Voy al cine, luego vivo
"Guarda tus mejores recuerdos, y si llegas a viejo, que te sirvan", le le¨ª hace mucho tiempo a un poeta, en una edad que ve¨ªa muy lejano el invierno, en la que pod¨ªa existir el coqueteo con la pavorosa idea de la muerte, cuando ¨¦sta no hab¨ªa empezado a amenazar o a masacrar a tu entorno afectivo. Pero ya se est¨¢ acercando la ¨¦poca en la que la memoria se empe?a en almacenar y mimar recuerdos gratos, en acorazarse ante la llegada del fr¨ªo y de la nieve.
Y comienzas a sentir razonable terror ante la sospecha de que puede extinguirse el remoto y salvador ritual de nombre prosaico y efectos m¨¢gicos conocido como "ir al cine". Es algo de lo que forzosamente te tienes que haber enamorado en la infancia, sin criterio selectivo ni sentido cr¨ªtico, sin la presencia de aquel g¨¦nero con el enunciado fatigoso y enf¨¢tico del arte y ensayo. Boskov pas¨® a la historia de la filosof¨ªa por una definici¨®n tan incontestable como "f¨²tbol es f¨²tbol". Pues eso, que "cine es cine", y sacarlo de su espacio natural para consumirlo desde el sof¨¢ de tu casa, en la pantalla del ordenador, en el m¨®vil o en el televisor m¨¢s espectacular y di¨¢fano siempre ser¨¢ un suced¨¢neo, una impostura, sin la menor relaci¨®n con el esp¨ªritu de un placer sagrado.
Siento una angustia apocal¨ªptica ante la extinci¨®n de las salas
Nos hab¨ªan contado en im¨¢genes la tragedia y el desgarro emocional que implica echar el cierre a una sala de cine. Ocurr¨ªa en la estremecedora La ¨²ltima pel¨ªcula, en un pueblo en blanco y negro llamado Anarene, con vidas prematuramente rotas, traicionadas, abandonadas, que asist¨ªan en una pantalla a la vitalista epopeya que describ¨ªa Hawks en R¨ªo rojo. Tambi¨¦n en la tan llorona como eficaz Cinema paradiso, y acompa?ando a la problem¨¢tica supervivencia del inmenso y querible Mastroianni en Splendor. Esas ficciones nos parec¨ªan muy tristes, pero tambi¨¦n lejanas. Sin embargo, la amenaza ya ha llegado. Las salas, excepto en el fin de semana, est¨¢n vac¨ªas. Los empresarios m¨¢s pragm¨¢ticos e imaginativos, constatando que el naufragio es inminente, comienzan a vender en el templo opi¨¢ceos exquisitos o masivos como ¨®pera, f¨²tbol y videojuegos.
Y maldiciendo continuamente la incomodidad y vetustez de la mayor¨ªa de los cines, la imagen desenfocada, el sonido inaudible o excesivo, las copias en estado lamentable, las restricciones con la calefacci¨®n y la refrigeraci¨®n glacial, la masticaci¨®n palomitera que puede provocar un ataque de nervios, las hostias que te amenazan en la oscuridad por la mezquina ausencia de acomodadores, la certidumbre de que los fenicios no han cuidado a su clientela, que la gallina de los huevos de oro se extingui¨® por la codicia de los due?os de la granja, a pesar de tantas miserias constatables, yo siento una angustia apocal¨ªptica ante la extinci¨®n de la forma irreemplazable de ver el cine. En soledad o en compa?¨ªa, en la primera sesi¨®n o en la madrugada. Esa droga dura no admite adulteraciones.
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