Las caras del horror
La soldado con rango de especialista Sabrina Harman, de la 372? Compa?¨ªa de la Polic¨ªa Militar -una unidad de reservistas del Ej¨¦rcito de Estados Unidos, de Cresaptown, Maryland-, lleg¨® a Abu Ghraib el 1 de octubre de 2003 y escribi¨® una carta a su esposa:
Kelly:
Son las nueve de la noche y se escuchan disparos. No est¨¢ permitido tener luces encendidas por la noche ni abandonar el edificio despu¨¦s de que oscurezca. ?Espero que no estemos aqu¨ª por mucho tiempo! Cuando llegamos estaban aterrizando dos helic¨®pteros con prisioneros.
Me dan miedo los helic¨®pteros por aquel sue?o que tuve. Creo que ya te escrib¨ª cont¨¢ndotelo. Vi un helic¨®ptero cuya cola parec¨ªa balancearse hacia delante y hacia atr¨¢s, y luego lo hizo otra vez y entonces se encendi¨® una llama enorme y explot¨®. Me di la vuelta y nos estaban atacando, yo no llevaba arma (pistola), as¨ª que todo lo que pod¨ªamos hacer era escondernos debajo de unas mesas de 'pic-nic'. Nos volvemos a la prisi¨®n? llegamos a nuestros pabellones y al bajarme del cami¨®n tengo enfrente una mesa de 'pic-nic'. Casi me da algo. Tengo un mal presentimiento con este lugar. Quiero irme de aqu¨ª lo antes posible. Todav¨ªa esperamos poder estar en casa para Navidad o poco despu¨¦s.
Te quiero. Ahora voy a dormir un poco.
Te escribir¨¦ pronto.
?Por favor, no me abandones!
Sabrina.
COMO MUCHOS J?VENES reservistas, Harman hab¨ªa ingresado en el ej¨¦rcito para costearse la universidad. Nunca se hab¨ªa imaginado llegar a presenciar la guerra, e Irak le resultaba muchas veces irreal, "como un sue?o", dec¨ªa. Pero estaba en Al Hilla, una ciudad chi¨ª pr¨®xima a las ruinas de la antigua Babilonia, a unos 100 kil¨®metros al sur de Bagdad, en donde se hallaba emplazada la 372? Compa?¨ªa de la Polic¨ªa Militar desde que sus miembros comenzaron a llegar a Irak, en mayo. Fueron enviados a trav¨¦s de Kuwait poco despu¨¦s de que George W. Bush, de pie debajo de una pancarta en la que se le¨ªa "Misi¨®n cumplida", declarara en mayo de 2003 que "las operaciones m¨¢s importantes en Irak han llegado a su fin". Y en Al Hilla, en aquel primer verano de la guerra, realmente hab¨ªan acabado. Los polic¨ªas militares se sent¨ªan a salvo en las calles; hac¨ªan amigos entre los iraqu¨ªes, jugaban con los ni?os, compraban en los mercados, compart¨ªan comidas en las terrazas. Su misi¨®n consist¨ªa en proporcionar apoyo en combate a la Primera Fuerza Expedicionaria de la Infanter¨ªa de Marina, que controlaba la ciudad, y en entrenar a los polic¨ªas locales para el servicio bajo un nuevo Gobierno nacional. Consideraban su presencia como algo temporal, y confiaban en que hacia el final del verano Estados Unidos transferir¨ªa el pa¨ªs a una autoridad elegida democr¨¢ticamente por los iraqu¨ªes y se retirar¨ªa.
HARMAN PERCIB?A LA TAREA como una misi¨®n de paz, no como un destino de combate, y no se quejaba. En su unidad ten¨ªa fama de ser alguien que odiaba ver o ejercer violencia. "Sabrina literalmente no matar¨ªa a una mosca", aseguraba el jefe de su equipo, el sargento Hydrue Joyner. "Si hay una mosca en el suelo y vas a pisarla, ella te lo impide".
Harman dec¨ªa que ella quer¨ªa ser polic¨ªa, como su padre y su hermano, y que su idea era convertirse en fot¨®grafa forense. La fotograf¨ªa siempre le hab¨ªa fascinado. Hab¨ªa reunido un ¨¢lbum con las instant¨¢neas que hab¨ªan hecho de ella: una ni?a con pa?ales y gorra de punto azul sentada junto a un tel¨¦fono amarillo, con la boca abierta de par en par y encantada de la vida; una ni?a peque?a con el flequillo perfectamente peinado y cortado, arrodillada, y con un vestidito primoroso de volantes, medias y guantes blancos, sobre una moqueta verde, y con un decorado de estudio con exuberantes cerezos en flor; una ni?a montada en un poni; una adolescente con la cabeza rapada a lo chico, vaqueros, botas y una camiseta de franela grande bajo una chaqueta de motero muy suelta. Era un ¨¢lbum normal y corriente excepto por una cosa: el modo directo de ponerse ante la c¨¢mara, mirando con franqueza a la lente como si fuera ella la que estaba sacando la fotograf¨ªa.
