El sue?o de Hillary Clinton se desvanece
La candidata se resiste a renunciar al sue?o de toda una vida pese al da?o que causa a su partido
Poca gente ha invertido antes tanto en la conquista de una ambici¨®n. No son s¨®lo los 150 millones de d¨®lares derrochados en la promoci¨®n de una candidatura finalmente al borde de la derrota. Son los a?os de sacrificio profesional, de renuncias personales, de maniobras dolorosas a la espera de esta oportunidad hist¨®rica. Son todas las ilusiones frustradas de millones de mujeres que contaban con que una de ellas llegar¨ªa esta vez hasta lo m¨¢s alto. Es el objetivo de toda una vida que se escapa entre los dedos como un pez. As¨ª de dram¨¢tico es este momento para Hillary Clinton, antes Hillary Rodham Clinton y antes aun s¨®lo Hillary Rodham o Hillary a secas.
De aquella primera, de la joven fe¨²cha y rebelde estudiante de derecho en Illinois, queda una voracidad y un esp¨ªritu de lucha que han sido siempre sus mejores armas. De la segunda, de la feminista que peleaba por su apellido y se negaba a ser la t¨ªpica primera dama condenada a cocinar pasteles, de aquel personaje que se gan¨® la admiraci¨®n de muchas mujeres de su generaci¨®n y alcanz¨® enorme cotizaci¨®n internacional, sobrevive poco, apenas un recuerdo. La ¨²ltima versi¨®n, la de la senadora Clinton, la rica propietaria de una mansi¨®n en Chappaqua (Nueva York) con incontenible sed de poder, es la que queda despu¨¦s de tantos a?os y la que, probablemente, va a ser relegada a la marginalidad pol¨ªtica.
Artificial, calculadora y algo maquiav¨¦lica: as¨ª ven muchos a la candidata
Una raz¨®n de su fracaso es su arrogancia de ganadora
En esta campa?a Hillary ha sido finalmente Clinton, la esposa de Clinton
Hay muchas y diversas razones que pueden explicar el m¨¢s que probable fracaso de Hillary Clinton. Una de ellas ha sido la arrogancia con la que una candidata, que se ve¨ªa ganadora indiscutible, prepar¨® una campa?a (dirigida por Mark Penn, un tipo odiado por los m¨¢s fieles a la senadora) y almacen¨® recursos para llegar ¨²nicamente al supermartes, convencida de que ah¨ª acabar¨ªa todo. Por el contrario, ah¨ª se desfond¨® y a partir de ah¨ª Obama ciment¨® su victoria.
Esa misma arrogancia, seguramente, tiene la culpa de haber infravalorado el desgaste que el apellido Clinton hab¨ªa sufrido despu¨¦s de tantos a?os en pol¨ªtica y de no haber tenido en cuenta la resistencia de muchos norteamericanos a mantener el ciclo alternativo de Bush-Clinton en la Casa Blanca. "Ser un reputado s¨ªmbolo de Washington no es lo que la gente busca en un a?o de cambio", dijo en su d¨ªa David Axelrod, el jefe de la campa?a de Obama.
Hillary Clinton quiso llegar a la Casa Blanca con las reglas tradicionales. Buscando el dinero en las poderosas fuentes tradicionales. Y eso, no s¨®lo la convirti¨® en una candidata tradicional, sino que la priv¨® de conseguir recursos financieros en medios m¨¢s originales, como Obama ha hecho con tanto ¨¦xito.
Pero quiz¨¢ por encima de todo eso, la raz¨®n ¨²ltima de la derrota de Clinton tiene que ver, m¨¢s profundamente, con la apuesta por ese apellido y con esas oscilaciones vitales que han conseguido transmitir de ella la imagen de una persona artificial, calculadora, deshonesta -m¨¢s de un 60% de los propios electores dem¨®cratas as¨ª lo dice- y algo maquiav¨¦lica.
En esta campa?a Clinton ha sido, finalmente, Clinton, la esposa de Clinton, la mujer del ex presidente de quien tan buen recuerdo guardan los norteamericanos (o los suficientes norteamericanos). Despu¨¦s de a?os de humillaciones por una bien publicitada cadena de traiciones sexuales de parte de su marido (Paula Jones, Gennifer Flowers...). Tras haber asistido en silencio al juicio universal sobre el m¨¢s famoso caso de infidelidad de la historia (Monica Lewinsky), Hillary Clinton ha recurrido a Bill Clinton, no s¨®lo como el principal agitador y cerebro de su campa?a, sino como el modelo pol¨ªtico a mostrar y, al menos en p¨²blico, como los brazos en los que buscar apoyo y cobijo emocional. Algunos pueden ver en esa actitud una muestra de generosidad por parte de Hillary con el leg¨ªtimo prop¨®sito de mantener un matrimonio o, simplemente, como el reconocimiento a los m¨¦ritos del Bill presidente. Pero mucha otra gente lo ve como el fr¨ªo c¨¢lculo de una persona capaz de soportar la m¨¢s sangrante humillaci¨®n en beneficio de su propia carrera.
