?Para qu¨¦ tanto leer?
El libro constituye un bien tan significativo de una determinada cultura que esperar a que se lea cuando su sistema desaparece es lo mismo que reclamar que perviva una hormiga sobre una superficie de alquitr¨¢n. La vida de la hormiga es tan improbable en la Gran V¨ªa como la vida del libro es exigua en el angosto y hasta alicatado ocio de la cotidianidad
El insecto queda exterminado sin infligirle un mal directo, pero no se reproducir¨¢ en la ciudad. Igualmente, el fin del libro y su lectura no proceden, en especial, de la educaci¨®n deficiente, la impericia de las editoriales o una siembra de ciza?a (?televisi¨®n?, ?videojuegos?) que lo matan directamente y de ra¨ªz. Simplemente, la lectura va a menos porque no encuentra suelo donde arraigar ni espacio donde esponjarse.
La lectura va a menos porque no encuentra suelo donde arraigar ni espacio donde esponjarse
La actualidad del mundo, la realidad de los intervalos de trabajo y tiempo libre, coinciden con una disponibilidad para leer tendente a cero. Y no se diga ya para leer a fondo. Los momentos en que a¨²n se lee se obtienen de intersticios de una construcci¨®n cuya fachada central repele lo libresco como materia ajena a su iluminaci¨®n natural. Se lee, efectivamente, en los cantones del sistema, en los estrechos itinerarios de transporte p¨²blico, en los puentes o en las vacaciones, en los tiempos muertos.
Todo tiempo oreado y candeal se ocupa, generalmente, en otros gozos, sean los viajes, el sexo, Internet, las copas, los juegos en las pantallas, las cenas o los cines. ?Tiempo para leer? Quien lee se extrae literalmente de la cadena nutricional reinante para insertarse en un nicho marginal. Todo lector, y tanto m¨¢s cuanto m¨¢s lo es, traza su fuga y, a su pesar, se convierte en fugitivo de la contemporaneidad.
Efectivamente, los lectores de Harry Potter y otros best sellers internacionales no abandonan el reino, pero ?qui¨¦n puede decir que encarnan al profundo lector? Son lectores mutantes que como la presunta clase de himen¨®pteros futuros hallar¨¢ albergue en el asfalto. No ya en la fisura del asfalto sino en el mismo piso puesto que esta tipolog¨ªa no alude a un lector convicto, sino al libro de recreo importado de lo audiovisual. Son lectores de letras pero no letrados, siguen la l¨ªnea de la p¨¢gina pero seg¨²n los patrones del hilo cinematogr¨¢fico o del musical.
El resto, los lectores conspicuos que a¨²n permanecen, son hoy trabajadores aut¨®nomos, artistas profesionales, jubilados, impedidos, enfermos, cr¨ªticos literarios, editores, directores de colecci¨®n, traductores, autores. Fuera de ese ej¨¦rcito marcado y en declive creciente, apenas unas unidades m¨¢s pueden sumarse al mundo lector.
Los libros, infantiles, juveniles, de autoayuda, de intriga, de salud, de consejos pr¨¢cticos, de empresa, de texto, etc¨¦tera, componen la mayor¨ªa del tonelaje que trasladan todav¨ªa los contenedores del sector editorial y que pronto ser¨¢n reemplazados masivamente por la superior eficiencia de las pantallas. No hay ocasi¨®n, pues, para complacerse en los libros literarios o en los libros del saber, ni tampoco una raz¨®n firme para confiar en su ventaja utilitaria.
En consecuencia, toda lectura de El Quijote con el ¨¢nimo de propagar la lectura como signo de salvaci¨®n social no ser¨¢ sino la chusca representaci¨®n de una funci¨®n agotada y la teatralizaci¨®n de la impotencia. No se lee por El Quijote, no se lee siquiera por consejo o ejemplo de los padres, se lee cuando el bocado de tiempo que pertenece al libro procura sabrosas y efectivas sensaciones de placer. Sin embargo, para ello no basta cualquier tiempo marginal, contaminado o intersticial, ni tampoco el tiempo urgido o el intervalo fatigado del fin del d¨ªa. Quienes leemos y leen el libro no se alistan entre quienes se integran m¨¢s y mejor, sino entre los que a?oran ese producto que aprendieron saludablemente a paladear.
?Escuelas gastron¨®micas para la lectura? Todas las escuelas gastron¨®micas se dirigen a acrecentar la variedad de los restaurantes, esos espacios donde efectivamente el mundo joven acude con ins¨®lita frecuencia y cuyo disfrute pertenece de pleno derecho a los entretenimientos de esta cultura reinante que atiende, en sus acortados tiempos libres, a las benditas sensaciones del cuerpo y no a los enrevesados ejercicios que a menudo exige la degustaci¨®n mental.
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