Ese ¨¢ngel negro
Es una de las adicciones m¨¢s irrenunciables, poderosas y masivas que conozco. Otorga un placer perdurable y no hace da?o. Tampoco crea mono, ya que siempre puedes disponer de ella, aunque la calidad l¨®gicamente var¨ªe. Puede afectar a los ojos, puede acelerar el cansancio de la vista, pero compensa por lo que regala al alma. Se llama novela negra. Es un t¨ªtulo contundente e inmejorable. No s¨¦ si es anterior o posterior a la definici¨®n de cine negro. Imagino que tiene la misma edad que la humanidad. Que la tem¨¢tica de la oscuridad y la corrupci¨®n, de fronteras difusas o intercambiables entre el bien y el mal, de las cloacas del poder, tambi¨¦n ten¨ªa sombr¨ªo protagonismo en el paleol¨ªtico, pero el g¨¦nero todav¨ªa no se conoc¨ªa por ese nombre. Lo de novela policiaca y novela de detectives se aproxima a la realidad, pero suena a prosaico. Por el contrario, la negrura posee aroma l¨ªrico. Y da miedo, mucho miedo.
No es suficiente en un autor que te puede llevar al ¨¦xtasis, el inventor de los villanos m¨¢s tenebrosos de los ¨²ltimos tiempos
Siempre te cuenta alguien que leas a alguien, siempre hay generosidad en transmitir a otros lo que les ha fascinado a ellos. Pasado el bendito proceso de iniciaci¨®n aprendes a confiar en tu instinto, en un nombre, en un t¨ªtulo, en una promesa, en un clima. Devor¨¦ a Agatha Christie porque figuraba en la biblioteca de mi abuelo, en una aldea gallega cuyo recuerdo me resulta elegiaco, en la que daba gusto leer oyendo la lluvia y al lado del fuego de la chimenea. Entiendo que la imagen es demasiado convencional, una postal edulcorada, pero la evocaci¨®n est¨¢ asociada a esa atm¨®sfera.
Y pas¨¦ directamente en la adolescencia de esa sabia escritora y de la certidumbre de que los misterios ten¨ªan explicaci¨®n y de que el crimen se castigaba a la turbiedad moral, los claroscuros, la violencia seca o subterr¨¢nea, los profesionales de la resistencia y de la supervivencia, los c¨®digos personales al margen de lo establecido, la desesperanza y el fracaso, de dos maestros llamados Raymond Chandler y Dashiell Hammett. L¨ªrico y sarc¨¢stico el primero, sobrio y demoledor el segundo, due?os ambos de una prosa admirable, de una deslumbrante capacidad narrativa y descriptiva, de estilo identificable y voz propia, gente en la que reconocer¨ªas su autor¨ªa aunque no apareciera su nombre o utilizaran seud¨®nimo. Llevo cuarenta a?os en su compa?¨ªa, revisit¨¢ndolos sin fecha puntual, sabiendo que la temible decepci¨®n es imposible, que su poder hipn¨®tico permanece, que aunque t¨² hayas cambiado su arte no envejece. Con ellos, como con Shakespeare, Stevenson, Stendhal, Faulkner; Fitzgerald, Valle-Incl¨¢n, gente as¨ª, siempre apuestas sobre seguro, ofrecen refugio en los tiempos duros, te siguen regalando sensaciones, ser¨¢n imprescindibles hasta que me cierren definitivamente los ojos.
Desde entonces, creo haber le¨ªdo casi todo (el "casi" es por precauci¨®n) de este g¨¦nero opi¨¢ceo. All¨ª donde haya un crimen, el inter¨¦s inicial est¨¢ garantizado. En cualquier lugar del universo, en cualquier idioma, suplicando que la traducci¨®n sea buena. Pero si hay que elegir un escenario, mejor que ocurra en Estados Unidos. Adem¨¢s de Chandler y Hammett, tambi¨¦n pasaron all¨ª su complicada existencia David Goodis y William Irish. Con este intocable cuarteto ya no hay problema en asentarse en una isla desierta.
En el camino he conocido a autores prescindibles, blufs pretenciosos, gente con una primera y admirable novela que se quedaron secos, falsas esperanzas, inventos del marketing, libros abandonados a las treinta p¨¢ginas. Tambi¨¦n a grandes novelistas, gente a seguir. Pero sin prisas, reserv¨¢ndolos para el momento adecuado, sin la ansiedad del yonqui. Los ¨²nicos escritores actuales de novela negra que me provocan insomnio la noche anterior a que se publique su ¨²ltima entrega, la inaplazable necesidad de zamp¨¢rmelos de un tir¨®n, se llaman James Ellroy y John Connolly. Despu¨¦s puedes alcanzar el nirvana o lamentar que no anden en estado de gracia, pero seguir¨¢s anhelando que escriban la pr¨®xima, el enganche con ellos ser¨¢ a perpetuidad.
Acabo de terminar Los atormentados. Y esta vez John Connolly no me ha dejado en estado de shock, algo que me ocurri¨® con las inmejorables Perfil asesino y El camino blanco. Digamos que le estoy tan agradecido como cuando le¨ª Todo lo que muere, El poder de las tinieblas y El ¨¢ngel negro, pero no es suficiente en un autor que te puede llevar al ¨¦xtasis, el inventor de los villanos m¨¢s tenebrosos de los ¨²ltimos tiempos, del reverendo Faulkner y el se?or Pudd, el Viajante y el Coleccionista, el gordo Brightwell y los hombres huecos, sobrenaturales y terror¨ªficos, implacables e indestructibles. Connolly tambi¨¦n logra que admires y compadezcas al siempre atormentado Charlie Parker, su sentido de culpa, su certidumbre de que el infierno est¨¢ en la tierra y de que el estigma no le abandonar¨¢ jam¨¢s, que a lo ¨²nico que puede aspirar es a treguas y a supervivencia. Ojal¨¢ que no pierda nunca a sus amigos Louis y Angel, ese matrimonio homosexual que lo mejor que saben hacer es matar. Ojal¨¢ que Connolly no se agote, no vaguee demasiado, no deserte de las flores del mal. -
Los atormentados. John Connolly. Traducci¨®n de Carlos Milla. Tusquets, 2008.
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