Ni democracia ni eficacia
Con motivo de los 25 a?os de los poderes locales democr¨¢ticos, la Federaci¨®n Espa?ola de Municipios y Provincias aprob¨® un documento que titul¨® Carta de Vitoria, con la pretensi¨®n de dar a conocer el llamado "dec¨¢logo del municipalismo" del siglo XXI. En funci¨®n de esta especie de mandamientos, los alcaldes reclamaban un lugar relevante en la arquitectura institucional del Estado de las Autonom¨ªas. No les falta raz¨®n, y no s¨®lo bas¨¢ndose en la tradici¨®n municipalista, que vio nacer al ciudadano frente al s¨²bdito, sino tambi¨¦n por la relativa ligereza con la que el legislador antepuso -y contin¨²a haci¨¦ndolo- el poder auton¨®mico al local.
Claro que se ha de convenir en que necesitan m¨¢s competencias y medios para prestarlas. Cierto que desde los ayuntamientos puede ser invocado el principio de subsidiariedad, aun aceptando la extraordinaria elasticidad sem¨¢ntica del concepto. Por supuesto que el municipio es el rompiente de muchas oleadas de carencias humanas cuya satisfacci¨®n no es posible rehusar. Pero seamos serios: ?Cu¨¢ntos concellos est¨¢n capacitados para hacer frente a las demandas ciudadanas? ?Cu¨¢ntos en el mundo rural, cu¨¢ntos en el mundo urbano? Unos por su declive demogr¨¢fico, otros por sus disfuncionalidades, con l¨ªmites administrativos ampliamente rebasados por los problemas de la ciudad real, no tienen condiciones.
El habitante del municipio rural no tiene posibilidad real de obtener bienes y servicios adecuados
El cuadro resulta tan evidente, tan pl¨¢stico, tan expresivo, que la circunspecci¨®n y la flema de las autoridades supuestamente competentes no produce m¨¢s que resignada pesadumbre. Y digo resignada por calificar de forma ben¨¦vola la actitud indolente de quien, sabiendo los remedios, muestra flojera por intuir los inevitables obst¨¢culos a los que tendr¨ªa que enfrentarse.
El ciudadano puede ser contemplado como algo abstracto, definido por sus derechos civiles y por su pertenencia a la comunidad pol¨ªtica. Luego est¨¢ el ciudadano concreto, situado en un lugar. Aqu¨¦l reivindica su legitimidad y ¨¦ste tiene vocaci¨®n de eficacia. El paso del tiempo, sin embargo, est¨¢ reclamando que la escala democr¨¢tica se superponga sobre la eficaz, abandonando la apariencia formal del ejercicio de los derechos. Ni el habitante del municipio rural, an¨¦mico financieramente, tiene ninguna posibilidad real de obtener bienes y servicios adecuados, ni el residente en la ciudad -restringido a una jurisdicci¨®n territorial excedida por las necesidades objetivas y supralocales- es capaz, con su voto, de decidir sobre asuntos que tienen una dimensi¨®n m¨¢s amplia que la de su ayuntamiento.
Hay, pues, una dial¨¦ctica entre democracia pol¨ªtica y eficacia econ¨®mica que se alimenta del fraccionamiento municipal. En el estado actual de la discusi¨®n sobre el papel de las Diputaciones, admitamos que juegan su papel m¨¢s genuino en el auxilio o complemento de los entes locales peque?os o medianos.
Pero en el ¨¢mbito urbano las cosas necesitan alguna descarga pol¨ªtica que inicie la etapa de la persuasi¨®n. No llegar¨¢ Gargant¨²a, no ser¨¢n ¨¢reas metropolitanas -"vade retro"-, pero habr¨¢ que agitar la vasija. La fusi¨®n es traum¨¢tica y arrastra elevados costes de negociaci¨®n. Pues optemos por la intermunicipalidad, manteniendo un escal¨®n de inmediatez para algunas cosas que se pueden resolver bien en un primer grado.
D¨¦mosle a los ayuntamientos un buen servicio supralocal a la hora de apagar un incendio, o de recoger y tratar residuos, o de fomentar la econom¨ªa. Hag¨¢mosles mayores de edad para poder negociar con m¨¢s fundamento con las otras administraciones. Facult¨¦mos a los municipios para que puedan planificar urbanismo y transporte con capacidad operativa. No les condenemos a una realidad jur¨ªdica absolutamente incompatible con los hechos, que no saben de lindes decimon¨®nicas.
En ausencia de decisiones valientes, que se pueden arropar por mil y un estudios y experiencias comparadas, la vida municipal continuar¨¢ languideciendo, entre la hidalgu¨ªa del que fue y la duda del que no sabe si quiere llegar a ser. Todo el mundo conoce en qui¨¦n reside la obligaci¨®n moral de empujar el carro. Quiz¨¢ no esta generaci¨®n, pero seguro que las futuras les sacar¨¢n los colores, aunque s¨®lo sea a su memoria.
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