Buenos Aires, Argentina, entre la sangre y su tinta
"Considero a Buenos Aires como ejemplo magn¨ªfico de lo que puede el esfuerzo aislado, aunque no se aplique a ning¨²n ideal. Tambi¨¦n como ejemplo de lo que el hombre tiene que hacer aunque no quiera. Porque no puede negarse que Buenos Aires ha nacido del esfuerzo de llevar al pa¨ªs a su m¨¢s alta expansi¨®n, y del trabajo de los habitantes por llevarse a s¨ª mismos a su m¨¢s alta expansi¨®n, as¨ª el pa¨ªs entero sucumbiera".
Ezequiel Mart¨ªnez Estrada
La cabeza de Goliat
Viajar, regresar, abandonar, huir de la Argentina a trav¨¦s de las dobladuras hechas en las p¨¢ginas de esos libros que marcaron a fuego todos los fuegos de mi amor y mi desamor hacia Ella supone, quiz¨¢s, la ¨²nica manera posible de adentrarse para ver qu¨¦ ha sido de aquel camino tenebroso por donde avanzaba a tientas "una humanidad de larvas densas entre espesores alternativos de luz y sombra". Un resbaladizo peregrinar urbano que, siguiendo su bell¨ªsima costumbre, tan an¨¢rquicamente describ¨ªa el Estanislao Balder de Roberto Arlt en El amor brujo, mientras ol¨ªa all¨¢ lejos y hace tiempo, en los mozos a?os treinta del siglo pasado, el hedor insoportable que poco m¨¢s tarde convertir¨ªa al viento del sudeste en humo, a la pampa en lodazal.
Tal vez, acudir al rescate de ese apuntar temerario en los m¨¢rgenes de sus pliegues nos permita acercarnos al cad¨¢ver adoquinado de Argentina
Porque, tal vez, acudir al rescate de ese apuntar temerario en los m¨¢rgenes de sus pliegues nos permita hoy acercarnos al cad¨¢ver adoquinado de Buenos Aires, Argentina. Y as¨ª reconocerlo, encontr¨¢ndonos sin p¨¦rdida en las esquinas ya imaginarias de un esplendor en el que el Ad¨¢n Buenosayres de Leopoldo Marechal a¨²n pod¨ªa sentir resplandecer su ma?ana "templada y riente (como lo son las del oto?o en la muy graciosa ciudad de Buenos Aires), y la Gran Capital del Sur era una mazorca de hombres que se disputaban a gritos la posesi¨®n del d¨ªa y de la tierra".
Rayuela porte?a.
Ad¨¢n Buenosayres, precisamente, era despertado aquella ma?ana de oto?o por la canci¨®n de Inma, que enton¨¢ndola frente al n¨²mero 303 de la calle Monte Egmont inundaba el barrio entero de Villa Crespo con su delicada melod¨ªa.
?Saldr¨ªan tambi¨¦n de las cuerdas vocales de Inma las l¨ªvidas flores del espacio con las que, silbando bajito desde la ventana de enfrente, Oliveira endulzaba el lento desperezarse de Traveler y de Talita, que dorm¨ªan mucho de d¨ªa "no tanto por el cansancio del circo sino por un principio de fiaca que ¨¦l respetaba"? ?Se habr¨¢ visto el protagonista de Rayuela influenciado aqu¨ª por los consejos subliminales de Arlt, cronista nada meditabundo y aburrido que en sus radiantes Aguafuertes porte?as llev¨® a cabo un encendido elogio del fiac¨²n porque "no hay porte?o, desde la Boca a N¨²?ez, y desde N¨²?ez a Corrales, que no haya dicho alguna vez: hoy estoy con fiaca"?
Celoso por ah¨ª de ?Quizagenio?, personaje que se rebelaba ante el mism¨ªsimo Macedonio Fern¨¢ndez pregunt¨¢ndose c¨®mo se le hab¨ªa ocurrido darle a su nombre "la modalidad extravagante de ser interrogativo", Oliveira respetaba la (in)actividad argentina por excelencia de los Traveler y los designios de su hacedor.
