Tan guapo, tan listo, tan cine... el mejor
Leo en este peri¨®dico que el irremplazable Apolo est¨¢ seriamente enfermo. Lo ha contado su amigo y su socio. Lo desmiente el agente de una de las mayores empresas publicitarias del progresismo, de la belleza combinada con la inteligencia, de un tipo llamado Paul Newman. Y pienso que cada uno hace su trabajo, pero lamento que tu colega ¨ªntimo vaya de chota con los cuervos si t¨² no le has dado permiso para constatar la presencia del monstruo. Son cosas privadas. Tu enfermedad, tu decrepitud, tu adi¨®s.
Me ense?an fotograf¨ªas publicadas en The Independent en las que percibes el ensa?amiento del ogro con el rostro del hombre m¨¢s bello (me he vuelto cursi, pero no encuentro definici¨®n m¨¢s precisa) que ha existido, de alguien que represent¨® durante infinitos a?os el esplendor en la hierba, de unos ojos espectacularmente azules que estaban coordinados con la inteligencia, del hombre m¨¢s guapo, m¨¢s sexy, m¨¢s complejo, m¨¢s inteligente, m¨¢s fiable, que ha llenado la apetencia y los sue?os del personal femenino desde que la c¨¢mara se enamor¨® de su jeta, de sus arm¨®nicos movimientos, de una gestualidad hipn¨®tica, de un fondo de credibilidad, de una forma de ser y de estar. Era escandalosamente guapo sin ser ofensivo para los t¨ªos. Era listo, era ¨¢gil mentalmente, pod¨ªa encarnar nuestras incertidumbres y nuestros miedos, pod¨ªa encarnar la derrota existencial a pesar de ser apol¨ªneo, era alguien cercano a pesar de su condici¨®n divina.
Paul Newman represent¨® durante a?os el esplendor en la hierba
Nadie envejeci¨® mejor que ¨¦l; todo es veracidad, ritmo, seducci¨®n, aroma...
No habiendo disfrutado por desarreglos gen¨¦ticos y vocacionales de la condici¨®n homosexual o bisexual, tan de moda ellas, confieso sentir el placer de la hermosura cuando veo y escucho en una pantalla a Cary Grant, a Brando, a Bogart, a Mitchum, a Nolte, a Connery. Y haciendo esfuerzos ¨¦picos incluso encuentro en el cine moderno a un chulazo sensible como Matt Dillon recogiendo esa herencia de machos. Pero, ante todos, flipo con la hermosura del Newman joven, admiro c¨®mo consolida su talento cuando el f¨ªsico amenaza con el deterioro, y cuando se hace definitivamente viejo posee el respeto, la admiraci¨®n y el amor de las leyendas perdurables, del incontestable veredicto del jam¨¢s existi¨® un actor tan guapo, tan magn¨¦tico, tan deseable.
Siempre desconfi¨¦ del Newman joven. Demasiado narcisismo, demasiada interiorizaci¨®n, demasiado tributo a ese invento fatuo, prestigioso y sobrevalorado (quer¨ªa decir asqueroso, pero el maximalismo sin causa ya no queda bien a mis a?os) que se invent¨® el intocable Stanislasvki, esa cuna de impostores que pod¨ªan disimular con adornos la falta de aut¨¦ntico talento, de simulacros obsesionados con la expresi¨®n corporal, de tanto sentimiento vistoso y hueco.
Pero un tal Robert Rossen, un chivato de la caza de brujas, alguien simplemente eficiente que a ra¨ªz de su sentido de culpa, del pecado y la necesidad de explicarlo se inventa dos pel¨ªculas tan atormentadas como geniales llamadas El buscavidas y Lilith le ofrece que interprete a Eddie Felson, ese virtuoso del billar que no sabe beber, ese genio arrogante que tendr¨¢ que sufrir el templado e implacable machaqueo del Gordo de Minnesota, el suicidio de esa borracha coja que intenta convencerle de que un artista jam¨¢s es un perdedor, la necesidad de la redenci¨®n para sobrevivir en el infierno. Y a partir de ese momento sublime, entre humo, resaca, tormento, peligro, desolaci¨®n, Newman encarna la ¨¦pica m¨¢s dolorosa, la resistencia moral frente al capitalismo inteligente y depredador. Le recordar¨ªa durante toda mi vida aunque solo hubiera interpretado a esa piltrafa que aprende dignidad y desaf¨ªa a su amo con un sobrecogedor: "Dime Bert: ?C¨®mo puedo perder? Ya s¨¦ lo que es tener car¨¢cter".
Nadie ha envejecido mejor que Newman. A partir de los 40 a?os todo en ¨¦l es veracidad, ritmo, matices, gracia, aroma, seducci¨®n, profundidad. Se despidi¨® del cine con una interpretaci¨®n memorable en Camino de Perdici¨®n, la de ese patriarca irland¨¦s que tiene que salvar a Ca¨ªn aunque ame a Abel. Qu¨¦ grande es usted, se?or Newman. La demostraci¨®n de ese milagro de que el m¨¢s guapo tambi¨¦n puede ser el m¨¢s listo.
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