Para no dejar de leer el diario
La noticia de que el New York Times tuvo que eliminar cien puestos en su redacci¨®n se suma a otra no menos mala: ese diario perdi¨® el pasado a?o un 4,5% de sus lectores. Sus acciones han bajado de 45 a 17 d¨®lares; y si la empresa val¨ªa 6,5 billones de d¨®lares hace 5 a?os, hoy vale menos de la mitad. Ocurre con otros de los mejores diarios estadounidenses: Los Angeles Times, el Philadelphia Inquirer, el San Francisco Chronicler... Heroicamente, el NYT todav¨ªa mantiene 43 corresponsales en sus 25 oficinas en el extranjero, pero el Boston Globe las ha cerrado todas. Comentando estos hechos, Lee Smith propone en el Chronicle of Higher Education que un grupo de universidades privadas se haga cargo de la econom¨ªa del NYT y lo convierta en el diario m¨¢s le¨ªdo en los campus. La idea es altruista pero peligrosa: los profesores suelen fatigar las prensas para defender la filosof¨ªa que justifica sus inclinaciones.
Los mejores diarios recuperar¨¢n a los lectores al devolverles la palabra
Felizmente, la prensa escrita no se ha quedado con los brazos cruzados. Y ensaya, ahora mismo, las llamadas metodolog¨ªas de la creatividad. Tiene ejemplos en otros sectores. La Toyota japonesa, que en los tres primeros meses del a?o desplaz¨® a la General Motors del primer lugar en ventas de coches, que ¨¦sta hab¨ªa liderado durante 77 a?os, evidenci¨® la creatividad de su sistema de producci¨®n (el New Yorker se demora en explicarlo). No menos creativas han sido las empresas de todo orden en las sociedades pobres: sus sistemas de producci¨®n empiezan en el reciclaje residual, y s¨®lo limitan con su propio ¨¦xito. Y miles de j¨®venes se entrenan en las academias de oficios y terminan en los networks regionales de migrantes, como un nuevo mapa antisistem¨¢tico que reproduce, a escala minimalista, la globalizaci¨®n capitalista. La creatividad se entiende como la l¨®gica del taller: producir m¨¢s con menos; como la moral de la forma: ofrecer el producto m¨¢s acabado; y como un principio de articulaci¨®n: hacer de la necesidad virtud. Esta Paideia posmoderna ha puesto al d¨ªa la ¨¦tica cl¨¢sica: hago, luego soy.
Para la prensa escrita, si la competencia de Internet es sobre todo devastadora en cuanto a la publicidad, no lo es en la lectura: todav¨ªa es mejor leer una p¨¢gina impresa. Por eso, varios peri¨®dicos ofrecen suplementos coleccionables, y buscan ser m¨¢s ¨²tiles como navegadores del d¨ªa. M¨¢s que nunca, el peri¨®dico forma parte de nuestra vida cotidiana. El NYT no se limita a dar el list¨ªn de cine, teatro, museos y galer¨ªas: a?ade sumillas cr¨ªticas hasta al programa de TV. En espa?ol, nuestras Agendas del D¨ªa se limitan a cinco actividades. En ingl¨¦s, son p¨¢ginas extras que ayudan a elegir. Adem¨¢s, la lectura ya no se debe a lo casual sino a las expectativas. Uno sabe qu¨¦ d¨ªas leer¨¢ a sus cronistas preferidos, y un m¨¢ximo de dos cr¨®nicas semanales es la medida civil; m¨¢s que eso ser¨ªa saturaci¨®n.
Los lectores son interlocutores de una buena conversaci¨®n. El mejor ejemplo es el periodismo ingl¨¦s: desde Deportes hasta Obituarios cultivan el ingenio y eluden el ¨¦nfasis. La lectura es un relevo democr¨¢tico: resiste la repetici¨®n y busca nuevas voces y estilos. En la cultura hisp¨¢nica todav¨ªa creemos m¨¢s en la autoridad que en la alteridad.
Tengo para m¨ª que los mejores diarios recuperar¨¢n a los lectores al devolverles la palabra. Por eso, tiende a desaparecer el art¨ªculo doctrinario y prescriptivo, hecho para avanzar causas o intereses. Kipling amenaz¨® con su bast¨®n a un periodista de Nueva York que se atrevi¨® a preguntarle por sus opiniones personales. Hoy las confesiones se nos han vuelto triviales y casuales. Internet promueve un hablante primario y adversarial; suscita muchas veces lo peor del pr¨®jimo. No creo que se pueda llamar "lector", ya que no se debe al lenguaje sino a su negaci¨®n.
Pero si Internet no reemplaza al peri¨®dico (sus versiones electr¨®nicas incluyen ahora lo que el diario ya no puede ofrecer: contribuciones de lectores, bit¨¢coras, servicios, etc.), quien s¨ª lo amenaza es el periodiquillo que se distribuye gratuitamente y que empieza a proliferar en las estaciones del metro. No son para ser le¨ªdos sino para ser descartados luego de una mirada. No podr¨ªan sustituir al diario pero conspiran contra su imagen: lo gratuito no tiene m¨¦rito. Y rebaja la circulaci¨®n del valor.
Por lo dem¨¢s, todos los grandes diarios sintonizan con los nuevos p¨²blicos. Los migrantes, los estudiantes, los turistas... Estad¨ªsticamente, los j¨®venes constituyen la mayor¨ªa de lectores. Y buscan hoy su propio lugar en las representaciones colectivas. Ese nuevo p¨²blico empieza a abrirse espacio como protagonistas, sujetos de cambio y nuevos agentes culturales. Ya Pulitzer recomendaba que los diarios deben incluir, todos los d¨ªas, nombres nuevos: ser¨¢n lectores fieles, dec¨ªa.
Edmund Wilson escribi¨® que la vejez comienza cuando uno siente que el New York Times del domingo pesa demasiado. Pero hoy, leyendo un buen diario, uno es capaz de creerse m¨¢s joven.
Julio Ortega es catedr¨¢tico de la Universidad de Brown, Providence Rhode Island (Estados Unidos).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.