Se fueron para no regresar
Hace unas semanas les contaba que la plaza de Sant Agust¨ª en Barcelona ya no se reconoce, pues desde que quitaron los bancos se fueron los indigentes que ah¨ª se reun¨ªan a toda hora. Nadie parece echarlos de menos, excepto un curioso personaje que acude al sitio fielmente desde hace dos a?os.
Ah¨ª sol¨ªa encontrarlo, sentado con esa serenidad que le caracteriza, observando cada movimiento de la plaza y conversando con diversos y multifac¨¦ticos personajes del barrio que llegaban a contarle sus penurias, porque Fran?oise Ebora, originario de Camer¨²n, tiene la capacidad de mimetizarse entre la gente y permanecer horas de pie escuchando a quienes nadie escucha: los vagabundos sin techo.
Sus antepasados fueron llevados a Cuba como esclavos, y siglos despu¨¦s, se convirtieron en los primeros esclavos libertos que regresaron al continente negro. Gracias a la tradici¨®n oral que persisti¨® en su familia y la conservaci¨®n del eriano, su lengua materna, Fran?oise sabe que sus ra¨ªces vienen de la isla de Fernando Poo, en Guinea Ecuatorial, actualmente conocida como isla de Bioko, aunque ¨¦l le sigue llamando con el nombre del descubridor portugu¨¦s. Fran?oise lleva su negritud como un sello de fortaleza, porque "el pueblo que abandona sus ra¨ªces est¨¢ condenado a ser esclavo de los poderosos", suele repetir.
Dice ser antrop¨®logo, pero su aspecto corresponde al de un sacerdote que recibe un mar de confesiones, las cuales dibujan la radiograf¨ªa social de esta Espa?a que, a pesar de estar entre los pa¨ªses m¨¢s ricos del mundo, conserva una marginalidad brutal.
El tambi¨¦n es un vagabundo del mundo que lo ha visto todo, y tanto le estremece la hambruna que azota su continente como la precariedad de valores europea: "La indigencia que aqu¨ª se encuentra no est¨¢ relacionada con la pobreza extrema, sino con la desintegraci¨®n familiar. La familia no est¨¢ preparada para socorrer a un miembro que cae en una situaci¨®n de emergencia".
Abre su bolsa de pl¨¢stico y saca un panecillo, entonces recuerda a j¨®venes alcoh¨®licos con t¨ªtulos universitarios que transitaron por esa plaza del Raval, especialmente a uno que sol¨ªa comer el almuerzo con cubiertos sentado en las bancas: "Dorm¨ªa en cajeros y cuando le lleg¨® la hora de la muerte se separ¨® del grupo para ir a morir como hacen los elefantes, en solitario. Me afect¨® porque lo ve¨ªa a diario y no pude entender c¨®mo la familia, teniendo los medios, no le ayud¨®".
Pocas veces habla de s¨ª mismo, quiz¨¢ porque a ra¨ªz de una embolia perdi¨® el habla durante tres a?os, y desde entonces se acostumbr¨® a escuchar. Cuando lo hace, Fran?oise recuerda ?frica y los valores que all¨¢ prevalecen: "Si alguien tiene un problema, la familia y la comunidad le ayudan, al contrario de Espa?a, donde la sociedad te segrega".
Menciona las costumbres y leyendas que le dejaron sus ancestros y el abismal contraste que existe con la sociedad espa?ola: "En ?frica no existen las residencias para ancianos, han de morir en la familia que ellos crearon transmiti¨¦ndonos su sabidur¨ªa, porque cada anciano que desaparece es una biblioteca que se va a la tierra. ?Aqu¨ª a los mayores no les preguntan siquiera por el pasado!".
Fran?oise fue tal vez el ¨²nico que pregunt¨® por el pasado de muchos que murieron de manera an¨®nima, como El Asturiano, un hombre mayor, originario de Asturias, que llegaba con varios tetrabricks de vino y algo de comida para compartir con los dem¨¢s vagabundos. Cay¨® en la indigencia a ra¨ªz de los problemas familiares en su edad madura. "Antes ten¨ªa trabajo, techo y familia. Una ma?ana sinti¨® la necesidad de entrar en la iglesia de Sant Agust¨ª y confesarse. Nunca lo hab¨ªa hecho y al d¨ªa siguiente muri¨® de cirrosis" .
La ¨²ltima vez que vi a Fran?oise permanec¨ªa sentado esperando a que regresara alg¨²n vagabundo, pero no apareci¨® nadie, solamente las palomas que volvieron hambrientas a devorar migajas.
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