Le gustaba mirar. Puede que la violencia le echara para atr¨¢s, pero se sent¨ªa atra¨ªda por sus secuelas. Cuando otros prefer¨ªan apartar la mirada, ella quer¨ªa observar m¨¢s de cerca. Las heridas y los cad¨¢veres le fascinaban. "No te dejar¨ªa pisar una hormiga, pero si el insecto mor¨ªa, ella quer¨ªa saber c¨®mo hab¨ªa muerto", contaba un sargento. Hacer fotograf¨ªas le fascinaba. "Incluso cuando hieren a alguien, lo primero que se me pasa por la cabeza es hacer una foto de la herida", explicaba Harman. "Por supuesto que lo primero que har¨ªa ser¨ªa ayudar, pero mi primera reacci¨®n es hacer una foto". En julio escribe a su padre: "?El 23 de junio vi por primera vez un cad¨¢ver, le hice fotograf¨ªas! El otro d¨ªa escuch¨¦ por primera vez c¨®mo explotaba una granada. ?Muy divertido!". M¨¢s tarde hizo una visita a una morgue de Al Hilla y sac¨® varias fotos: cuerpos momificados, desintegrados y putrefactos; primeros planos extremos de sus rostros, de sus manos inertes, de la carne desgarrada y los huesos sali¨¦ndose por las heridas; un pecho perforado, un pie cercenado. Harman tambi¨¦n se hizo una foto en la morgue, inclinada sobre uno de los cad¨¢veres ennegrecidos, con sus mejillas arreboladas por el sol a escasos cent¨ªmetros de las cuencas de los ojos encostradas. Est¨¢ sonriendo, con el pu?o en alto y el pulgar hacia arriba, como sol¨ªa hacer siempre que una c¨¢mara se le pon¨ªa delante.
"Creo que lo del pulgar hacia arriba se me peg¨® de los ni?os de Al Hilla", contaba Harman. "Cuando me hacen una foto, nunca s¨¦ qu¨¦ hacer con las manos, y el gesto del pulgar es algo que probablemente hago autom¨¢ticamente, como el sonre¨ªr para la c¨¢mara cuando te est¨¢n haciendo una foto". Hay al menos 20 fotograf¨ªas de Al Hilla en las que ella aparece con esa misma pose, la misma sonrisa, el mismo pulgar hacia arriba.
GRAN PARTE DEL ?LBUM de fotos de Al Hilla parece un folleto tur¨ªstico imaginario del Irak posterior a Sadam: en una la vemos con la piel radiante, sonriendo abiertamente en medio de un enjambre de risue?os chavales iraqu¨ªes: ni?os en el regazo, tir¨¢ndose a sus brazos, rode¨¢ndola en las calles; en otra la vemos entrando en casas de la localidad con hombres bigotudos ataviados con dishdashas que le dan la bienvenida con unas tazas de t¨¦ diminutas. Harman compraba a sus amigos iraqu¨ªes ropa, comida y juguetes. A una familia le regal¨® una nevera y procuraba que estuviera bien provista. El sargento Joyner contaba que "no se pod¨ªa ir a ninguna parte sin que los ni?os iraqu¨ªes gritaran 'Sabrina, Sabrina'. Habr¨ªa hecho cualquier cosa con tal de ver a los ni?os sonre¨ªr".
Con todo, la bienvenida a Al Hilla fue precaria. Los estadounidenses no trajeron un nuevo orden como hab¨ªan prometido. La guerra no hab¨ªa terminado, Irak no ten¨ªa Gobierno, los liberadores hab¨ªan pasado a ser ocupantes, y la ocupaci¨®n se hab¨ªa llevado a cabo de forma chapucera, improvisada y poco eficiente. En el mejor de los casos resultaba decepcionante, pero se la consideraba m¨¢s bien una afrenta. As¨ª pues, en aquel calor febril, con un mes tras otro de temperaturas entre 40 y 50 grados, la alienaci¨®n acab¨® apoder¨¢ndose de todos. La frustraci¨®n dio paso a la hostilidad; la hostilidad, a la violencia, y hacia finales de verano, la violencia contra los estadounidenses era cada vez m¨¢s organizada. Resultaba desmoralizador. Cualquier iraqu¨ª pod¨ªa ser el enemigo. ?Qu¨¦ sentido ten¨ªa estar ah¨ª si no les quer¨ªan? Ning¨²n miembro de la 372? compa?¨ªa fue asesinado en Al Hilla, pero en las rondas de las patrullas se produc¨ªan tiroteos, de noche se o¨ªan explosiones, y Sabrina tuvo esa pesadilla. Al menos las mesas de pic-nic le parec¨ªan una extravagancia, el caprichoso mobiliario de los paisajes on¨ªricos, hasta que lleg¨® a Abu Ghraib. Y all¨ª estaban.
Cuando la 372? Compa?¨ªa de la Polic¨ªa Militar lleg¨® a Abu Ghraib, contaban que era la base estadounidense m¨¢s atacada en Irak. La prisi¨®n era un blanco f¨¢cil para los insurgentes: inmensa, inm¨®vil y mal defendida, un puesto avanzado de la ocupaci¨®n militar en su aspecto m¨¢s despreciable; en ella hab¨ªa iraqu¨ªes cautivos. Al principio, los ataques se produc¨ªan al caer la noche, m¨¢s o menos en el momento en que la llamada a la oraci¨®n de los almuecines se difund¨ªa a trav¨¦s de los altavoces desde la cima de los minaretes cercanos. "Cuando la mezquita tocaba, era hora de los morteros", recuerda Sabrina Harman. "En Al Hillah era relajante y tranquilizador, y cuando llegabas a Abu era completamente distinto. Cuando estaban rezando, sab¨ªas que iban a atacar".
