Tres palos
Algunos barcos tienen tres palos, y las porter¨ªas tambi¨¦n, ah¨ª se terminan las similitudes entre las novelas de Joseph Conrad y el f¨²tbol. A los que disfrutamos de ambas disciplinas nos gustar¨ªa que se parecieran m¨¢s y a menudo forzamos met¨¢foras que cruzan de un lado a otro de nuestras dos grandes pasiones, pero no dejan de ser eso, met¨¢foras forzadas. Tal vez sea mejor asumir que son dos amores distintos y tratar de que no se encuentren nunca, como quien tiene una esposa en la ciudad y una amante en provincias, o un marido en provincias y un amante en la ciudad, o viceversa y todas las viceversas posibles, incluidas las variaciones homosexuales y vascas y todas las l¨ªneas del PP, la dura, la blanda y la otra. En fin, que lo que nos gusta de este juego es precisamente su condici¨®n de preocupaci¨®n excepcional, ajena por completo a nuestras vidas y en cambio parte fundamental de las m¨¢s infantiles penas y alegr¨ªas. Recuerdo que en Submundo, la fabulosa novela de DeLillo, se contaba Am¨¦rica mientras volaba una pelota de b¨¦isbol, puede que ¨¦sta sea la ¨²nica manera de transformar el deporte en artefacto literario, asumir su importancia en nuestras vidas como hecho real, sin recurrir a im¨¢genes enrevesadas y obligadas a nadar mal de una orilla a otra. Mientras la pelota est¨¢ en el aire nuestras vidas suceden. Que pase entre los tres palos, o salga bateada fuera del estadio, en nada alterar¨¢ el curso de lo nuestro, y en nada cambiar¨¢ lo que escribimos o leemos. Antes los escritores apenas hablaban de f¨²tbol porque estaba muy mal visto, ahora se comprende mejor que un escritor es un hombre, o una mujer, como otro cualquiera. Que tambi¨¦n cuida de su jard¨ªn o de sus hijos, o los descuida, o se olvida del mundo y se sienta una tarde a ver un Osasuna-Betis. Nada hace pensar que la distancia entre deporte y literatura se haya acortado, ni falta que hace, a m¨ª personalmente me basta con que no me hablen de Rilke mientras disfruto de un derbi y con que no me hablen de fichajes mientras disfruto de Rilke. Tambi¨¦n los ni?os son un encanto siempre que no se cuelen a deshora en el dormitorio de sus padres.
DeLillo dio con la manera de enredar la pelota con la letra escrita, pero una vez encontrada la f¨®rmula no parece sensato tratar de repetirla. Recordemos la vieja m¨¢xima; el primero que compar¨® a una mujer con una rosa era un genio, el segundo era un imb¨¦cil. El periodista deportivo de Richard Ford no era precisamente un libro de deportes y el nadador de Cheever se romp¨ªa el alma sin amenazar ning¨²n r¨¦cord del mundo. Los futbolistas a veces llevan libros a las concentraciones pero me temo que casi nunca los leen, tambi¨¦n nosotros llevamos pelotas a la playa y no las sacamos del coche. Casi es mejor as¨ª. La pelota no es parte real de lo que ganamos o perdemos, pero vuela por encima de nosotros, hagamos lo que hagamos, y nos basta con levantar de vez en cuando la cabeza para verla. La pelota no nos recuerda a nosotros mismos, nos recuerda otras cosas. Los juegos de los ni?os no son los juegos de los hombres, y el f¨²tbol permanece anclado en nuestra infancia. Nos lleva una y otra vez a un tiempo pasado, ni mejor ni peor, que gracias a este hermoso juego a¨²n no hemos perdido del todo. F¨²tbol y literatura suenan tan bien juntos como caballo y piano, de ah¨ª que no haya que mezclarlos demasiado, de ah¨ª tambi¨¦n que no haya que renunciar a ninguno de estos placeres para disfrutar del otro.
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