Conservar y no arriesgarse
Hace meses que van apareciendo en Catalu?a -en la opini¨®n cr¨ªtica de la ciudadan¨ªa, pero tambi¨¦n en la propia experiencia cotidiana de esa misma ciudadan¨ªa- una sucesi¨®n de deficiencias estructurales que van acrecentando un malestar general, transformado ya en una desilusi¨®n fatalista, una reducci¨®n de la autoestima, una inseguridad e incluso un alivio hip¨®crita de responsabilidades. El suministro de agua, la red ferroviaria de proximidad, los atrasos e incluso el mismo trazado de la alta velocidad, las perspectivas energ¨¦ticas, las carreteras y las autov¨ªas, la funcionalidad del aeropuerto son temas ya trascendentales considerados fen¨®menos aut¨®nomos, pero claramente catastr¨®ficos vistos como una crisis general de nuestras indispensables infraestructuras. A lo largo de los ¨²ltimos 30 a?os, Catalu?a ha manifestado cambios positivos de relativa importancia, pero es cierto que se ha sumido en la absoluta insuficiencia de infraestructuras.
Las dudas pueden amenazar el crecimiento econ¨®mico y el bienestar de los ciudadanos
Las causas de esa debacle son diversas. La primera que se suele arg¨¹ir es la ausencia de decisiones favorables -en la planificaci¨®n y en el apoyo econ¨®mico- del Gobierno del Estado. Un handicap cierto y evidente en el que ha intervenido la declarada mala voluntad espa?ola en pactar una estabilidad estatutaria basada en otro sistema de financiaci¨®n m¨¢s justo y en una mayor capacidad de decisi¨®n aut¨®noma.
Pero las causas profundas no pueden limitarse a esas insuficiencias externas. Las hay tambi¨¦n que corresponden al err¨¢tico itinerario gubernamental de Catalu?a y, a menudo, a los perniciosos entorpecimientos de la oposici¨®n pol¨ªtica e incluso de una ciudadan¨ªa a veces demasiado anclada en actitudes conservadoras. Nuestro primer error ha sido no tener un exigente plan de infraestructuras a su debido tiempo, un programa claro y definitivo que habr¨ªa justificado la urgencia de las decisiones. Las infraestructuras no pueden ser una soluci¨®n a los problemas que se van presentando: son las bases de un futuro que se debe apoyar precisamente en ellas. No se puede resolver el tema del agua s¨®lo cuando llega la sequ¨ªa; no se puede corregir la red ferroviaria cuando ¨¦stas ya no funcionan y cuando las implantaciones urban¨ªsticas ya han ocupado terrenos inadecuados e inaccesibles. No se puede estar dudando durante a?os y a?os sobre suministro y distribuci¨®n de energ¨ªa, amenazando la previsi¨®n del crecimiento econ¨®mico y el bienestar de los ciudadanos. Es cierto que en casos extremos hay que recurrir a soluciones de urgencia, pero las infraestructuras deben imponerse a 50 a?os antes de la culminaci¨®n de las necesidades y regular con ellas el futuro de la urbanizaci¨®n, del crecimiento industrial y de los procesos de distribuci¨®n de personas y mercanc¨ªas. La aut¨¦ntica planificaci¨®n operativa de los territorios es, precisamente, la de las infraestructuras y, por eso, hay que imponer en ella no s¨®lo soluciones t¨¦cnicas radicales modernas, arriesgadas, sino, adem¨¢s, instrumentos pol¨ªticos para aplicarla sin alteraciones. Sin convertir la opini¨®n p¨²blica o la de las fr¨ªvolas oposiciones en una opini¨®n t¨¦cnica indiscutible.
Los responsables son los gobiernos y los t¨¦cnicos que los asesoran sin exigir la prioridad de sus conocimientos. Pero tambi¨¦n lo es la ciudadan¨ªa que se suma frecuentemente a una oposici¨®n sistem¨¢tica justificada con demasiada frivolidad en ego¨ªsmos locales o en la manipulaci¨®n del combate pol¨ªtico. He dicho frivolidad porque las razones son m¨¢s profundas, m¨¢s esenciales: estamos marcados -seguramente por motivos reales impuestos por el propio desorden- por el conservadurismo y por el miedo a la inseguridad, es decir, por la exigencia de una seguridad oficialmente garantizada. Son dos caracter¨ªsticas que se pueden atribuir a una situaci¨®n de decadencia, a una sociedad que se asusta ante los riesgos del progreso.
No hace mucho, por ejemplo, los medios de comunicaci¨®n daban noticia de una fuerte oposici¨®n popular a la instalaci¨®n de un parque e¨®lico en un paisaje que merec¨ªa ciertas consideraciones paisaj¨ªsticas, m¨¢s de orden est¨¦tico que econ¨®mico. Simult¨¢neamente, en los mismos medios, hab¨ªa una insistente referencia a la protesta de otros ciudadanos que arg¨¹¨ªan parecidas buenas intenciones altruistas y culturales contra el derribo de unos f¨¦tidos restos industriales del siglo pasado en la reurbanizaci¨®n de un sector de Barcelona. Es decir, por un lado se rehusaba la implantaci¨®n de una nueva est¨¦tica industrial y, por otra, se exig¨ªa el mantenimiento casi "muse¨ªstico" de unas obsoletas instalaciones industriales que en su tiempo tambi¨¦n debieron mancillar el paisaje. Lo com¨²n en ambas protestas era la voluntad de no cambiar las cosas, de conservarlo todo a ultranza, a pesar de la contradicci¨®n conceptual.
La protesta popular contra el trazado del t¨²nel del AVE es un ejemplo de la exigencia de seguridad, una exigencia que pertenece tambi¨¦n al mismo esp¨ªritu conservador, a¨²n a sabiendas de que la garant¨ªa de seguridad absoluta es imposible y que el riesgo m¨ªnimo es inherente a cualquier empresa innovadora de cierta envergadura. Lo ¨²nico seguro es no hacer nada o trazar el recorrido de la alta velocidad por territorios deshabitados.
Una ¨²ltima consideraci¨®n. Es posible que todas esas anomal¨ªas y contradicciones sean una consecuencia ineludible de los conflictos naturales de la sociedad urbana moderna y aproximadamente democr¨¢tica. Con ellas -hay que reconocerlo- se han alcanzado resultados positivos. Esa sociedad altamente conservadora ha logrado, por ejemplo, salvar algunos monumentos y evitar falsos progresos que eran simples procesos de especulaci¨®n. Habr¨ªa que ver cu¨¢l es el saldo definitivo. De todas maneras, sea el que sea, el habitante de una ciudad de nuestro mundo rico, liberal y predominantemente mercantil tiene todo el derecho de ser un individuo cautamente conservador. Aunque con ello acelere la decadencia de su comunidad nacional.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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