Truman Capote: la mariposa entre las flores
Tengo m¨¢s o menos la altura de una escopeta y soy igual de estrepitoso" -as¨ª se describi¨® Truman Capote y no creo que haya una definici¨®n m¨¢s certera. En todo caso se trataba de una escopeta, que s¨®lo disparaba cartuchos de sal en el trasero de las celebridades en las fiestas locas de Manhattan, donde la inteligencia fr¨ªvola y mordaz era un don muy apreciado. "Soy alcoh¨®lico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio". Ven¨ªa socialmente de muy abajo y tal vez pens¨® que llegar¨ªa a la cumbre seduciendo a los famosos con el ingenio vengador que brotaba con mucha naturalidad de su lengua venenosa, pero hubo un momento en que descubri¨® el rostro de la verdadera maldad y esta mariposa dio por terminado su baile entre las flores.
La necesidad de huir le impuls¨® a viajar a Europa; la de no renunciar al propio deslumbramiento le forzaba a volver siempre a Nueva York
Cuando la pareja de asesinos cay¨® con la soga al cuello, Capote estaba all¨ª sin saber que tambi¨¦n ¨¦l se hallaba ya en el corredor de la muerte
Naci¨® en Nueva Orleans en 1924 y la madre, reci¨¦n divorciada y ya un poco borracha, cedi¨® al ni?o al cuidado de los abuelos y despu¨¦s al de unos primos de Monroeville de Alabama, pero el marido de su segundo matrimonio, un cubano llamado Joe Capote, lo adopt¨®, le dio el apellido y se lo llev¨® con su madre a Nueva York, donde el adolescente descubri¨® muy pronto que era raro, guapo, peque?o y divertido y convirti¨® cada uno de estos adjetivos en un arma. La mariposa sobrevol¨® varios colegios, unos episcopalianos y otros militares, hasta que consigui¨® graduarse en el Franklin School, un instituto privado del West Side de Manhattan.
Durante el ¨²ltimo curso era ya ayudante del corrector de pruebas en The New Yorker. Aquel jovenzuelo d¨¦bil y adorable carg¨® la propia escopeta y comenz¨® a mandar relatos cortos a las revistas femeninas Mademoiselle y Harper's Bazaar, por donde pasaron otros, como ¨¦l, que tambi¨¦n fueron grandes. Ten¨ªa estilo. Amaba las palabras bien colocadas. Ante la evidencia de su talento la editorial Random House le tent¨® con un dinero por adelantado para que se midiera ante una novela. Ten¨ªa entonces 22 a?os. Se puso a escribirla durante unas vacaciones en la residencia veraniega de artistas, escritores y m¨²sicos de Yaddo, en el Estado de Nueva York. Todo el limo cenagoso de su infancia poblado de personajes arrumbados por la suerte emergi¨® a la superficie. En aquella residencia de verano, mientras el joven Capote hurgaba en la memoria pantanosa de un ni?o que se descubre homosexual, enamor¨® al catedr¨¢tico de literatura Newton Arvin, con el que convivi¨® una larga temporada. La novela Otras voces, otros ¨¢mbitos le llev¨® a una fama repentina. Fue su primera forma de flagelarse, un rito que ya no abandonar¨ªa nunca.
La necesidad de huir de s¨ª mismo le impuls¨® a viajar a Europa; la necesidad de no renunciar al propio deslumbramiento le forzaba a volver siempre a las fiestas de Nueva York para quemarse las alas junto a sus criaturas. En su explosi¨®n feliz de los a?os cincuenta, pese a tantos golpes, un peso interior lo manten¨ªa siempre en pie como un mu?eco tentetieso y en aquella ¨¦poca no hab¨ªa lugar de moda que no estuviera asimilado al nombre de Truman Capote. Con el que ser¨ªa su novio oficial hasta el final de sus d¨ªas, Jack Dunphy, tambi¨¦n escritor, se extasi¨® entre los geranios de Taormina, en las fiestas de Roma, de Par¨ªs, en la nieve de Saint-Moritz, en la Costa Azul, en Ischia y Capri, en Positano, en los turbios almohadones de T¨¢nger, siempre rodeado de personajes desenfadados, hasta alcanzar la otra cara del alcohol y de los barbit¨²ricos. La mariposa fue atra¨ªda tambi¨¦n por la fascinaci¨®n del cine. Escribi¨® el gui¨®n de Stazione Termini, que dirigi¨® Vittorio de Sica. Hac¨ªa reportajes, cr¨®nicas de viajes y entrevistas de alta sociedad. Sobrevolaba todas las flores sin decepcionar nunca a quienes esperaban de ¨¦l una salida malvada e ingeniosa. Con un talento achampa?ado, como si nunca hubiera dejado de desayunar con diamantes en Tiffany's, su estilo flu¨ªa con la eufon¨ªa perfecta de las palabras justas que se iban ondulando a lo largo de cada frase. Truman Capote parec¨ªa ignorar que debajo de su propia vida se hallaban las podridas entradas de la sociedad.
