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Musicofilia. Como ca¨ªda del cielo

Tony Cicoria ten¨ªa 42 a?os. Era un hombre robusto y muy en forma que hab¨ªa jugado al f¨²tbol americano en la universidad y que trabajaba como cirujano ortop¨¦dico en una peque?a ciudad del norte del Estado de Nueva York, donde gozaba de una buena reputaci¨®n. Una tarde de oto?o se hallaba en un pabell¨®n junto a un lago durante una reuni¨®n familiar. Hac¨ªa bueno y corr¨ªa algo de brisa, pero se dio cuenta de que en el horizonte hab¨ªa algunas nubes de tormenta; parec¨ªa que iba a llover.

Se acerc¨® a una cabina telef¨®nica que hab¨ªa fuera del pabell¨®n para llamar un momento a su madre (era 1994, antes de la era de los m¨®viles). Todav¨ªa hoy recuerda cada segundo de lo que ocurri¨® despu¨¦s: "Estaba hablando por tel¨¦fono con mi madre. Estaba chispeando y se o¨ªan truenos a lo lejos. Mi madre colg¨®. Yo tendr¨ªa el tel¨¦fono a unos 30 cent¨ªmetros cuando sufr¨ª la descarga. Recuerdo un fogonazo de luz que sal¨ªa de la cabina y me dio en la cara. Lo siguiente que recuerdo es que sal¨ª despedido hacia atr¨¢s".

Luego, y aunque parece dudar antes de contarme esto, "me vi arrojado hacia adelante. Desconcertado, mir¨¦ a mi alrededor y vi mi propio cuerpo en el suelo. Me dije: '?Mierda, estoy muerto!'. Vi a gente reunida en torno a mis restos. Vi a una mujer -hab¨ªa estado esperando a que yo terminara de usar el tel¨¦fono- que se colocaba sobre mi cuerpo y le hac¨ªa la respiraci¨®n boca a boca. Yo sub¨ª las escaleras flotando y mi consciencia se vino conmigo. Vi a mis hijos, me di cuenta de que no les iba a pasar nada. Entonces me rode¨® una luz azulada y blanquecina?, una intensa sensaci¨®n de bienestar y paz. Me pasaron por delante los mejores y los peores momentos de mi vida. Pero no asociaba a ellos ninguna emoci¨®n? era puro pensamiento, puro ¨¦xtasis. Tuve la percepci¨®n de acelerar, de que me elevaban?, hab¨ªa velocidad y direcci¨®n. Entonces, justo cuando estaba pensando: ¨¦sta es la sensaci¨®n m¨¢s gloriosa que jam¨¢s he experimentado?, ?bam! Regres¨¦".

El doctor Cicoria sab¨ªa que hab¨ªa regresado a su cuerpo porque sinti¨® dolor, el dolor de las quemaduras en el rostro y en el pie izquierdo, los puntos por los que la descarga el¨¦ctrica hab¨ªa entrado y salido de su cuerpo. Y se dio cuenta de que "s¨®lo los cuerpos sienten dolor". ?l quer¨ªa volver, quer¨ªa decirle a aquella mujer que dejara de hacerle la respiraci¨®n boca a boca, que le dejara marchar; pero era demasiado tarde, ya estaba innegablemente de vuelta entre los vivos. Al cabo de un minuto o dos, cuando fue capaz de hablar, dijo: "Est¨¢ bien? ?Soy m¨¦dico!". La mujer, que por lo visto era enfermera en una UCI, replic¨®: "Hace unos minutos no lo era".

Se present¨® la polic¨ªa y quisieron llamar a una ambulancia, pero Cicoria se neg¨® entre delirios. En lugar de eso le llevaron a casa ("Me pareci¨® que tardamos horas en llegar"), desde donde llam¨® a su m¨¦dico, un cardi¨®logo. Cuando ¨¦ste le examin¨® supuso que Cicoria hab¨ªa debido de sufrir una breve parada cardiaca, pero no encontr¨® nada m¨¢s cuando le auscult¨® y tampoco en los electrocardiogramas. "Con estas cosas, o vives o te mueres", coment¨® el cardi¨®logo, que no pensaba que el doctor Cicoria fuera a padecer m¨¢s consecuencias de este extra?o accidente.

