La lluvia en Espa?a al libro no da ca?a
Como dec¨ªa Nabokov, cuya obra se agiganta en esta ¨¦poca l¨ªquida e hipermoderna, el rasgo distintivo de todo lo existente es su monoton¨ªa. Jaime Salinas, el mejor editor de libros que he conocido (y no han sido pocos), suele decir que la vida no es tan interesante como nos creemos cuando nos sentimos se?alados por las peque?as humillaciones de la cotidianidad. Tiene raz¨®n. La Feria del Libro tambi¨¦n acaba, como siempre, con el mon¨®tono eco de las cifras y las comparaciones. El primer fin de semana fue el mejor, dicen algunos. Y eso que cayeron chuzos de punta. Pero ya se sabe que, parafraseando el tema central de My Fair Lady (1956), el sublime musical de Alan Jay Lerner y Frederick Loewe, the rain in Spain stays mainly in the Fair. Luego sali¨® el sol y, la verdad, hasta la sufrida Eliza Doolittle podr¨ªa haberles hecho la butifarra a los pesad¨ªsimos pigmaliones doctor Higgins y coronel Pickering recorriendo la feria a bordo de un avi¨®n descapotable, como aquel del que me habl¨® la hoy (voluntariamente) silenciosa Rosa Reg¨¢s, y sobre cuya hermosa historia de amor y pasi¨®n le¨ª m¨¢s tarde un relato (que creo que no se atrevi¨® a publicar) de Joaqu¨ªn Leguina. Leo en Muchas veces me pediste que te contara esos a?os (Alfaguara), el ¨²ltimo libro autobiogr¨¢fico (todos los suyos lo son) de Juan Cruz, que don Domingo P¨¦rez Minik, esa gloria canaria cuya calle santacrucina (abundante en restaurantes, por cierto) sigue llam¨¢ndose incomprensiblemente "del General" (golpista) "Goded", le explicaba que leer "es algo muy serio, Juanito, porque en el alma igual que en el cuerpo pueden entrar infecciones grav¨ªsimas que luego nadie te cura y te convierten en un bobo o en un fr¨ªvolo". Imposible no estar de acuerdo, ahora que se lee mucho y se discrimina poco. La literatura ha perdido su halo sagrado -perd¨®nenme la antig¨¹edad- en beneficio de las rutilancias del mercado. Hoy abundan los Jaspar Milvain en detrimento de los Edwin Reardon, por citar a los dos protagonistas antag¨®nicos de esa amarga y espl¨¦ndida historia de escritores que es La nueva Grub Street (Alba), de George Gissing (1857-1903). Los buenos narradores (y lo pienso mientras leo la gran novela siciliana Los Virreyes, de Federico De Roberto, publicada por Acantilado), siempre trabajan como si fueran concienzudos principiantes. Como alguien, dec¨ªa Rilke, "que escribiera la primera palabra despu¨¦s de un punto que hubiera durado varios siglos". Esta feria tambi¨¦n ha sido la de las vanidades, como todas. Leemos m¨¢s, seguro. Y tambi¨¦n venden y firman muchos m¨¢s escritores que antes. Sobre todo si salen por la tele.
