Populismo y progreso
La forma dominante de populismo, y la m¨¢s letal para la democracia, predica que el progreso consiste siempre en la destrucci¨®n del espacio p¨²blico. Inmediatez, popularidad y rentabilidad son sus deidades
Adem¨¢s de inmensas dosis de sufrimiento, los totalitarismos del siglo pasado crearon en las democracias contempor¨¢neas ciertos mecanismos inmunitarios contra esos brotes populistas que, con ret¨®ricas reaccionarias o revolucionarias, traen inmediatamente a la memoria la atm¨®sfera gris¨¢cea de miseria moral engendrada por todo Estado sostenido sobre el terror. En cambio, no disponemos de una vacuna parecida contra otras formas de populismo igualmente letales para la democracia que, por no presentarse con la escenograf¨ªa consagrada del absolutismo, no solamente ocultan su car¨¢cter demag¨®gico, sino que se han hecho pr¨¢cticamente con el monopolio de la idea espont¨¢nea de progreso pol¨ªtico. As¨ª, no pasa d¨ªa sin que se nos advierta contra el indecente retraso que las instituciones p¨²blicas llevan con respecto al movimiento de cierta sustancia fulgurante, fluida, amorfa, cambiante y escurridiza como anguila conocida por el sobrenombre de "la sociedad".
?Terminar¨¢n los Gobiernos actuando seg¨²n los deseos que la gente expresa 'online'?
La satisfacci¨®n de las bajas pasiones amenaza con reemplazar a la l¨ªnea editorial de los medios
A veces son los dirigentes pol¨ªticos quienes no consiguen conectar con ella y pagan caro su error en t¨¦rminos de resultados adversos en las encuestas de intenci¨®n de voto. Otras veces son los legisladores quienes confeccionan normas que, por la rigidez inherente a lo jur¨ªdico, no logran adaptarse a las necesidades y deseos de esa el¨¢stica pero implacable ¨²ltima instancia, y no alcanzan cifras estad¨ªsticamente alentadoras de reducci¨®n de delitos, accidentes de tr¨¢fico o tiempos de espera hospitalarios, y encima tienen que arrostrar la queja de colectividades y hasta naciones que no encuentran encaje en ese atuendo normativo que deber¨ªa estar hecho a su exacta -aunque insaciable por tornadiza- medida. En otras ocasiones, los tribunales experimentan su falta de sinton¨ªa con los estados de alarma social en la lentitud de sus formalismos, que causa su derrota en la batalla contra unos criminales mucho m¨¢s r¨¢pidos y mejor amoldados al cambio, hasta el punto de que la "sociedad" misma, por boca de alguno de sus atentos vig¨ªas, llega a preguntarse si para ser juez no ser¨¢ incluso contraproducente estudiar Derecho. Y es que la escuela y la universidad tampoco se libran de esta denuncia, y con frecuencia y estupor nos enteramos de la escasa proporci¨®n de bachilleres o licenciados (sobre todo en humanidades) que son capaces de encontrar un empleo cuando "salen a la sociedad" desde sus institutos y facultades, o del rid¨ªculo n¨²mero de profesores de educaci¨®n secundaria o superior (sobre todo de letras) que han acomodado el contenido cient¨ªfico de sus materias a las nuevas necesidades psicol¨®gicas de sus alumnos (se ve que los pupilos de ¨¦pocas anteriores, debido a la penuria reinante, carec¨ªan de psiquismo) o que han incorporado a su docencia el power point, con la consiguiente decepci¨®n de sus estudiantes, que viven inmersos en la mentada "sociedad", de la cual se sabe al menos que est¨¢ hecha de descargas instant¨¢neas y de una inteligencia muy emocional. Y as¨ª sucede que esas instituciones aparecen, en los hit parades y clasificaciones internacionales por puntos, en un puesto tan ignominioso y poco competitivo como la canci¨®n espa?ola en el Festival de Eurovisi¨®n durante pasadas y aciagas ¨¦pocas hoy felizmente superadas.
Hasta los medios de comunicaci¨®n, que por su propia naturaleza de guardianes de la opini¨®n p¨²blica deber¨ªan latir con el mismo pulso que ella, reconocen de cuando en cuando que no han sabido ser lo suficientemente fieles a las verdaderas (es decir, las que se?alan las cifras de audiencia) preocupaciones de "la sociedad", que mudan d¨ªa a d¨ªa como las cotizaciones burs¨¢tiles seg¨²n los est¨ªmulos y excitaciones que reciben de dichos medios a golpe de esc¨¢ndalo, y que han sido superados en esta liza por alg¨²n rival m¨¢s amarillo. Y no faltan cronistas de las tendencias sociales, novelistas encargados de ponerle letra a la m¨²sica de la aldea global o intelectuales dedicados a pronosticar las inminentes subversiones de la deidad idolatrada que proclamen con desenvoltura el advenimiento de una democracia cibern¨¦tica inventora de una esfera p¨²blica de dimensiones planetarias que, por ser capaz de prescindir del Estado (s¨®lido pesado e inerte donde los haya), de los partidos pol¨ªticos y hasta de las personas y las cosas (demasiado inclinadas ambas a la estabilidad y la decadencia), se transforma a una envidiable velocidad instant¨¢nea al mismo ritmo que la "sociedad", dejando atr¨¢s en la carrera a todos los que la persiguen por medios anticuados tales como gobiernos, parlamentos, tribunales de justicia, organizaciones acad¨¦micas o peri¨®dicos impresos.