Cicoria tambi¨¦n consult¨® a un neur¨®logo. Le invad¨ªa la pereza (algo raro en ¨¦l), y ten¨ªa problemas de memoria. De repente se vio olvidando los nombres de gente que conoc¨ªa bien. Le hicieron pruebas neurol¨®gicas, un electroencefalograma y una resonancia magn¨¦tica. Tampoco se observaron anomal¨ªas.

Al cabo de un par de semanas, cuando recuper¨® la energ¨ªa, el doctor Cicoria volvi¨® al trabajo. Segu¨ªa arrastrando algunos problemas de memoria -de vez en cuando olvidaba los nombres de enfermedades u operaciones poco frecuentes-, pero sus habilidades quir¨²rgicas no se vieron afectadas. Transcurridas otras dos semanas, desaparecieron los problemas de memoria, y pens¨® que ah¨ª acababa todo.

Lo que ocurri¨® posteriormente sigue asombrando a Cicoria, todav¨ªa hoy, 12 a?os despu¨¦s. La vida hab¨ªa vuelto a la normalidad, aparentemente, cuando "de repente, en dos o tres d¨ªas, me entraron unas ganas irrefrenables de escuchar m¨²sica de piano". Esto no guardaba ninguna relaci¨®n con nada de su pasado. De peque?o hab¨ªa recibido unas pocas clases de piano, "pero no me interesaba realmente". Ni siquiera ten¨ªa piano en casa. La ¨²nica m¨²sica que escuchaba era rock.

Con este s¨²bito capricho por la m¨²sica de piano, comenz¨® a comprar discos, y se enamor¨® especialmente de una grabaci¨®n de sus obras predilectas de Chopin interpretadas por Vladimir Ashkenazy: la polonesa Militar, el estudio Viento de invierno, el estudio Teclas negras, la Polonesa en la bemol, el Scherzo n¨²mero 2 en si bemol menor. "Me encantaban todas", explicaba Cicoria. "Ten¨ªa el deseo de tocarlas. Ped¨ª todas las partituras. Justo entonces, una de nuestras ni?eras pregunt¨® si pod¨ªa dejar su piano en nuestra casa, de modo que en el preciso instante en que a m¨ª se me antoj¨®, apareci¨® uno, un peque?o piano de pared. Era perfecto para m¨ª. Apenas pod¨ªa leer las partituras, apenas sab¨ªa tocar, pero empec¨¦ a aprender yo solo". Hab¨ªan pasado m¨¢s de treinta a?os desde las pocas clases de piano de su infancia, y ten¨ªa los dedos entumecidos y r¨ªgidos.

Y entonces, inmediatamente despu¨¦s de sentir este repentino deseo por la m¨²sica de piano, Cicoria comenz¨® a o¨ªr m¨²sica en su cabeza. "La primera vez", explica, "fue durante un sue?o. Yo iba de esmoquin, estaba en un escenario, tocando algo que hab¨ªa compuesto yo. Me despert¨¦ sobresaltado y la m¨²sica segu¨ªa en mi cabeza. Salt¨¦ de la cama y empec¨¦ a escribir todo lo que recordaba. Pero apenas sab¨ªa c¨®mo plasmar lo que o¨ªa". Aquello no sali¨® muy bien porque ¨¦l nunca hab¨ªa intentado escribir o anotar m¨²sica antes. Pero cada vez que se sentaba al piano a practicar Chopin, su propia m¨²sica "ven¨ªa y le embargaba. Ten¨ªa una presencia muy poderosa".

Yo no sab¨ªa muy bien c¨®mo entender esta m¨²sica tan perentoria, que le invad¨ªa casi irresistiblemente y le inundaba. ?Estaba experimentando alucinaciones musicales? No, respondi¨® el doctor Cicoria, no eran alucinaciones. "Inspiraci¨®n" era un t¨¦rmino m¨¢s adecuado. La m¨²sica estaba ah¨ª, en lo m¨¢s profundo de su interior, o en alguna parte, y lo ¨²nico que ten¨ªa que hacer era dejar que le viniera. "Es como una frecuencia, una emisora de radio. Si me abro, viene. Me gustar¨ªa decir que viene del cielo, como afirmaba Mozart".

Su m¨²sica no cesa. "Nunca se agota", prosegu¨ªa ¨¦l. "En todo caso, tengo que apagarla yo".

