Las facturas de la admiraci¨®n
Se cumplen treinta y siete a?os desde que pis¨¦ por primera vez la Feria del Libro de Madrid como autor, con diecinueve, lo cual debe de convertirme en uno de los m¨¢s veteranos de cuantos escritores firmamos all¨ª en la presente edici¨®n. Uno se pasa la vida deseando que lleguen nuevas generaciones -en este caso de escritores, y de cr¨ªticos- m¨¢s puras y refrescantes, menos viciadas, m¨¢s desinteresadas, menos mercantiles. Pero parece que hay ¨¢mbitos en los que tal cosa es imposible. En aquel bautismo m¨ªo de hace casi cuatro d¨¦cadas, recuerdo que me dieron el siguiente consejo: "Si le dedicas un ejemplar a otro escritor, no dejes de ponerle 'con admiraci¨®n', se la tengas o no; porque si no se lo pones te har¨¢s un enemigo sin querer". Tanto me costaba seguir aquel consejo en mi edad juvenil que de hecho no lo segu¨ª m¨¢s que en las ocasiones en que de verdad sintiera admiraci¨®n. Y, si as¨ª era, lo ¨²ltimo que se me ocurr¨ªa era esperar nada a cambio, ni siquiera atenci¨®n al libro que regalaba, enviaba o firmaba. Si alguien a quien yo admiraba no me hac¨ªa caso, o incluso me criticaba con dureza, en modo alguno le retiraba mi admiraci¨®n por ello. Lamentaba su indiferencia o su veredicto negativo, pensaba que yo no val¨ªa o que ten¨ªa que mejorar, me aguantaba y segu¨ªa admir¨¢ndolo. No me parec¨ªa limpio ni honrado hacer depender esto ¨²ltimo de algo semejante a la reciprocidad (dentro de lo que cab¨ªa, claro est¨¢). Me di cuenta, sin embargo, de que esta no sol¨ªa ser la actitud general, ni siquiera entre los autores ya consagrados. Comprob¨¦ c¨®mo no pocos de ellos hac¨ªan deliberado caso omiso mientras no hubiera habido antes, por mi parte, una manifestaci¨®n p¨²blica de admiraci¨®n hacia sus obras, mientras no les hubiera rendido una especie de pleites¨ªa. Nunca estuve dispuesto a eso, y durante muchos a?os no exist¨ª para gran parte de mis mayores, espa?oles e hispanoamericanos. S¨®lo, supongo, para aquellos a los que s¨ª admiraba sinceramente, y eso jam¨¢s tuve reparo en reconocerlo y mantenerlo. Pero me molestaba la actitud de cambalache impl¨ªcito que percib¨ªa en escritores m¨¢s importantes que yo. Era como si dijeran: "Si este joven hace declaraci¨®n p¨²blica de su admiraci¨®n por m¨ª, quiz¨¢ lo lea y tal vez lo premie con alg¨²n comentario favorable. Si no es as¨ª, para m¨ª no existir¨¢".
Pasaron los a?os y me convert¨ª en un novelista maduro, y algunos autores de mi edad primero, luego m¨¢s j¨®venes, empezaron a enviarme sus libros dedicados, a veces "con admiraci¨®n", o a declararla en p¨²blico. De la misma manera que de casi ni?o me negu¨¦ a entrar en ese juego de las alabanzas mutuas, me negu¨¦ tambi¨¦n de mayor. Pero observo que los h¨¢bitos no han cambiado con las generaciones nuevas, o incluso que el tradicional do ut des se ha hecho a¨²n m¨¢s descarado. El poeta G me envi¨® hace a?os, junto con sus elogios, un volumen de cuentos; como no me atrajeron ni logr¨¦ leerlos, los elogios se tornaron pellizcos de monja, que a¨²n siguen, pues le son m¨¢s duraderos. El novelista V guard¨® paciente cola hace mucho, cuando no era conocido, para que le firmara un ejemplar en la Feria; al hacerse famoso y ganar premios, y no tener yo tiempo de leer su Gran Obra, dej¨¦ de figurar al instante en la lista de sus admiraciones, que pas¨® a encabezar el pope m¨¢s influyente de su pa¨ªs. El escritor C hab¨ªa dedicado p¨¢ginas encendidas a mis novelas, pero cuando yo le¨ª una suya y no me gust¨® lo m¨¢s m¨ªnimo, dej¨¦ de existir para ¨¦l y adem¨¢s se opuso con vehemencia a que se me diera un premio al que no me hab¨ªa presentado (bueno, no me he presentado a ninguno desde 1986, y aun aquel fue una excepci¨®n). Otro novelista, P, no s¨®lo public¨® ditirambos sobre alguna obra m¨ªa, sino que me escribi¨® cartas tan untuosas que me provocaban rechazo y sonrojo; al descubrir ¨¦l que lo que escrib¨ªa me parec¨ªa a m¨ª mal¨ªsimo, desaparecieron los ditirambos, y se opuso con igual vehemencia en la misma ocasi¨®n que C. El bloguero R me mand¨® un libro suyo humor¨ªstico en cuya dedicatoria me aseguraba que el humor era una forma de admiraci¨®n; lo hoje¨¦, y al ver que, en contra de lo que ¨¦l cre¨ªa, Dios no lo hab¨ªa llamado por esa senda (no ten¨ªa ni puta gracia, ni la tiene jam¨¢s), me abstuve de contestarle; desde entonces s¨®lo me llegan ecos de sus diatribas contra m¨ª, y me pregunto qu¨¦ se hizo de la humor¨ªstica admiraci¨®n. Creo que podr¨ªa recorrer el alfabeto casi entero.
Por suerte, hay excepciones, como los novelistas B, P y G, pero son las menos. Por culpa de una larga novela que me ha llevado ocho a?os escribir, he le¨ªdo muy poco de lo publicado en este siglo, por j¨®venes y por menos j¨®venes: me han faltado tiempo y curiosidad, dif¨ªcilmente habr¨ªa podido elogiar a nadie. A diferencia de aquellos mayores m¨ªos, yo no espero que nadie m¨¢s joven me rinda pleites¨ªa ni me declare su admiraci¨®n. Pero noto, en cambio, c¨®mo muchos de esos m¨¢s j¨®venes, cuando me la declaran espont¨¢neamente, lo hacen condicion¨¢ndola a una r¨¢pida compensaci¨®n. Y c¨®mo, si ¨¦sta no se produce, no tienen empacho en trocar dicha admiraci¨®n no solicitada en denuestos, deliberado silencio o desd¨¦n. Desde suposici¨®n de reci¨¦n llegados, son id¨¦nticos a las vacas sagradas y momias de mi juventud. La ¨²nica diferencia es que ¨¦stas exig¨ªan la alabanza primero, y ellos la exigen despu¨¦s. Comprender¨¢n ustedes que uno se canse, al cabo de treinta y siete a?os de facturas de la admiraci¨®n.
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