CON EL TIEMPO, LOS ATAQUES dejaron de seguir un horario tan estricto. Los morteros empezaron a caer durante el d¨ªa. Los soldados ten¨ªan que seguir una rutina cuando se produc¨ªa un ataque: coger el equipo de protecci¨®n corporal, correr, api?arse bajo un refugio y esperar. Al cabo de un tiempo, casi nadie se molestaba en hacerlo. La mayor¨ªa de las veces, los morteros ca¨ªan en suelo vac¨ªo: nadie sal¨ªa herido, no hab¨ªa da?os.
Los polic¨ªas militares de la 372? daban por hecho que se les enviaba a Abu Ghraib porque era peligroso. Eran polic¨ªas militares expertos en combate entrenados para apoyar las operaciones de las fuerzas de primera l¨ªnea, para llevar a cabo reconocimientos de rutas, escoltar convoyes, patrullar, hacer redadas. Iban muy armados y se desplazaban con una flota de veh¨ªculos pesados. "Pens¨¢bamos que ¨ªbamos a darle una patada a alg¨²n que otro trasero por la prisi¨®n y a echarles una mano", recordaba el sargento Davis. "Pero no fue eso lo que ocurri¨®. Una vez que llegamos all¨ª, dijeron a nuestros hombres que no, que ¨ªbamos a ser carceleros".
LA NUEVA MISI?N -dirigir uno de los superpoblados campamentos de carpas y el complejo cubierto de la prisi¨®n- dejaba perpleja a la compa?¨ªa. Las unidades de combate no dirigen prisiones. Esa ¨¢rea pertenece a otro grupo de polic¨ªas militares conocido como cuadro de internamiento y reasentamiento, que se entrenan siguiendo la exhaustiva doctrina del Ej¨¦rcito sobre el trato de todo tipo de prisioneros de guerra y personas desplazadas. Los polic¨ªas militares de la 372? compa?¨ªa no ten¨ªan esa experiencia especializada. Un par de ellos hab¨ªan trabajado en correccionales en su pa¨ªs, pero esa experiencia no les ense?aba nada sobre la Convenci¨®n de Ginebra y el resto no ten¨ªa ni la m¨¢s remota idea de lo que era el trabajo en una prisi¨®n.
Aunque no lo sab¨ªan en aquel entonces, la falta de experiencia y de entrenamiento a la hora de tratar a los prisioneros en tiempos de guerra hac¨ªa que los soldados de la 372? fuesen especialmente aptos para Abu Ghraib, donde casi nada se dirig¨ªa de acuerdo con la doctrina militar. Desde mayo de 2003, la guerra de EE UU en Irak se hab¨ªa llevado como un cap¨ªtulo de la guerra contra el terrorismo, y las antiguas normas militares sobre la direcci¨®n de las prisiones en tiempos de guerra se hab¨ªan dejado b¨¢sicamente a un lado. Hacia la mitad del verano, la inmensa mayor¨ªa de los prisioneros de guerra que hab¨ªan sido capturados durante la invasi¨®n hab¨ªan sido puestos en libertad. A los que permanec¨ªan en cautiverio -y a los nuevos prisioneros atrapados por los militares- se les designaba como "presos de seguridad", una etiqueta que se hab¨ªa puesto de moda en la guerra contra el terrorismo para describir a los "combatientes ilegales" y a otros prisioneros a quienes se les hab¨ªa negado la condici¨®n de prisioneros de guerra y que pod¨ªan ser retenidos de forma indefinida, en aislamiento y en secreto sin posibilidad de recurrir a juicio. Los presos de seguridad eran colocados bajo la autoridad de los oficiales militares de inteligencia, que ordenaban a los polic¨ªas militares c¨®mo deb¨ªan tratarlos.
M¨¢s adelante, cuando se dieron a conocer las fotograf¨ªas de los cr¨ªmenes cometidos contra los prisioneros iraqu¨ªes en Abu Ghraib, la culpa se achac¨® principalmente a los oficiales de la polic¨ªa militar a quienes se les hab¨ªa asignado vigilar las celdas de inteligencia militar de la zona edificada. Los reservistas de baja graduaci¨®n que sacaron fotos y sal¨ªan en las infames fotograf¨ªas fueron blanco de oprobio y castigo; en los informes del Gobierno, en la prensa y en los consejos de guerra se les retrataba como unos delincuentes depravados. Pero los malos tratos a los prisioneros en Abu Ghraib era la pol¨ªtica de facto de EE UU. La autorizaci¨®n de la tortura y la despenalizaci¨®n del tratamiento cruel, inhumano y degradante de los prisioneros en tiempos de guerra ha sido uno de los legados caracter¨ªsticos del Gobierno actual; y las normas para los interrogatorios que dieron lugar a los abusos documentados en el bloque de la inteligencia militar en el oto?o de 2003 eran la expresi¨®n directa de la hostilidad hacia el derecho internacional y la doctrina militar que reinaba en la Casa Blanca, en la oficina del vicepresidente y en las altas esferas de los departamentos de Justicia y Defensa.
