Una profec¨ªa desde Carolina del Norte
Se convertir¨¢ Barack Obama en el pr¨®ximo presidente de los Estados Unidos?
Mis hijos no se cansan de recordarme que basta con que yo lance una predicci¨®n para que perversamente no se cumpla, y me han rogado que, en este caso particular, de tanta trascendencia para la humanidad, guarde un silencio prudente. Voy a permitirme, sin embargo, el placer de una opini¨®n ecu¨¢nime y cauta: dir¨¦ que es probable, m¨¢s que probable, sumamente probable, que el joven senador de Illinois sea dentro de poco el candidato un¨¢nime de los dem¨®cratas, y que en enero del 2009, para nuestro asombro y delectaci¨®n, veamos a un hombre de raza negra ingresar de forma victoriosa en una mansi¨®n presidencial que fue construida hace doscientos a?os por miles de esclavos norteamericanos y que se llama, parad¨®jicamente, quiz¨¢s ahora ir¨®nicamente, la Casa Blanca.
?Cu¨¢l es el precio que le exigen los blancos a Obama para que sea presidente?
Obama ha fundido las aspiraciones de Kennedy y de Luther King
Para arriesgar tal vaticinio discreto, no necesito apoyarme en las inagotables estad¨ªsticas ni en las encuestas ni en la certeza de que las aspiraciones de John McCain van a ser demolidas por el vendaval de Irak y la recesi¨®n econ¨®mica, y otros tantos desastres que George W. Bush deja como triste herencia. Basta con asomarme por la ventana de mi hogar en Carolina del Norte, un Estado cuya poblaci¨®n se apresta a participar, de forma masiva, hoy, 6 de mayo, en las primarias que han de decidir el futuro de este pa¨ªs. Basta con mirar el entusiasmo, casi indescriptible, que despierta Obama entre tantos ciudadanos, y especialmente entre los j¨®venes. Basta con ver el renacimiento de una esperanza y una militancia y una determinaci¨®n pol¨ªtica que yo, por lo menos, no hab¨ªa presenciado en los Estados Unidos desde 1968, ese a?o fat¨ªdico en que tanto Bobby Kennedy como Martin Luther King fueron asesinados. Basta con notar c¨®mo, hasta ahora, Obama ha podido justamente fundir en su propia persona las aspiraciones de estos dos m¨¢rtires de su patria, encarnar a Kennedy y simult¨¢neamente a King; basta con observar c¨®mo ha logrado el milagro de equilibrar las dos zonas de su ser, la experiencia y la historia de lo negro y lo blanco mezclados en su sangre como en sus ideas; basta esa incre¨ªble haza?a para augurar el triunfo de su candidatura.
?Y si fuera imposible sostener tal acto de equilibrista? ?Si tal unidad de antagonismos fuera una mera ilusi¨®n? ?Si los norteamericanos blancos, todav¨ªa mayoritarios, se sintieran de pronto amenazados por el origen negro de un Obama hasta ahora gentil, sereno y cool? ?Si vieran en su rostro moreno no una esperanza de un mundo mejor y tolerante, sino la rememoraci¨®n incesante de la culpa y la
esclavitud y la explotaci¨®n que contamina el pasado norteamericano? ?Si vieran a Barack como un reproche m¨¢s que un consuelo? ?Acaso eso no acabar¨ªa con la promesa de Obama?
Son preguntas que se han vuelto urgentes desde que el ahora c¨¦lebre reverendo Wright hiciera su repentina y fulgurante reaparici¨®n en la vida de Barack Obama. Soci¨®logos y periodistas, y pol¨ªticos y columnistas, y ciudadanos comunes y corrientes han gastado toneladas de tiempo y tinta y blogs en dilucidar este tema de forma interminable, pero hasta ahora no he visto ni a uno de tantos comentaristas recurrir a la literatura para orientarse. A m¨ª, en cambio, lo primero que se me vino a la cabeza, apenas me di cuenta de que era inevitable una confrontaci¨®n entre Obama y su mentor Wright, fue el cap¨ªtulo inicial de una novela, una de las m¨¢s magn¨ªficas de la narrativa norteamericana.
Se trata de Invisible Man (Hombre invisible), de Ralph Ellison, y, aunque fue publicada en 1952, nueve a?os antes de que Barack Obama naciera, creo que contiene la clave de lo que puede suceder con su candidatura tan promisoria.
En ese primer cap¨ªtulo -que apareci¨® de hecho de forma preliminar como un cuento en la revista Horizon en 1947-, un joven estudiante negro de Alabama, el m¨¢s eminente de su generaci¨®n, se empe?a en conseguir una beca universitaria, imprescindible para educarse y subir en la escala social y alcanzar el American dream. Antes de que se le otorgue tal posici¨®n de poder, empero, se le va a someter a una prueba de fuego que Ellison denomina Battle Royal. En efecto, a ese joven se le exige que luche violentamente contra otros negros en un pugilato feroz, agarrarse a golpes y desangrarse para el goce de un grupo de espectadores blancos.
Es el precio de su futuro ¨¦xito y, sugiere Ellison, el precio que debe pagar todo hombre negro en la sociedad norteamericana: acatar lo que los blancos quieren imponerle o... volverse invisible. Que es el destino final del protagonista de la novela: termina narrando su historia desde un s¨®tano secreto en Nueva York, un subterr¨¢neo dostoievskiano iluminado con 1.369 ampolletas de luz que no dejan de brillar ni de d¨ªa ni de noche. A pesar de tanto fulgor, nadie ve a ese hombre, nadie lo reconoce, nadie acepta su derecho a existir m¨¢s all¨¢ de los estereotipos.
Esa es la interrogante que me asedia, ahora que Barack y Jeremiah, Obama y Wright, el padre adoptivo y el hijo ahora distante, se pelean ante millones de televidentes para ver si a uno de ellos, el joven aspirante, el joven brillante, el que quiere vivir el sue?o americano, se le puede confiar el poder.
?Ha cambiado algo desde 1947 cuando se public¨® el cuento, desde 1952 cuando se public¨® la novela, desde 1968 cuando Martin Luther King, el ¨²ltimo l¨ªder nacional de origen africano en los Estados Unidos, fue expulsado de la historia activa y pas¨® a la invisibilidad de la muerte y del mito?
Espero que s¨ª, creo que s¨ª.
Porque ahora la verdadera prueba no la est¨¢n pasando los negros que ri?en de forma tan espectacular y tan penosa. Son los blancos norteamericanos los que est¨¢n siendo sometidos a un experimento, una tentaci¨®n, un examen de fuego y sangre. Son ellos los que tienen que decidir el tipo de pa¨ªs que desean, ellos los que tienen que preguntarse cu¨¢l es el precio y el estereotipo que le han de exigir a Obama para que sea presidente.
Son ellos los que deben empezar a vaciar los s¨®tanos inagotables de este pa¨ªs de todo lo que es invisible y doloroso y lleno de rencor.
Y si no lo hacen ahora, si no lo hacen ahora con Obama, ?con qui¨¦n van a llevar a cabo esa proeza ardua y desgarradora?
Ariel Dorfman es escritor chileno.
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