este humorista -de expresi¨®n a lo Louis de Funes- que, en poco m¨¢s de una hora, denunci¨® la corrupci¨®n de pol¨ªticos y aduaneros, la falta de profesionalidad de m¨¦dicos y futbolistas, y las peripecias del emigrante que regresa a Marruecos en verano, v¨ªctima de todo tipo de propinas y sobornos. Incluso lleg¨® a bromear con los terroristas suicidas, que hab¨ªan hecho dif¨ªcil lucir barba en el Magreb, y con las drogas, calificando el hach¨ªs como "el golf de los pobres". A esas horas, el aforo rebosaba con una humanidad que se levantaba de su asiento, gritaba, aplaud¨ªa, coreaba, daba palmas y sacaba fotos con sus m¨®viles. Entre tanta excitaci¨®n, los nacionales dispusimos de traducci¨®n simult¨¢nea, hecha con gran maestr¨ªa por una voz a lo Chiquito de la Calzada.
Terminada la funci¨®n, ya en el camerino, pude hablar con Mohamed el Khiyari. Yo hab¨ªa llevado traductora del franc¨¦s y con ¨¦l estaba un int¨¦rprete del ¨¢rabe, que me instruy¨® en las bondades de la monarqu¨ªa alau¨ª. A¨²n con la mosca tras la oreja por la aut¨¦ntica identidad del traductor, me aseguraron que en Marruecos la s¨¢tira pol¨ªtica est¨¢ permitida. Seg¨²n El Khiyari, el sarcasmo "es una cr¨ªtica para corregir". "Cuando la gente sufre, yo soy su voz", a?adi¨®.
A la salida, muchos a¨²n esperaban para retratarse con su ¨ªdolo, que aquella ma?ana hab¨ªa visitado el conflictivo barrio de Ca n'Anglada. Aquello fue un peque?o paso para el teatro local, pero un gran paso para el entendimiento entre comunidades, aunque sea con una libertad de expresi¨®n marcada por tantos imponderables, pues, como se apresuraron a traducirme, "mientras no insultes, no digas palabrotas y no te metas con Dios, con el rey o con la patria, puedes decir lo que quieras, siempre que sea por amor al pa¨ªs". Maneras de entender el humor.
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