Homenaje en Burdeos
1 - La frase se le atribuye a Philip Larkin: "Abandono la narrativa por la poes¨ªa porque he dejado de estar interesado en la otra gente". ?Los grandes poetas son especialmente ego¨ªstas y s¨®lo hablan de s¨ª mismos? Es un t¨®pico m¨¢s, pero es cierto que los pobres novelistas -al menos antes del invento de lo autobiogr¨¢fico en la ficci¨®n- siempre se han mostrado m¨¢s altruistas que los poetas.
Un caso indiscutible de poeta ego¨ªsta es Baudelaire. En mi viaje del otro d¨ªa en avi¨®n a Burdeos me llev¨¦ la reciente edici¨®n de Les flors del mal en traducci¨®n al catal¨¢n de Jordi Llovet. Esta edici¨®n, junto con un libro sobre la correspondencia de Baudelaire, pensaba regalarla a Sergio Pitol, a quien la Universidad de Burdeos rend¨ªa un gran homenaje en esa ciudad. "Baratito, a 30 c¨¦ntimos de euro por p¨¢gina le ha costado a la cultura catalana tener traducida por vez primera la edici¨®n biling¨¹e y completa de Les flors del mal", recuerdo que le dijo Jordi Llovet a Carles Geli en una entrevista de marzo de este a?o en este mismo peri¨®dico.
Durante el trayecto a Burdeos, ech¨¦ una larga mirada a la correspondencia, y confirm¨¦, una vez m¨¢s, que Baudelaire fue un gran poeta, pero un tipo algo insoportable. Invent¨® la figura del poeta maldito, pero tambi¨¦n la idea de que ¨¦ste, para serlo, necesariamente ha de ser un plasta y un cafre. En cualquier caso, es cierto que los poetas en general suelen ser ego¨ªstas y escriben sobre s¨ª mismos, en tanto que los novelistas diluyen su personalidad y, por tanto, son m¨¢s capaces de despertar simpat¨ªa. "Soy tan egoc¨¦ntrico como los ni?os y los inv¨¢lidos", escribe Baudelaire en una carta. Y en otra dirigida a la bella Apollonie Sabatier: "Soy un ego¨ªsta y la uso a usted". En las cartas, demuestra no tener la nobleza y tranquilidad de esp¨ªritu de su contempor¨¢neo Flaubert, por ejemplo, de quien llega a decir: "Ese hombre que tan extra?amente alcanz¨® la gloria en su primer intento".
En las cartas se observa la mala relaci¨®n de Baudelaire con la gloria. En una de ellas, se dibuj¨® a s¨ª mismo contemplando una bolsa de oro que volaba hacia ¨¦l con un par de alas. Deseaba, seg¨²n le escribi¨® a su madre, conocer "cierto grado de seguridad, de gloria, de satisfacci¨®n conmigo mismo". Recuerdo que Julian Barnes consideraba muy extra?o ese triple deseo: "Dos ambiciones modestas, normales, y una tercera extrema; pero he aqu¨ª que la gloria, como la libertad, es indivisible".
En las cartas de Baudelaire nos topamos con un poeta cl¨¢sico que alberga en su interior un esp¨ªritu miserable. Por si fuera poco, descubrimos que su intento de convertirse en acad¨¦mico fue de una torpeza extrema, que era tan envidioso y engre¨ªdo como caprichoso y autosuficiente, que los editores le pod¨ªan siempre, que eligi¨® como agente a quien no deb¨ªa, que su trato asiduo con el gran cr¨ªtico Sainte-Beuve jam¨¢s le sirvi¨® para que ¨¦ste le dedicara un art¨ªculo importante, etc¨¦tera.
2 - Llov¨ªa mucho cuando llegu¨¦ por la tarde a Burdeos para el homenaje a Pitol y descubr¨ª que en la universidad hac¨ªa dos d¨ªas que esperaban al homenajeado, al que le hab¨ªan perdido el rastro desde que saliera de su casa de Xalapa, Veracruz. Nadie sab¨ªa si estaba ya en Europa, o segu¨ªa en Am¨¦rica. En Xalapa, su secretario s¨®lo sab¨ªa que el escritor hab¨ªa ido a M¨¦xico DF para volar a Europa, pero olvid¨¢ndose del pasaporte. Y a partir de ah¨ª se hab¨ªa perdido su rastro. Ahora pod¨ªa estar en Par¨ªs, pero tambi¨¦n en DF, o regresando a Xalapa a buscar el pasaporte, o secuestrado por su amigo Monsiv¨¢is en Oaxaca o Coatepec.
De noche, en la recepci¨®n del Hotel des Quatre Soeurs, nos hall¨¢bamos tratando de comunicar de nuevo con el secretario de Pitol -estaban Jorge Herralde, Lali Gubern, ?lvaro Enrigue y un gran n¨²mero de universitarios y curiosos que se hab¨ªan arremolinado a nuestro alrededor para observar de cerca las innumerables indagaciones telef¨®nicas- cuando en lo alto de la escalera, a la altura del primer piso, apareci¨® el hombre que cre¨ªamos al otro lado del oc¨¦ano: apareci¨® Sergio Pitol alias el mago de Burdeos, como si no pasara nada, arrastrando una peque?a maleta y salud¨¢ndonos con una suave risa, ajeno a la posibilidad de que medio mundo (y la Universidad de Burdeos al completo) llevara dos d¨ªas desesperadamente busc¨¢ndole.
-?Qu¨¦ h¨²bole?
3 - Baudelaire s¨®lo hizo un viaje en su vida, y parti¨® del puerto de Burdeos, precisamente. Fue una excursi¨®n internacional considerada por su padrastro, el general Aupick (y por el propio joven Baudelaire, lo cual ya es m¨¢s dif¨ªcil de entender, porque no te invitan a la India todos los d¨ªas) como un castigo por su disoluta conducta. Del puerto de Burdeos sali¨® en 1841 para Calcuta y Madagascar. En uno de esos lugares ex¨®ticos trataron de interesarlo por el comercio en un negocio de aprovisionamiento de bueyes para surtir a las autoridades inglesas. Baudelaire y los bueyes. Qu¨¦ buen tema. Habr¨ªa tambi¨¦n podido ser un buen destino, qui¨¦n sabe. De ese viaje a lugares tan remotos (dar¨ªa para una buena novela de aventuras extra?as, imagino hasta el t¨ªtulo: Baudelaire en la India), sali¨® el poema A una dama criolla, dedicado a una se?ora casada que conoci¨® en la isla Mauricio y uno de los m¨¢s famosos de Las flores del mal.
Deb¨ªa de ser tan insoportable aquel Baudelaire joven que el propio capit¨¢n del Paquebot-des-Mers-du-Sud lo devolvi¨® a Burdeos cuando vio que el insufrible muchacho ten¨ªa "los nervios inflamados y el cerebro irritado y sufr¨ªa de depravaciones fant¨¢sticas, man¨ªas y repugnancias sin causa". Hab¨ªan nacido los poetas malditos. Pero eso es otro tema. Hoy posiblemente un poeta maldito sea m¨¢s bien un escritor al que no cita nadie, lo que significar¨ªa que malditos lo son ya casi todos los poetas verdaderos. El estereotipo del poeta de nervios inflamados queda para los amantes de los viejos t¨®picos. Y para los traficantes de bueyes, cada vez m¨¢s numerosos.
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