El rey-buf¨®n
Vuelvo de Italia, pa¨ªs en el que viv¨ª varios a?os y al que regreso siempre que puedo. La mayor¨ªa de mis amigos est¨¢n desolados porque no entienden c¨®mo un personaje de la catadura de Berlusconi, siendo un fen¨®meno pol¨ªtico, muy tangible por tanto, se ha convertido casi en un problema metaf¨ªsico sobre el que se hacen todo tipo de c¨¢balas. Por lo general estos amigos tienden a creer que se trata de una anomal¨ªa "muy italiana" y, paralelamente, expresan una curiosa envidia por la situaci¨®n espa?ola: Zapatero est¨¢ en boca de muchos como ant¨ªdoto ben¨¦fico de su Berlusconi.
A m¨ª me parece que el personaje Berlusconi -no s¨¦ a qui¨¦n se le pudo ocurrir llamarle Il Cavaliere-, aunque posee caracter¨ªsticas genuinamente italianas, trasciende el escenario pol¨ªtico de Italia y en este sentido se ha transformado en un arquetipo que nos afecta a todos. Lo m¨¢s preocupante es que en muchos aspectos Berlusconi se perfila, no tanto como una r¨¦mora del pasado inmediato, cuanto como un anticipador de tiempos futuros.
El personaje Berlusconi es m¨¢s que italiano, es un anticipo del futuro
Francia y Holanda ya sufren el mal moral de Italia. Y Espa?a no est¨¢ a salvo
En el juego de hip¨®tesis acerca del personaje yo he apostado ante mis amigos italianos por una que explicar¨ªa el ¨¦xito in¨¦dito de alguien como ¨¦l: Berlusconi habr¨ªa tenido la habilidad de apoderarse de dos papeles contrapuestos del escenario para erigirse en rey-buf¨®n. Esta s¨ªntesis le dar¨ªa una ventaja de grandes proporciones pues asumir¨ªa las funciones de las dos figuras, el poder del rey y el contrapoder del buf¨®n. Basta recordar las obras de Shakespeare o las pinturas de Vel¨¢zquez para rememorar en qu¨¦ consist¨ªa dicho contrapoder y c¨®mo la bufonada canalizaba y redondeaba el absolutismo real. El buf¨®n necesitaba del rey para difundir su visi¨®n grotesca -y popular- del mundo; el rey requer¨ªa del buf¨®n una iron¨ªa brutal que hiciera soportable su arbitrariedad.
La jugada maestra de Berlusconi ha sido usurpar muchos papeles y presentarlos superpuestos ante sus adversarios. De un lado, el rey absoluto que se apodera de la mayor¨ªa de los resortes del poder; de otro lado, el buf¨®n que distorsiona grotescamente el paisaje, aunque no para proclamar la verdad -como har¨ªan los bufones medievales o barrocos-, sino para reforzar la mentira.
En cuanto rey, Berlusconi es el hombre m¨¢s rico de Italia y el propietario casi monopol¨ªstico de los medios de comunicaci¨®n. En cuanto buf¨®n, es el encargado de ironizar sobre su propio poder¨ªo mediante la continua manipulaci¨®n del lenguaje.
Creo que lo catastr¨®fico para la sociedad italiana ha sido dejar que se cerrara el c¨ªrculo permitiendo que Berlusconi dispusiera del poder y del contrapoder. Eso hace que muchos perciban la situaci¨®n pol¨ªtica como una enfermedad espiritual y moral. Yo puedo estar de acuerdo con este diagn¨®stico siempre que al sopesar los s¨ªntomas de la epidemia Berlusconi se advierta que junto con ciertos factores locales, genuinamente italianos, hay factores de peso y gravedad universales.
El rey-buf¨®n ha sabido explotar con enorme astucia los demonios familiares de Italia, desde la end¨¦mica ruptura entre el Norte y el Mezzogiorno hasta la interferencia constante del Vaticano. Tambi¨¦n ha aprovechadosin contemplaciones el hundimiento de la clase pol¨ªtica italiana de posguerra, la m¨¢s culta y gastada de Europa, y especialmente del Partido Comunista, que despu¨¦s de ser un microcosmos casi perfecto se sumi¨® en un proceso suicida con sucesivas autoaniquilaciones hasta llegar a la pat¨¦tica confusi¨®n actual.
