S¨®lo para mayores

Afuera el Sol reluce, la Sagrada Familia recibe a oleadas de turistas japoneses y la temperatura alcanza los 38 ?C. Pero en el interior del Niza, siempre reina la penumbra. La fachada del local sugiere una antigua sala de cine abandonada, acaso reconvertida en iglesia evang¨¦lica. La falta de aglomeraciones en la puerta augura un local en decadencia. Pero hoy, es posible ascender por las escaleras alfombradas y franquear el umbral de la noche.

Arriba, en un alto sal¨®n sin ventanas, entre paredes decoradas con arcos luminosos con el logotipo del local, se extiende una discoteca muy particular. Sobre la pista de baile no se aglomeran jovencitas con piercings y adolescentes con los calzoncillos sobre la cintura. En los ba?os nadie vende pastillas. No hay dj. Y se cierra a las diez y media.

Cuatro horas antes, sale a escena una orquesta. Los m¨²sicos lucen trajes negros con brillantes lentejuelas. El guitarrista, con sombrero vaquero, se acerca al micr¨®fono y saluda:

-Buenas tardes y bienvenidos al Niza. Esta noche, para todos ustedes, las canciones que llevan d¨¦cadas haci¨¦ndonos amar y bailar. Y para comenzar con un cl¨¢sico: vamos a dedicarles Mar¨ªa la portuguesa.

En las noches de luna y clavel entre suspiros una canci¨®n viene y va...

La multitud que danza a sus pies lleva chaquetas de lino, faldas plisadas y zapatos lustrosos. Sus cuerpos no son precisamente los de un comercial de Calvin Klein: las cinturas son gruesas, las papadas cuelgan al beber y los pechos han sufrido los estragos de la ley de la gravedad. Pero en el Niza no son mayores que nadie, porque todo el p¨²blico tiene la misma edad.

Parad¨®jicamente, los viejos son m¨¢s ardientes que los j¨®venes: por lo menos se tocan. Se toman por la cintura, juntan las mejillas, se abrazan. En una discoteca juvenil, la multitud sirve para que nadie te vea. El baile se ha vuelto una manera de estar solo. Pero en este local, como ha sido durante milenios, bailar es una forma de cortejo.

Qu¨¦ te pasa chiquilla qu¨¦ te pasa te dicen en la escuela te preguntan en la caaasa

A un lado de la pista de baile, un grupo de diez se?oras danzan en equipo. Dan los mismos pasos hacia delante y hacia atr¨¢s, perfectamente sincronizadas, como un ej¨¦rcito. En una esquina, otra pareja de mujeres de unos 60 a?os hace acrobacias en la pista.

-Yo enviud¨¦ hace 16 a?os -me explica una de ellas m¨¢s tarde-. Y lo que m¨¢s echo de menos es bailar. Pero ya no quiero liarme con ning¨²n se?or, que son un rollo. As¨ª que vengo a bailar con otras amigas viudas.

-?Y los hombres tratan de liarse con usted?

-Tratan de liarse con todas. Ya te digo yo, un rollo.

En efecto, el local parece recibir dos tipos de hombres, que pueden distinguirse por su forma de bailar: los maridos aburridos arrastrados por sus mujeres se mueven de mala gana, balance¨¢ndose m¨¢s pesadamente, contando los minutos para volver a su sof¨¢ y a su f¨²tbol. Pero tambi¨¦n est¨¢n los otros, los cazadores, que han venido a ligar.

Y nos dieron las diez y las once las doce y la una y las dos y las tres

Los cazadores llevan zapatos y chaquetas blancos, o de color crema, y prefieren las camisas de colores vivos. Usan las canciones r¨¢pidas para entablar contacto y las baladas para atacar. Una vez que salen a la pista con su v¨ªctima, colocan sus manos en las fronteras de su regi¨®n lumbar. Entonces empieza el tira y afloja, ellas hacia arriba y ellos hacia abajo, hasta que triunfe uno de los dos.

Las parejas que necesitan m¨¢s intimidad suben al segundo piso, donde se puede fumar y hay una pista de baile de unos 20 metros cuadrados. Ah¨ª, los sof¨¢s se pueblan de caricias. Una se?ora besa a un caballero sin dejar de agitar su abanico. Otros dos sexagenarios se susurran cosas al o¨ªdo. Otros brindan por sus bodas de oro. En un mundo en el que nada dura m¨¢s de 15 minutos, es dif¨ªcil encontrar tantas d¨¦cadas de amor concentradas en una sola habitaci¨®n.