Comer es lo primero
Si Fran?ois Quesnay levantara la cabeza y pudiera observar la realidad actual, no saldr¨ªa de su asombro. Quien fuera m¨¦dico personal de Madame de Pompadour y posteriormente del propio Luis XV, antes de convertirse en la ¨²ltima etapa de su vida en uno de los economistas m¨¢s afamados de la ¨¦poca, se quedar¨ªa pasmado al comprobar que, 250 a?os despu¨¦s de que explicase su Tableau Economique, la humanidad asiste desconcertada a una nueva crisis alimentaria cuyo alcance casi nade se atreve a pronosticar. Y es que, aunque Quesnay y el resto de los pensadores conocidos como fisi¨®cratas insistieron en que toda riqueza se originaba a partir de la agricultura y que el resto de las actividades humanas no eran sino derivadas de ¨¦sta, lo cierto es que hace ya mucho que nuestra especie decidi¨® dar la espalda a la tierra y organizar su vida como si pudiera prescindir de ella.
Nuestra especie decidi¨® dar la espalda a la tierra y organizar su vida como si pudiera prescindir de ella
Resulta asombroso la variedad de explicaciones que expertos de todo el mundo plantean estos d¨ªas a lo que constituye un fen¨®meno ya constatado por la FAO desde hace al menos dos a?os: la presi¨®n al alza del precio de los cereales y, m¨¢s en general, de los alimentos. Para unos se trata de un fen¨®meno coyuntural, lo que casa dif¨ªcilmente con las excelentes cosechas registradas en muchos pa¨ªses del mundo en 2007; otros atribuyen el problema al fuerte crecimiento econ¨®mico de algunas econom¨ªas emergentes, como China e India (esto no parece muy consistente si se tiene en cuenta que el incremento de la renta per c¨¢pita no suele traducirse en una mayor demanda de alimentos, sino de otro tipo de productos); los hay que, en fin, echan la culpa a los biocombustibles, que estar¨ªan absorbiendo una parte creciente de la producci¨®n en detrimento del consumo humano.
Lo cierto es que durante d¨¦cadas hemos fomentado una agricultura intensiva, capaz de producir enormes excedentes que eran exportados a bajo precio a pa¨ªses a los que les prohib¨ªamos vendernos sus productos, contribuyendo as¨ª a desincentivar la producci¨®n local y aumentar su dependencia alimentaria respecto al exterior. A su vez, los profetas del Fondo Monetario Internacional obligaban a muchos gobiernos a priorizar los cultivos de exportaci¨®n frente a los granos b¨¢sicos, para obtener las divisas con las que hacer frente al pago de la deuda. Y en medio de todo, la utilizaci¨®n irracional de la energ¨ªa y de los recursos naturales acababan por da?ar irreversiblemente los ecosistemas, incluidos aquellos que resultan imprescindibles para la producci¨®n de alimentos.
No es que uno quiera ponerse especialmente pesimista, pero lo cierto es que el panorama no es muy alentador. Durante a?os, hemos llegado a asumir que miles de personas murieran de hambre cada d¨ªa, sabiendo que no era por falta de alimentos sino de dinero para comprarlos. Hoy, cuando el problema alimentario parece traspasar el umbral de la pobreza extrema, no entendemos casi nada de lo que est¨¢ pasando, pero sabemos que algo no marcha bien.
Este a?o 2008 el n¨²mero de personas que vive en las ciudades ha superado al de las que viven en el campo, por vez primera en la historia de la humanidad. Algo no funciona cuando la gente prefiere malvivir en los suburbios de las grandes urbes, mientras los alimentos aumentan su precio de forma incontrolada. Algo sigue yendo muy mal cuando comer, que es lo primero, se convierte para muchos en un serio problema.
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