Nunca habr¨¢ una soluci¨®n militar
En las paredes de mi vestuario de la Staatsoper de Berl¨ªn hay fotograf¨ªas que me recuerdan lo que veo cuando miro por la ventana de mi casa en Jerusal¨¦n. Est¨¢n un poco descoloridas y en algunas partes el papel se est¨¢ deshaciendo, pero es f¨¢cil reconocer las vistas: la Ciudad Vieja, la Mezquita de la Roca con su refulgente c¨²pula, los muros, las puertas. A veces me siento aqu¨ª antes de actuar, observo esas fotograf¨ªas y pienso en Jerusal¨¦n, en Israel, en mi patria. Parece que antes de 1989, esta habitaci¨®n era un refugio de la Stasi, la polic¨ªa de Alemania del Este; si yo fuera un sentimental, no hay duda de que el hecho me ayudar¨ªa a dejar de serlo, pero no lo soy. La situaci¨®n en Oriente Pr¨®ximo me resulta demasiado cercana, es demasiado personal como para que pueda caer en el sentimentalismo.
Soy una prueba patente de que s¨®lo con dos Estados puede haber paz
No he pasado mucho tiempo en Israel, pero jugaba al f¨²tbol en las calles de Tel Aviv
La izquierda israel¨ª estuvo 29 a?os en el poder; eso se olvida con frecuencia
No vivir¨¦ para ver el d¨ªa en que sea posible el fin del Estado jud¨ªo
Despu¨¦s de 1967, Israel volvi¨® la vista mucho m¨¢s hacia Estados Unidos
?Qu¨¦ es lo que me da esperanza? Hacer m¨²sica, porque nos hace iguales a todos
Desde 1952 poseo pasaporte israel¨ª. Desde que tengo 15 a?os viajo por el mundo en mi calidad de m¨²sico. He residido en Londres y en Par¨ªs, y durante a?os he vivido entre Chicago y Berl¨ªn. Antes de tener pasaporte israel¨ª, lo ten¨ªa argentino; y despu¨¦s adquir¨ª el espa?ol. Adem¨¢s, en 2007 me convert¨ª en el ¨²nico israel¨ª del mundo que tambi¨¦n puede ense?ar un pasaporte palestino en los puestos fronterizos israel¨ªes. Soy, por as¨ª decirlo, una prueba patente de que s¨®lo una soluci¨®n pragm¨¢tica basada en la existencia de dos Estados (o, mejor a¨²n, aunque suene absurdo, una federaci¨®n de tres Estados: Israel, Palestina y Jordania) puede llevar la paz a la regi¨®n. ?C¨®mo respondo a quienes me dicen que soy ingenuo, s¨®lo un artista? Les digo que, aunque de ni?o estrechara la mano de Ben Gurion y de Simon Peres, no soy un pol¨ªtico: lo que siempre me ha interesado es la humanidad, no la pol¨ªtica. En ese sentido, me siento capaz de analizar la situaci¨®n y, como artista, especialmente capacitado para hacerlo.
Tanto mis abuelos paternos como maternos eran jud¨ªos rusos que huyeron a Buenos Aires durante los pogromos de 1904. Por desgracia, nunca pregunt¨¦ mucho a mis padres sobre la historia de nuestra familia. En primer lugar porque, de ni?o, estaba muy centrado en m¨ª mismo y, en segundo lugar, porque entonces era normal que estuvi¨¦ramos en una situaci¨®n de cambio permanente. Sin embargo, la historia de mis abuelos paternos es muy especial. Cuando llegaron al puerto de Buenos Aires (¨¦l con 16 a?os, ella con 14), despu¨¦s de una larga y espantosa traves¨ªa, les anunciaron que s¨®lo las familias pod¨ªan desembarcar, porque el cupo de solteros ya estaba cubierto. Los dos estaban solos y mi abuelo agarr¨® a mi abuela y le dijo: "?Cas¨¦monos!". Y as¨ª lo hicieron. Una vez en tierra, cada uno se fue por su lado. Despu¨¦s de dos o tres a?os se reencontraron por casualidad, se enamoraron y pasaron el resto de su vida juntos.
