J. T. entra en el Olimpo
Matar o morir. As¨ª las gasta Jos¨¦ Tom¨¢s. El h¨¦roe de la tauromaquia moderna tiene una m¨¢xima: "Un torero debe estar dispuesto a jugarse la vida 12 tardes al a?o". El pasado jueves la puso en pr¨¢ctica. Jos¨¦ Tom¨¢s, a partir de ahora J. T., delicatessen del toreo, sali¨® a Las Ventas como si fuera a escribir la ¨²ltima p¨¢gina de su historia. Y el p¨²blico as¨ª lo entendi¨®. En su faena al quinto toro le escolt¨® ese runr¨²n t¨ªpico, rugir inconfundible del est¨®mago de la plaza de Madrid, sonido premonitorio de las grandes ocasiones. Aliento y tortura.
All¨ª se fue. Pis¨® unos terrenos inveros¨ªmiles donde los toros matan; pele¨® sin ventajas con su oponente; dibuj¨® un toreo de otra galaxia. Estatuarios como borbotones de pasi¨®n; naturales inmensos como catedrales, eternos; pases de pecho como placeres prohibidos. La mano baja, la cadera cimbreante. Hay que acudir al repertorio po¨¦tico: m¨²sica callada, soledad sonora.
Jos¨¦ Tom¨¢s ha entrado en el Olimpo de los dioses. Los aficionados cantar¨¢n esta gesta de generaci¨®n en generaci¨®n. La fiesta necesitaba un Mes¨ªas. Y ya lo tiene. A los taurinos les invade la nostalgia. Viven siempre en un viaje eterno al pasado, al recuerdo de una tarde mejor, a la honra de unos h¨¦roes irrepetibles: Joselito, Belmonte, Manolete, Bienvenida, Ord¨®?ez, Curro o Anto?ete. Ninguna de las figuritas de la actualidad tiene un sitio al lado de estos dioses. Excepto J. T., el Mes¨ªas. Su mirada profunda coronada por unas cejas exuberantes se codear¨¢ con la figura l¨¢nguida de Manolete o el mech¨®n blanco de Anto?ete. Les hablar¨¢ de t¨² a t¨². Bueno, hablar, lo que se dice hablar, poco.
El Mes¨ªas es parco en palabras. S¨®lo queda una duda. ?Tanta timidez, tanto silencio es una prolongaci¨®n de su personalidad art¨ªstica o un plan de marketing genialmente dise?ado? Sus palabras cotizan como sus pases. Y sus actuaciones, valer, valen: hablan de 50 millones de pesetas de las de antes (?habladur¨ªas?) por cada actuaci¨®n en Madrid.
Orgulloso lo contar¨¢ su abuelo Celestino, el taxista de toreros, el hombre que inici¨® a J. T. en la liturgia de una fiesta de glorias y tragedias: "Hay un Mes¨ªas y es mi nieto". El nene ya es leyenda.
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