Atrevimiento anquilosado
Peter Greenaway lleva dos d¨¦cadas no s¨®lo vaticinando sino certificando la muerte del cine. Al menos, de un tipo de cine, aqu¨¦l caligrafiado por D. W. Griffith y desarrollado por la inmensa mayor¨ªa de los directores a lo largo de un siglo. Eso s¨ª, sus augurios son s¨®lo de palabra. Asunto distinto es el de la obra. Desde que, procedente de la pintura, el autor brit¨¢nico debutara en el cine con sus seductores, altaneros, ins¨®litos y prometedores cortometrajes de finales de los sesenta y principios de los setenta, su filmograf¨ªa ha deambulado por territorios experimentales m¨¢s sugestivos que concluyentes, m¨¢s tentativos que clarificadores para el presente y el futuro del (o de su) cine; un trabajo culminado de momento con la discutible La ronda de noche, reflexi¨®n sobre el acto creativo alrededor de la pintura de Rembrandt.
LA RONDA DE NOCHE
Direcci¨®n: Peter Greenaway.
Int¨¦rpretes: Martin Freeman, Emily Holmes, Eva Birthistle.
G¨¦nero: drama. Francia, Polonia, Reino Unido, 2007.
Duraci¨®n: 138 minutos.
Tras el desaforado ejercicio de la polivisi¨®n a trav¨¦s de m¨²ltiples pantallas dentro de un mismo plano, practicado a partir de mediados de los noventa, con The pillow book y las cuatro entregas de Las maletas de Tulse Luper, Greenaway regresa al estilo de los primeros noventa, el de Los libros de Pr¨®spero y El beb¨¦ de Macon, comandado por la teatralidad de los interiores, con el andamio y la infraestructura a la vista del espectador, las contad¨ªsimas escenas de exterior, los juegos con la luz y el desarrollo de la trama a partir de las intimidades de una determinada pieza art¨ªstica.
Encuadres sim¨¦tricos
La personal¨ªsima concepci¨®n del encuadre, basado en la tiran¨ªa de simetr¨ªa, una de las grandes bazas de sus mejores pel¨ªculas, El contrato de dibujante y El vientre de un arquitecto, sigue vigente en su nueva pel¨ªcula, pero ya no sorprende como antes. El director brit¨¢nico compone cuadros cinematogr¨¢ficos al tiempo que Rembrandt rompe con la tradici¨®n anterior del cuadro de milicias, est¨¢tico y sin personalidad, para a?adirle los secretos de los personajes y del propio autor. Sin embargo, mientras el holand¨¦s innova, el ingl¨¦s se agota en sus pretensiones visuales cargadas de texto y m¨¢s texto. La verborrea y el sentido del espect¨¢culo promocional del arte marginal de Greenaway siguen intactos. Su cine, en cambio, se ha ido estancando en una pompa sin circunstancia que parece haberle llevado a una ir¨®nica situaci¨®n: la del autor anquilosado por su propia experimentaci¨®n, la del artista atrapado por el academicismo de un atrevimiento que no prospera.
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