Catalanes en el AVE
En la estaci¨®n de Sants me encuentro con un viejo amigo, un diputado catal¨¢n. Yo estoy feliz con eso de no haber tenido que ir en taxi al aeropuerto, hacer la larga cola antes de meterme en la lata con alas, aguantar media hora embutido all¨ª dentro mientras nos dan permiso para despegar, y m¨¢s tarde caminar kil¨®metros en la T 4 de Barajas, meterme en un taxi y soportar el atasco en cuanto llegamos a Mar¨ªa de Molina, etc¨¦tera. Pero mi amigo protesta, y no le falta raz¨®n. "Renfe es una empresa antigua. Iberia es moderna". Su sentencia es despiadada, y acertada. Por ejemplo, el personal. El tren ir¨¢ r¨¢pido y ser¨¢ puntual, pero quienes lo atienden... Es como el personal de Cercan¨ªas, pero con uniforme imitaci¨®n Iberia, versi¨®n a?os cincuenta. Deber¨ªan ponerles boina. No es lo peor. Es un personal poco formado y escasamente entregado al servicio del cliente. Est¨¢n ah¨ª, a veces en n¨²mero excesivo, de charleta, pero con actitud decimon¨®nica. No les preguntes d¨®nde est¨¢ tu vag¨®n. Mi amigo el diputado se pone de los nervios. No hay carteles, nadie le mira, recorre un mont¨®n de metros en una direcci¨®n y luego tiene que volver atr¨¢s. Se aleja rezongando por el pasillo, tirando del malet¨ªn de ruedas.
Una vez en el tren, al menos en clase turista, hay alg¨²n que otro inconveniente. En general el avance es suave e imperceptible. Hasta que de repente al tren le entra el temblor, y todo se estremece, como una oficina de Tokio en d¨ªa de terremoto. Menudo ruido. Las notas que uno iba tomando en su bloc se convierten en un garrapateo ilegible cuando el temblor se comunica al brazo y manda el rotulador a paseo. Los asientos, no muy c¨®modos, habr¨¢ que cambiarlos pronto porque su calidad es dudosa. Hay buen espacio para el cuerpo y para las piernas, pero el pasillo central es tan estrecho que una persona no obesa sino rellenita, o alguien que arrastra su maletita de ruedas, como mi amigo el diputado, ir¨¢ tropezando con los respaldos de los asientos, y sobresaltando a los afectados. La pel¨ªcula, por cierto, es infame incluso para no verla m¨¢s que cuando uno alza la vista distra¨ªdamente.
El bar es lamentable, aunque la moza que lo atiende le pone mejor voluntad que el personal de tierra. Si el lavabo huele a ese antiguo jab¨®n en polvo t¨ªpico de los trenes de largo recorrido, el bar contiene s¨®lo cosas plastificadas e insaboras. Desde luego, la velocidad es inmejorable y los paisajes que ni pintados. Adoro los montes de la frontera entre Arag¨®n y Soria. Y por fin, lo mejor: llegas y te encuentras en Atocha, libre de los atascos de entrada en la ciudad desde Barajas.
A la hora del regreso, mientras hago tiempo en la estaci¨®n y me bebo de un trago un zumo de lim¨®n con un toque de menta, otro catal¨¢n entra en el lamentable autoservicio de pl¨¢stico, coge un s¨¢ndwich de la estanter¨ªa refrigerada, pregunta si es de jam¨®n y queso, le dicen que s¨ª, pide el precio y paga, pero no sin rechistar. Cuando le dicen que esa cosa cuesta casi cuatro euros, suelta un "collons" m¨¢s catal¨¢n incluso que su pregunta acerca del "bikini", que en el extranjero se llama misto. Como buen catal¨¢n, huyo de los precios abusivos, y me siento a reflexionar en un bordillo, junto a la selva tropical que ti?e de verde la enorme estaci¨®n. Me pierdo tres veces, porque en el extranjero es como aqu¨ª, no hay manera de que sepan poner indicadores, pero al final encuentro un restaurante llamado Samarkanda o algo incluso m¨¢s ex¨®tico, donde pido un bocadillo de ib¨¦rico que est¨¢ de cine, y me cuesta tambi¨¦n unos cuatro euros. Estoy a punto de soltar un "collons" de felicidad catalana. Al regreso el tren va casi lleno. A ver si le suben el sueldo al personal.
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