Ahora ten¨ªa que lidiar no s¨®lo con aprender a interpretar Chopin, sino tambi¨¦n con dar forma a la m¨²sica que le rondaba constantemente la cabeza, probarla en el piano, ponerla en el papel manuscrito. "Era una lucha terrible. Me levantaba a las cuatro de la ma?ana y tocaba hasta que me iba a trabajar, y cuando volv¨ªa a casa del trabajo, me pasaba toda la tarde en el piano. Mi mujer no estaba nada contenta. Yo estaba pose¨ªdo".

Al tercer mes del accidente del rayo, Cicoria, que anta?o fue un hombre de familia afable y cordial, casi indiferente a la m¨²sica, se ve¨ªa inspirado, casi pose¨ªdo, por la m¨²sica y apenas ten¨ªa tiempo para nada m¨¢s. Cay¨® en la cuenta de que quiz¨¢ se hab¨ªa "salvado" por alg¨²n motivo especial. "Llegu¨¦ a pensar", asegura, "que la ¨²nica raz¨®n por la que me hab¨ªan permitido sobrevivir era la m¨²sica". Le pregunt¨¦ si antes del rayo era creyente. Hab¨ªa recibido una formaci¨®n cat¨®lica, respondi¨®, pero nunca hab¨ªa sido especialmente religioso; ten¨ªa algunas creencias poco ortodoxas, como la reencarnaci¨®n.

?l mismo lleg¨® a pensar que en cierto sentido se hab¨ªa reencarnado, que se hab¨ªa transformado y hab¨ªa recibido un don especial, una misi¨®n: "sintonizar" con la m¨²sica que ¨¦l llamaba, medio metaf¨®ricamente, "m¨²sica del cielo". ?sta sol¨ªa manifestarse como un "torrente absoluto" de notas sin pausas, sin descansos, a las que ¨¦l ten¨ªa que dar estructura y forma. (Mientras me contaba esto, yo pensaba en Caedmon, poeta anglosaj¨®n del siglo VII, que era un pastor de cabras analfabeto y que, seg¨²n contaban, hab¨ªa sido agraciado con "el arte del canto" una noche en sue?os y se pas¨® el resto de su vida alabando a Dios y a la creaci¨®n en himnos y poemas).

Cicoria sigui¨® trabajando en el piano y en sus composiciones. Compr¨® libros sobre notaci¨®n musical y pronto se dio cuenta de que necesitaba un profesor de m¨²sica. Viajaba para asistir a conciertos de sus int¨¦rpretes favoritos, pero no ten¨ªa relaci¨®n con otros m¨²sicos de su ciudad o con las actividades musicales que all¨ª se celebraban. Era una b¨²squeda en solitario, entre su musa y ¨¦l.

Le pregunt¨¦ si hab¨ªa experimentado otros cambios desde que le cay¨® el rayo, una nueva forma de ver el arte, quiz¨¢, un gusto distinto en sus lecturas, nuevas creencias. Cicoria me explic¨® que se hab¨ªa vuelto "muy espiritual" desde su experiencia entre la vida y la muerte. Hab¨ªa empezado a leer todo lo que encontraba sobre este tipo de vivencias y sobre accidentes con rayos. Se hab¨ªa hecho con "toda una biblioteca sobre Tesla" y con todo lo que ca¨ªa en sus manos sobre el poder bello y terrible de la electricidad de alto voltaje. En ocasiones cre¨ªa ver "auras" de luz o energ¨ªa alrededor de los cuerpos de la gente, algo que nunca le hab¨ªa pasado antes del rayo.

Pasaron algunos a?os, y la nueva vida de Cicoria, su inspiraci¨®n, no le abandon¨® ni por un momento. Sigui¨® trabajando como cirujano a tiempo completo, pero su coraz¨®n y su mente se centraban en la m¨²sica. Se divorci¨® en 2004, y ese mismo a?o tuvo un terrible accidente de moto. ?l no lo recuerda, pero otro veh¨ªculo golpe¨® su Harley y le encontraron en una zanja, inconsciente y malherido, con huesos rotos, el bazo destrozado, un pulm¨®n perforado, contusiones cardiacas y, aunque llevaba el casco puesto, heridas en la cabeza. Pese a todo esto, se recuper¨® del todo y volvi¨® al trabajo dos meses despu¨¦s. Ni el accidente, ni los da?os que sufri¨® en la cabeza, ni su divorcio parecieron hacer mella en su pasi¨®n por tocar y componer m¨²sica.

