La memoria comunista
Pietro Ingrao, 93 a?os, comunista y so?ador. Ex dirigente del Partido Comunista Italiano, ex presidente de la C¨¢mara de Diputados, ex periodista y director de L'Unit¨¤. Escritor y poeta. Hombre dulce y sencillo. Hoy vive en un modesto piso romano, ayudado por una encantadora asistenta congole?a. Una foto del Che preside el sal¨®n. Mientras tomamos un caf¨¦, ¨¦l se abraza a la taza y narra. Sigue siendo un hombre brillante, idealista y rom¨¢ntico. Asume que el comunismo fall¨®, que el asalto al Palacio de Invierno fracas¨®. Pero no se rinde. Sus recuerdos, su peripecia personal y pol¨ªtica, como testigo y protagonista del siglo XX, subrayan el anhelo de cumplir un sue?o infantil: coger la luna, atraparla con los dedos, cambiar el mundo. Ped¨ªa la luna es el t¨ªtulo de sus memorias, que en Italia public¨® Einaudi en 2006 y que ahora llegan a Espa?a. Y ¨¦ste es un resumen de una conversaci¨®n-mon¨®logo. El hombre que perdi¨® tira del hilo de la memoria y no encuentra explicaci¨®n. Y se despide con una frase inapelable: "El capitalismo nos ha destruido, pero todav¨ªa no se ve".
"Establec¨ª en mi fantas¨ªa una ecuaci¨®n entre la luna y las esperanzas que iban creciendo mientras Europa se destru¨ªa"
"No la cogimos, pero estuvimos cerca. Pareci¨® que la atrap¨¢bamos, pero no fue as¨ª. No llegamos al Palacio de Invierno"
PREGUNTA. As¨ª que quer¨ªa la luna.
RESPUESTA. A veces parece que se pueda atrapar. Sobre todo en mi pueblo [naci¨® en 1915 en Lenola, regi¨®n del Lazio] en verano y primavera, en las grandes noches estrelladas, cuando sale entre las monta?as. De peque?o la quer¨ªa coger, lo cont¨¦ en un libro. Una noche, a la hora de irme a la cama, qui¨¦n sabe por qu¨¦ no quer¨ªa hacer pis, que hac¨ªa siempre, y mi madre un poco desesperada llam¨® a mi padre, ¨¦l vino y me dijo bromeando: "?Qu¨¦ quieres de regalo si haces pis?". Tengo la imagen como si fuera ahora. Mirando por la ventana hacia el valle y las monta?as, vi la luna brillando sugestiva, y le dije: "Quiero la luna". Mi padre se ech¨® a re¨ªr y dijo: "Hijo, no consigo cogerla". As¨ª, la luna se convirti¨® en un s¨ªmbolo de algo muy bonito que no se consigue coger.
P. Y en una met¨¢fora de su lucha pol¨ªtica.
R. Despu¨¦s establec¨ª en mi fantas¨ªa una especie de ecuaci¨®n entre la luna y las esperanzas que iban creciendo mientras Europa se destru¨ªa. La luna acab¨® representando la imagen de ese mundo nuevo que buscaba en la mitad de los a?os treinta y que despu¨¦s se precipit¨® en la cat¨¢strofe mundial.
P. ?Vivi¨® la guerra como partisano?
R. No dispar¨¦ un solo tiro, no estuve en las brigadas sino en la actividad clandestina, haciendo de correo. Los j¨®venes de la peque?a burgues¨ªa romana montamos una organizaci¨®n que luego ampli¨® sus contactos con figuras singulares como Visconti. En su primera pel¨ªcula, Obsesi¨®n (1942), moderna y con intenci¨®n pol¨ªtica, meti¨® un personaje que representaba a un clandestino que hab¨ªa entrado ilegalmente en Italia. ?l pertenec¨ªa a una familia arist¨®crata de Mil¨¢n, y hab¨ªa ido a Francia a colaborar con Renoir, que hab¨ªa reunido a algunos italianos que conspiraban contra el r¨¦gimen fascista.
