Cuando los monstruos son los padres
Un d¨ªa, a los 18 a?os, Lola (nombre ficticio) pidi¨® a su padre a gritos que la matase. Ese d¨ªa, ¨¦l, "un ser estricto, con mucho genio y la mano muy larga", dej¨® de pegarle. Pero tuvieron que pasar muchos m¨¢s, hasta la muerte de su progenitor, para que Lola encarase su biograf¨ªa y comenzara a considerar anormal haber sido una ni?a maltratada. Durante su infancia y su adolescencia, lo normal para ella era la violencia, y excepcional, el trato que recib¨ªan sus primos, ni?os queridos por sus padres. Desde que tiene uso de raz¨®n recuerda palizas, bofetadas, tirones de pelo o patadas hecha un ovillo en el suelo; hasta pellizcos en los pechos cuando se desarroll¨®. A los golpes se a?ad¨ªa el maltrato psicol¨®gico, una letan¨ªa de reproches que siempre inclu¨ªa dos mensajes: "Eres una puta mierda. No vales ni para tomar por culo".
Hoy, a los 36 a?os, esta mujer, "normal, con un marido estupendo y dos hijos", se considera una persona feliz ("podr¨ªa haber sido peor", dice amagando humor), pero rompe a llorar al desgranar sus recuerdos. Como, por ejemplo, querer a rabiar a su padre aunque la pegase. Como mirar la vida a trav¨¦s de sus ojos. Como no tener contacto f¨ªsico con su madre para evitar los celos de ¨¦l ("mi madre jam¨¢s nos daba un beso para no provocarle"). Hasta hace poco a¨²n sent¨ªa pavor al o¨ªr un portazo como los que durante m¨¢s de una d¨¦cada prologaron las sacudidas de furia de su padre. "Si suspend¨ªa, me pegaba; si me mandaba buscar una cosa y no la encontraba, me pegaba... Pero decirlo as¨ª equivaldr¨ªa a buscar, y encontrar, un motivo para la violencia, y lo cierto es que pegaba porque s¨ª, no hab¨ªa m¨¢s explicaci¨®n".
Los antecedentes familiares no hac¨ªan presagiar el maltrato, si es que el clich¨¦ de hogar violento s¨®lo cabe en familias desestructuradas y al l¨ªmite, que no es el caso. Lola pertenece a una familia de clase media-alta, con estudios y profesiones acordes, "gente con un nivel econ¨®mico desahogado". Su madre tocaba el piano, su padre "ganaba un sueldazo". El marido maltrataba psicol¨®gicamente a la esposa, y a veces se le escapaban bofetones, "o le tiraba la comida a la cara". Una relaci¨®n, un hogar, coagulados por el terror, los gritos y desprecios como el filo de un cuchillo.
Lola y su hermana fueron hijas no deseadas. "[?l] siempre nos dec¨ªa que no hab¨ªa querido tener descendencia. Te machaca mucho saber que est¨¢s de m¨¢s, sentir que sobras". Su perfil era el genuino de muchos maltratadores: dotado de "una inteligencia excepcional, era listo y cruel, y un encantador de serpientes fuera de casa". Tambi¨¦n ten¨ªa problemas psicol¨®gicos, que le fueron desamarrando del mundo a medida que envejec¨ªa, y en especial tras la separaci¨®n conyugal, cuando Lola ten¨ªa 22 a?os. Ambos factores, el rechazo de la prole y su patolog¨ªa, son, explica Lola, indicadores de riesgo, pero eso lo supo mucho despu¨¦s, cuando, una vez muerto, decidi¨® entender qu¨¦ hab¨ªa detr¨¢s del miedo.
A Lola le ha hecho falta matar al padre dos veces: con la muerte de su imagen ("cuando se me rompi¨® el ¨ªdolo") y con la real, al fallecer y enterrar con ¨¦l la amenaza. Tras la segunda, hace una d¨¦cada, Lola tir¨® por primera vez de las riendas de su vida. Inici¨® una carrera universitaria; hoy cursa la segunda. "En el colegio y en el instituto no hac¨ªa m¨¢s que suspender. Los test de inteligencia a que me somet¨ªan daban resultados normales, as¨ª que todos dec¨ªan que no aprobaba por vaga. Fracasaba porque estaba convencida de que no era capaz de hacer nada bien, ni aprobar, ni encontrar a alguien que me quisiera, o un trabajo. Pero muri¨® mi padre y empec¨¦ a estudiar, encontr¨¦ trabajo y a un buen hombre. Con mi marido he descubierto que los padres quieren a sus hijos, a veces incluso siento celos de que los quiera tanto, me resulta demasiado buen padre".