Nunca he conocido a nadie con una historia como la de Tony Cicoria, pero en alguna ocasi¨®n he tenido pacientes con un brote similar de inter¨¦s art¨ªstico o musical repentino, como Salimah M., una investigadora qu¨ªmica. Con cuarenta y pocos a?os, Salimah comenz¨® a experimentar breves lapsos, de un minuto de duraci¨®n o menos, en los que sent¨ªa "algo extra?o"; a veces era la sensaci¨®n de estar en una playa en la que hab¨ªa estado antes, pero siendo perfectamente consciente de su entorno y capaz de una conversaci¨®n, o conducir un coche, o hacer lo que estuviera haciendo en ese momento. De vez en cuando, estos episodios ven¨ªan acompa?ados de un "sabor amargo" en la boca. Aunque advert¨ªa estos extra?os sucesos, jam¨¢s pens¨® que tuvieran alg¨²n significado neurol¨®gico, hasta que tuvo un ataque epil¨¦ptico en verano de 2003, y visit¨® a un neur¨®logo que le hizo un esc¨¢ner. La prueba indic¨® la presencia de un gran tumor en el l¨®bulo temporal derecho. ?sa hab¨ªa sido la causa de sus extra?os episodios, que ahora se sab¨ªa que hab¨ªan sido peque?os ataques en el l¨®bulo temporal. Los m¨¦dicos consideraron que el tumor era maligno (aunque probablemente se trataba de un oligodendroglioma, un tipo de tumor relativamente poco maligno) y que era preciso extirparlo. Salimah no sab¨ªa si aquello iba a suponer su sentencia de muerte, y le daba miedo la operaci¨®n y sus posibles consecuencias. A su marido y a ella les advirtieron de que la cirug¨ªa pod¨ªa producir ciertos "cambios de personalidad". Pero al final la operaci¨®n sali¨® bien, se extirp¨® casi todo el tumor y, tras un periodo de convalecencia, Salimah pudo volver a su trabajo.

Antes de la operaci¨®n, Salimah hab¨ªa sido una mujer bastante reservada, a la que de vez en cuando le molestaban o le preocupaban minucias como el polvo o el desorden; seg¨²n su marido, a veces "se obsesionaba" con las faenas de la casa. En cambio, despu¨¦s de la operaci¨®n, a Salimah dejaron de afectarle las cuestiones dom¨¦sticas. Se hab¨ªa convertido, seg¨²n las idiosincr¨¢sicas palabras de su marido (el ingl¨¦s no era la lengua materna de ninguno de los dos) en una "gata feliz". Era, sentenci¨®, una "disfrut¨®loga".

La nueva personalidad risue?a de Salimah se percibi¨® tambi¨¦n en el trabajo. Llevaba 15 a?os trabajando en el mismo laboratorio y todos admiraban su inteligencia y dedicaci¨®n. Pero ahora, sin menoscabo de su competencia profesional, parec¨ªa una persona mucho m¨¢s cari?osa, comprensiva e interesada en la vida y los sentimientos de sus colegas. Mientras que antes, en palabras de un compa?ero, hab¨ªa sido una persona "mucho m¨¢s introvertida", tras la operaci¨®n se convirti¨® en la confidente y el centro social de todo el laboratorio.

En casa tambi¨¦n se despoj¨® de esa personalidad a lo Marie Curie tan centrada en el trabajo. Se permit¨ªa m¨¢s tiempo libre de sus reflexiones y ecuaciones, y empez¨® a interesarse m¨¢s por ir al cine o a fiestas, por vivir un poco. Y un nuevo amor, una nueva pasi¨®n, entr¨® en su vida. De peque?a hab¨ªa sido, seg¨²n sus propias palabras, una persona "ligeramente musical", tocaba un poco el piano, pero la m¨²sica nunca hab¨ªa tenido un papel relevante en su vida. Ahora era distinto. Anhelaba o¨ªr m¨²sica, asistir a conciertos, escuchar m¨²sica cl¨¢sica en la radio o en CD. Se emocionaba hasta el ¨¦xtasis o las l¨¢grimas con melod¨ªas que antes no le provocaban "ning¨²n sentimiento especial". Se hizo "adicta" a la radio del coche, que escuchaba de camino al trabajo. Un colega que en una ocasi¨®n la adelant¨® cuando se dirig¨ªa al laboratorio, dijo que llevaba la radio "incre¨ªblemente alta", y que la pod¨ªa o¨ªr a medio kil¨®metro de distancia. Desde su descapotable, Salimah "amenizaba toda la autopista".