Esta abuela era una ferviente sionista. Ya en 1929 se fue a Palestina durante seis meses con sus tres hijas -entre ellas mi madre, entonces de 17 a?os- para comprobar si se pod¨ªa vivir all¨ª. Por su parte, la familia de mi padre estaba totalmente asimilada: para ellos, la Tierra Santa no ten¨ªa importancia, por lo menos hasta que descubrieron mi talento musical. De repente, para mis padres cobr¨® importancia que yo, en mi calidad de futuro artista, deb¨ªa crecer dentro de una mayor¨ªa y no de una minor¨ªa ubicada en alg¨²n punto de la di¨¢spora jud¨ªa. Se podr¨ªa decir que la convicci¨®n de que la normalidad ser¨ªa un elemento fundamental para mi desarrollo intelectual aviv¨® a¨²n m¨¢s el sionismo de mi abuela, de manera que la familia Barenboim decidi¨® emigrar a Israel.
La primera escala de ese largo viaje fue Salzburgo, donde particip¨¦ en el concierto de clausura de la clase magistral que impart¨ªa en verano el director ?gor Markevitch. Tardamos 52 horas en realizar todo el periplo, con paradas en Montevideo, R¨ªo de Janeiro, S?o Paulo, Recife, isla del Sol y Madrid. Posteriormente, en Roma, tomamos un tren con direcci¨®n a Salzburgo. A los nueve a?os, yo s¨®lo hablaba espa?ol y un poco de yiddish, que hab¨ªa aprendido de mi abuela. Eso no era un gran problema, ya que no pretend¨ªamos quedarnos en Austria y, en general, yo estar¨ªa en compa?¨ªa de otros m¨²sicos. Aunque en Buenos Aires no hab¨ªa sido consciente de que ser jud¨ªo pudiera ser un problema, en Salzburgo s¨ª empec¨¦ a percibirlo. Un d¨ªa, unos amigos hebreos me llevaron a una imponente cascada de Badgastein y me dijeron que, durante la ¨¦poca nazi, hab¨ªan arrojado all¨ª a jud¨ªos. As¨ª atisb¨¦ por primera vez cu¨¢l hab¨ªa sido la suerte del pueblo jud¨ªo. Los relatos del Holocausto que relataban mis padres tambi¨¦n me hab¨ªan perturbado profundamente, aunque en esa ¨¦poca no pudiera comprenderlos del todo.
En diciembre de 1952 llegamos a Israel. Era invierno, el a?o escolar ya hab¨ªa empezado, y yo ten¨ªa que aprender otro alfabeto y otro idioma. No fue nada f¨¢cil, pero, como era un chico poco complicado y extrovertido, no tard¨¦ en adaptarme, comenzando as¨ª una nueva vida, maravillosa y muy intensa. Todo estaba a punto de cambiar y de avanzar. ?Imag¨ªnense que fue precisamente en las calles de Tel Aviv donde aprend¨ª a jugar al f¨²tbol! Posteriormente, entr¨¦ a formar parte de un movimiento juvenil y todav¨ªa recuerdo lo mucho que menospreci¨¢bamos a los hombres con bigote y a las chicas de labios pintados. Ten¨ªamos la sensaci¨®n de que eran superficiales, que simplemente no ten¨ªan sustancia.
Como mi familia no ten¨ªa dinero, al principio nos mantuvo un t¨ªo de Brasil. En la actualidad, su hija es la embajadora brasile?a en Eslovenia (por lo menos un Barenboim lleg¨® a algo...). En cuanto al apellido, en consonancia con el nuevo esp¨ªritu de confianza en s¨ª mismos que mostraban los jud¨ªos israel¨ªes, a mi familia la instaron a traducirlo al hebreo. Ben Gurion, por ejemplo, al que yo admiraba enormemente como hombre de Estado y como visionario, proced¨ªa de la ciudad polaca de Plonsk y se llamaba en realidad David Gr¨¹n. Fue ¨¦l quien trat¨® de convencer a mis padres de que yo nunca me har¨ªa famoso con el apellido Barenboim (la versi¨®n yiddish de Birnbaum, peral). Ten¨ªa la sensaci¨®n de que Agassi (pera en hebreo) ser¨ªa mucho mejor. Siempre se podr¨ªa pensar que yo era italiano. Sin embargo, a ninguno de nosotros le hac¨ªa ninguna gracia la idea.