LAS NORMAS EN ABU GHRAIB, promulgadas por el teniente general Ricardo S¨¢nchez, el comandante de las fuerzas terrestres en Irak, constitu¨ªan una ampliaci¨®n de las normas para los interrogatorios seguidas en la bah¨ªa de Guant¨¢namo, que hab¨ªan sido emitidas por el secretario de Defensa Donald Rumsfeld y concebidas para conceder m¨¢s licencias que restricciones a los interrogadores que pretend¨ªan quebrar la voluntad de los prisioneros. Los polic¨ªas militares en Abu Ghraib fueron reclutados como ejecutores de pr¨¢cticas como la privaci¨®n del sue?o, la humillaci¨®n sexual, la desorientaci¨®n sensorial y la imposici¨®n de dolor f¨ªsico y psicol¨®gico. Nunca recibieron un conjunto de instrucciones normales sobre lo que se exig¨ªa de ellos o sobre lo que estaba permitido, sino que se les ordenaba reiteradamente que siguieran los consejos de los oficiales de la Inteligencia Militar. Un procedimiento habitual ortodoxo no deja nada para la imaginaci¨®n, y cuando Megan Ambuhl se afianz¨® en su trabajo se le ocurri¨® pensar que la ausencia de un c¨®digo a seguir era en realidad el c¨®digo en Abu Ghraib. "No pod¨ªan decir que hab¨ªamos roto las normas porque no hab¨ªa normas", explicaba. Y cuando sacaron las fotos de los prisioneros en el bloque de la Inteligencia Militar, los polic¨ªas militares demostraron dos cosas: que ellos nunca llegaron a aceptar del todo que lo que estaba pasando era normal y que daban por hecho que no ten¨ªan nada que ocultar.
A MODO DE ORIENTACI?N, a los soldados de la 372? compa?¨ªa que se les hab¨ªa asignado vigilar la parte edificada del recinto se les daba una vuelta por el lugar. Ve¨ªan las celdas corrientes en los bloques destinados a los criminales iraqu¨ªes y el altamente restringido bloque de la Inteligencia Militar, donde se reten¨ªa en celdas individuales a los presos de seguridad de m¨¢s "alto valor" mientras aguardaban el interrogatorio y durante el mismo.
Una delegaci¨®n del Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja visit¨® el bloque de la Inteligencia Militar en la parte edificada entre el 9 y el 12 de octubre de 2003. La Convenci¨®n de Ginebra estipula que a los delegados del Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja (CICR) se les d¨¦ acceso ilimitado a las prisiones militares para supervisar las condiciones y entrevistar a los prisioneros en privado. Sin embargo, informaron que en Abu Ghraib su misi¨®n "tropez¨® con muchos obst¨¢culos, aparentemente a instancias de la Inteligencia Militar", y que lo que les permitieron ver y o¨ªr no les gust¨®: hombres desnudos en celdas vac¨ªas y sin luz, a los que se hac¨ªa desfilar en cueros por los pasillos, amenazados verbal y f¨ªsicamente, y cosas por el estilo. La Cruz Roja no se tranquiliz¨® cuando los oficiales de la Inteligencia Militar explicaron que estos abusos formaban parte del proceso de interrogatorio, y los delegados se sintieron indignados cuando les dijeron que no se les permitir¨ªa ver a algunos prisioneros. Interrumpieron su visita y volvieron dos semanas despu¨¦s para completar su inspecci¨®n. Bas¨¢ndose en sus dos visitas, la Cruz Roja Internacional inform¨® que la operaci¨®n de la Inteligencia Militar en Abu Ghraib estaba plagada de flagrantes y sistem¨¢ticas violaciones de la Convenci¨®n de Ginebra, abusos f¨ªsicos que dejaban a los prisioneros sacudidos por traumas psicol¨®gicos: "Forma de hablar incoherente, reacciones de ansiedad aguda? pensamientos suicidas".
De vez en cuando, los interrogadores dec¨ªan a los polic¨ªas militares que recompensasen a un prisionero -que le dieran una comida mejor o un paquete de cigarrillos- como incentivo para que se mostrara cooperativo durante el interrogatorio. Pero lo que los interrogadores quer¨ªan sobre todo cuando se les ped¨ªa un "tratamiento especial" era un castigo; quitarle el colch¨®n, mantenerle despierto, despojarle de la ropa o someterle a un r¨¦gimen de "entrenamiento f¨ªsico" que pod¨ªa ir desde obligarle a saltar en cuclillas o a arrastrarse a gatas desnudo por el hormig¨®n hasta soportar bofetadas y golpes con la cabeza tapada por una capucha y obligarle a permanecer de pie toda la noche sobre una caja de cart¨®n.
Sabrina Harman hac¨ªa de relevo en el turno de noche de la zona edificada, y acud¨ªa donde se necesitaba ayuda. "Recuerdo el primer d¨ªa que trabaj¨¦ en el nivel 1A y 1B", contaba. "Lo primero que me llam¨® la atenci¨®n fue un t¨ªo: llevaba los calzoncillos en la cabeza y estaba esposado de espaldas a una ventana, y b¨¢sicamente estaban haci¨¦ndole preguntas. Y luego hab¨ªa otro tipo que estaba vestido del todo en otra celda, y tambi¨¦n le estaban interrogando, o supongo que ya le hab¨ªan interrogado. ?sa fue la primera vez que empec¨¦ a sacar fotos".
EL PRISIONERO CON LA ROPA interior en la cabeza era al que la polic¨ªa militar llamaba Taxista. Estaba desnudo, y la postura en la que estaba -las manos atadas a la espalda y por encima de los hombros, oblig¨¢ndole a doblarse hacia delante con la cabeza gacha y el peso suspendido de las mu?ecas- se denomina "horca palestina", porque supuestamente era la postura que se empleaba en las prisiones israel¨ªes. M¨¢s tarde, esa misma noche, el Taxista fue trasladado a una cama y Harman le hizo otra foto all¨ª. Despu¨¦s vio a otro prisionero que estaba tumbado en la cama completamente vestido, y tambi¨¦n le fotografi¨®.
