Deseo de ser un buen hincha
Cuando escribo este art¨ªculo acaba de empezar la Eurocopa de f¨²tbol; el d¨ªa en que ustedes lo lean se celebrar¨¢ la final. Es preceptivo, por tanto, que este art¨ªculo trate de f¨²tbol. O de algo parecido.
De entrada dir¨¦ una cosa terrible: de ni?o era del Real Madrid; de mayor soy del Bar?a. De ni?o era del Real Madrid porque todo mi pueblo era del Real Madrid; de mayor me hice del Bar?a porque todo el pueblo donde me fui a vivir era del Bar?a. Peor a¨²n: estoy seguro de que, si ahora mismo me fuera a vivir a Madrid o a un pueblo donde todo el mundo fuera del Real Madrid, volver¨ªa a hacerme del Real Madrid; si me fuera a vivir a Marsella, me har¨ªa del Olympique; si me fuera a vivir a Tur¨ªn, me har¨ªa de la Juve; si me fuera a vivir a Londres, me har¨ªa del Chelsea, y si me fuera a vivir a Buenos Aires, me har¨ªa del Boca Juniors, que es el equipo del que siempre quise ser, porque es el de Maradona. Esta execrable vocaci¨®n de deslealtad puede deberse a tres razones: la primera es que siempre he procurado ser obediente, pasar inadvertido y no llevarle la contraria a nadie; la segunda es que soy un pasota sin principios, que considera que el f¨²tbol se ha hecho para pasarlo bien y que bastante tenemos con lo que tenemos como para encima jodernos la vida con el f¨²tbol; la tercera es que, aunque me esfuerzo por entender el f¨²tbol -puesto que es imposible ser una persona culta y entender la realidad sin entender el f¨²tbol-, en el fondo el f¨²tbol me importa un pimiento.
Es posible que la raz¨®n verdadera sea una mezcla de las tres. Mi maestro Gonzalo Su¨¢rez, que finge muy mal no entender de f¨²tbol, afirma que "la fidelidad a un equipo es bastante tonta: si te gusta el f¨²tbol, es contradictorio con el hecho de que tengas que seguir una bandera". Es una idea irreprochable, que me favorece, pero lo cierto es que Su¨¢rez sabe muy bien que el f¨²tbol es irracional y cultiva todas las contradicciones, y que adem¨¢s es gregario y necesita la bandera tanto como el bal¨®n. Por eso lo que mejor define el f¨²tbol no es el bal¨®n, sino el hincha, que combina mejor que el bal¨®n la irracionalidad y el gregarismo, que pone por encima de todo la lealtad a sus colores, que disfruta la alegr¨ªa de que su equipo gane y el sufrimiento de que su equipo pierda, y que siente como nadie eso que Nietzsche llamaba, con desprecio p¨²blico y envidia secreta, "el calor del establo". Yo s¨®lo siento envidia; quiero decir que lo que siempre quise ser de verdad es un hincha: uno de esos hinchas que andan siempre en pandilla, vomitan en las esquinas, son arrestados por la polic¨ªa y destrozan el mobiliario urbano. Bien, no exageremos: en realidad me habr¨ªa conformado con ser uno de los hermanos Dalton.
En mi pueblo, en mi ¨¦poca, los hermanos Dalton eran un mito. Nadie que yo conociera conoc¨ªa su verdadero nombre; todo el mundo los llamaba as¨ª, los Dalton, como los cuatro forajidos de Lucky Luke. Nuestros Dalton s¨®lo eran dos, pero parec¨ªan un ej¨¦rcito, y no eran hinchas de mi equipo de f¨²tbol, sino de mi equipo de balonmano, pero para el caso es lo mismo, porque al menos en este punto todos los deportes de equipo son id¨¦nticos, o a m¨ª me lo parecen. Tambi¨¦n eran, casi sobra decirlo, dos energ¨²menos: aparec¨ªan a primera hora de la ma?ana en el polideportivo, cuando jug¨¢bamos los infantiles y las gradas estaban casi desiertas, y se marchaban a las tres, cuando terminaban su partido los mayores y el pabell¨®n estaba abarrotado, pero durante esas seis horas no paraban ni un solo instante de gritar, de animar, de aplaudir, de amedrentar al ¨¢rbitro y al adversario, de enfrentarse a pecho descubierto a la hinchada visitante. Cuando jug¨¢bamos fuera de casa, la cosa era mucho peor: a veces hab¨ªa que hacerlo en pistas de pueblos remotos de monta?a, en pleno invierno, contra rivales sin civilizar respaldados por tremendos labriegos con garrotes, y a¨²n no hab¨ªa empezado el partido y ya est¨¢bamos buscando excusas para aplazarlo y salvar el pellejo cuando aparec¨ªan los Dalton entre la niebla, con las manos enterradas en los bolsillos del chaquet¨®n y las mejillas enrojecidas por el primer carajillo de Terry, dispuestos a partirse la cara con quien hiciera falta y oblig¨¢ndonos a aguantar el tipo, porque era impensable la idea de arrugarse en presencia de los Dalton.
De ellos se dec¨ªa que, fuera del balonmano, eran personas afables y educadas, buenos amigos de sus amigos, buenos maridos, buenos padres; vi¨¦ndolos desga?itarse los domingos, nadie lo habr¨ªa dicho. Aclaro que los Dalton no hab¨ªan jugado nunca en ninguna de las categor¨ªas de mi equipo ni ten¨ªan ning¨²n pariente jugando en ellas: la suya era una pasi¨®n exenta, limpia de adherencias espurias. Nunca nos felicitaban por nada ni nos recriminaban nada, nunca los vi muy de cerca ni los vi separados, nunca cruc¨¦ una sola palabra con ninguno de ellos; de hecho, hablar, lo que se llama hablar, s¨®lo los vi hablar entre s¨ª, como si practicaran un an¨®malo gregarismo de pareja: tambi¨¦n por eso parec¨ªan un ej¨¦rcito. Cuando dej¨¦ el balonmano dej¨¦ de verlos, pero desde entonces apenas ha pasado un solo d¨ªa sin que me acuerde de ellos y sin que intente seguir su ejemplo, que no s¨¦ cu¨¢l es. O s¨ª lo s¨¦ y estoy incapacitado para seguirlo y para sentir el calor del establo, y por eso aqu¨ª me tienen: en la puta intemperie, pasando un fr¨ªo que pela.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.