Si hemos de atenernos a los hechos, no he pasado periodos muy prolongados en Israel. Estuve all¨ª s¨®lo entre 1952 y 1954, y desde 1956, hasta comienzos de los sesenta. Cuando no acud¨ªa al colegio, estaba de gira dando conciertos en Z¨²rich, ?msterdam o Bournemouth. Durante el invierno de 1954 fui a Par¨ªs a estudiar durante a?o y medio contrapunto y composici¨®n con la afamada Nadia Boulanger, conocida por su car¨¢cter estricto. Ella me ense?¨® que el m¨²sico ideal debe pensar con el coraz¨®n y sentir con la cabeza. Mis padres me acompa?aban en todos mis viajes, ya que pensaban que yo necesitaba tener una vida familiar lo m¨¢s normal posible.
Las consecuencias de la guerra hab¨ªan dejado profundas cicatrices en la Europa de los a?os cincuenta. Al estar a caballo entre dos mundos, el contraste entre el Viejo Continente e Israel me parec¨ªa especialmente acusado. En esa ¨¦poca, ¨¦ste era el Estado m¨¢s social e idealista que se pudiera imaginar. Fue una suerte que el pa¨ªs y nosotros fu¨¦ramos j¨®venes al mismo tiempo. Nadie ten¨ªa la sensaci¨®n de estar trabajando para el Estado, porque no exist¨ªa tal cosa. El Estado evolucionaba literalmente ante nuestros propios ojos y alimentaba nuestro idealismo, nuestro compromiso diario, nuestro trabajo. Los jud¨ªos de Israel ya no ten¨ªan que ocupar ¨²nicamente las llamadas profesiones liberales desempe?adas en la di¨¢spora (las de artista, abogado, m¨¦dico o banquero), sino que tambi¨¦n pod¨ªan dedicarse a la agricultura, o ser polic¨ªas, soldados o, llegado el caso, hasta delincuentes. El Estado y la patria, la patria y el Estado se fundieron hasta convertirse en una sola cosa.
La izquierda israel¨ª, el Partido Laborista, estuvo en el poder hasta 1977, algo que se olvida con frecuencia. Fueron 29 a?os. ?Y por qu¨¦? Despu¨¦s de la Guerra de Independencia de 1948, los tradicionalistas no ten¨ªan nada que hacer, puesto que la contienda ya estaba ganada. Los jud¨ªos religiosos segu¨ªan esperando al Mes¨ªas. De manera que lo que quedaba eran los socialistas. Los vientos no cambiaron hasta despu¨¦s de la Guerra de los Seis D¨ªas de 1967. La idea de un Israel de base perdi¨® pie. De repente, hab¨ªa mano de obra m¨¢s barata procedente de los territorios palestinos y, no mucho despu¨¦s, aparecieron los primeros millonarios israel¨ªes. El sistema socialista perdi¨® su equilibrio; la concepci¨®n del Estado se tambale¨®.
Yo me cri¨¦ en Israel con una cultura y unos valores europeos; la directora de mi instituto de secundaria era historiadora del arte, la clase de mujer que uno encontrar¨ªa en Berl¨ªn-Dahlem. A m¨ª esto me ven¨ªa al pelo, porque en mi fase de rebeld¨ªa adolescente no quer¨ªa tener relaci¨®n alguna ni con Argentina, ni con la lengua espa?ola, ni con nada que tuviera que ver con la di¨¢spora. Para m¨ª, todo eso era historia. Lo que contaba era el presente y el futuro de Israel. A los 19 o 20 a?os me convocaron para realizar el servicio militar obligatorio en el Ej¨¦rcito argentino. Logr¨¦ posponer el alistamiento dos veces, hasta que finalmente aduje que mi ciudadan¨ªa israel¨ª deb¨ªa eximirme de ese servicio. El resultado fue que, a excepci¨®n de Israel, pod¨ªa ir a cualquier sitio con mi pasaporte argentino, y que con el israel¨ª pod¨ªa viajar a cualquier lugar, salvo a Argentina.