Que Harman supiera en aquel momento, nadie m¨¢s hab¨ªa hecho fotos en el nivel 1A, aunque m¨¢s tarde vio una sacada unos d¨ªas antes que mostraba a un hombre desnudo en el pasillo, esposado a los barrotes de la puerta de una celda. No le sorprendi¨®. Para cuando Harman terminaba su primera noche, tres polic¨ªas militares hab¨ªan sacado al menos 25 fotos, y en los meses siguientes los polic¨ªas militares del turno de noche sacaron cientos de fotograf¨ªas m¨¢s en el bloque de la Inteligencia Militar.
Durante su segundo turno de noche en el lugar, Harman escribi¨®:
20 de octubre de 2003, 22.40
Kelly:
Vale, ya no me gusta. Al principio resultaba divertido, pero esta gente est¨¢ yendo demasiado lejos. Anoche termin¨¦ tu carta porque era la hora de despertar a los prisioneros de la Inteligencia Militar y "meterse con ellos", pero se pasaron, y ni siquiera yo puedo aguantar lo que est¨¢ sucediendo. No puedo quit¨¢rmelo de la cabeza. Bajo las escaleras despu¨¦s de tocar el silbato y golpear las celdas con la porra, cuando descubro al Taxista esposado de espaldas a su ventana desnudo y con los calzoncillos tap¨¢ndole la cabeza y la cara. Parec¨ªa Jesucristo. Al principio me hizo gracia, as¨ª que segu¨ª y cog¨ª la c¨¢mara y le saqu¨¦ una foto.
Uno de los chicos me cogi¨® la porra y empez¨® a "darle" con ella en la polla. Otra vez pens¨¦, bueno, es divertido, pero entonces se me ocurri¨® que es una forma de abuso. No se puede hacer eso. Saqu¨¦ algunas fotos m¨¢s para "dejar constancia" de lo que est¨¢ sucediendo. Empezaron a hablar a este hombre y al principio lo ¨²nico que dec¨ªa era: "No soy m¨¢s que un taxista, no he hecho nada". Afirma que nunca quiso hacer da?o a los soldados de EE UU, que cogi¨® a la gente equivocada. Despu¨¦s dej¨® de hablar. Apagaron las luces y cerraron la puerta de golpe y le dejaron all¨ª mientras iban a la celda n¨²mero 4. Este hombre hab¨ªa estado tan jodido que cuando le agarraron el pie a trav¨¦s de los barrotes de la celda empez¨® a gritar y a llorar. Tras rezar a Al¨¢, gime un ?ay! constante y breve cada dos por tres durante el resto de la noche. No s¨¦ qu¨¦ le han hecho a este t¨ªo. El primero se qued¨® esposado, puede que durante una hora y media o dos horas hasta que empez¨® a llamar a Al¨¢ a gritos. As¨ª que volvieron a entrar y le esposaron a la litera de arriba por ambos lados de la cama mientras ¨¦l estaba de pie a un lado. Estuvo as¨ª un poco m¨¢s de una hora, cuando empez¨® otra vez a llamar a Al¨¢ a gritos. No hay mucha gente que sepa que esto est¨¢ sucediendo. La ¨²nica raz¨®n por la que quiero estar aqu¨ª es para hacer fotos y demostrar que EE UU no es lo que ellos piensan. Pero no s¨¦ si podr¨¦ aguantarlo mentalmente. Qu¨¦ pasar¨ªa si estuviera yo en su lugar. Esta gente ser¨¢n nuestros futuros terroristas. Kelly, es horrible y sabes lo jodida que estoy de la cabeza. Ambas partes de m¨ª creen que est¨¢ mal. Pens¨¦ que pod¨ªa soportar cualquier cosa. Me equivocaba.
Sabrina.
HARMAN CUENTA que se imaginaba a s¨ª misma elaborando un testimonio para "demostrar que EE UU no es lo que creen", como le escribi¨® a Kelly. La idea era abstracta, y s¨®lo ten¨ªa una vaga noci¨®n de c¨®mo hacerlo o de cu¨¢les ser¨ªan las consecuencias. Explica que su intenci¨®n era entregar las fotograf¨ªas a la prensa despu¨¦s de volver a casa y abandonar el ej¨¦rcito. Pero que no pretend¨ªa ser una chivata en funciones; m¨¢s bien deseaba librarse del peso de la complicidad en una conducta que consideraba inapropiada, sin atribuir culpas o crear problemas a nadie en particular.
"Intentaba sacar a la luz lo que se estaba permitiendo hacer, lo que el ej¨¦rcito estaba permitiendo que le sucediese a otra gente", explica Harman. En otras palabras, quer¨ªa sacar a la luz una pol¨ªtica, y al asumir el papel de documentalista hab¨ªa encontrado la manera de sobrellevar el tiempo que pas¨® en Abu Ghraib sin tener que considerarse un instrumento de esa pol¨ªtica. Como mujer, no se esperaba de ella que forcejease con los prisioneros para ponerles en posturas tensas o someterles de alguna otra manera, sino m¨¢s bien amplificar su sensaci¨®n de impotencia con su sola presencia. Estaba all¨ª como instrumento de humillaci¨®n.
