No hay nada que hacer
Ha dicho un t¨¦cnico de la NASA que lo del cambio clim¨¢tico no tiene soluci¨®n, que no hay nada que hacer, que nos espera, quiero decir que les espera a los que les toque, un paisaje como el de La carretera de Cormac McCarthy pero con menos gente todav¨ªa. A los que peinamos canas noticias como ¨¦sa nos abruman s¨®lo relativamente, pues se ve¨ªa venir, y pensamos en nuestros hijos o en nuestros nietos, a los que les largamos un marr¨®n colosal sin comerlo ni beberlo. Y como adem¨¢s de estar mayores somos unos ego¨ªstas de tomo y lomo pensamos en que cuanto antes se acabe esto peor, pues nos quedar¨¢ cada vez menos tiempo para seguir oyendo m¨²sica. S¨ª, ya s¨¦ que ser¨ªa m¨¢s decente apuntarse a una ONG que viva ese carisma pero no olvidemos que el se?or de la NASA nos dir¨ªa que no vale la pena, que es tirar el dinero. El caso es que cuando le¨ªa en este diario la amarga verdad me acordaba de lo que dijo un d¨ªa un fabuloso director de orquesta, Jascha Horenstein, un trasterrado de car¨¢cter peculiar y grandeza de esp¨ªritu: "Lo que m¨¢s me fastidia de morirme es que nunca volver¨¦ a escuchar La canci¨®n de la tierra", pueden o¨ªrselo al final de un disco de la serie BBC Legends que contiene la obra de sus amores. Hagan ustedes un ejercicio semejante y aunque no lleguen a tanto como a convertir la ausencia de una m¨²sica cualquiera -por muy de Mahler que sea- en el efecto m¨¢s amolador de su propia muerte, piensen en cu¨¢ntas cosas les quedar¨ªan sin escuchar m¨¢s o menos atentamente si se murieran ma?ana, y m¨¢s a¨²n, como amenazaban las historias que nos contaban los curas en el colegio, si no estuvieran en gracia de Dios. Los habr¨¢ satisfechos, esos que se conforman con los grandes platos del men¨² de la mesa de Orfeo y que despu¨¦s de haber escuchado las sinfon¨ªas de Beethoven doscientas veces ya pueden morirse tranquilos. Luego estar¨¢n los que no descansan, los que persiguen, desde la liturgia maronita hasta las canciones de Erich Zeisl, cada nota que les falta para completar el espectro de la armon¨ªa universal y que dejar¨¢n este mundo entre atroces lamentaciones por el tiempo perdido. Qu¨¦ l¨¢stima. Tanto pensar en lo que nos llevar¨ªamos a una isla desierta y no van a quedar ni las islas desiertas. Por mi parte, nada m¨¢s leer la noticia y, tras medir a ojo las partes de di¨®xido de carbono en la atm¨®sfera de mi calle, me puse Alexander Balus de H?ndel, un oratorio que no conoc¨ªa y que me hab¨ªa comprado unos d¨ªas antes en amazon.com a precio de ganga, en d¨®lares naturalmente, dirigido por un ingl¨¦s que cumple pena por pederastia, pero ya saben que en arte no se suele distinguir la ¨¦tica y la est¨¦tica. Adem¨¢s, s¨®lo quer¨ªa dejarme morir como Quiquej en el Pequod y abominando lo suficiente de la especie como para que me diera menos pena. Pero, ya ven, todav¨ªa no hab¨ªa llegado mi hora. Comprobado lo cual -y siguiendo la corriente intelectual de nuestros d¨ªas, esa que dice que en lo vulgar se encierra la verdad de la cultura- me pas¨¦ al Carrusel Deportivo. -
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.