Antib¨¢rbaros
El otro d¨ªa un periodista for¨¢neo me pregunt¨®: "?qu¨¦ cree usted que necesita hoy Europa?". Sin vacilar y supongo que cometiendo el pecado que m¨¢s detesto, la pedanter¨ªa, repuse: Erasmo. Fui un poco grotesco, pero sincero. De vez en cuando, pongamos que cada cincuenta a?os, es inevitable volver a sentir nostalgia del gran humanista. Uno de quienes le a?oraron especialmente en un momento atroz de la atroz historia europea, Stefan Zweig, establece en el inolvidable ensayo biogr¨¢fico que le dedic¨® (publicado en castellano por Paid¨®s): "en efecto, de todos los escritores y autores occidentales, fue el primer europeo consciente, el primer combatiente pacifista, el defensor m¨¢s elocuente del ideal humanitario, social y espiritual". Uno de los primeros escritos de Erasmo se titula Antib¨¢rbaros y ese r¨®tulo podr¨ªa encabezar sus obras completas: lo malo es que en nuestra ¨¦poca menesterosa de ¨¦xitos multitudinarios quiz¨¢ ofenda a demasiados lectores potenciales...
?Qu¨¦ pensar¨ªa hoy Erasmo de la Europa que acepta horarios neoesclavistas?
Tradicionalmente el ¨²nico libro de Erasmo que conoc¨ªa el lector no erudito era su Elogio de la locura, del que existen numerosas ediciones. Equivale en su extensa obra a C¨¢ndido en la de Voltaire, para entendernos. Pero hoy tenemos en castellano versiones recientes y sin duda excelentes de otros escritos. Por ejemplo destacado, los Adagios del poder y de la guerra que, junto a la Teor¨ªa del adagio (esa anticipaci¨®n l¨²cida y sabrosa de lo que luego fue "ensayo" con Montaigne) ha traducido con puntual elegancia Ram¨®n Puig de la Bellacasa (Alianza Editorial). Y como importante refuerzo, los Escritos de cr¨ªtica religiosa y pol¨ªtica que ha traducido y anotado para la editorial Tecnos Miguel ?ngel Granada, sin duda el m¨¢s destacado especialista espa?ol del pensamiento renacentista, donde se incluye la despiadada s¨¢tira Julio II excluido del reino de los cielos, cr¨ªtica magistral de un papado arrogante, enriquecido y envilecido (pese a sus notables mecenazgos art¨ªsticos) que ped¨ªa ya a gritos la reforma protestante. Menciono, para completar este repaso, la preciosa edici¨®n facs¨ªmil de otros dos escritos erasmianos notables -la Lengua y Sobre la mala verg¨¹enza- que ha preparado con mimo la editora de la Junta Regional de Extremadura.
Claro y preciso en cuanto escribi¨®, Erasmo tuvo compasi¨®n de los hombres -que le admiraron enormemente en toda Europa- pero su verdadera amistad fueron los libros. Se neg¨® tenazmente a alinearse con los sectarios, fuesen los del papado o los de Lutero, y a veces su cautela excesiva impacienta un poco al lector de su biograf¨ªa: es indudable que nunca derroch¨® coraje f¨ªsico, probablemente porque no le apetec¨ªa terminar sus d¨ªas como su amigo Tom¨¢s Moro. Indudablemente creyente, nunca subyuga sin embargo la raz¨®n a la fe sino m¨¢s bien lo contrario: "cuando encuentres una verdad, dala por cristiana". Y su adagio contra la guerra -dulce bellum inexpertis- sigue siendo hoy de una elocuencia y una lucidez admirables. Oig¨¢mosle otra vez: "ya no est¨¢ permitido a los cristianos combatir, excepto ese hermos¨ªsimo combate con los abominables enemigos de la Iglesia: el af¨¢n de dinero, la iracundia, la ambici¨®n, el miedo a la muerte". A esto s¨ª que puede llamarse humanismo cristiano, no a privatizar hospitales o escuelas ni a bombardear a los infieles.
Por encima de todo, abog¨® por el sue?o de una Europa unida en su cultura y en su misi¨®n civilizadora, de la que fueran extirpados esos nombres nacionales -ingl¨¦s, alem¨¢n, franc¨¦s, espa?ol...- que "est¨²pidamente" nos enfrentan. Incluso va m¨¢s all¨¢ y dice en su Querela pacis que "el mundo entero es la patria de todos nosotros". ?Qu¨¦ pensar¨ªa hoy de la Europa cada vez m¨¢s clausurada en sus excluyentes privilegios, que estruja a los inmigrantes mientras le son ¨²tiles y despu¨¦s les niega todo derecho, le encierra sin juicio o les expulsa a las tinieblas exteriores? ?La que acepta horarios neoesclavistas por presi¨®n de los lobbies patronales? Regresan los b¨¢rbaros y echamos de menos a Erasmo.
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