Juntos podemos
Por mucho que fu¨¦ramos conscientes de que el deporte en general, y el f¨²tbol en particular, hace tiempo que se hab¨ªan convertido en un factor de cohesi¨®n nacional, el espect¨¢culo vivido en el campeonato europeo ha superado con creces los peores temores. En la cristiandad, los individuos se identifican por la religi¨®n que profesan, cristianos, moros y jud¨ªos; luego, en la primera modernidad, la diferencia primordial es entre cat¨®licos y las diversas iglesias protestantes. La naci¨®n sustituy¨® a la religi¨®n como fundamento de la identidad colectiva, tanto en el sentido revolucionario franc¨¦s de pueblo soberano, como en el rom¨¢ntico alem¨¢n de pertenencia a una misma lengua, historia y cultura, hasta el punto de que los diferentes nacionalismos terminaron funcionando como una especie de religi¨®n laica.
Un choque frontal de nacionalismos es lo peor que nos podr¨ªa pasar en la actual coyuntura espa?ola
Despu¨¦s de que en dos grandes guerras mundiales el nacionalismo destruyera el continente, y de haber sufrido la furia nacionalista de los distintos fascismos -el nacionalsocialismo lleg¨® incluso a igualar naci¨®n y raza- en la posguerra, cab¨ªa pensar que tendr¨ªa los d¨ªas contados, m¨¢xime cuando Francia y Alemania, las responsables del invento, se hab¨ªan reconciliado con un proyecto com¨²n de integraci¨®n europea.
Estados autoritarios de variado signo recurrieron al deporte para legitimar, bien una naci¨®n harto cuestionable, como fue el caso de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana, bien una dictadura conservadora, como el r¨¦gimen de Franco. Al desplomarse los Estados socialistas, conocimos el costo humano que el dopaje supuso para las ¨¦lites deportivas. Las burocracias estatales estaban empe?adas en que el socialismo mostrase una superioridad que no consegu¨ªan hacer patente en el plano socioecon¨®mico ni en ning¨²n otro. El triunfo de la selecci¨®n espa?ola en 1964 ante la Uni¨®n Sovi¨¦tica convalidaba al r¨¦gimen frente a su mayor enemigo.
Dec¨ªamos entonces que el f¨²tbol era el forraje que se echaba a las masas para apartarlas de otras preocupaciones. Si no se pod¨ªa hablar de pol¨ªtica, al menos que se entretuvieran comentando el f¨²tbol. En democracia se puede hablar de todo, y de pol¨ªtica se habla bastante, sobre todo en per¨ªodos preelectorales, de ah¨ª que haya que preguntarse por qu¨¦ el f¨²tbol contin¨²a siendo el tema principal de conversaci¨®n, que durante los campeonatos llega incluso a apabullar. En las democracias, como en las dictaduras, el panem et circenses, que ya indignaba a Juvenal, sigue siendo el destino com¨²n.
El nacionalismo se ha extendido por doquier, incluso el de peor cariz, "somos los mejores", que pregona la afici¨®n futbol¨ªstica. Ya en el Mundial, los alemanes colgaron la bandera nacional en los balcones, pero sobre todo en los coches, costumbre que se ha expandido en el campeonato europeo. Terminada por fin la guerra con la unificaci¨®n de los dos Estados alemanes y recuperada la soberan¨ªa plena, el f¨²tbol ha servido de veh¨ªculo de una nueva conciencia nacional. Much¨ªsima m¨¢s gente, y sobre todo con un mayor entusiasmo, aclama hoy el ¨¦xito de la selecci¨®n en un campeonato, que obtener dos premios nobeles en el mismo a?o. En estas circunstancias, no ha de extra?ar que la clase pol¨ªtica haga todo lo que est¨¢ en sus manos para explotar los ¨¦xitos futbol¨ªsticos en su beneficio.
Con un nacionalismo perif¨¦rico cada vez m¨¢s exigente, el campeonato europeo ha servido en Espa?a para promover una explosi¨®n nacionalista en favor de la unidad. La consigna, "juntos podemos", que en la campa?a presidencial norteamericana ya ha puesto de manifiesto su eficacia, la han transportado al f¨²tbol los medios de comunicaci¨®n, sin duda los principales promotores de esta ola de nacionalismo espa?ol. El mensaje era claro: una selecci¨®n gana cuando cuenta con el apoyo de toda la naci¨®n, identificaci¨®n colectiva que permitir¨ªa alcanzar todo lo que nos propongamos.
Las televisiones proyectando las concentraciones de miles de personas para seguir el partido en pantallas gigantes resultaban pat¨¦ticas al no detenerse en ciudades, como San Sebasti¨¢n o Barcelona, que eran las que m¨¢s interesaban al espectador. Un amigo m¨ªo pudo por fin respirar tranquilo al asegurarse por una llamada telef¨®nica de que nunca las calles de Barcelona hab¨ªan estado tan vac¨ªas como durante la transmisi¨®n del partido. Albricias, Catalu?a tambi¨¦n es Espa?a, pese a quien pese.
Una advertencia final. Nada menos oportuno que un rebrote del nacionalismo espa?ol enfrentado visceralmente al no menos visceral nacionalismo perif¨¦rico. Un choque frontal de nacionalismos es lo peor que nos podr¨ªa pasar en la actual coyuntura espa?ola.
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