P. Con el que usted simpatiz¨® al principio al principio.
R. S¨ª, hice amistad con los j¨®venes fascistas en la Universidad de Roma, particip¨¦ en el movimiento de los Littoriali, y escrib¨ª una loa a Mussolini. Pero un amigo, Gianni Buzzini, me llev¨® al Centro de Experimentaci¨®n de la Cinematograf¨ªa instaurado por el fascismo. All¨ª estaba Alida Valli, la bell¨ªsima. Aunque no film¨¦ un metro de pel¨ªcula, conoc¨ª a los cineastas rusos, viaj¨¦ a Capri con Giuseppe de Santis (el director de Arroz amargo), conoc¨ª a Visconti... Cuando empezaron los arrestos, me escap¨¦ a Mil¨¢n y me hice clandestino.
P. ?C¨®mo era aquella Italia?
R. Un pa¨ªs oscuro. La gente emigraba en busca de pan. Hab¨ªa much¨ªsima hambre. El r¨¦gimen estaba en crisis y las tiendas estaban cerradas. Un d¨ªa entr¨¦ en una pasteler¨ªa abierta que ten¨ªa dulces. Compr¨¦ uno y lo tuve que escupir, era repugnante. Estuve tambi¨¦n escondido en Calabria, durmiendo en una caba?a de paja, luchando contra un enemigo, los ratones. Hab¨ªa docenas. Por la noche hac¨ªa un fuego para que el humo los ahuyentara. Apagaba el fuego, me dorm¨ªa y s¨®lo se sub¨ªan al catre cuando estaba dormido. Ah, aquel sue?o de la juventud...
P. ?Hab¨ªa tiempo para el amor?
R. S¨ª. Mi futura mujer, Laura, tambi¨¦n participaba en la conspiraci¨®n. La conoc¨ª en Roma, era hermana de Lucio Lombardo, que estaba preso en la c¨¢rcel de Civitavecchia; ella era el correo entre nosotros. Nos enamoramos y nos casamos ya cuando los aliados entraron en Roma.
P. ?Recuerda el d¨ªa de la liberaci¨®n?
R. Estaba en Mil¨¢n con unos compa?eros sicilianos. Tengo un recuerdo n¨ªtido de la noche del 25 de abril. Cenamos algo, nos acostamos, y de repente se abre la puerta y entra Salvatore di Benedetto, abre la ventana y empieza a gritar: "Ha muerto Il Duce", "abajo Mussolini", "viva la libertad", "fascistas carro?a". Pensamos que se hab¨ªa vuelto loco. Nos cont¨® la noticia, salimos a las calles, que estaban inundadas de gente, asaltamos las sedes fascistas, estuvimos toda la noche quemando papeles y por la ma?ana fuimos a liberar a los prisioneros de la c¨¢rcel. Luego hicimos un mitin, hice un discursillo, y fui a casa de Elio Vittorini para preparar el n¨²mero de L'Unit¨¤.
P. ?Qui¨¦nes hac¨ªan el peri¨®dico?
R. Durante esos a?os lo hicimos con Gillo Pontecorvo, el director de La batalla de Argel. Ten¨ªa s¨®lo dos p¨¢ginas, y met¨ªamos tambi¨¦n sucesos. Cuando llegaron los aliados, me mandaron a Roma, primero fui redactor jefe, y luego ya director. Recuerdo que tras la liberaci¨®n pon¨ªamos alguna foto de mujeres con poca ropa y los sovi¨¦ticos nos lo reprochaban mucho.
P. ?Lo controlaban todo?
R. Hab¨ªa una relaci¨®n continua. Ellos eran la gu¨ªa, la gran gu¨ªa, daban las ¨®rdenes y las directrices. Aunque Togliatti intent¨® buscar una relativa autonom¨ªa, ellos financiaban el partido. Fui a Mosc¨² varias veces con Togliatti. Iban los comunistas de Europa y Am¨¦rica Latina, eran unas reuniones aburrid¨ªsimas.
P. ?All¨ª conoci¨® a Carrillo?
R. Nos vimos a menudo. En Mosc¨² y en Francia. Era el l¨ªder con el que tuve una relaci¨®n m¨¢s estrecha. La Pasionaria era un gran s¨ªmbolo, pero la relaci¨®n de alianza y de acci¨®n com¨²n era con Carrillo. Fuimos muy amigos, nos vimos muchas veces. Incluso, acabada la guerra espa?ola, intentamos apoyar su lucha antifranquista y acreditar a la resistencia espa?ola, que no ten¨ªa mucha fuerza. Los italianos ten¨ªamos mejor relaci¨®n con ellos, los franceses estaban celosos y les ayudaban poco.