Una noche de la primera semana de noviembre de 2003, un agente de la Divisi¨®n de Investigaci¨®n Criminal del Ej¨¦rcito -un organismo que a veces era descrita como el FBI del Ej¨¦rcito- vino al bloque de la Inteligencia Militar para interrogar a un nuevo prisionero, un iraqu¨ª sospechoso de estar implicado en las muertes de soldados estadounidenses. La historia, tal y como la entend¨ªan los polic¨ªas militares, era que el prisionero segu¨ªa dando un nombre falso e insistiendo en que ¨¦l no era la persona que el agente dec¨ªa que era. Le hab¨ªan puesto el apodo de Gilligan y le sometieron al tratamiento de rigor: los gritos, la falta de sue?o. Graner, que se ocup¨® de hostigar a Gilligan, le dio una caja de cart¨®n y se le orden¨® que la llevara consigo o que se pusiera de pie sobre ella durante largos periodos de tiempo. Gilligan llevaba una capucha sobre la cabeza y lo normal es que tambi¨¦n hubiese estado desnudo, pero, debido al fr¨ªo, Graner hizo un agujero en la manta de un prisionero y le envolvi¨® con ella como si fuera un poncho. El sargento de personal Chip Frederick dijo m¨¢s tarde a los investigadores del ej¨¦rcito que cuando le pregunt¨® al oficial de la Divisi¨®n de Investigaci¨®n Criminal -a quien identific¨® como agente Romero- sobre Gilligan, ¨¦ste le contest¨®: "Me importa un carajo lo que les hagas, pero no te los cargues".
Frederick dec¨ªa que se tom¨® las palabras de Romero "como una orden, pero no como una orden concreta", y explicaba: "Para m¨ª, el agente Romero era como una encarnaci¨®n de la autoridad, y cuando dec¨ªa que quer¨ªa poner al detenido en tensi¨®n, yo quer¨ªa asegurarme de que as¨ª fuera". Frederick se encontr¨® a Gilligan donde Graner lo hab¨ªa dejado, subido a su caja en las duchas del nivel 1. Se dio cuenta de que detr¨¢s de Gilligan hab¨ªa unos cables el¨¦ctricos sueltos colgando del techo. "Los cog¨ª y los puse en contacto para asegurarme de que no llevaban corriente", cuenta. "Cuando lo hice y vi que no pasaba nada, hice una lazada con el cable, se la puse en su dedo ¨ªndice, creo, y lo dej¨¦ all¨ª". Frederick recuerda que a rengl¨®n seguido alguien at¨® un cable a la otra mano de Gilligan, y Harman dijo: "Le dije que no se cayera, que si lo hac¨ªa se electrocutar¨ªa".
HARMAN HAB?A ESTADO OCUPADA durante gran parte de la noche manteniendo despierto al prisionero al que llamaban Claw (el garra) y atendiendo a otro que llamaban Shitboy (chico de mierda), un pirado del nivel 1B que ten¨ªa por costumbre untarse con sus heces y lanzarlas a los guardas que pasaban. Se uni¨® al resto en las duchas y aunque Gilligan entend¨ªa ingl¨¦s, no estaba segura de si se hab¨ªa cre¨ªdo su amenaza. Adem¨¢s, toda la pantomima de la electrocuci¨®n no hab¨ªa durado m¨¢s de 10 o 15 minutos, el tiempo suficiente para una sesi¨®n de fotos. "Yo sab¨ªa que no iba a electrocutarse", contaba ella, "as¨ª que realmente no me importaba, me refiero a que no eran m¨¢s que palabras. Realmente no hab¨ªa acci¨®n alguna. Habr¨ªa sido m¨¢s mezquino si hubiese habido electricidad en esos cables y pudiera electrocutarse de verdad. Nunca se le hizo ning¨²n da?o f¨ªsico".
Una vez que ataron los cables a Gilligan, Frederick se apart¨® y le dijo a Gilligan que mantuviera alzados los brazos a los lados, como si fueran alas, e hizo una foto. Despu¨¦s tom¨® otra foto id¨¦ntica a la anterior: el hombre con la capucha, con la manta a modo de poncho, descalzo sobre su caja, con los brazos extendidos y los cables colgando de sus dedos. Clic, clic, dos segundos, y tres minutos m¨¢s tarde, Harman sac¨® una foto similar, pero un poco m¨¢s alejada, por lo que Frederick aparece en primer plano al borde del marco, estudiando en la pantalla de su c¨¢?mara la fotograf¨ªa que acababa de tomar.
AQUELLA TARDE, cuando el polic¨ªa militar del turno de noche se presentaba para el servicio, el comandante de su pelot¨®n les hab¨ªa convocado a una reuni¨®n. "Dijo que uno de los prisioneros hab¨ªa muerto en la ducha, y que hab¨ªa muerto de un ataque al coraz¨®n", cuenta Harman. Hab¨ªan dejado el cuerpo en la ducha en el nivel 1B envuelto en hielo y, poco despu¨¦s de la sesi¨®n con Gilligan, alguien se fij¨® en que el agua se sal¨ªa por debajo de la puerta de la ducha.