A sus hijos, Lola jam¨¢s les ha puesto la mano encima ("no es cierto que un ni?o maltratado se convierta en un padre maltratador"), y quiere ahorrarles esa losa del pasado. "No les voy a contar jam¨¢s lo que pas¨®, no creo que sirva para nada", asegura. Tampoco hay riesgo de que reciban alg¨²n soplo por parte de otras personas: en la familia de Lola no se habla del asunto. Viven en una localidad del norte de Espa?a de 50.000 habitantes donde todos se conocen, y "niegan el maltrato porque es una mancha en la familia". Nada de 2remover la mierda", mejor un manto de silencio sobre la deshonra. "Ni con las amigas hablaba de esto, ni con mi hermana, que lo ha olvidado. Y con mi madre toqu¨¦ el tema por primera vez cuando yo ya ten¨ªa hijos. Ella confirm¨® todos mis recuerdos".
El sentimiento ¨²ltimo de verg¨¹enza, de haber hecho algo mal y ser merecedora de castigo, respalda la sombra que Lola proyecta sobre su futuro. Pese a ello, celebra que la consideraci¨®n social del maltrato haya cambiado en Espa?a desde su experiencia, en los a?os setenta y ochenta. "En aquella ¨¦poca todos los padres pegaban algo, qui¨¦n era el padre o la madre que no tiraba de zapatilla y te se?alaba las nalgas durante d¨ªas...". Pero hoy le parece impensable, porque "ya no es un asunto que suceda de puertas adentro, sino un delito, algo que compete a todos".
En efecto, no son raras las peticiones de c¨¢rcel, por no hablar de la retirada de la patria potestad o de ¨®rdenes de alejamiento, para los agresores. Un par de ejemplos: en 2000, los padres de Tamara, un beb¨¦ de nueve meses de M¨¢laga, fueron condenados a cinco a?os y medio de prisi¨®n. Y en 2003, la Fiscal¨ªa de Madrid solicit¨® 17 a?os de c¨¢rcel para unos padres que causaron a su hija, con 54 d¨ªas de vida, fracturas costales y de f¨¦mur y lesiones hemorr¨¢gicas e isqu¨¦micas, con el resultado de una severa atrofia cerebral. A los primeros se les conden¨® por sendos delitos de lesiones; a los ¨²ltimos, por asesinato en grado de tentativa con la agravante de parentesco. Porque, como recuerda la jurista Blanca G¨®mez Bengoechea, del Instituto Universitario de la Familia de la Universidad Pontificia Comillas, "el maltrato infantil no constituye un delito tipificado en el C¨®digo Penal, s¨®lo una agravante -por ejemplo, de un delito de agresi¨®n o lesiones- cuando las v¨ªctimas son menores o especialmente vulnerables. Las leyes espa?olas no contemplan el maltrato infantil aut¨®nomamente, no existe nada parecido a la Ley de Violencia de G¨¦nero".
M¨¢s de 275 millones de ni?os sufren en el mundo alg¨²n tipo de violencia o abuso dom¨¦stico, seg¨²n estimaciones de 2006 de Unicef y la ONU. Calcular con precisi¨®n cu¨¢ntos son en Espa?a es dif¨ªcil: en diciembre pasado, el entonces director general de la Polic¨ªa y la Guardia Civil, Joan Mesquida, hablaba de "m¨¢s de 3.000"; otras fuentes elevaban la cifra a 30.000. No hay un registro unificado de casos, y las cifras oficiales s¨®lo suponen la punta del iceberg de un fen¨®meno sometido a¨²n al tab¨² de la privacidad. Como ven¨ªa sucediendo, hasta hace nada, con la violencia contra las mujeres. Seg¨²n el registro del Ministerio del Interior -que s¨®lo recoge actuaciones de la Polic¨ªa Nacional y la Guardia Civil, no de los cuerpos de Seguridad auton¨®micos-, en 2005 se detectaron en Espa?a 171 casos de maltrato habitual en el ¨¢mbito familiar contra menores de 13 a?os; 119, en chicos de 13 a 15, y 178, en el tramo de edad de 16 a 17. La mayor¨ªa eran chicas: el 63,3%, frente al 36,7% entre los chicos. La casu¨ªstica oficial no distingue entre los cuatro tipos de maltrato existentes: maltrato f¨ªsico, maltrato emocional, abuso sexual y abandono o desatenci¨®n.
