Al norte del mundo
Que Rusia quiere para s¨ª el Polo Norte es bien sabido desde que plantara all¨ª, a 4.261 metros de profundidad, una c¨¢psula de titanio con su bandera. Pero no es tan conocido que la ciudad rusa m¨¢s cercana a la latitud cero norte, a s¨®lo 1.000 kil¨®metros, se sit¨²a en realidad en territorio de soberan¨ªa noruega, en el archipi¨¦lago de las Svalbard, un desierto congelado donde seis de cada 10 kil¨®metros cuadrados de terreno llevan siglos enterrados bajo glaciares y nieve. Son las islas habitadas m¨¢s septentrionales del mundo, ocho veces m¨¢s extensas que las Canarias, aunque acogen a poco m¨¢s de 2.000 personas. Son tambi¨¦n una de las puertas al oc¨¦ano Glaciar ?rtico, que este a?o ha alcanzado un r¨¦cord: nunca antes se hab¨ªa derretido tanto hielo sobre sus aguas desde que se dispone de registros fiables.
Los rusos levantaron Barentsburg el a?o 1932 para arrancar trozos de carb¨®n a una tierra g¨¦lida donde los ¨²nicos ¨¢rboles crecen en tiestos dentro de las casas. No hay agua potable. Hay que cruzar al otro lado del Gr?nfjorden, el fiordo verde, para sacarla de las cumbres nevadas del Hombre Durmiente, una monta?a que dora el sol de medianoche. Barentsburg se queda a oscuras totalmente desde el 26 de octubre hasta el 15 de febrero de cada a?o.
Se ide¨® para 3.000 habitantes, pero hoy apenas viven en ella entre 400 y 600 personas. Otros dicen que 800. En Barentsburg apenas se ve gente, y la que hay est¨¢ bajo tierra, trabajando en la mina. La ciudad es el poblado fantasma de un imposible western pos-sovi¨¦tico, con sus edificios de madera desvencijados y su piscina de agua salada comida por el verd¨ªn.
Visitar Barentsburg es visitar un parque tem¨¢tico de la propaganda estalinista reconvertida en exaltaci¨®n del patriotismo ruso. La ciudad representa la ant¨ªtesis del hacinamiento. Tiene un ¨²nico hotel de cinco plantas con s¨®lo un hu¨¦sped. La habitaci¨®n doble cuesta 360 coronas (alrededor de 45 euros), algo cara si se tiene en cuenta que de los grifos solamente sale agua fr¨ªa con holl¨ªn y la ¨²nica trabajadora rega?a al cliente por el simple hecho de preguntar si se puede cenar algo. El ¨²nico bar de Barentsburg est¨¢ en el hotel, y cierra a las siete.
Y si en Barentsburg apenas hay gente, tampoco hay listas de espera en su hospital, con tres plantas, dos enfermeras y cuatro m¨¦dicos. El director, ?leg Dub¨®vik, tiene 25 a?os y ha llegado desde Mosc¨² para tres meses. Muestra con orgullo las instalaciones; anticuadas, pero impolutas. Todo parece en su sitio, pero ?d¨®nde est¨¢n los pacientes? "Tenemos un ¨²nico ingresado, y le hemos cogido mucho aprecio". ?Por qu¨¦ est¨¢ aqu¨ª? Tarda un poco en contestar: "Sufre depresi¨®n".
Los habitantes de esta ciudad son rusohablantes, y proceden de ciudades como Donetsk o L¨²gansk, en las cuencas mineras de Ucrania, y tambi¨¦n de Rusia. De media, los mineros pasan en Barentsburg entre 2 y 10 a?os. Nadja tiene 32, lleva dos en la ciudad, y defiende la opci¨®n de vivir en mitad del ?rtico porque puede ganar el doble que en su ciudad natal, el equivalente a 1.000 d¨®lares al mes. Es una mileurista que de regreso a su casa vivir¨¢ como potentada: "Ahorramos porque no tenemos d¨®nde gastar el dinero". Ant¨®n tiene 13 a?os, y los ¨²ltimos cinco los ha pasado aqu¨ª. "Me gusta este sitio, estamos en plena naturaleza".
?l es uno de los pocos adolescentes en una ciudad con tan s¨®lo nueve ni?os en la escuela. En Barentsburg no nace nadie. Quiz¨¢ por eso, al viajero le sorprende que en Barentsburg se hayan practicado tres abortos voluntarios en los ¨²ltimos dos a?os. Y es que estas islas no se hicieron para el hombre.