Cuando Harman entr¨® en la ducha, sac¨® una foto de un saco de goma de color negro de los que se utilizan para los cad¨¢veres y que estaba junto a la pared del otro lado. A continuaci¨®n, ella y Graner, con las manos enfundadas en unos guantes de cirujano de l¨¢tex de color turquesa, abrieron la cremallera. "S¨®lo le echamos un vistazo y sacamos fotos de ¨¦l; nos dimos cuenta enseguida de que era imposible que hubiera muerto de un ataque al coraz¨®n por todos los cortes y la sangre que le brotaba de la nariz", explica, y remacha: "No piensas que tu comandante vaya a mentirte. Desde luego, eso me hizo perder la confianza. Bueno, pues a partir de ahora ya no puedes confiar en tu comandante".
Unas bolsas transl¨²cidas de pl¨¢stico llenas de hielo cubr¨ªan al prisionero muerto desde el cuello hasta los pies, pero su cara golpeada y vendada estaba al descubierto, boquiabierto, como a punto de hablar. Harman le sac¨® fotos desde distintos ¨¢ngulos, mientras Charles Graner pasaba la fregona por el suelo. Cuando termin¨®, sac¨® una foto de Harman ante el cad¨¢ver, inclin¨¢ndose para salir dentro del marco con su sonrisa y con los pulgares hacia arriba. Despu¨¦s de unos siete minutos en la ducha, subi¨® la cremallera de la bolsa para cerrarla y se fueron.
"SUPONGO QUE NO EST?BAMOS pensando 'Oye, este t¨ªo tiene familia', ni 'A este t¨ªo lo acaban de asesinar", cuenta Harman. "Era m¨¢s bien: 'Mira, est¨¢ muerto. Estar¨ªa guay hacerse una foto al lado de un muerto'. S¨¦ que tiene muy mala pinta. Quiero decir que incluso cuando las veo, pienso: 'Dios, eso tiene muy mala pinta'. Pero cuando nos encontr¨¢bamos en medio de esa situaci¨®n, no ten¨ªa tan mala pinta como cuando sali¨® en los medios, supongo que porque la gente tiene fotos de todo tipo de cosas. Por ejemplo, si un soldado ve a alguien muerto, lo normal es que le haga fotos".
Harman podr¨ªa haber estado m¨¢s acertada diciendo que no es normal hacer ese tipo de fotos. Los soldados siempre han intercambiado historietas descabelladas de guerra, y la respuesta tan poco cr¨ªtica de otros soldados en Abu Ghraib a las fotograf¨ªas del turno de noche del bloque de Inteligencia Militar da a entender que las consideraban parte de esta tradici¨®n de camarader¨ªa.
Puede que las fotos de Harman y Graner con el cad¨¢ver las hubieran hecho como una broma, pero no se corresponden en absoluto con la afirmaci¨®n de Harman de que ten¨ªan un objetivo documental m¨¢s amplio. Sus retratos macabros e ¨ªntimos del muerto transmiten su sorpresa al descubrir los restos; y m¨¢s adelante esa misma tarde, Harman volvi¨® a la ducha con Frederick para examinar el cuerpo m¨¢s de cerca. Esa vez mir¨® por debajo de las bolsas de hielo y le retir¨® los vendajes, y no sali¨® en ninguna de las fotos.
A LA MA?ANA SIGUIENTE, despu¨¦s de casi 30 horas en la ducha, se llevaron el cad¨¢ver de all¨ª disfrazado de prisionero enfermo: envuelto en una manta, con el gota a gota puesto y sacado en una cama de hospital con ruedas. Los investigadores del Ej¨¦rcito tardaron poco en identificar al muerto como un presunto miembro de la insurgencia llamado Manadel al Jamadi. Se cre¨ªa que hab¨ªa proporcionado explosivos para los bombardeos que hab¨ªan hecho saltar por los aires la sede de la Cruz Roja en Bagdad, y hab¨ªa muerto mientras estaba siendo interrogado por un agente de la CIA. En el transcurso de la semana que sigui¨® a su muerte, una autopsia concluy¨® que Jamadi hab¨ªa sucumbido a "heridas provocadas por fuerza bruta" y "dificultades al respirar", y su muerte qued¨® clasificada como homicidio.
Al agente de la CIA que interrog¨® a Jamadi nunca se le ha acusado de crimen alguno. Pero a Sabrina Harman, s¨ª. Como consecuencia de las fotos que hizo en Abu Ghraib y en las que aparec¨ªa ella, un consejo de guerra la acus¨®, en mayo de 2005, de conspiraci¨®n para maltratar a prisioneros, negligencia en el cumplimiento del deber y abusos, y la condenaron a seis meses de c¨¢rcel, una reducci¨®n del rango y una baja por mal comportamiento. Megan Ambuhl, Javal Davis, Chip Frederick, Charles Graner y Jeremy Sivits estaban entre el pu?ado de soldados que, en relaci¨®n con las fotograf¨ªas, tambi¨¦n fueron condenados a castigos que iban desde la reducci¨®n del rango y una p¨¦rdida del sueldo hasta diez a?os de c¨¢rcel. La ¨²nica persona con rango superior a sargento que compareci¨® ante un consejo de guerra qued¨® absuelta de cualquier delito. A nadie que no haya sido fotografiado se le ha acusado de abusos en esa c¨¢rcel. En un principio, las acusaciones a Harman inclu¨ªan varios cargos relativos a sus fotograf¨ªas de Jamadi, pero ¨¦stos nunca se llevaron a juicio. Las fotos constitu¨ªan la primera prueba p¨²blica de que ese hombre hab¨ªa sido asesinado durante un interrogatorio en Abu Ghraib, y Harman aseguraba: "Intentaron acusarme de destrucci¨®n de la propiedad gubernamental, algo que no entiendo, as¨ª como de malos tratos por hacerle una foto a un t¨ªo muerto. Pero est¨¢ muerto. No entiendo c¨®mo eso pueden ser malos tratos. Y tambi¨¦n de alterar las pruebas por quitarle una venda de los ojos para sacarle una foto y luego volver a ponerla en su sitio. As¨ª que en realidad eso no es alterar las pruebas. Eso ya lo hab¨ªan hecho ellos por m¨ª. Pero para que los cargos se sostuvieran iban a tener que presentar las fotos, algo que no quer¨ªan hacer porque, obviamente, hab¨ªan encubierto un asesinato y eso s¨®lo les dar¨ªa mala imagen. As¨ª que retiraron todos los cargos relativos al t¨ªo de la ducha".