Pero lo que es peor, el registro de Interior queda, para muchos, a a?os luz de la realidad. Frente al 0,8% de las estad¨ªsticas oficiales, algunos expertos se atreven a hablar de una incidencia real del 8%. Jos¨¦ Sanmart¨ªn, director del Centro Reina Sof¨ªa para el Estudio de la Violencia, es uno de ellos: "El maltrato en Espa?a debe de oscilar en torno a un menor [maltratado] por cada 1.200 o 1.250. Se ha producido adem¨¢s un incremento muy notable desde 2001, cuando hab¨ªa un menor maltratado por cada 2.500 o 2.600; pr¨¢cticamente se ha doblado el n¨²mero. Pero puede que, m¨¢s que de un aumento de los casos, lo que asome a las estad¨ªsticas sea una mayor visibilidad del problema. Creemos que se trata m¨¢s bien de lo segundo, gracias al funcionamiento de los protocolos de detecci¨®n por parte de Sanidad y Servicios Sociales".
Los datos m¨¢s actualizados, contenidos en la Encuesta de infancia en Espa?a 2008, de la Universidad Pontificia Comillas-ICAI-ICADE y la Fundaci¨®n SM, confirman este porcentaje: la violencia en el hogar afecta a entre el 7% y el 10% de los menores. Seg¨²n este estudio, obra de Fernando Vidal y Rosal¨ªa Mota, "en Espa?a hay 175.000 ni?os de 6 a 11 a?os y 140.000 preadolescentes a los que al menos uno de sus padres pega con frecuencia". El universo de la investigaci¨®n fue la totalidad de la poblaci¨®n infantil comprendida entre 6 y 14 a?os, ambos incluidos, lo que te¨®ricamente permite hacerse una idea mucho m¨¢s aproximada que mediante los pobres datos de Interior, basados s¨®lo en actuaciones policiales.
Los casos m¨¢s graves ocurren en beb¨¦s: "El mayor n¨²mero de muertes por maltrato ocurre entre los 0 y los 24 meses. En todas las franjas de edad hubo 51 menores asesinados entre 2004 y 2007", afirma Jos¨¦ Sanmart¨ªn. Y, contra lo que apunta Interior, parece que este tipo de violencia dom¨¦stica se ceba m¨¢s en los varones: son v¨ªctimas de ella el 9% de los ni?os entre 6 y 11 a?os, frente al 5% de sus coet¨¢neas, seg¨²n la Encuesta de infancia en Espa?a 2008. Para este informe, el escenario tambi¨¦n est¨¢ claro. "A los ni?os de clase baja, los padres les pegan con frecuencia, el doble que a los ni?os de clase media-alta": el 7,8%, frente al 4,1%. Pero las familias m¨¢s acomodadas no son una excepci¨®n. Como el pr¨®spero hogar de Lola.
Invisibilidad es la palabra m¨¢s repetida por todos quienes se ocupan -se preocupan- de este fen¨®meno. "No existe suficiente conciencia social ni medi¨¢tica. Las mujeres luchan en defensa de sus derechos, pero los menores tienen que hacerlos valer a trav¨¦s de los adultos. Adem¨¢s, los ni?os siguen consider¨¢ndose mayoritariamente propiedad de los padres", recuerda Sanmart¨ªn. Blanca G¨®mez Bengoechea incide en la impunidad que envuelve al padre que maltrata, pero tambi¨¦n en los errores en la cadena de protecci¨®n al menor: "El maltrato infantil sigue siendo invisible. Se necesita que las denuncias prosperen: algunos ni?os que llegan al hospital en coma ten¨ªan un expediente [de los servicios sociales] previo. Echo de menos un planteamiento global de la violencia dom¨¦stica, que es toda la que sucede en los hogares".