?Se dar¨¢n cuenta todos estos heraldos de la "sociedad" de lo que suceder¨ªa si tuviera ¨¦xito su pretensi¨®n de dar caza a esa presa tras la cual galopan? ?Se imaginan lo que ser¨ªa un poder ejecutivo conectado online a los estados de opini¨®n de sus votantes potenciales; un poder legislativo moldeado obedientemente seg¨²n las bataholas de turno y las volubles demandas de su caprichosa clientela; un aparato judicial en permanente y perfecta sinton¨ªa con los vaivenes de la alarma social inducida; una universidad que sustituyese la transmisi¨®n del saber y la investigaci¨®n cient¨ªfica por las labores propias de una empresa de trabajo temporal; unos medios de comunicaci¨®n en los cuales la informaci¨®n y la l¨ªnea editorial se suprimiesen en beneficio del carnoso cebo de las bajas pasiones o una Administraci¨®n que cambiase sus enormes y costosas estructuras pol¨ªticas (incluidas las de protecci¨®n social) por un foro web, una l¨ªnea 906 y una red de SMS como encarnaci¨®n de la nueva opini¨®n p¨²blica mundial?
En verdad, echando un r¨¢pido vistazo a la "sociedad", no es dif¨ªcil anticipar esa utop¨ªa presuntamente liberadora en las tendencias evolutivas de nuestro entorno: pol¨ªticos que gobiernan a ritmo de sondeo y encargan a auditores de reconocido prestigio el juicio sobre la gesti¨®n de los ministerios, guerras que se abandonan o se recrudecen seg¨²n var¨ªa la popularidad de los gobernantes que las lideran, sentencias dictadas de acuerdo con los term¨®metros medi¨¢ticos, leyes fabricadas ad h¨®minem...
A este negocio de la imputaci¨®n del retraso social, tanto en el caso de sus defensores m¨¢s interesados como del papanatismo irreflexivo que aplaude maravillado sus hallazgos, se le puede vaticinar un excelente porvenir, pues la "sociedad" que invoca no es una realidad f¨¢ctica como el cinabrio o el ADN, sino una nebulosa subjetiva de expectativas, aspiraciones, ilusiones, proyectos y deseos contradictorios, y ¨¦sta es la raz¨®n de su versatilidad y de su car¨¢cter vertiginosamente cambiante: se transmuta d¨®cilmente dependiendo de qui¨¦n apele a ella, y es por tanto capaz de servir de coartada ideol¨®gica a cualesquiera argumentos y de valer, como el ung¨¹ento amarillo, para defender tanto una idea como su contraria. Sin embargo, el sentido en el cual nos encamina este populismo disfrazado de progresismo es ¨²nico e inequ¨ªvoco: el empobrecimiento de la vida p¨²blica.
Cualquier cosa que hoy quepa considerar como discurso de la izquierda se deja ganar la partida por la derecha en todos los frentes cada vez que, en nombre de un imperativo de rentabilidad que autoriza a suprimir lo que no produce beneficios inmediatos y contables, acepta como un dogma inapelable que el progreso pol¨ªtico consiste siempre en la destrucci¨®n del espacio p¨²blico y su reducci¨®n a la esfera de lo privado, pues eso es precisamente lo que significa otorgar a la "sociedad" el primado sobre las instituciones, incluso al precio de la aniquilaci¨®n de ¨¦stas.
La idea de "sociedad" que subyace a estos llamamientos es equivalente a la de ese "pueblo de Dios" anterior y superior a la Constituci¨®n que sirve de justificaci¨®n a todos los totalitarismos, y es la idea con la cual tuvieron que romper precisamente los tratadistas del Estado moderno para alumbrar el concepto de poder p¨²blico, que no es la expresi¨®n de una voluntad preexistente -que no podr¨ªa ser m¨¢s que un conjunto de arbitrariedades ingobernables incapaces de fijar una direcci¨®n pol¨ªtica-, sino lo que convierte a esa "sociedad" indefinida en un cuerpo pol¨ªtico de ciudadanos. En su seno, el gobierno presupone una "desconexi¨®n" de la sociedad y de sus flujos y mecanismos espont¨¢neos, que son justamente lo que se trata de gobernar: no es la falta de conexi¨®n con la sociedad, sino el acoplamiento perfecto a ella, lo que da lugar a un poder ejecutivo que no gobierna y a un poder p¨²blico que no funciona.
Jos¨¦ Luis Pardo es profesor titular de Filosof¨ªa en la Universidad Complutense.
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