Al igual que Tony Cicoria, Salimah daba muestras de una transformaci¨®n dr¨¢stica, y en lugar de sentir s¨®lo un ligero inter¨¦s por la m¨²sica, ahora la conmov¨ªa intensamente y experimentaba una necesidad constante de ella. Y en ambos casos, se percib¨ªan tambi¨¦n otros cambios m¨¢s generales: un resurgir de los sentimientos, como si se hubieran estimulado o liberado toda clase de emociones. En palabras de Salimah: "Lo que ocurri¨® tras la operaci¨®n es que volv¨ª a nacer. Aquello cambi¨® mi forma de ver la vida y me hizo apreciar cada minuto de ella".

?Podr¨ªa alguien desarrollar una musicofilia "pura", sin que estuviera acompa?ada de cambios en la personalidad o en el comportamiento? En 2006, Rohrer, Smith y Warren describieron una situaci¨®n igual en el sorprendente historial cl¨ªnico de una mujer entrada en los sesenta que ten¨ªa ataques epil¨¦pticos en el l¨®bulo temporal de dif¨ªcil cura, focalizados en el l¨®bulo temporal derecho. Despu¨¦s de siete a?os de ataques, al final lleg¨® a controlarlos con un f¨¢rmaco anticonvulsivante, la lamotriginia (LTG). Antes de que empezara con esta medicaci¨®n, Rohrer y sus compa?eros escribieron que a esta muje r "siempre le hab¨ªa sido indiferente la m¨²sica, nunca escuchaba m¨²sica por placer ni iba a conciertos. En cambio, su marido y su hija tocaban el piano y el viol¨ªn [?] No le conmov¨ªa nada la m¨²sica tradicional tailandesa que hab¨ªa o¨ªdo en reuniones familiares o en actos p¨²blicos en Bangkok ni los g¨¦neros cl¨¢sicos y populares de la m¨²sica occidental hasta que se mud¨® a Reino Unido. De hecho, sigui¨® evitando la m¨²sica en la medida de lo posible y aborrec¨ªa ciertos timbres musicales en particular (por ejemplo: sol¨ªa cerrar la puerta para evitar o¨ªr a su marido tocar el piano y el canto coral le resultaba "irritante").

Esta indiferencia frente a la m¨²sica cambi¨® radicalmente cuando la paciente empez¨® a tomar la amotriginia: "Despu¨¦s de llevar varias semanas tomando LTG, se percibi¨® un cambio radical en su apreciaci¨®n de la m¨²sica. Buscaba programas musicales en la radio y en la televisi¨®n, escuchaba emisoras de m¨²sica cl¨¢sica en la radio muchas horas al d¨ªa y ped¨ªa que fueran a conciertos. Su marido contaba que se hab¨ªa quedado 'traspuesta' durante toda La Traviata y que le molest¨® que algunos entre el p¨²blico hablaran durante el espect¨¢culo. Ahora describ¨ªa la actividad de escuchar m¨²sica cl¨¢sica como una experiencia extremadamente agradable y cargada de emoci¨®n. No cantaba ni silbaba, y no se descubri¨® ning¨²n otro cambio en su comportamiento o en su personalidad. No daba muestras de tener trastornos mentales, alucinaciones ni trastornos en el estado de ¨¢nimo".

Aunque Rohrer et al. no pod¨ªan se?alar la bases precisas de la musicofilia de la paciente, se aventuraron a insinuar que, durante sus a?os de incorregibles ataques epil¨¦pticos, podr¨ªa haber desarrollado una conexi¨®n funcional intensificada entre los sistemas perceptivos en los l¨®bulos temporales y las partes del sistema l¨ªmbico, encargado de responder a los est¨ªmulos emocionales, una conexi¨®n que no se hizo patente hasta que sus ataques quedaron bajo control gracias a la medicaci¨®n. En los a?os setenta, David Bear insinu¨® que dicha hiperconexi¨®n sensorial y l¨ªmbica pod¨ªa ser la base para que aparecieran sentimientos art¨ªsticos, sexuales, m¨ªsticos o religiosos inesperados que a veces tienen lugar en las personas con epilepsia en el l¨®bulo temporal. ?Podr¨ªa haberle ocurrido tambi¨¦n algo parecido a Tony Cicoria?