Alba, la ni?a de Montcada i Reixac (Barcelona) con lesiones irreversibles por los malos tratos infligidos por su madre y el compa?ero sentimental de ¨¦sta, qued¨® en coma en 2006 por inacci¨®n de la Administraci¨®n: un parte m¨¦dico previo de "lesiones compatibles con malos tratos" se perdi¨® en la cadena de transmisi¨®n entre juzgados, polic¨ªa y servicios sociales. Los padres de un beb¨¦ de cinco meses hospitalizado en M¨¢laga en marzo, privados con anterioridad de la tutela de otros v¨¢stagos, fueron puestos en libertad sin cargos mientras su hijo a¨²n permanec¨ªa ingresado. Un menor con lesiones grav¨ªsimas por una paliza fue atendido en el hospital y devuelto a casa, con sus padres, con promesa de seguimiento por parte de unos servicios sociales que ya hab¨ªan levantado acta previa del riesgo. Este ¨²ltimo caso es referido por un trabajador social que se ampara en el anonimato y deplora "la sensaci¨®n de total impunidad" que los padres pueden inferir de tal medida. "Es inevitable ver una correlaci¨®n con el c¨²mulo de errores judiciales que dejaron en la calle al asesino de Mari Luz Cort¨¦s, la ni?a de Huelva presuntamente asesinada por un pederasta convicto, pero libre"
"El sistema de protecci¨®n no est¨¢ funcionando todo lo bien que deber¨ªa, porque devuelve a los ni?os al lugar donde pasan miedo. Las medidas cautelares s¨®lo se dan en casos extremos", lamenta G¨®mez Bengoechea. "Existe una preferencia clara por mantener el v¨ªnculo con la familia, porque se considera que los ni?os no deben estar en centros de protecci¨®n. ?Luego nos vanagloriamos de los pocos ni?os tutelados que hay en Espa?a! Nos podemos tirar a?os revisando un expediente, pero deber¨ªa haber unos plazos m¨¢ximos en inter¨¦s del menor. Porque todo ese tiempo que se pierde opera en contra del cr¨ªo".
"Hoy por hoy, todav¨ªa hay sensaci¨®n de impunidad en la sociedad, hay mucho maltrato por detectar. Lo que ha pasado con Mari Luz es una clara muestra de ello. Pero la infancia no parece prioritaria, al hijo se le sigue viendo como una propiedad personal", apunta Ana Ber¨¢stegui, psic¨®loga del Instituto Universitario de la Familia de la Universidad Pontificia Comillas. "Los maltratos m¨¢s graves son los sistem¨¢ticos, los prolongados en el tiempo. El abuso sexual y el maltrato psicol¨®gico, o emocional, son los casos m¨¢s dif¨ªciles de detectar, porque son situaciones rodeadas de secreto y en las que la v¨ªctima depende mucho de la persona que los perpetra, seres necesariamente cercanos, porque, si no, no se producir¨ªan. Un ni?o que vaya al colegio sucio resulta m¨¢s evidente, igual que uno con hematomas u otras se?ales de golpes. Tambi¨¦n a las v¨ªctimas les resulta m¨¢s dif¨ªcil recuperarse cuando los abusos son prolongados", a?ade.
En el trabajo cl¨ªnico con ni?os maltratados, Ana explica c¨®mo muchos psic¨®logos recurren a t¨¦cnicas proyectivas o psicodram¨¢ticas para comunicarse con los ni?os a partir de funciones de teatro o dibujos. "Verbalizar la violencia es dif¨ªcil, son peque?os, y con ellos trabajamos no verbalmente: asumen el papel de otro en una funci¨®n de teatro, o bien les pides que interpreten una historia de padres e hijos como si fuera una ficci¨®n. A la hora de pintar, suelen hacer dibujos muy desestructurados: padres gigantescos e hijos pulgarcitos; dientes muy fuertes, m¨²sculos muy pronunciados... Es a partir de esa expresi¨®n cuando se empieza a hablar con el ni?o, a escuchar lo que significa para ¨¦l".