Claro que -"ya empez¨¢s, vos"- mientras tanto rumiaba incombustible la idea de fabricar un puente con tablones, clavos torcidos y sogas que pinchan para unir, para atraer las ventanas del lado de all¨¢ con los otros lados, qui¨¦n sabe si intentando olvidar que dar la vuelta al d¨ªa en ochenta mundos s¨®lo sirve para confirmar que "ser argentino es estar lejos".
("Por fin, pens¨® Talita, mirando los adoquines, las veredas. Cualquier cosa es mejor que estar as¨ª, entre las dos ventanas").
Un ratito antes de que llegara Gekrepten al escenario circense cortazariano, ac¨¢ al lado nom¨¢s, te tom¨¢s aquel bondi rojo y negro que agarra la Avenida Rivadavia derecho, pas¨¢s por el comercio de remend¨®n que hay junto a una ferreter¨ªa de fachada verde y blanca en el zagu¨¢n de una casa antigua entre Sud Am¨¦rica y Bolivia (s¨ª, ese cuchitril donde Silvio Drodman Astier aprendi¨® a so?ar rabiosamente con ser bandido y estrangulador de corregidores libidinosos), ac¨¢ al lado nom¨¢s te digo, che, las chicas de Flores y de Oliverio Girondo se paseaban tomadas de las manos para transmitirse sus estremecimientos, "y si alguien las miraba a las pupilas apretaban las piernas por miedo a que el sexo se les cayera en la vereda".
Florido barrio empedernido de furbos y macaneadores, de turritos y vividores, "hombres que quebrantan todas las leyes sin peligro de que ¨¦stas se vuelvan en su contra", que dir¨ªa Arlt, se reun¨ªan ellos alrededor de una mesa y cuarenta naipes de Truco en el ¨¢mbito de la instituci¨®n Caf¨¦, ese "h¨¢bito espa?ol o madrile?o que es generado, y no al rev¨¦s, por el gusto de eludir la obligaci¨®n de realizar algo serio, y de esquivar la responsabilidad de tener ideas personales", que dir¨ªa Mart¨ªnez Estrada.
?Ser¨ªa posible encontrar hoy, en cualquier caf¨¦ de los que, con permiso de Star-bucks, a¨²n pululan por el callejero porte?o, a un fil¨®sofo de la prestancia de Samuel Tesler, declamando en impecable oratoria: "?La gallina, s¨ªmbolo perfecto de Buenos Aires! En mi obra desplumo la gallina y la meto en la olla hirviente del an¨¢lisis. Le a?ado el choclo de la melancol¨ªa y el alegre perejil del sarcasmo y ver¨¢s a un pueblo cacareante que remueve la tierra con sus patas afanosas y que picotea d¨ªa y noche sin acordarse de la triste Psiquis, sin levantar los ojos al cielo, sin escuchar la m¨²sica de las esferas"?
Regando el Cielo con su tinta, lluvias a gritos, sillones para morirse, t¨ªas en dificultades -que bien podr¨ªan ser las mismas que al Pepe del Ferdydurke deprim¨ªan dici¨¦ndole "hijo m¨ªo, si no quieres ser m¨¦dico, s¨¦ por lo menos mujeriego o coleccionista, pero s¨¦ alguien..., s¨¦ alguien..."-, cuentos sin moraleja y sabios con agujeros en la memoria encontr¨® tambi¨¦n Cort¨¢zar, hermos¨ªsimo cronopio, en la jaula dorada de Palermo y de Borges, "una manzana entera pero en mit¨¢ del campo / expuesta a las auroras y lluvias sudestadas / la manzana pareja que persiste en mi barrio: Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga".
Necrol¨®gica argentina.