En 1966 conoc¨ª a la violonchelista Jacqueline du Pr¨¦ en Londres. Ambos sentimos inmediatamente una atracci¨®n mutua, tanto personal como musical, y dos o tres meses despu¨¦s decidimos casarnos. Sin influencia alguna por mi parte, a Jacqueline se le ocurri¨® convertirse al juda¨ªsmo. La idea de tener alg¨²n d¨ªa hijos influy¨® en su decisi¨®n, as¨ª como el hecho de conocer a muchos grandes m¨²sicos jud¨ªos. Su conversi¨®n no siempre fue una bendici¨®n para su carrera; se pod¨ªa leer y escuchar que hab¨ªa entrado en la "mafia musical jud¨ªa". Ben Gurion, que no ten¨ªa mucho inter¨¦s en la m¨²sica, acudi¨® a nuestra boda. Le impresionaba que una chica inglesa no jud¨ªa pudiera identificarse tanto con su pa¨ªs. El 31 de mayo, cuando la guerra parec¨ªa inevitable, volamos a Israel en uno de los ¨²ltimos aviones de pasajeros. Tocamos casi todas las noches. El ¨²ltimo concierto tuvo lugar el 5 de junio en Beersheba, una localidad situada a mitad de camino entre Tel Aviv y la frontera con Egipto. Al abandonar la sala para dirigirnos en coche a casa, comenzamos a ver los primeros tanques avanzando hacia nosotros.
Despu¨¦s de 1967, Israel volvi¨® mucho m¨¢s la vista hacia Estados Unidos, no necesariamente para su propio beneficio. Los tradicionalistas dec¨ªan: "No abandonaremos los territorios reci¨¦n ocupados". Los jud¨ªos religiosos, que no eran "territorios ocupados sino liberados, son territorios b¨ªblicos". Y de esta forma se sell¨® el fin del socialismo en Israel. Desde entonces, la pol¨ªtica internacional ha instrumentalizado el conflicto de Oriente Pr¨®ximo. Llevamos d¨¦cadas leyendo titulares sobre explosiones de violencia. Las guerras y las acciones terroristas se suceden, consolidando la situaci¨®n en la mente de la gente. Hoy en d¨ªa, en la ¨¦poca de la guerra de Irak y el conflicto con Ir¨¢n, apenas se leen noticias sobre el asunto, lo que es todav¨ªa peor. Muchos israel¨ªes sue?an con despertarse un d¨ªa para ver que los palestinos se han ido, y ¨¦stos con lo contrario. Ni uno ni otro bando pueden diferenciar ya entre el sue?o y la realidad, y, psicol¨®gicamente, ¨¦ste es el quid del problema.
Desde la d¨¦cada de 1960 no me siento c¨®modo en Israel. Por supuesto, es mi patria; mis padres vivieron all¨ª y ambos est¨¢n enterrados en Jerusal¨¦n. Siempre que ha habido guerra en Israel, he tocado en el pa¨ªs: en 1956, 1967 y 1973. La m¨²sica ha sido mi lengua, mi arma. Sin embargo, despu¨¦s del Septiembre Negro de 1970, Golda Meir dijo: "?Por qu¨¦ se habla de los palestinos? ?Nosotros somos el pueblo palestino!". En ese momento ca¨ª en la cuenta de que esa posici¨®n era moralmente inaceptable. S¨ª, los jud¨ªos ten¨ªan derecho a un Estado propio y tambi¨¦n a este Estado concreto. El Holocausto y la culpabilidad de los europeos despu¨¦s de 1945 incidieron a¨²n m¨¢s en esa reivindicaci¨®n. Sin embargo, se olvida con demasiada facilidad que exist¨ªa un sionismo moderado, que desde el principio personas como Martin Buber declararon que el derecho a tener un Estado jud¨ªo deb¨ªa hacerse aceptable para la poblaci¨®n local, para los no jud¨ªos. Por su parte, el sionismo m¨¢s combativo no profundiz¨® en esta mentalidad. Incluso hoy en d¨ªa sigue bas¨¢ndose en una mentira, es decir, que la tierra ocupada por los jud¨ªos estaba vac¨ªa.