Como muchos de los dibujos que ilustran este reportaje. Los muestra Rosa Arruabarrena, trabajadora social y presidenta de la Asociaci¨®n Vasca para la Ayuda a la Infancia Maltratada (AVAIM), una de las diez que integran la Federaci¨®n de Asociaciones para la Prevenci¨®n del Maltrato Infantil (FAPMI). Son garabatos, trazos o colores cargados de sentido, aunque en apariencia distorsionados, cuando no atrozmente expl¨ªcitos; explicaciones de vivencias para las que los ni?os a¨²n no tienen vocabulario ni conceptos. Los menores, que a menudo aparecen autorretratados, "se ven a s¨ª mismos en las im¨¢genes que reciben de sus padres". Lo ven -se ven- as¨ª: un adolescente de 14 a?os, v¨ªctima de abusos sexuales desde los 3 hasta los 13 a?os por parte de un t¨ªo materno, dibuja un cuerpo humano con cuatro pechos y un pene (confusi¨®n sexual). Una chica de 14 a?os, v¨ªctima de abusos sexuales por sus padres y su hermano mayor, y que a su vez abusaba de sus hermanos menores, representa a todos los miembros de la familia metidos juntos en una cama, ella con el cerebro a punto de estallar. Una ni?a de 10 a?os, violada vaginal y analmente por su padre desde que ten¨ªa seis meses, retrata a su torturador crucificado, atado con grilletes y con los genitales seccionados en el suelo, y el pubis tachado (deseo de venganza). Un cr¨ªo de siete a?os, v¨ªctima de maltrato emocional, se pinta a s¨ª mismo como un ogro rojo (pobre concepto de s¨ª mismo). Una de seis, v¨ªctima de maltrato f¨ªsico, psicol¨®gico y negligencia ?la madre la intoxic¨® con metadona para calmar sus lloros, producto de una otitis?, traza una figura que recuerda la obra El grito, de Munch: inclinada, torcida, inestable; le ha quitado los pies (desvalimiento, inseguridad) y redimensionado con sombras.
Una tormenta de sentimientos negros. Ana Ber¨¢stegui enumera las etapas de ajuste psicol¨®gico que experimentan las v¨ªctimas: "Primero, miedo; luego, culpa, y m¨¢s tarde, ira, cuando se dan cuenta de que lo que les ha pasado no deber¨ªa haber sucedido. Esto ¨²ltimo suele ocurrir cuando se van haciendo mayores. A veces no saben canalizar la rabia: pueden dirigirla contra ellos mismos o contra el agresor, a trav¨¦s de denuncias, o bien contra otros miembros de la familia, por inacci¨®n o falta de apoyo". Como Lola, que ha culpado durante a?os a su madre de lo que padeci¨®: "Entiendo sus razones, su temor a enfrentarse a mi padre, que tambi¨¦n la torturaba, pero creo que reaccion¨® demasiado tarde. Yo jam¨¢s habr¨ªa tolerado que mi pareja le diera una paliza a mi hijo".
En la pantalla del ordenador de Rosa Arruabarrena parpadea la presentaci¨®n en PowerPoint del doloroso material de agravios. Los dibujos pertenecen a la exposici¨®n La huella del maltrato, organizada por la Asociaci¨®n Madrile?a para la Prevenci¨®n de los Malos Tratos en la Infancia, miembro tambi¨¦n de FAPMI, con el prop¨®sito de concienciar a la poblaci¨®n y alcanzar una tolerancia cero hacia el maltrato infantil, meta a¨²n distante. A la sesi¨®n de diapositivas asisten, demudadas, Araceli, Luc¨ªa y Mari¨¢n, tres estudiantes de 2? de Educaci¨®n Infantil de la Universidad Aut¨®noma de Madrid. Han recurrido a FAPMI -previa b¨²squeda en Google- tras escoger el maltrato infantil como tema optativo para un trabajo; junto con otros cinco compa?eros, son las ¨²nicas de una clase de 125 alumnos que se han inclinado por esta problem¨¢tica. Por extra?o que resulte, el fen¨®meno de los malos tratos a menores no se estudia en ning¨²n tramo de la carrera que forma a los futuros profesores de ni?os de cero a seis a?os, "los primeros filtros del sistema de detecci¨®n", seg¨²n Arruabarrena. ?Otro hecho que engorda la masa oculta del iceberg?