P. ?Los comunistas italianos siempre fueron distintos?
R. Durante la guerra fr¨ªa vivimos una crisis compleja. Gracias al prestigio de Togliatti, y a la inteligencia de su relaci¨®n con Stalin para garantizar un modo italiano, ¨¦ramos m¨¢s aut¨®nomos. Mosc¨² siempre nos consider¨® her¨¦ticos e indisciplinados, los franceses eran m¨¢s disciplinados y nos atacaban. Ten¨ªan celos de nuestra fuerza, y los sovi¨¦ticos no nos apoyaban. Rompimos con los sovi¨¦ticos en tiempos de la invasi¨®n de Afganist¨¢n, pero antes ya est¨¢bamos mal, con la defenestraci¨®n de Dubcek, con quien ten¨ªamos una relaci¨®n muy estrecha. Ponomariov, que era nuestro contacto en el aparato sovi¨¦tico, era un pedante y un aburrido insoportable, que siempre nos daba lecciones morales y controlaba la ortodoxia m¨¢s est¨²pida. La burocracia sovi¨¦tica era un verdadero desastre. Distanciarnos fue una segunda liberaci¨®n.
P. Pero supuso la divisi¨®n del partido. Y las purgas.
R. Muerto Togliatti, se abri¨® la lucha interna. Una parte de derecha liderada por Giorgio Amendola, y una de izquierda liderada por m¨ª, que intentaba introducir el debate interno, la pr¨¢ctica de la duda, una discusi¨®n m¨¢s democr¨¢tica. Ganaron ellos. Y fuimos todos purgados. Nos castigaron. Pero el sindicato m¨¢s cercano a mi pensamiento obtuvo una gran victoria y me propusieron para presidir la C¨¢mara de Diputados. Me convert¨ª en un personaje estatal, y tuve mucha relaci¨®n con Fanfani, que era el presidente del Senado. Ah¨ª, el partido dio v¨ªa libre a la propuesta de Berlinguer y se abri¨® a Occidente. ?sa fue una gran crisis. Primero rompimos con Mao, y luego vino el error fatal de la guerra de Afganist¨¢n que supuso el equivocado e infeliz fin del leninismo. Ah¨ª muri¨® el gran proyecto comenzado en 1917, no s¨®lo el estalinismo.
P. ?C¨®mo juzga ahora la apertura de Berlinguer?
R. Yo no estaba de acuerdo. Era un intento de pacto con la burgues¨ªa y con el mundo cat¨®lico. Hac¨ªa falta garbo. Por un lado, yo era laico; por otro, ten¨ªa una relaci¨®n mejor que nadie con el clero toscano, que ten¨ªa mucho prestigio pero poco poder. Berlinguer se acerc¨® a Aldo Moro, ¨¦sa fue su gran operaci¨®n. Moro era una de las personas m¨¢s inteligentes y cualificadas del pa¨ªs, pero s¨®lo acept¨® el compromiso hist¨®rico con mucha prudencia porque no estaba seguro de su entorno. Una parte de la Democracia Cristina se mordi¨® los labios. No quer¨ªan. Nosotros est¨¢bamos muy fuertes, gobern¨¢bamos en muchas ciudades y ten¨ªamos prisa, quer¨ªamos gobernar el pa¨ªs. Moro respondi¨® que necesitaba tiempo. No se lo dieron. Lo asesinaron.
P. ?Qui¨¦n?
R. ?se es el gran misterio. No s¨¦ qui¨¦n lo organiz¨®. Pero, desde luego, no fue lo que dijo la versi¨®n oficial.
P. ?El partido comunista pudo hacer m¨¢s por salvarlo?
R. Las Brigadas Rojas no aceptaban ninguna influencia del partido, marcaban claramente la distancia y la diferencia. Dentro de la Democracia Cristiana hubo una fuerte y pesada resistencia al plan de Moro. ?l no ten¨ªa fuerza suficiente. La pulpa de la DC segu¨ªa siendo anticomunista, y la apertura de Moro no escond¨ªa ese rencor. ?sa fue la estrategia que les permiti¨® tener Italia bajo sus manos tanto tiempo. Matan a Moro, muere Berlinguer, y todo acaba.