Mientras el viejo sistema se deterioraba, Berlusconi aprend¨ªa a ser rey-buf¨®n: se hac¨ªa rico por medios opacos, esquivaba juicios, compraba televisiones y, por encima de todo, distorsionaba el lenguaje p¨²blico. Sus oponentes, enredados en disimular la quiebra de sus ideolog¨ªas con denominaciones vegetales -que si Olivo, que si Margarita-, hubieran debido de advertir a qui¨¦n ten¨ªan delante cuando Berlusconi le puso a su partido el grito de guerra de los tifosi: Forza Italia.
Toda una declaraci¨®n de guerra, en efecto, simult¨¢neamente belicosa y bufonesca, con la que Berlusconi dejaba bien claro cu¨¢l era su ambiciosa perspectiva tras la disoluci¨®n de las ideolog¨ªas de procedencia ilustrada y rom¨¢ntica ?Y en qu¨¦ consist¨ªa esta perspectiva? Fundamentalmente en un moralismo sin moral que supuestamente liberaba a la sociedad de la mala conciencia que durante tantos a?os hab¨ªa inculcado la ideolog¨ªa utopista: nuevos ricos, pod¨¦is practicar tranquilamente el novorriquismo; especuladores, con argucias y suerte os librar¨¦is de los tribunales; ignorantes, ni ten¨¦is cultura ni os hace falta tenerla; vulgares, haced ostentaci¨®n de vuestra vulgaridad; triviales, benditos se¨¢is por vuestra trivialidad. Todo aderezado con la astracanada y la pirueta circense aunque f¨¦rreamente sustentado en el poder del dinero.
Es decir, el berlusconismo, del cual el propio Berlusconi debe opinar que existe no tanto por ¨¦l como por la voluntad de los ciudadanos: el berlusconismo en cuanto estado espiritual. Y si as¨ª opina no le falta raz¨®n porque, desde luego, ¨¦l no ha inventado el despiadado pragmatismo de estos ¨²ltimos a?os, sino que, gracias a su condici¨®n de rey-buf¨®n, le ha sabido dar forma de una manera particularmente da?ina y espectacular.
Sin embargo, en lo que se equivocan, pienso, mis amigos italianos es en creer que la epidemia Berlusconi es ¨²nicamente local. Influye en esta apreciaci¨®n que en Italia los s¨ªntomas presenten una singular virulencia en estas primeras semanas posteriores al triunfo electoral de la derecha. De pronto, los ciudadanos ven en televisi¨®n escenas que recuerdan otros tiempos: j¨®venes vociferando con el saludo romano o ataques populares a los campamentos de inmigrantes ilegales. Todo esto es llamativo pero no sorprendente dado el espectacular aumento de las opiniones xen¨®fobas en el seno de la sociedad. Sin salir de Europa encontramos indicios de la misma enfermedad moral que conmueve Italia en Francia u Holanda.
Hay una f¨®rmula para describir la ceguera ante la propia enfermedad, una ceguera que entra?a enormes peligros: los enfermos son los otros. Es decir, como siempre, los extranjeros. Con respecto a Espa?a, a la que sorprendentemente muchos citan como tierra de promisi¨®n, es verdad que nuestro engranaje pol¨ªtico, por fortuna, no ha llegado al grado de deterioro del de Italia, ni ha aparecido todav¨ªa -esperemos que no aparezca- un rey-buf¨®n como Il Cavaliere. Pero la tragic¨®mica endogamia de los partidos es ya similar. ?Y qu¨¦ decir del novorriquismo, la corrupci¨®n, la vulgaridad o la ignorancia? Competimos en ser la Octava Potencia Econ¨®mica del Mundo. Zapatero dice que es Espa?a. El pobre Prodi dec¨ªa que todav¨ªa era Italia. Y tambi¨¦n, seg¨²n todos los estudios, competimos en ser uno de los pa¨ªses con la peor educaci¨®n de Europa.
Rafael Argullol es escritor y fil¨®sofo.
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