"La infancia sigue siendo invisible", recuerda Arruabarrena. "Adem¨¢s, hay unos maltratos m¨¢s indetectables que otros, por ejemplo, el de tipo emocional, o todos los que sucedan entre los cero y los cuatro meses, cuando al beb¨¦ s¨®lo lo ven sus padres y el pediatra; de hecho, no llevar a un beb¨¦ al pediatra puede ser una se?al de alarma. Tambi¨¦n suelen ser los m¨¢s graves: un simple zarandeo a un beb¨¦ puede resultar fatal. Y cuanto m¨¢s peque?os sean los cr¨ªos, peor verbalizar¨¢n lo ocurrido, m¨¢s culpables se sentir¨¢n y menos responsabilizar¨¢n al adulto. Casi todas las detecciones se dan en la escuela, el sistema de salud o los servicios sociales. Por eso en la escuela har¨ªan falta programas para identificar este tipo de situaciones". Por eso, entre dibujo y dibujo, la profe Arruabarrena recomienda a sus improvisadas alumnas "la m¨¢xima fluidez [en el contacto] con los servicios sociales m¨¢s pr¨®ximos, que son los que van a activar el mecanismo de respuesta ante un presunto caso de maltrato".
La jurista Blanca G¨®mez recuerda que es "el trabajador social municipal el primero que da la voz de alarma, aunque ese t¨¦cnico no es, por desgracia, quien decide la ayuda o los medios, o el calendario" para solucionar el problema. Adem¨¢s, "numerosas instancias est¨¢n saturadas de expedientes". La letan¨ªa de quejas por el insuficiente engranaje del sistema no cesa: "Aqu¨ª [en Espa?a] se prueban muchas cosas antes de guardar o tutelar a un ni?o, pero no podemos estar dando palos de ciego. El planteamiento legal y administrativo de la protecci¨®n de menores, que est¨¢ necesitado de una profunda reforma, sigue siendo favorable a la familia, pero el inter¨¦s del menor no siempre es estar con su familia biol¨®gica. Por eso hay tan pocos ni?os adoptables. Hay ni?os acogibles, pero plantearse un acogimiento da miedo, por la inestabilidad de los v¨ªnculos y el miedo a la familia biol¨®gica", opina la jurista. Alrededor de 30.000 menores est¨¢n bajo la tutela de la Administraci¨®n en Espa?a; se ignora cu¨¢ntos de estos hijos del Estado son amparados por una situaci¨®n de malos tratos.
Luc¨ªa, la m¨¢s locuaz de las alumnas de Magisterio que asisten a la clase pr¨¢ctica en la sede de FAPMI, no da cr¨¦dito a los dibujos que ve en la pantalla. "Tengo la piel de gallina, me ha impactado mucho. En dos a?os [de carrera] no hemos dado nada parecido; tenemos un mont¨®n de asignaturas in¨²tiles, y de esto, ni una palabra. Y es que a m¨ª sigue sin entrarme en la cabeza c¨®mo alguien puede maltratar as¨ª a un ni?o". Pero, si no razones, s¨ª hay causas, un rosario de factores de riesgo que, imbricados, constituyen la trama oculta de los golpes, las amenazas o el desprecio. Rosa Arruabarrena enumera algunos: "Problemas psicol¨®gicos, toxicoman¨ªas o adicciones como el alcoholismo o la ludopat¨ªa; poca tolerancia al estr¨¦s, falta de estrategias para afrontar los problemas; conflictos conyugales, separaciones o divorcios, violencia de g¨¦nero; n¨²mero de personas en la familia, hijos no deseados; desempleo, falta de recursos, aislamiento social o falta de soporte vecinal... Tambi¨¦n el hecho de que un ni?o sea prematuro lo hace m¨¢s proclive al maltrato, porque exige mayor atenci¨®n; lo mismo puede decirse de los hiperactivos o los discapacitados, que tienen menor capacidad de comunicaci¨®n con su entorno. Y si el ni?o es testigo de episodios de violencia de g¨¦nero ser¨¢ sin duda v¨ªctima de maltrato emocional". Pierde peso la teor¨ªa que ve a los maltratadores como enfermos mentales; como sostiene la presidenta de AVAIM, "son muy pocos los que sufren patolog¨ªas de este tipo". Tambi¨¦n la de la transmisi¨®n intergeneracional del maltrato, o repetici¨®n del patr¨®n violento. Porque, como subrayaba Lola respecto al trato que da a sus hijos, un ni?o maltratado no tiene por qu¨¦ convertirse en padre maltratador. A veces.