En la actualidad, muchos israel¨ªes no tienen ni idea de lo que sienten los palestinos, de c¨®mo es la vida en una ciudad como Nablus, una prisi¨®n con 180.000 reclusos en la que no hay ni restaurantes, ni caf¨¦s ni cines. ?Qu¨¦ ha ocurrido con la famosa inteligencia jud¨ªa? Ni siquiera estoy hablando de justicia o de amor. ?Por qu¨¦ se contin¨²a alimentando el odio en la franja de Gaza? Nunca podr¨¢ haber una soluci¨®n militar, porque dos pueblos luchan por una sola tierra. Por fuerte que sea Israel, siempre sufrir¨¢ inseguridad y miedo. El conflicto se devora a s¨ª mismo y al alma jud¨ªa, y siempre se le ha permitido que lo haga. Quisimos hacernos con tierras que nunca pertenecieron a los jud¨ªos y construir en ellas asentamientos. En ese hecho, los palestinos ven, y con raz¨®n, una provocaci¨®n imperialista. Su resistencia, su no, es absolutamente comprensible, pero no los medios que utilizan para llevarla a cabo, ni tampoco la violencia o la inhumanidad indiscriminada.
Los israel¨ªes debemos finalmente encontrar el valor para no reaccionar ante esa violencia, el valor de ser fieles a nuestra historia. Los palestinos no pod¨ªan esperar que despu¨¦s del Holocausto nos ocup¨¢ramos de alguien que no fu¨¦ramos nosotros mismos: ten¨ªamos que sobrevivir. Ahora que lo hemos hecho, unos y otros debemos mirar colectivamente hacia delante. A¨²n no ha nacido el primer ministro israel¨ª capaz de esa empresa. Fundamentalmente, hoy en d¨ªa no hemos avanzado nada respecto a 1947, cuando las Naciones Unidas votaron la partici¨®n de Palestina. Peor a¨²n: en 1947 todav¨ªa era posible imaginarse un Estado binacional, pero, 60 a?os despu¨¦s, parece algo inconcebible. Hoy en d¨ªa, los israel¨ªes, al referirse a una soluci¨®n basada en la existencia de dos Estados, hablan de separaci¨®n, de divorcio: ?qu¨¦ cinismo! Normalmente, los divorcios afectan a personas que en su d¨ªa se quisieron...
Esta situaci¨®n me hace sufrir, y todo lo que hago tiene algo que ver con ese sufrimiento, ya sea dirigir obras de Wagner en Israel (?y desde luego no fui el primero en hacerlo!), citar la Constituci¨®n israel¨ª en la Knesset, fundar la Orquesta West-Eastern Divan junto al escritor Edward Said, organizar una escuela musical infantil en Berl¨ªn o, como ha ocurrido hace poco en Jerusal¨¦n, ofrecer un concierto para los dos pueblos. Algunas de estas actividades obtienen una atenci¨®n exagerada de los medios de comunicaci¨®n, pero yo las hago porque me enloquece comprobar hasta d¨®nde podemos llegar cada d¨ªa los jud¨ªos con nuestras injusticias, y lo mucho que ponemos en peligro la futura existencia de Israel. Por c¨ªnico que parezca, me alegro de haber nacido en 1942 y no en 1972. Tal como est¨¢n las cosas, por fortuna no vivir¨¦ para ver el d¨ªa en que sea posible la desaparici¨®n del Estado jud¨ªo, del mismo modo que no asistir¨¦ al momento en que la m¨²sica cl¨¢sica quiz¨¢ ya no tenga ninguna presencia ni en nuestra mentalidad ni en nuestros sentimientos.
Hace a?os que no vivo en Israel y soy muy consciente de que mi perspectiva es la de un forastero. A veces, la gente me pregunta "?qu¨¦ es un jud¨ªo?". La respuesta es la siguiente: un jud¨ªo que tiene experiencias antisemitas en el Berl¨ªn de 2008 es diferente al que las ten¨ªa en 1940. El de 1940 se sent¨ªa amenazado; el de la actualidad puede pensar en su propia tierra, en Israel. Hoy en d¨ªa puedo decirle al antisemita que "o bien aprendes a vivir conmigo o podemos seguir cada uno nuestro camino. Y punto", y esto supone una diferencia fundamental. A medio plazo, soy pesimista respecto a Oriente Pr¨®ximo, pero a largo plazo soy optimista. O encontramos una forma de vivir con el otro o nos matamos. ?Qu¨¦ es lo que me da esperanza? Hacer m¨²sica. Porque, ante una sinfon¨ªa de Beethoven, el Don Giovanni de Mozart o Trist¨¢n e Isolda de Wagner, todos los seres humanos son iguales.
Daniel Barenboim es pianista y director de orquesta. Nacido en Argentina, tiene tambi¨¦n pasaportes israel¨ª, espa?ol y palestino.
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