En cuanto a Gilligan, el Departamento de Investigaci¨®n Criminal determin¨® que, despu¨¦s de todo, no era la persona que hab¨ªan sospechado que era durante su tormento. Se qued¨® en el nivel 1A y en poco tiempo se convirti¨® en uno de los prisioneros favoritos de la polic¨ªa militar. A Gilligan le otorgaron un estatus privilegiado como trabajador de su bloque y le dejaban salir de su celda de forma habitual para que ayudara a limpiar.
DADAS LAS CIRCUNSTANCIAS, Harman qued¨® desconcertada por el hecho de que la figura de Gilligan -encapuchado, con una capa y atado por unos cables sobre una caja- terminara convirti¨¦ndose en el icono de Abu Ghraib, y probablemente el emblema m¨¢s reconocido de la guerra contra el terrorismo despu¨¦s del atentado contra las Torres Gemelas. La imagen se hab¨ªa extendido por todo el mundo. Harman incluso se hizo un tatuaje de Gilligan en un brazo, pero eso lo consideraba un recuerdo privado. Lo que no le cab¨ªa en la cabeza era la fascinaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica por la fotograf¨ªa de Gilligan, as¨ª como por todas las im¨¢genes de Abu Ghraib. "Hay muchas fotos peores por ah¨ª. Me refiero a que en realidad no le pas¨® nada malo", explica. "Creo que pensaron que lo estaban torturando, pero no era as¨ª".
Harman ten¨ªa raz¨®n: hab¨ªa fotos peores que las de Gilligan. Pero dejando a un lado el hecho de que las fotograf¨ªas de la muerte y la desnudez, por muy atractivas que sean para su publicaci¨®n, no dan mucho juego en la prensa, el poder de una imagen no reside necesariamente en lo que describe. La fotograf¨ªa de un cad¨¢ver destrozado o la de un hombre desnudo atado y atormentado puede chocar e indignar, puede desatar protestas y fomentar una investigaci¨®n, pero no deja mucho margen para la imaginaci¨®n. Puede que est¨¦ llena de informaci¨®n pr¨¢ctica, pero est¨¢ vac¨ªa de cualquier tipo de significado m¨¢s amplio. Esas fotos resultan repelentes, en gran parte porque son de un parecido terrible y reduccionista. Salvo desde el punto de vista de un forense, son inequ¨ªvocas y poseen la cualidad de pornogr¨¢ficas. Son lo que muestran y nada m¨¢s. No transmiten ninguna visi¨®n y, sacadas de contexto, ofrecen muy poco sobre lo que reflexionar. Carecen de valor simb¨®lico.
EL S?MBOLO DOMINANTE de la civilizaci¨®n occidental es la figura de un hombre casi desnudo, torturado hasta la muerte; o m¨¢s simple que todo eso, el instrumento de tortura en s¨ª, la cruz. Pero nuestras im¨¢genes de la salvaje muerte de Jes¨²s son el producto de la imaginaci¨®n y la idealizaci¨®n religiosas. En realidad, deb¨ªa de ser algo espantoso de ver. Si hubiera habido c¨¢maras durante el Calvario, ?se habr¨ªan visto tentados veinte siglos de creyentes a colgar fotograf¨ªas de esa escena en los retablos y en sus casas?
La fascinaci¨®n de la imagen de Gilligan reside, en gran medida, en su misterio y en su car¨¢cter inescrutable. El cuerpo r¨ªgido y amortajado de pies a cabeza, los cables, la pose, y el capuch¨®n con pico que conlleva tantas asociaciones vagas y macabras. Est¨¢ claro que la pose es artificial y exagerada, una invenci¨®n deliberada que parece formar parte de alg¨²n oscuro ritual, una escena de martirio. La imagen nos deja petrificados porque se parece a la verdad, pero al mirarla s¨®lo podemos imaginarnos lo que es la verdad: ?tortura, ejecuci¨®n, una escena preparada para la c¨¢mara? As¨ª que nos aferramos a la figura de Gilligan como s¨ªmbolo que representa todo aquello que sabemos que est¨¢ mal en Abu Ghraib y que no podemos -o no queremos- entender c¨®mo ha podido pasar.
Texto adaptado por 'El Pa¨ªs Semanal' a partir del libro de Philip Gourevitch y Errol Morris 'La balada de Abu Ghraib', que Debate publica en Espa?a en oto?o.
Traducci¨®n de News Clips.
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