En la barber¨ªa del Chiado
Es probable que toda la literatura de la edad moderna comenzara en el instante en que Montaigne invent¨® el ensayo, en el momento en que afirm¨® que escrib¨ªa con la intenci¨®n de conocerse a s¨ª mismo. Desde que empezamos a "buscarnos a nosotros mismos", se puso en marcha una lenta pero progresiva desconfianza en las posibilidades del lenguaje y el temor a que ¨¦ste nos arrastrara a zonas de profunda perplejidad. A principios del siglo pasado, la famosa carta ficticia en la que Hofmannsthal, en nombre de lord Chandos, renunciaba a la escritura anteceder¨ªa a casos como el de Fernando Pessoa, que percibi¨® muy pronto que la materia verbal no pod¨ªa llegar a ser nunca una materia plenamente transparente y, consciente de esto, se fraccion¨® ¨¦l mismo en una serie de personajes heter¨®nimos: toda una estrategia para poder adaptarse a la imposibilidad de afirmarse como un sujeto indisoluble, compacto y perfectamente perfilado.
Parad¨®jicamente, donde menos asoma la heteronimia en Pessoa es en Libro del desasosiego, el diario personal de Bernardo Soares, ayudante de tenedor de libros de contabilidad de la ciudad de Lisboa, autor ficticio del libro y heter¨®nimo a medias solamente, porque, como dec¨ªa el propio Pessoa, "no siendo m¨ªa la personalidad, es, no diferente de la m¨ªa, sino una simple mutilaci¨®n de ella". Pessoa era Soares, y en cualquier caso era siempre el que entraba en la barber¨ªa del Chiado de la manera habitual, con la tranquilidad de hallarse en un lugar familiar, es decir, el que entraba con la calma que s¨®lo obten¨ªa de pisar lugares conocidos: "Tengo calma s¨®lo donde ya he estado". Y era el mismo que, ya dentro de la barber¨ªa, hasta las cosas familiares las percib¨ªa con la extra?eza y v¨¦rtigo de Soares, para quien el terror de la velocidad no necesitaba trenes expresos y, adem¨¢s, despu¨¦s escrib¨ªa lo que hab¨ªa pensado en la barber¨ªa. Soares perd¨ªa la calma si se iba Pessoa, y Pessoa era el que, al salir Soares a las calles lentas del barrio, se recuperaba de s¨ª mismo, y dec¨ªa que amaba la calma del mundo. Y la gloria nocturna, dec¨ªa Soares, de ser grande no siendo nada.
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