Con nuestros votos imb¨¦ciles
Uno de los mayores peligros de nuestro tiempo es el contagio, al que estamos expuestos m¨¢s que nunca -en seguida sabemos lo que ocurre en cualquier parte del mundo y podemos copiarlo-, y en unas sociedades en las que, adem¨¢s, nadie tiene el menor reparo en incurrir en el mimetismo. Y a nadie, desde luego, le compensa ser original e imaginativo, porque resulta muy costoso ir contracorriente. Es el nuestro un tiempo pesado y totalitario y abrumador, al que cada vez se hace m¨¢s dif¨ªcil oponer resistencia. Y as¨ª, las llamadas "tendencias" se convierten a menudo en tiran¨ªas.
Una muestra reciente de esta rendici¨®n permanente ha sido la aprobaci¨®n por aplastante mayor¨ªa, en el Parlamento Europeo, de la "directiva de retorno" para los inmigrantes ilegales. Es ¨¦sta una directiva repugnante, llena de cinismo y falta de escr¨²pulos, que a muchos europeos -pero ay, no a los bastantes- nos ha hecho sentir verg¨¹enza de pertenecer a este continente. Como si se tratara de una parodia de Chaplin o Lubitsch, el ponente y promotor de dicha directiva ha sido un eurodiputado alem¨¢n del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, que apareci¨® en televisi¨®n muy ufano de su vileza y vestido de tirol¨¦s, cuan??do a nadie se le oculta qu¨¦ clase de gente se viste as¨ª, todav¨ªa, en su pa¨ªs y en Austria. A este individuo grotesco le han dado la raz¨®n y sus votos no s¨®lo sus correligionarios franceses (a las ¨®rdenes de Sarkozy), italianos (a las de Berlusconi, Bossi y Fini, notorios e indisimulados racistas), polacos (a las de los nacional-cat¨®licos gemelos Kaczynski), espa?oles (a las de Rajoy y sus flamantes "moderados") y dem¨¢s, sino tambi¨¦n un buen pu?ado de eurodiputados socialistas, incluidos diecis¨¦is de los diecinueve que Espa?a tiene en la C¨¢mara (a las ¨®rdenes de Zapatero). Yo no s¨¦ con qu¨¦ cara se atrever¨¢n el Gobierno y el PSOE, a partir de ahora, a proclamarse justos y democr¨¢ticos y humanitarios, puesto que con sus votos propugnan que se "retenga" durante a?o y medio -a?o y medio- a un inmigrante ilegal cuyo ¨²nico delito haya sido entrar clandestinamente en un pa¨ªs europeo huyendo del hambre, la guerra y la desesperaci¨®n. Y asimismo propugna que los menores puedan ser enviados sin garant¨ªas a cualquier pa¨ªs, aunque no sea el suyo de origen. Todos sabemos lo que espera a esos cr¨ªos: en alg¨²n punto del trayecto, una red de traficantes que, con el visto bueno de los europeos, se los llevar¨¢n a donde les parezca para utilizarlos como les plazca: esclavos, objetos sexuales, combatientes, donantes involuntarios de ¨®rganos. Y esto se producir¨¢ mientras los gobernantes europeos, con la mayor hipocres¨ªa, dicen preocuparse cada vez m¨¢s por los riesgos que acechan a nuestros menores.
Durante a?os se ha hecho la vista gorda con los inmigrantes ilegales. Se los ha explotado como mano de obra barata, casi gratuita, y se ha callado convenientemente que eran necesarios para nuestras econom¨ªas y para que cubrieran los puestos de trabajo que los europeos -ya muy se?oritos- se niegan a cubrir. Queremos que alguien recoja la basura y barra las calles, cuide de nuestros abuelos enfermos y de nuestros ni?os malcriados y consentidos, ponga los ladrillos de las cien mil construcciones vand¨¢licas que han propiciado la corrupci¨®n de los alcaldes y la codicia de los promotores inmobiliarios, se ocupe de las faenas m¨¢s duras del campo y limpie nuestras alcantarillas. Nosotros no estamos dispuestos a ensuciarnos las manos ni a deslomarnos. Que vengan esos negros, sudacas y moros a servirnos, esos rumanos que no tienen donde caerse muertos y que se prestar¨¢n a cualquier cosa, m¨¢s les vale. Les daremos cuatro cuartos y asunto liquidado. Ahora, sin embargo, nos hemos hecho muy mirados con los cuatro cuartos, porque hay "crisis". Hemos visto que algu?nos de esos inmigrantes delinquen -como si no delinquieran algunos espa?oles, italianos, alemanes o franceses de pura cepa- y, contagiados por Berlusconi y sus compinches -los cuales nunca han delinquido, por cierto, no se entiende por qu¨¦ tienen tantas causas abiertas que los incriminan-, empezamos a pensar que todos esos inmigrantes son unos criminales. Y, como lo pensamos, aprobamos una directiva que los convierta en tales por el mero hecho de existir y haber osado pisar suelo europeo. Se los detendr¨¢ hasta a?o y medio, y sin asistencia judicial, como si fueran presos de ese Guant¨¢namo contra el que los europeos a¨²n nos atrevemos a clamar. Mientras tanto, ese propio Parlamento, quiz¨¢ en previsi¨®n de la pr¨®xima escasez de mano de obra for¨¢nea y barata, permite tambi¨¦n que nuestra jornada laboral alcance las sesenta e incluso las sesenta y cinco horas semanales. Algo nunca visto ni tolerado desde 1917. Y a?aden hip¨®critamente: "seg¨²n el libre acuerdo entre contratadores y contratados". ?Libre acuerdo? Todos sabemos tambi¨¦n lo que ocurrir¨¢. El empleador le dir¨¢ al empleado: "Us??ted trabajar¨¢ sesenta horas. Si no le gusta, es libre de no aceptar, pero yo no voy a cambiar mis condiciones". ?Y qu¨¦ creen que contestar¨¢ el empleado, en una Europa en la que el empleo es precario y en la que se lleva decenios convenciendo a la gente de que se hipoteque de por vida para comprar un piso de mierda que habr¨¢n construido esos negros y sudacas a los que toca detener y expulsar? No me extra?ar¨ªa que de aqu¨ª a poco los europeos tengan que envainarse su se?oritismo y que volvamos a verlos barriendo calles, s¨®lo que durante diez horas al d¨ªa, seis d¨ªas a la semana. Esta es la repugnante Europa que construimos, con nuestros votos imb¨¦ciles.
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