La pasada primavera, Cicoria particip¨® en un retiro musical de diez d¨ªas para estudiantes de m¨²sica, principiantes con talento y j¨®venes profesionales. El campamento sirve tambi¨¦n de escenario para Erica van der Linde Feidner, una pianista de concierto especializada en encontrar el piano perfecto para cada uno de sus clientes. Tony acababa de comprarle un piano, un B?sendorfer de cola, un prototipo ¨²nico fabricado en Viena, y Erica pens¨® que Tony ten¨ªa un instinto extraordinario para elegir un piano con el tono exacto que quer¨ªa. Cicoria sinti¨® que era un buen momento y un buen lugar para debutar como m¨²sico.

Se prepar¨® dos piezas para su concierto: su primer amor, el Scherzo en si bemol menor de Chopin, y su primera composici¨®n propia, que titul¨® Rapsodia, Opus I. Su forma de tocar y su historia electrizaron a todo el mundo en el campamento (muchos expresaron el deseo de que a ellos tambi¨¦n les cayera un rayo). Toc¨®, seg¨²n Erica, con "gran pasi¨®n y br¨ªo", y si no con un genio sobrenatural, al menos s¨ª con una habilidad encomiable, una haza?a asombrosa para una persona que carec¨ªa pr¨¢cticamente de educaci¨®n musical y que hab¨ªa aprendido a tocar por su cuenta a la edad de 42 a?os.

El doctor Cicoria me pregunt¨® qu¨¦ opinaba al final de su historia. ?Alguna vez me hab¨ªa visto ante algo parecido? Yo le pregunt¨¦ lo que pensaba ¨¦l y c¨®mo interpretar¨ªa lo que le hab¨ªa sucedido. Me respondi¨® que, en calidad de m¨¦dico, no sab¨ªa c¨®mo explicar lo que le hab¨ªa pasado y que, por tanto, ten¨ªa que considerarlo en t¨¦rminos "espirituales". Yo repliqu¨¦ que, con todos mis respetos hacia el mundo espiritual, me parec¨ªa que hasta los estados de ¨¢nimo m¨¢s exaltados, las transformaciones m¨¢s sorprendentes, deben de tener unas bases f¨ªsicas o, al menos, alg¨²n correlato fisiol¨®gico en la actividad neuronal.

En la ¨¦poca en que le alcanz¨® el rayo, Cicoria tuvo tanto una experiencia cercana a la muerte como un viaje astral. Se han dado muchas explicaciones sobrenaturales o m¨ªsticas a los viajes astrales, pero tambi¨¦n llevan siendo objeto de la investigaci¨®n neurol¨®gica un siglo o m¨¢s. Dichas experiencias parecen tener un formato relativamente estereotipado: uno parece no estar en su propio cuerpo, sino fuera de ¨¦l y, en la mayor¨ªa de los casos, mir¨¢ndose a s¨ª mismo desde arriba a unos dos metros y medio de distancia (los neur¨®logos se refieren a esto con el t¨¦rmino "autoscopia"). Uno cree ver claramente la habitaci¨®n o el espacio a su alrededor y a otras personas y objetos cercanos, pero desde una perspectiva a¨¦rea. La gente que ha vivido dichas experiencias suele describir sensaciones vestibulares como "flotar" o "volar" por el aire. Los viajes astrales pueden inspirar miedo, alegr¨ªa o un sentimiento de distanciamiento, pero se suelen definir como intensamente "reales", nada que ver con un sue?o o una alucinaci¨®n. Esto se ha registrado en muchas clases de experiencias cercanas a la muerte, as¨ª como en ataques epil¨¦pticos en el l¨®bulo temporal. Hay pruebas que indican que los aspectos visoespaciales y vestibulares de los viajes astrales est¨¢n relacionados con un trastorno funcional en la corteza cerebral, en especial en la regi¨®n en la que se unen los l¨®bulos temporales y los parietales 1.