P. Esas muertes anticipan, en realidad, la muerte del PCI.
R. El partido se divide otra vez y todo se precipita. Yo estaba en Espa?a, en un viaje precioso por C¨®rdoba y Sevilla. Vuelvo a Madrid y me encuentro con dos noticias p¨¦simas. La muerte de La Pasionaria, y el error fatal del discurso de Occhetto en el Congreso de la Bolognina. Inspirado en las ideas liberales del entorno de hombres como Scalfari, anuncia que rompe con el pasado. Volviendo de ese viaje encantador, muere Dolores y los periodistas italianos me preguntan qu¨¦ me parece la liquidaci¨®n del signo comunista. Asisto en noviembre de 1989 al funeral emocionant¨ªsimo de aquella mujer alta y simb¨®lica, comemos con Carrillo en una tasca, tard¨ªsimo como siempre en su pa¨ªs, tenemos una larga charla sobre Espa?a, hablo con Occhetto y me pide que no diga nada antes de que me explique. Vuelvo a Roma, en el avi¨®n veo los peri¨®dicos, entiendo mejor, cuando bajo hay dos compa?eros esper¨¢ndome. Voy a Botteghe Oscure, me repite lo que yo ya sab¨ªa y me pide que me calle. Yo me niego, voy a Montecitorio y hago la declaraci¨®n de disenso y cr¨ªtica. Comienza un curso nuevo, otros grupos rompen con el partido, y todo acaba en que el partido se deshace.
P. Es la derrota final.
R. Hace falta decirlo as¨ª. La URSS pierde en Afganist¨¢n, el PCI se hace trizas, y enseguida cae el muro de Berl¨ªn y Mosc¨² no aguanta m¨¢s. Yo aqu¨ª tiendo a aplicar un razonamiento: ah¨ª acaba la gran par¨¢bola de 1917, muere la gran invenci¨®n del asalto al Palacio de Invierno. Durante 50 a?os fue un sue?o, el comunismo se convirti¨® en un gran actor mundial, tuvo un poder real con Am¨¦rica como antagonista. Pero llega la derrota de Lenin, el sue?o se derrumba. Y las ideolog¨ªas, y los s¨ªmbolos, y los nombres, y las palabras m¨ªticas.
P. Y la luna.
R. La luna no la cogimos, pero estuvimos cerca. Acercamos las manos; mejor dicho, la mirada. Pareci¨® que la atrap¨¢bamos, pero no fue as¨ª. No llegamos al Palacio de Invierno.
P. ?La tercera victoria de Berlusconi supone que fue una derrota total?
R. No. Eso querr¨ªa decir que la partida se acab¨® y yo no quiero decirlo. Fue derrotado el leninismo en el que cre¨ª, eso s¨ª. Fallamos. Perdimos incluso la relaci¨®n con ese error. El asalto era una parte, un momento. Pero hab¨ªa otros componentes. No contamos con la complejidad de la partida. Dimos demasiada importancia a Europa occidental y poca a la oriental, por ejemplo. Pero hicimos cosas extraordinarias. Conquistamos ciudades y las gobernamos, construimos un sindicato rico de invenciones, dialogamos incluso con la religi¨®n. Pero no cambiamos el pa¨ªs, no llegamos a ocupar el poder, el asalto fracas¨®. Era una idea limitada del cambio.
P. ?Marx sobrevive?
R. Llega muy lejos. Hizo mucha lectura de clase y cre¨® movimientos de insurrecci¨®n y liberaci¨®n. Todos nos equivocamos, deber¨ªamos indagar qu¨¦ nos falt¨®. Pero si equiparo esa derrota a la bajeza de Berlusconi, lo nuestro fueron eventos extraordinarios. Los problemas no se han resuelto. El capitalismo nos ha destruido pero todav¨ªa no se ve.
Traducci¨®n de Helena Aguil¨¤ Ruzola. Pen¨ªnsula. Madrid, 2008. 416 p¨¢ginas. 23,90 euros.
Pietro Ingrao. Ped¨ªa la luna.
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