"Pero la tierra no es una mentira, aunque el hombre delire recorri¨¦ndola y le exija lo que no tiene y la bautice con nombres paradojales", percib¨ªa el amigo Ezequiel en Radiograf¨ªa de la pampa. El camino tenebroso arltiano se ha impuesto ya, ese "subsuelo planetario que se desplegaba sinuoso bajo los cimientos de las ciudades terrestres, iluminado por un sol torcido y cortado por callejones de tinieblas m¨¢s altos que palacios fara¨®nicos" ha tomado mi tierra por asalto, convirtiendo las calles de Buenos Aires en bocas hambrientas de voracidad, fauces insaciables de impunidad, cementerios sin l¨¢pidas ni baldosas de una vida que desapareci¨®.
Porque m¨¢s que multiplicado en calles o avenidas, el plano argentino contempor¨¢neo fue dividido en invisibles, incesantes callejones sin salida por una jaur¨ªa incontrolada de can¨ªbales grises y verdes. Y la decapitada Argentina poco pudo hacer para mantener la frente alta y el cuerpo erguido, tal como le ocurriera aquella vez a Erdosain cuando, tras discutir en llamas con el Astr¨®logo, sinti¨® una un¨ªvoca punzada en los senderos de su cerebro que le auguraba, le aseguraba que "no se pertenecer¨ªa a s¨ª mismo para nunca jam¨¢s".
("Entonces, Borges, volv¨ª a sacar el cuchillo corto y filoso que yo sab¨ªa cargar aqu¨ª, en el chaleco, junto al sobaco izquierdo, y le pegu¨¦ otra revisada despacio, y estaba como nuevo, inocente, y no quedaba ni un rastrito de sangre").
Tampoco sabremos nunca jam¨¢s, ya que el mundo s¨®lo existe, haciendo caso a Gombrowicz, "porque siempre resulta demasiado tarde para retroceder", si podr¨ªamos haber construido a tiempo alg¨²n dique que contuviera las dos furias pantanosas por las que el ser teratol¨®gico habitualmente llamado Buenos Aires, Argentina, se dej¨® ahogar y engatusar: el R¨ªo de la Plata, majestuoso lagrimal de unos ojos desenfocados siempre a Europa, y ese otro mar verde que es la pampa, al que sistem¨¢ticamente la cabeza del monstruo dio los restos escamosos de la espalda.
Imaginando que Guillermo E. Hudson -sabr¨¢ disculpar la impertinencia, maestro- no pretend¨ªa otra cosa que dedicar amado epitafio al pa¨ªs que lo vio nacer y lo mim¨® a crecer, en All¨¢ lejos y hace tiempo podemos leer: "Tal vez la presencia de esas ra¨ªces hondas cerca de sus huesos y la flor ba?ada de sol le llevar¨ªan un recuerdo a su sue?o, si es que alguna vez un sue?o lo visit¨® en su largo dormir sin ma?ana".
Estaba bien eso: l¨ªvidas flores del espacio.
Roberto Arlt: El juguete rabioso (1926), Los lanzallamas (1931), El amor brujo (1932), Aguafuertes porte?as (1933). Jorge Luis Borges: Cuaderno San Mart¨ªn (1929), Historia universal de la infamia (1935). Julio Cort¨¢zar: Historias de cronopios y de famas (1962), Rayuela (1963), La vuelta al d¨ªa en ochenta mundos (1967). Macedonio Fern¨¢ndez: Museo de la novela de la Eterna (1967). Oliverio Girondo: Veinte poemas de amor para ser le¨ªdos en el tranv¨ªa (1922). W. Gombrowicz: Ferdydurke (1947). G. E. Hudson: All¨¢ lejos y hace tiempo (1953). L. Marechal: Ad¨¢n Buenosayres (1948). E. Mart¨ªnez Estrada: Radiograf¨ªa de la pampa (1933), La cabeza de Goliat (1940).
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