Un vuelo con Plat¨®n
Hace pocas semanas tuve que volar a las siete de la ma?ana, una hora que rara vez frecuento fuera de la cama. De natural trasnochador (ahora mayormente en casa, ay), cuando lleg¨® la noche del d¨ªa de mi vuelo estuve dubitativo, inquieto, confuso, hasta que decid¨ª calmar mis aprensiones no acost¨¢ndome por tan poco tiempo. A las cuatro, algo adormilado, me cambi¨¦ de ropa y sal¨ª de casa en busca de un taxi, no pudiendo, como ustedes sabr¨¢n, buscar en Madrid ninguna otra cosa a esas horas para ir al aeropuerto. ?Hay capitales semejantes en el mundo civilizado donde los autobuses regulares entre las distintas terminales y la ciudad se interrumpan, como en la nuestra, a las once de la noche, y donde tampoco circule el metro u otro medio de servicio p¨²blico econ¨®micamente accesible? El taxi, como tambi¨¦n todos sus (obligados) usuarios sabemos, forma ahora parte de las delicatessen m¨¢s exclusivas, quiz¨¢ s¨®lo en precio, me temo que no en calidad, algo por debajo del caviar iran¨ª y el vino de hielo canadiense.
Esa martirizante, impracticable y mal terminada terminal a¨²n tiene (cierta) buena prensa
As¨ª que ah¨ª me ven ustedes llegando en taxi a la terminal cuatro de Barajas poco antes de las 5 de la madrugada, hora fijada por la compa?¨ªa British Airways, en vuelo compartido con Iberia, para la facturaci¨®n. Ni el d¨ªa ni yo hab¨ªamos amanecido.
No esperaba aglomeraciones, aunque s¨®lo fuera por el hecho de que no much¨ªsima gente puede permitirse sumar, al precio de los billetes a¨¦reos, la tarifa (nocturnamente m¨¢s alevosa, o al menos onerosa) de los taxis madrile?os. Pero lo que no pod¨ªa imaginar es que el aeropuerto que espera este a?o alcanzar el puesto n¨²mero 3 de Europa fuese esa tierra bald¨ªa y desolada que encontr¨¦ al llegar con la maleta. Mis ojos, ya a punto de ser vencidos por el sue?o, se convirtieron de golpe en Eyes Wide Open frente a un Airport Wide Shut, si se me permite la peque?a paronomasia en homenaje a Stanley Kubrick.
Llegu¨¦ al mostrador de facturaci¨®n y le di un susto al amable empleado que, no dir¨¦ que dormido pero s¨ª sorprendido, me atendi¨®. Se pod¨ªa facturar a hora tan temprana, aunque las perspectivas de que mi maleta llegase a Heathrow con tiempo suficiente para entrar en el siguiente avi¨®n que all¨ª hab¨ªa de tomar eran, me dijo el empleado con una sinceridad flagrante, pr¨¢cticamente nulas. Lo que no se pod¨ªa en la flamante T-4 era todo lo dem¨¢s. No se pod¨ªa llegar a ella m¨¢s que en taxi, no se pod¨ªa comprar un peri¨®dico ni una revista, no se pod¨ªa tomar uno un caf¨¦, tan recomendable a esas horas. Tampoco se pod¨ªa comer nada. Lo ¨²nico abierto en el hoy por hoy cuarto aeropuerto de Europa y d¨¦cimo mejor de todo el mundo (seg¨²n el c¨®mputo del jurado de los World Airport Awards) eran los retretes (no todos) y una hamburgueser¨ªa de fama internacional. Mi est¨®mago insomne no estaba programado, antes del alba, para un big mac.
S¨¦ muy bien que hablar mal de la T-4 carece de originalidad, y me temo que tambi¨¦n de inter¨¦s period¨ªstico. Yo mismo he cultivado el t¨®pico en estas p¨¢ginas m¨¢s de una vez, y no son infrecuentes las puyas y quejas le¨ªdas en otros medios y escuchadas en la radio y en la vida real. Sin embargo, esa martirizante, impracticable y mal terminada terminal a¨²n tiene (cierta) buena prensa, lo que me lleva a pensar -despu¨¦s de muchas horas de vuelo iniciado o terminado en ella- que tambi¨¦n hay dos mundos plat¨®nicos en la aviaci¨®n. En uno, en el lado prisionero de la caverna, estamos nosotros, los viajeros, obligados a ser sardinas en las rid¨ªculas cajas de sus m¨ªnimos ascensores, a ser atletas del marat¨®n requerido para llegar a las puertas con letra K, a ser contribuyentes de una magna y car¨ªsima obra p¨²blica que, cada vez que caen unas gotas en este secano madrile?o, tiene goteras. Las ¨²ltimas las experiment¨¦, voy a ser preciso, el pasado 19 de abril, un d¨ªa realmente lluvioso, en el que al llegar acalorado de un largo viaje pude gozar del refresco de un chorro de agua que se filtraba -en las grandiosas salas de recogida del equipaje- entre las alabadas maderas alabeadas de la cubierta. Hab¨ªa tambi¨¦n cascada interior no prevista por los interioristas en las grandes moles de cemento de las salidas y entradas nacionales.
Pero como en la alegor¨ªa que cuenta Plat¨®n en La Rep¨²blica, hay otros seres al otro lado. ?Los Otros! Unos agraciados fantasmas, pura apariencia, que, formando parte de los jurados calificadores o los rese?istas de revistas especializadas, llegan a la T-4 en un transporte pagado y pasean sin equipaje, pudiendo as¨ª disfrutar sin premura ni agobio de su dise?o y sus vastos espacios. Un viajero, quej¨¢ndose del aeropuerto Charles de Gaulle, dijo que era "como estar dentro de un grabado de Escher". Yo, en la T-4, me siento personaje goyesco. Un d¨ªa de los Disparates, otro de los Desastres, y todos corneado como en la Tauromaquia.
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