Para los vikingos, Svalbard era "la costa fr¨ªa", y de ah¨ª se deriva su nombre. Barentsburg debe el suyo a un marinero holand¨¦s que jam¨¢s pis¨® esta tierra, Willem Barents. Atisb¨® la costa de Svalbard hacia 1596 mientras buscaba, sin ¨¦xito, el ansiado paso noroeste del Atl¨¢ntico al Pac¨ªfico. Curiosamente, aunque los rusos bautizaron la ciudad con el nombre del holand¨¦s, defienden que los primeros asentamientos fueron de cazadores de ballenas rusos.
Ingleses, daneses, noruegos y rusos se disputaron durante a?os esta costa por las ballenas y la hegemon¨ªa sobre las islas. A finales del siglo XIX, los estadounidenses se interesaron por este inh¨®spito lugar al haberse descubierto minas de carb¨®n. El tratado de Svalbard de 1920 reconoci¨® la soberan¨ªa limitada de Noruega sobre el territorio y puso paz en el asunto al permitir la explotaci¨®n minera a compa?¨ªas extranjeras. Ahora se abre de nuevo el cap¨ªtulo de las reivindicaciones territoriales sobre las aguas del ?rtico. De la codicia por las ballenas y el carb¨®n al ansia por los hidrocarburos.
Ajenos a la trifulca, a los t¨ªmidos mineros con dentaduras de oro de Svalbard no les interesa el pasado de una ciudad en la que s¨®lo pasar¨¢n unos a?os. Viven en el ¨²ltimo enclave ruso en las islas. En la ¨¦poca dorada de la miner¨ªa del carb¨®n, el optimismo sovi¨¦tico campaba a sus anchas en otros asentamientos, como Gr¨²mant o Pyramiden, pero Gr¨²mant cerr¨® en 1961 y Pyramiden fue abandonada en 2000. Son ciudades fantasmas comidas por el hielo.
?Creen los habitantes que Barentsburg correr¨¢ la misma suerte que los otros enclaves? "Aqu¨ª no va a pasar, nos han prometido que Mosc¨² limpiar¨¢ la ciudad el a?o que viene", dice ?leg, el gu¨ªa local. En esa esperanza est¨¢ su futuro. Durante el verano pasea a un pu?ado de turistas que pagan 150 euros de trayecto en ferry por visitar durante una hora y media la ciudad. ?leg se atreve a hablar de revitalizar la zona con el turismo si las temperaturas siguen subiendo. Cada a?o, la nieve se derrite en Barentsburg un poco antes. En 2007, en junio. "Antes era imposible que en un d¨ªa de invierno hiciera m¨¢s de diez grados bajo cero, y ahora es normal".
Pero quiz¨¢ en la carrera por la conquista del Polo Norte se encuentre la clave del futuro. Rusia no se permitir¨¢ perder este asentamiento, aunque las minas noruegas produzcan mucho m¨¢s que la de Barentsburg. Las explota el monopolio p¨²blico ruso, Arcticugol, cuyo director recibe a los forasteros en calidad de sheriff local. Los directores de la mina son, junto al c¨®nsul, la m¨¢xima autoridad en este f¨®sil de la guerra fr¨ªa en ¨¦poca de calentamiento global.
Bor¨ªs Nag¨¢yuk es un hombre corpulento y hosco que 36 de sus 50 a?os de vida los ha pasado en una mina. Habla mirando al suelo. Sus manos est¨¢n manchadas de carbonilla. Su mayor temor es que se repita el incendio que en 1997 acab¨® con la vida de 24 mineros. Pero habla de su mina con jactancia: "Tenemos 33 kil¨®metros de galer¨ªas, una a 560 metros de profundidad; extraemos carb¨®n 24 horas al d¨ªa en turnos de seis horas". El carb¨®n sale para M¨²rmansk y Rostov, pero tambi¨¦n para Italia, Portugal y Espa?a. ?Es rentable esta mina en comparaci¨®n con las noruegas? "Por supuesto. Obtenemos 120.000 toneladas al a?o. Aqu¨ª no va a pasar como en Pyramiden, tenemos mina hasta 2020 por lo menos", dice.
Otra empresa fantasma se esconde en el taller textil nacido al calor de la mina, donde ya no se tejen uniformes de minero como anta?o, sino tradicionales vestidos infantiles noruegos para la exportaci¨®n. Los cosen 10 mujeres, esposas de mineros, reciclando cortinas viejas.