Un d¨ªa la maldad absoluta vino a su encuentro cuando se hallaba con un martini en la mano. En The New York Times ley¨® que en Kansas una familia de granjeros, los Cutter, hab¨ªa sido asesinada con un extra?o y met¨®dico satanismo. Capote dej¨® a un lado la copa y recort¨® con unas tijeras aquella noticia. Algo le sacudi¨® por dentro. Se acabaron las fiestas, el mundo dejaba de ser divertido. Propuso a la revista The New Yorker escribir una historia por entregas con los pormenores de aquel asesinato. Como un corresponsal en el infierno viaj¨® a Kansas con su amiga Harper Lee y usando los recursos literarios de la ficci¨®n describi¨® todos los detalles del crimen, el ambiente, los polic¨ªas, los vecinos, los testigos y cuando los asesinos, Dick Hickock y Perry Smith, fueron detenidos, su inter¨¦s por escarbarlos hasta el fondo de su alma se convirti¨® en una obsesi¨®n. Aquellas criaturas eran mucho m¨¢s excitantes que las celebridades de Nueva York y ahora estaban a disposici¨®n de su talento. Truman Capote se refugi¨® con su amigo en la Costa Brava, primero en Palam¨®s y despu¨¦s en Platja d'Aro, con intervalos en Suiza, y all¨ª la mariposa se convirti¨® en oruga para hilar de nuevo este capullo de sangre.
En ese momento ya era un drogadicto sin retorno. Hab¨ªa terminado la parodia de felicidad que se hab¨ªa empe?ado en representar con su propio l¨¢tigo. Ahora trataba de salvarse del inminente abismo mediante aquella historia. La publicaci¨®n de A sangre fr¨ªa se inici¨® por cap¨ªtulos en The New Yorker y en un punto de la trama la compasi¨®n por los asesinos y la necesidad del ¨¦xito en la novela entraron en colisi¨®n. Semejante tortura moral no pudo solventarla sino con m¨¢s alcohol y m¨¢s pastillas. Si Cristo en lugar de ser crucificado hubiera sido condenado a doce a?os y un d¨ªa el asunto hubiera carecido de inter¨¦s y no habr¨ªa existido la Iglesia. Necesitaba que los asesinos fueran llevados al pat¨ªbulo para que la novela se pudiera salvar. Durante las visitas se hab¨ªa enamorado de uno de los reos. Te amo, pero deber¨¢s morir, para que yo triunfe como escritor, pens¨® mientras le daba un beso en la boca de despedida. Con este deseo tan est¨¦tico puso de relieve la maldad que existe a veces en el fondo de la belleza.
Cuando la pareja de asesinos cay¨® en el foso con la soga al cuello Capote estaba all¨ª entre los invitados sin saber que tambi¨¦n ¨¦l se hallaba ya en el corredor de la muerte. La novela A sangre fr¨ªa fue un ¨¦xito mundial. Para celebrarlo el escritor oblig¨® a todos los famosos de Nueva York a vestirse de blanco y negro para asistir a la fiesta que dio en el hotel Plaza. All¨ª aquel ni?o desamparado de Nueva Orleans lleg¨® a la cima. Despu¨¦s quiso vengarse de s¨ª mismo y de sus propias criaturas. Trat¨® de seguir jugando para convertir en alta literatura los chismes con los que las divert¨ªa, pero ellas le dieron la espalda y la mariposa comenz¨® a sumergirse en el alcohol y a sobrevolar toda suerte de pastillas. Al final, en agosto de 1984, a los 60 a?os, en Los ?ngeles, la muerte fue la ¨²ltima de las plegarias que le hab¨ªa sido atendida.
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