Parque de concentraci¨®n
Por fin se ha podido descubrir qu¨¦ hay detr¨¢s de los muros de hormig¨®n, vagamente recubiertos de vegetaci¨®n, que se han levantado para defender el Parc Central del Poblenou. Y lo que se descubre es un parque decepcionante, vac¨ªo de algo que tenga sentido y pueda ser una aportaci¨®n para las personas. Tras atravesar las estrechas aberturas, se transita por unos suelos sin inter¨¦s y no se ve ninguna aportaci¨®n respecto a lugares de juego para ni?os, a c¨®mo sentarse y hacer corrillos para hablar, echarse al sol o ponerse a la sombra bajo alguna p¨¦rgola ingeniosa, hacer pic-nic, tomar alg¨²n refresco o ir al lavabo. S¨®lo artilugios superfluos: unas p¨¦rgolas mal copiadas de las obras de Enric Miralles y Carme Pin¨®s; unos paneles horadados a la manera de Rem Koolhaas; unas luminarias esf¨¦ricas sacadas de Luis Barrag¨¢n; una espiral con el rimbombante nombre de cr¨¢ter, de tratamiento vegetal cursi, que recuerda en malo la bell¨ªsima obra de Beverly Pepper en el parque de la estaci¨®n del Norte; un Giacometti de cuarta categor¨ªa; unos lamentables igl¨²s a lo Mario Merz; un paisaje lunar penoso, y unas sillas aisladas antihomeless y antigrupos. En definitiva, un parque cuyos muros y rincones lo hacen tremendamente inseguro, y unos jardines que siguen la concepci¨®n francesa de los setos y las p¨¦rgolas que ellos mismos hace m¨¢s de veinte a?os han rechazado y superado con "los jardines en movimiento" y la libertad de las plantas creciendo
Con el presupuesto de este parque se hubieran hecho cinco o seis magn¨ªficas bibliotecas de barrio
Entonces uno se da cuenta de que m¨¢s relevante que los muros absurdos es el desprecio de Jean Nouvel hacia la cultura del espacio p¨²blico, en la que en Catalu?a hab¨ªamos avanzado tanto, con buenas plazas y magn¨ªficos parques metropolitanos, reclamados por los vecinos, promovidos por los municipios y proyectados por nuestros mejores paisajistas, muchas veces mujeres. Nos hab¨ªamos convertido en modelo de dise?o de mobiliario urbano, producido en Barcelona, para que ahora se nos imponga el despilfarro de un parque en el que no hay ninguna aportaci¨®n de lo necesario y muchos kits de lo superfluo. Entonces uno a?ora obras maestras como el Parc dels Colors en Mollet del Vall¨¨s, el Parc de Vallparad¨ªs en Terrassa, el Jard¨ªn Bot¨¢nico, el Parc Central de Nou Barris y El Fossar de la Pedrera en Barcelona, el Parc de la Solidaritat en Esplugues de Llobregat, el Parc de les Dunes en Gav¨¤ y muchos otros.
Y entonces uno se siente en el funeral del espacio p¨²blico, en un lugar que ya no tiene el car¨¢cter del dominio p¨²blico, sino que es un lugar com¨²n, donde nunca la polis -la manifestaci¨®n, la reuni¨®n, el debate, etc¨¦tera- va a poder darse. Un parque puede estar cerrado con rejas, como en el siglo XIX, pero encogido entre muros de hormig¨®n no es un parque. Se supone que va a salir publicado en las revistas y que, incluso, alg¨²n jurado le va a otorgar alg¨²n premio. Pero est¨¢ claro que no es un parque para las personas: entre muros que abren ventanas como escaparates, rodeado del tr¨¢fico de las calles y al que se accede por aceras estrechas. Solo tiene justificaciones para est¨²pidos: muros para proteger del tr¨¢fico, un parque vanguardista, etc¨¦tera.
Las cifras tambi¨¦n dan que pensar. Este despilfarro para un p¨¦simo parque ha costado m¨¢s de 20 millones de euros, sin hablar de los honorarios por triplicado que se han pagado a Jean Nouvel. La nueva biblioteca de La Mina ha costado un poco menos de cuatro millones de euros. Es decir, con el presupuesto de un parque en el que casi todos los costes son para el lujo de elementos prescindibles, se hubieran hecho cinco o seis magn¨ªficas bibliotecas de barrio.
Una vez dentro, uno se pregunta qu¨¦ le recuerda remotamente este parque entre murallas, con un suelo tan pobre, tan vac¨ªo de ideas originales y tan lleno de malas copias. Entonces se le hace la luz al recordar la opini¨®n de un vecino que ha declarado que parece una prisi¨®n. ?Ah!, es una prisi¨®n al aire libre. Y entonces todo se entiende: casi setenta a?os m¨¢s tarde, un arquitecto franc¨¦s nos ha instalado un campo de concentraci¨®n como Dios manda, no como aquellos miserables e improvisados campos en las playas de Argel¨¦s y Saint Cyprien, donde nuestros antepasados republicanos malvivieron e intentaron sobrevivir. Y es entonces cuando uno desea salir de este parque de concentraci¨®n, buscando lo m¨¢s r¨¢pido posible una de las angostas y escondidas puertas. Y ya fuera, respira y piensa: ojal¨¢ nunca nadie tenga que volver a estar injustamente prisionero en c¨¢rceles, estadios deportivos y campos de concentraci¨®n.
Josep Maria Montaner es arquitecto y catedr¨¢tico de las Escuela de Arquitectura de Barcelona (UPC).
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