Pero no fue s¨®lo un viaje astral lo que relat¨® Cicoria. Vio una luz blanquiazul, vio a sus hijos, su vida pas¨® ante sus ojos, tuvo una sensaci¨®n de ¨¦xtasis y, sobre todo, de estar experimentando algo trascendental y extremadamente significativo. ?Cu¨¢les podr¨ªan ser las bases neuronales para esto? Otras personas han descrito con asiduidad experiencias cercanas a la muerte de este tipo cuando corr¨ªan -o cre¨ªan que corr¨ªan- un gran peligro, ya fuera porque de repente se vieron envueltos en un accidente, porque les cayera un rayo o, en la mayor¨ªa de los casos, porque revivieran tras una parada cardiaca.

Todas ¨¦stas son situaciones que no s¨®lo provocan pavor, sino que tienen muchas probabilidades de causar una bajada repentina de la tensi¨®n sangu¨ªnea y del riego cerebral (y, en el caso de la parada cardiaca, una falta de ox¨ªgeno en el cerebro). Es probable que haya un despertar emocional intenso y un aumento de la noradrenalina y de otros neurotransmisores en dichos estados, ya sean inducidos por el terror o por el ¨¦xtasis. Hasta la fecha, sabemos muy poco de los verdaderos correlatos neuronales en dichas experiencias, pero las alteraciones de la conciencia y la emoci¨®n que ocurren son muy profundas y deben de implicar a las partes emocionales del cerebro -las am¨ªgdalas y el n¨²cleo del tronco cerebral-, as¨ª como a la corteza 2.

Mientras que los viajes astrales tienen un car¨¢cter de ilusi¨®n perceptiva (a pesar de ser compleja y singular), las experiencias cercanas a la muerte cuentan con todas las caracter¨ªsticas de una experiencia m¨ªstica, tal y como William James las define: pasividad, inenarrabilidad, fugacidad y una cualidad intelectual. La persona est¨¢ completamente inmersa en una experiencia cercana a la muerte, sumergida -casi de forma literal- en unos haces de luz (a veces un t¨²nel o una chimenea) que la atraen hacia el m¨¢s all¨¢, una vida m¨¢s all¨¢, un espacio y tiempo m¨¢s all¨¢. Se tiene la sensaci¨®n de mirar por ¨²ltima vez, de despedirse (a un ritmo extremadamente acelerado) de las cosas terrenales, de los lugares, de las personas y de los acontecimientos que forman parte de la propia vida, y una sensaci¨®n de ¨¦xtasis o alegr¨ªa a medida que uno se eleva hacia su destino, un simbolismo arquet¨ªpico de la muerte y la transfiguraci¨®n. La gente que ha vivido experiencias de este tipo no las olvida f¨¢cilmente y pueden tener como consecuencia una conversi¨®n o una metanoia, un cambio de mentalidad, que altera la direcci¨®n y la orientaci¨®n de la vida. Uno no puede suponer, as¨ª como tampoco lo puede hacer con los viajes astrales, que estas experiencias sean un mero capricho; hay caracter¨ªsticas muy parecidas en las que la gente hace hincapi¨¦ en muchos relatos. Las experiencias cercanas a la muerte deben de tener tambi¨¦n su propia base neurol¨®gica, una que altere profundamente la propia conciencia.

?Y qu¨¦ hay del extraordinario arrebato de musicalidad de Cicoria, su repentina musicofilia? Los pacientes que experimentan una degeneraci¨®n de las partes frontales del cerebro, la "demencia frontotemporal", a veces desarrollan una aparici¨®n o una liberaci¨®n asombrosas de talentos musicales y de pasi¨®n por la m¨²sica al perder las capacidades de abstracci¨®n y del lenguaje, pero est¨¢ claro que ¨¦ste no era el caso de Cicoria, que pod¨ªa expresarse perfectamente y era muy competente en todos los sentidos. En 1984, Daniel Jacome describi¨® el caso de un paciente que hab¨ªa sufrido un ataque al coraz¨®n que le hab¨ªa da?ado el hemisferio izquierdo del cerebro y, como consecuencia de ello, hab¨ªa desarrollado "hipermusia" y "musicofilia", junto con afasia y otros problemas. Pero nada hac¨ªa suponer que Tony Cicoria hubiera sufrido un ataque o que hubiera experimentado un da?o cerebral significativo, aparte de unas molestias transitorias en sus sistemas de memoria durante una o dos semanas despu¨¦s de que lo alcanzara el rayo.