Como sol¨ªa decir el capit¨¢n de 'Jacques el fatalista', de Diderot, "cada bala que sale de un fusil lleva una etiqueta"
Poeta
Reconozco que carezco de autoridad para hablar de la pol¨¦mica de los chefs, que adem¨¢s de llenar las arcas de Temas de Hoy (editorial del libro de Santamar¨ªa), ha suscitado un debate "cultural" (?gulp!) cuya intensidad casi deja en an¨¦cdota el c¨¦lebre Historikerstreit o querella de los historiadores a prop¨®sito de la reconsideraci¨®n (revisionista) del nazismo. Por lo que a m¨ª respecta, al ¨²nico chef al que habr¨ªa concedido el doctorado honoris causa de una universidad ser¨ªa al "Coronel" Harland D. Sanders (1890-1980), que en plena Depresi¨®n invent¨® el Kentucky Fried Chicken para los camioneros que repostaban en su estaci¨®n de servicio en Corbin, Kentucky, y cuyo pollo frito sigo degustando con agrado los d¨ªas que me invade el spleen o esa nostalgia del cieno que a veces consume a los enfermos de aced¨ªa. Pero tengo la impresi¨®n de que, en mi particular cruzada contra las manifestaciones m¨¢s delirantes de la llamada haute-cuisine, me encuentro en minor¨ªa, lo que significa, probablemente, que estoy absolutamente equivocado. Igual, por cierto, que cuando digo que me molestan los centenares de clasificados "er¨®ticos" (secci¨®n "servicios") que se publican a diario en este peri¨®dico (que tambi¨¦n es el m¨ªo), o que una de las peores formas de tortura que puedo imaginarme es ser obligado a escuchar, durante 19 d¨ªas y 500 noches, las composiciones de nuestro Asuranceturix castizo, por citar dos asuntos de muy distinta ¨ªndole moral. Casi siempre me equivoco: as¨ª me ha ido en la vida. Lo que no es ¨®bice para que en algunas cosas me sienta m¨¢s seguro. Por ejemplo, en lo que respecta a la consideraci¨®n que merece el Libro de horas (Pen¨ªnsula), de Jaime Ferr¨¢n (Cervera, 1928), uno de los poetas de la llamada "escuela de Barcelona", una de las secciones m¨¢s fecundas y creativas de la "generaci¨®n del medio siglo" o "de los cincuenta". Como sus compa?eros de grupo (con los que coincidi¨® en la revista Laye), entre los que se encontraban Folch, Costafreda, Gomis, Badosa, Barral, Goytisolo (Jos¨¦ Agust¨ªn) o Gil de Biedma, Ferr¨¢n creci¨® como poeta empap¨¢ndose de dos tradiciones literarias, la catalana y la castellana, y abierto a la mejor poes¨ªa brit¨¢nica y francesa de la modernidad. Ahora, cuando ya quedan muy pocos de sus contempor¨¢neos en activo (la de los cincuenta ha sido una generaci¨®n prematuramente diezmada), y a punto de cumplir ochenta a?os, Ferr¨¢n nos regala desde Estados Unidos este nuevo poemario que es una luminosa celebraci¨®n del amor (hacia su difunta esposa, Carmen) y de la vida. Sencillo, antirret¨®rico y sin fuegos de artificio. Un libro que rebosa sabidur¨ªa, experiencia, y en el que "no pasa la pasi¨®n, / pasa la vida".
Dibujos
Como sol¨ªa decir el capit¨¢n de Jacques el fatalista, de Diderot (Punto de Lectura; traducci¨®n de F¨¦lix de Az¨²a), "cada bala que sale de un fusil lleva una etiqueta". Como balas o, al menos, como perdigones, son cada una de las vi?etas de El manual de mi mente, ese estupendo ¨¢lbum-antolog¨ªa de Paco Alc¨¢zar (C¨¢diz, 1970) que ha publicado Reservoir Books. Adoro, por ejemplo, 'Mecanismo Blanco', publicada en la desaparecida El V¨ªbora, que cuenta las aventuras del doctor L¨¢zaro, un repartidor de pizzas que se saca unas pelillas extras como neurocirujano, y que es capaz de operarle el cerebro a sus pacientes dej¨¢ndoles como recuerdo una lengua en mitad de la frente. Nada que ver con el hipermoderno c¨®mic de Miguel ?ngel Mart¨ªn (Le¨®n, 1960) Playmate, donde las calles no tienen nombre (Rey Lear), que relata en dibujos de heladora elegancia en blanco y negro una historia de desamor y frustraci¨®n en un futuro que ya vemos. Estos ¨²ltimos meses he le¨ªdo ¨¢lbumes estupendos, como los dos antedichos y el autobiogr¨¢fico Fun Home, una familia tragic¨®mica (Reservoir Books), de Alison Bechdel, al que ya me he referido en alguna ocasi¨®n. Y, para colmo de alegr¨ªas ilustradas, me acaba de llegar el cat¨¢logo de la exposici¨®n Hipnotop¨ªa (pr¨®logo de Alberto Manguel), una muestra de los ¨²ltimos trabajos de Max -el artista que ilumina (en todos los sentidos) este "sill¨®n de orejas"- que permanecer¨¢ en el Centre de Cultura Sa Nostra de Palma de Mallorca hasta el 30 de agosto. No s¨¦ a qu¨¦ est¨¢n esperando para darse una vuelta por all¨ª.
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