A la invisibilidad del maltrato podr¨ªa sumarse la manga ancha con que la mayor¨ªa de la poblaci¨®n espa?ola ve el hecho de propinar una bofetada a un hijo. Seg¨²n datos del CIS, el 56% de los espa?oles mayores de 18 a?os est¨¢ a favor de un correctivo de este tipo. Pero, por una vez, la legislaci¨®n marca el paso a la sociedad hacia un horizonte de tolerancia cero, y no al contrario: en diciembre pasado desapareci¨® del art¨ªculo 154 del C¨®digo Civil el ¨²ltimo resquicio de legalidad del cachete, una menci¨®n sobre el derecho de los padres a "corregir moderadamente" a los hijos. Aun as¨ª, varios grupos pol¨ªticos (PP, PNV, CiU y Coalici¨®n Canaria) se opusieron con chuscos argumentos ("este sistema ha funcionado siempre", "cuando son peque?os, s¨®lo aprenden con un azote en el culo") a la supresi¨®n de la frase durante la tramitaci¨®n en el Senado.
Pero de nada sirven los avances cuando el vecino, el familiar o el amigo mantienen la boca cerrada en vez de dar la voz de alarma. O un simple espectador. Como Lola. Hace unos meses, "como parte superimplicada en el asunto" que se siente, notific¨® la existencia de un caso de maltrato en el colegio al que acuden sus hijos. "Inform¨¦ a Menores de que una madre estaba maltratando a sus dos hijos. Porque todos tenemos la obligaci¨®n de hacerlo". Tambi¨¦n hace hincapi¨¦ en esta forma de detecci¨®n precoz Rosa Arruabarrena: "Quien notifica un presunto caso de maltrato no es un chivato, s¨®lo cumple con su obligaci¨®n, el art¨ªculo 13 de la Ley Org¨¢nica 1/1996 de Protecci¨®n Jur¨ªdica del Menor". La jurista Blanca G¨®mez enfr¨ªa con una gota de escepticismo la eficacia del aviso: "Notificar o denunciar un presunto maltrato es jug¨¢rsela un poco".
En cualquier caso, y pese a que Arruabarrena bromea sobre el escaso n¨²mero de socios de las asociaciones contra el maltrato ("La sociedad protectora de animales tiene mil veces m¨¢s socios que nosotros", lamenta entre risas), se atreve a recordar una an¨¦cdota que pone fecha de inicio a la consideraci¨®n social y legal del fen¨®meno. En 1874 se gan¨® en Estados Unidos el primer proceso judicial que defend¨ªa a un menor -una ni?a neoyorquina, en concreto- de los malos tratos infligidos por su madre. Fue a iniciativa de la Sociedad Protectora de Animales, pues la polic¨ªa se hab¨ªa negado a intervenir, al no existir ninguna ley de protecci¨®n a menores ni, menos a¨²n, algo tipificado como maltrato infantil. S¨ª hab¨ªa, en cambio, normativa para proteger a los animales. La cobertura legal del proceso se ampar¨® entonces en el argumento de que la ni?a formaba parte del reino animal y merec¨ªa tanta protecci¨®n como un perro.
Ha pasado un siglo largo de la an¨¦cdota, pero, a diario, decenas de ni?os experimentan reproches y descalificaciones. "No vales para nada". "Eres un desastre". "Nunca llegar¨¢s a nada". Un goteo capaz de horadar una piedra. O descargas f¨ªsicas que les cruzan la cara o dan con su cuerpo en el suelo, cuando no en la cama de una UCI. O abusos sexuales, o violaciones que a veces concluyen en embarazos o en suicidios. No obstante, Rosa Arruabarrena advierte contra la tentaci¨®n de demonizar a los maltratadores: "Hasta ahora, lo que se est¨¢ haciendo es culpabilizar a los padres. Pero hay que tener en cuenta que los padres maltratadores son responsables, no culpables. Los ni?os quieren a su pap¨¢ y su mam¨¢, no los van a ver nunca como verdugos".
Igual que Lola, debati¨¦ndose entre su amor filial, ese enroscado complejo de Electra, y su carga de miedo y dolor. Despu¨¦s de matar al padre dos veces, no est¨¢ muy segura de haberlo conseguido, como si a su querido monstruo le sobrasen las vidas, como a los gatos. "Me fastidia el amor que sent¨ªa por ¨¦l. A pesar de ser una mala persona, sent¨ªa adoraci¨®n por ¨¦l. Le quise hasta que se muri¨®; ahora no s¨¦ si le quiero".
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