Su situaci¨®n me record¨® un poco a Franco Magnani, el "artista de la memoria" sobre el que he escrito en otra ocasi¨®n 3. Franco nunca hab¨ªa pensado en ser pintor hasta que experiment¨® una extra?a crisis o enfermedad -tal vez una clase de epilepsia en el l¨®bulo temporal- a los 31 a?os. De noche so?aba con Pontito, el pueblecito toscano en el que hab¨ªa nacido: al despertarse, las im¨¢genes segu¨ªan siendo extremadamente v¨ªvidas, realistas y profundas ("como hologramas"). A Franco le consum¨ªa la necesidad de hacer reales esas im¨¢genes, de pintarlas, as¨ª que aprendi¨® a pintar por su cuenta, dedicando cada minuto libre a producir cientos de panor¨¢micas de Pontito.

?Es posible que el rayo que alcanz¨® a Cicoria hubiera desencadenado tendencias epil¨¦pticas en sus l¨®bulos temporales? Hay muchos relatos de la aparici¨®n de inclinaciones art¨ªsticas o musicales debido a ataques epil¨¦pticos en el l¨®bulo temporal, y la gente que sufre esos ataques puede desarrollar asimismo intensos sentimientos m¨ªsticos o religiosos, como Cicoria. Pero ¨¦l no hab¨ªa descrito nada parecido a un ataque epil¨¦ptico y, aparentemente, despu¨¦s de lo sucedido su electroencefalograma era normal.

Adem¨¢s, ?por qu¨¦ se retras¨® tanto el desarrollo de la musicofilia de Cicoria? ?Qu¨¦ es lo que ocurri¨® en las seis o siete semanas que pasaron entre su paro cardiaco y la repentina aparici¨®n de la musicofilia? Sabemos que su accidente tuvo efectos inmediatos: el viaje astral, la experiencia cercana a la muerte, el estado de confusi¨®n que dur¨® unas horas y los trastornos de memoria que le duraron un par de semanas. Todos estos efectos podr¨ªan deberse a la anoxia cerebral (ya que su cerebro debi¨® de estar sin recibir el ox¨ªgeno necesario durante un minuto o m¨¢s) o podr¨ªan ser efectos directos del propio rayo sobre el cerebro. No obstante, cabe sospechar que la aparente recuperaci¨®n de Cicoria un par de semanas despu¨¦s de estos acontecimientos no fue tan completa como parec¨ªa, que quiz¨¢ hubiera otro tipo de da?o cerebral que pasara desapercibido y que su cerebro siguiera reaccionando al da?o original y reorganiz¨¢ndose durante ese periodo.

Cicoria tiene la sensaci¨®n de que ahora es "una persona diferente", desde un punto de vista musical, emocional, psicol¨®gico y espiritual. ?sa era tambi¨¦n la impresi¨®n que me daba a m¨ª mientras escuchaba su historia y contemplaba algunas de las nuevas pasiones que lo hab¨ªan transformado. Si lo vemos desde una perspectiva neurol¨®gica, supongo que su cerebro debe de ser muy distinto ahora de como era antes de que el rayo lo alcanzara o en los d¨ªas que siguieron al accidente, cuando las pruebas neurol¨®gicas no mostraban nada fuera de lo com¨²n. Parece ser que los cambios se dieron en las semanas posteriores, cuando su cerebro estaba reorganiz¨¢ndose, prepar¨¢ndose, por as¨ª decirlo, para la musicofilia. ?Podemos ahora, 12 a?os despu¨¦s, definir esos cambios, identificar las bases neurol¨®gicas de su musicofilia? Desde que Cicoria se lesion¨®, en 1994, se han desarrollado pruebas nuevas, mucho m¨¢s precisas, para medir la funci¨®n cerebral. ?l admiti¨® que ser¨ªa interesante seguir analizando su caso, pero, despu¨¦s de unos instantes, recapacit¨® y dijo que quiz¨¢ ser¨ªa mejor dejar las cosas como estaban. Hab¨ªa sido un golpe de suerte, y la m¨²sica, fuera cual fuera su origen, hab¨ªa sido una bendici¨®n, una gracia que no hab¨ªa que cuestionar.

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