Cuando esta campa?a electoral empez¨® en Iowa, a principios de enero, todos sab¨ªan que esa imagen de Hillary Clinton estaba ya muy extendida entre los medios de comunicaci¨®n y entre la clase pol¨ªtica, particularmente entre los m¨¢s cercanos compa?eros de la senadora en el Capitolio. Pero en Iowa se comprob¨® que tambi¨¦n hab¨ªa tomado cuerpo entre los votantes.
En ¨²ltima instancia, los ciudadanos votan por el candidato que m¨¢s les gusta. Y, s¨ª, Hillary Clinton est¨¢ muy bien preparada intelectualmente, puede ser mejor comandante en jefe, tiene experiencia, coraje y est¨¢ m¨¢s pr¨®xima cultural y generacionalmente a un sector del electorado que es decisivo (estas virtudes le han permitido ganar por ahora 18 primarias). Todo eso es verdad. Pero no gusta lo suficiente a la mayor¨ªa y no le gusta en absoluto a mucha gente. ?Cu¨¢nto valoraron los votantes aquellas l¨¢grimas tan humanas en v¨ªsperas de las primarias de New Hampshire!
Puede aducirse que esto del gusto es una cuesti¨®n subjetiva y que puede ser incluso inducida desde los propios medios. Ciertamente, parte de la imagen negativa de Clinton -la bruja, el cerebro de una maquinaria invencible...- fue introducida hace ya tiempo por Rush Limbaugh, Bill O'Really y otros comentaristas ultras, a algunos de los cuales ha acudido ahora Clinton en su campa?a. Pero hoy esa es una imagen que se ha extendido fuera de esos ambientes. Esta campa?a contra Obama ha obligado a Hillary Clinton a t¨¢cticas tan destructivas contra su rival que un editorial de The New York Times, el mismo peri¨®dico que antes hab¨ªa pedido el voto para ella, la acus¨® de transitar "por el mal camino". Esta misma semana otro editorial de ese diario criticaba duramente el comportamiento divisionista de Clinton por unas declaraciones en las que afirmaba que "el apoyo de Obama entre los norteamericanos blancos acostumbrados a trabajar duro sigue disminuyendo". Eso es, quiz¨¢, una realidad estad¨ªstica, si se refiere a las dificultades de Obama entre la clase obrera blanca, pero es tambi¨¦n un flaco servicio a la unidad del Partido Dem¨®crata en un momento decisivo.
Clinton acaba esta carrera electoral con el apoyo de los blancos de clase obrera y ¨¢reas rurales que siempre la despreciaron, como una inveros¨ªmil hero¨ªna del proletariado capaz de soltar exabruptos desde la barra de un bar mugriento. Acaba como una especie de ¨²ltima esperanza blanca. Acaba concediendo una entrevista a Fox, otrora estandarte de la guerra en su contra. "Ha encontrado tarde su verdadero lugar en esta campa?a", asegura el columnista conservador Charles Krauthammer. Acaba con menos de un 10% del voto negro, derrotada en todos los n¨²cleos urbanos con excepci¨®n de su distrito de Nueva York, rechazada por los intelectuales y se?alada por los j¨®venes como una barrera a sus renovadas ilusiones pol¨ªticas. Hillary Clinton acaba esta carrera totalmente desfigurada, convertida en una aut¨¦ntica sombra de lo que un d¨ªa represent¨®.
Sin embargo, todav¨ªa no se ha ido de la carrera. Todav¨ªa tiene oportunidad de dejar esta batalla de forma que, como dice The New York Times, "preserve su integridad y su influencia". "El c¨¢lculo que Clinton est¨¢ haciendo en estos momentos es mucho m¨¢s sobre la historia que sobre la pol¨ªtica", afirma la columnista Karen Tumulty. En cierta medida Hillary Clinton ya ha hecho historia. "Si una mujer llega alguna vez a la Casa Blanca ser¨¢ en parte gracias al trabajo de Hillary Clinton en la campa?a", afirma la escritora Susan Faludi. Si en este momento de su vida pudiera tener la serenidad y la humildad de dar su ambici¨®n por saciada, a los 60 a?os, podr¨ªa todav¨ªa contribuir de forma muy apreciable a que ahora sea su pa¨ªs el que siga haciendo historia. Obama la necesita.
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