Barentsburg est¨¢ casi aislado del resto del mundo. Y del resto de su propia isla. No hay carretera entre la ciudad y Longyearbyen, que con sus 1.800 habitantes es la sede del gobernador de Noruega. Las calles de la ciudad semejan una maqueta gigante de Lego, una localizaci¨®n ¨¢rtica para nuevos cap¨ªtulos de Doctor en Alaska, una reserva climatizada y as¨¦ptica para mineros noruegos que ganan diez veces lo que sus colegas rusos y funcionarios que no pueden pasar aqu¨ª m¨¢s de seis a?os antes de ser obligados a poner pie en la metr¨®poli. Es la cara europea de Svalbard, con sus tiendas de regalos sin IVA y sus restaurantes para que los reci¨¦n casados de Oslo o Bergen se gasten las coronas en cenas a base de carne de ballena o cecina de foca.
La vecindad de rusos y noruegos se aprecia de manera distinta a un lado y otro de la isla. "Nosotros no somos ni rusos ni noruegos, todos somos pol¨¢rniks, polares", afirma orgulloso ?leg. En Barentsburg, la bandera noruega ondea por todas partes: en la mesa de oficina del director de la mina, en los barcos, en los murales? En Longyearbyen no hay ni rastro de la presencia rusa. Todo son halagos de los rusos a los noruegos, y condescendencia y desconfianza en sentido inverso.
Los rusos, por ejemplo, aseguran que ambas comunidades se llevan bien. Incluso se hacen competiciones deportivas. "Jugamos al f¨²tbol..., aunque siempre ganan los noruegos", afirma un joven. En la oficina del gobernador de Longyearbyen se muestran m¨¢s que parcos al valorar las relaciones vecinales: "Los vigilamos para que no emitan m¨¢s CO2 del permitido. Bueno, tambi¨¦n nos preocupamos por que tengan medicamentos y ropa para el invierno", afirma la funcionaria. Aunque al menos ahora les dejan pisar la ciudad noruega. La guerra fr¨ªa lo fue m¨¢s en este lugar helado; cuenta Mija¨ªl, un minero veterano, que la ¨²nica manera de que un ruso pudiera pisar Longyearbyen era acompa?ado de un agente del KGB.
Siempre hubo muchos m¨¢s rusos que noruegos en Svalbard. Hoy, cuando se le insin¨²a que Barentsburg est¨¢ en decadencia frente a Longyearbyen, ?leg manda abrir la tienda de recuerdos, Estrella Polar, donde, adem¨¢s de gorros militares con falsas insignias sovi¨¦ticas o matrioskas con la cara de Putin, se puede comprar un libro de fotograf¨ªas sobre la historia de la ciudad. Pero nada de lo que reflejan existe ya. Eso s¨ª, el libro da a conocer un aspecto discreto de las islas, el inter¨¦s cient¨ªfico que Svalbard ha suscitado durante a?os a los exploradores de la Academia Rusa de Ciencias: ge¨®logos, arque¨®logos, meteor¨®logos, glaci¨®logos, etc¨¦tera.
En la sede de la Academia, apenas hay diez cient¨ªficos. Entre ellos, uno de los expertos en glaciares m¨¢s veteranos del mundo, el profesor Evg¨¦ny Z¨ªnger. Para entrar en la sede de la Academia obligan a descalzarse y a andar por un suelo empapado en agua helada. Z¨ªnger est¨¢ en su despacho-dormitorio, con paredes forradas de recortes de peri¨®dico que rese?an expediciones como la primera que realiz¨® para descubrir el porcentaje de hielo que cubre las islas. Adora Svalbard: "Todos los tipos de glaciares est¨¢n aqu¨ª representados, incluso en el noreste [de las islas] los hay de tipo ant¨¢rtico". Desde mucho antes de que alguien escribiera las palabras "cambio clim¨¢tico", desde hace 42 a?os, el profesor lleva observando si los glaciares crecen o se reducen: "No nos cabe duda de que se est¨¢n reduciendo. De un a?o para otro, ya se nota". Pero Z¨ªnger no parece amigo de alarmismos: "Una cosa es el cambio clim¨¢tico global y otra el cambio local", afirma junto a una ventana que da al fiordo. "Mire ah¨ª. Estamos muy cerca del estrecho de Fram, el paso m¨¢s profundo del Atl¨¢ntico al ?rtico. Por aqu¨ª entran en el ?rtico las corrientes de agua c¨¢lidas del Caribe y salen las fr¨ªas. Este lugar es clave para entender el clima de nuestro planeta".
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