Matones en el and¨¦n
Algunos vigilantes
de seguridad de Metro de Madrid se dedican a zarandear, abofetear, apalear y amedrentar a los viajeros solitarios, aparentemente con el ¨²nico fin de grabar las agresiones con la c¨¢mara del m¨®vil y disponer de un documento enternecedor para disfrutar con los amigos en la barra de la whisker¨ªa. Estos matones de and¨¦n con uniforme lo tienen bien organizado, incluso para sus limitados alcances: un colega da la voz de acci¨®n, como un Scorsese de baratillo, y el segurata agresor se lanza a dar tobas al desdichado viajero que pasa por all¨ª. Al parecer, las horas muertas en los pasillos solitarios del metro favorecen este entretenimiento propio de psic¨®patas con escasas luces, porque en los ¨²ltimos meses se han grabado y conocido varios de estos atropellos subterr¨¢neos
y alevosos.
No hay que minusvalorar este matonismo de and¨¦n. Aunque sean infligidas por bobos -el primate que rueda las coces de su compa?ero berrea sonidos como si fueran "efectos especiales"-,
se trata de agresiones infames. Las v¨ªctimas tienen derecho a una reparaci¨®n m¨ªnima: los agresores deben responder de sus tropel¨ªas ante un juez. Si la direcci¨®n de
Metro y los responsables pol¨ªticos ante los que tal direcci¨®n rinde cuentas conoc¨ªan estos v¨ªdeos desde octubre y nadie puso una triste denuncia, resulta que estamos ante un caso de negligencia extendida, desde las empresas que pagan los salarios de los asaltantes (Prosegur, una de ellas) hasta los gestores de Metro.
Responsables por vil omisi¨®n. "Que lo arregle la compa?¨ªa de seguridad", se quitar¨ªan el muerto de encima en la direcci¨®n del transporte p¨²blico; "Cosas de muchachotes aburridos", pensar¨ªan en la empresa; adem¨¢s, dice ahora Prosegur, "ya no trabajan para nosotros". ?Por agredir a las personas que ten¨ªan que proteger? ?No se preocupan las compa?¨ªas de seguridad de exigir un m¨ªnimo de ¨¦tica profesional y de madurez mental? Con gestores negligentes y pretorianos desequilibrados no es extra?o que los ciudadanos no aprecien el metro como un servicio p¨²blico propio y que los pasillos del suburbano parezcan con demasiada frecuencia un laberinto de pavor.
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