La Castellana se pone 'la roja'
Estalla el j¨²bilo en la calle por la victoria de Espa?a sobre Rusia - El partido suspende el pulso de la ciudad ante el televisor
La Castellana se convirti¨® ayer en un claxon. Un pitido un¨¢nime y tartamudo que recorri¨® la ciudad tras la victoria de la selecci¨®n frente a Rusia. La v¨ªa se convirti¨® en un cauce que recogi¨® la marea que desalojaban los bares y la concentraci¨®n multitudinaria de Col¨®n cuando acab¨® el partido.
Tras el encuentro, las calles se convirtieron en una corriente juvenil armada con banderas. En cada plaza, en cada metro, decenas de polic¨ªas. En cada acera, miles de madrile?os bes¨¢ndose un escudo imaginario en el pecho desnudo. Aunque algunos llevasen abultadas pelucas de payaso. "Me recuerda a las grandes manifestaciones de los a?os setenta", sentenciaba un hombre refugiado en un portal.
Venden banderas de Espa?a a cinco euros y camisetas a 10. Un chollo
En la plaza de Col¨®n, donde horas antes se hab¨ªan reunido alrededor de 40.000 personas, seg¨²n c¨¢lculos de este peri¨®dico, pocos vieron los goles en la pantalla gigante, pero debieron ser verdad. Y todos se pusieron muy contentos y se abrazaron. Estallaron los claxones de los coches, se agitaron las banderas y se enton¨® un sentido lo lo lo lo. La polic¨ªa se enrosc¨® bien el pinganillo de la oreja y pas¨® a la segunda parte del plan: controlar el destino de los miles de hinchas desperdigados por Madrid.
Antes, una botella vac¨ªa, erguida y abandonada en la cima de un buz¨®n de la calle del Cid, marcaba la frontera. Atr¨¢s queda una ciudad de jueves laborable. Se abre el universo monocolor de las camisetas rojas. Hay partido. Muchos bares entre la plaza de Col¨®n y Cibeles est¨¢n cerrados. Como si temieran la llegada de los hunos. Pero los hunos, miles, a¨²n est¨¢n bailando la conga al son de un patrocinador mientras ojean una pantalla gigante cortes¨ªa de Cuatro. "?A por ellos!", dicen con ejemplar sincron¨ªa.Los envases se acumulan en el suelo y las furgonetas de la polic¨ªa se apilan por decenas en la acera. La gente es muy joven y suena Tequila. Marcha.
El lateral de la calle de Goya est¨¢ cortado y en las bocas de metro los vendedores agitan la mercanc¨ªa. Unos venden banderas espa?olas a cinco euros. Otros, camisetas de Espa?a a 10. Se las quitan de las manos. "?Qu¨¦ chollo!", exclama muy contenta una ni?a de 14 a?os. Tambi¨¦n venden gruesos palotes rojigualdos.
"?Pap¨¢, me est¨¢n pintando una bandera de Espa?a en la espalda!". Se lo dice un chaval a su tel¨¦fono m¨®vil. Est¨¢ apoyado en un coche. Hace mucho calor. Cerca de 40 grados. Una realidad t¨¦rmica acentuada porque en los alrededores la gente se api?a como sardinas en lata. O sea, bastante inc¨®modo. La polic¨ªa cachea y requisa todas las botellas. Aunque sean de agua.
El partido ha comenzado. Para entonces, cada esquina es un botell¨®n. Hay gente bebiendo bricks de vino barato. Gente bebiendo cervezas. Gente bebiendo de una gran botella de Coca-Cola que pierde color seg¨²n se rellena de alcohol. Los hinchas cantan, est¨¢n nerviosos, est¨¢n contentos... est¨¢n borrachos. "?Ruso el que no bote!", gritan.
Tras el partido, retumban las campanas de la medianoche, pero nadie se bate en retirada. Entre Col¨®n y Cibeles la riada de aficionados se encarama en los parachoques de los autobuses, y deja un rastro de botellas vac¨ªas y orines festivos dibujados en las paredes.
En el noble arte de domesticar coches con una bandera, un chico sufri¨® una cogida fortuita. No fue un atropello muy grave. Aunque tuvo que ser atendido por las asistencias.
En otra zona de la ciudad, nada m¨¢s acabar el partido, m¨¢s de un centenar de personas se echaron a la calle en el cruce de Alcal¨¢ con Garc¨ªa Noblejas, junto al metro de Ciudad Lineal. Vistiendo camisetas rojas o amarillas, y enfundados en banderas de Espa?a de arriba abajo, decenas de grupos de j¨®venes euf¨®ricos jaleaban a los transe¨²ntes y paraban a los coches en los pasos de cebra, para obligarles a pitar en honor a la selecci¨®n espa?ola.
Neptuno tambi¨¦n fue zona de paso. De paso ruidoso, en este caso. La gente se asomaba por las ventanas de los coches gritando. Nadie se resist¨ªa a una buena pitada. La fuente estaba al descubierto, sin ninguna valla que la protegiera, pero dos polic¨ªas impidieron los intentos de chapuz¨®n. Un grupo de cuatro amigos con camisetas rojas cruzaban de un lado a otro de la carretera. "?A por ellos!", gritaban. Les respond¨ªa otro chaval con un meg¨¢fono metido en su coche: "?Espa?a entera, se va de borrachera!". Al filo de las dos de la ma?ana, la polic¨ªa invitaba a los hinchas a dejar de beber e irse para casa en la plaza de San Ildefonso.
"No s¨¦ qu¨¦ va a pasar el domingo", era la inc¨®gnita que dejaba en el aire de fiesta una mujer de mediana edad. El domingo se juega la final del campeonato. Espa?a estar¨¢ all¨ª. Es la primera que juega en 24 a?os. ?Y el partido? Es cierto, todo esto era por un partido. Gan¨® Espa?a y la fiesta dur¨® toda la noche.
Con informaci¨®n de Pilar ?lvarez, Mar¨ªa R. Sahuquillo y Rebeca Carranco.
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