La vida misma
Todos hablamos, pero coincidir¨¢n conmigo en que los argentinos hablan m¨¢s. Tienen mayor facilidad, si los comparamos con los catalanes -y ese car¨¢cter cerrado que tan bien expresa nuestra sardana-, para expresar sus alegr¨ªas, sus pesares, lo que sienten, lo que piensan. El montaje de Gabriela Izcovich (Buenos Aires, 1960), dramaturga y directora de ¨¦ste (en colaboraci¨®n con Carolina Zaccagnini) y de otros que han pisado nuestros escenarios con ¨¦xito (Intimidad en el Lliure en 2002 y la pasada temporada en catal¨¢n bajo la direcci¨®n de Javier Daulte en la Villarroel; El mar en la Beckett en 2006) enlaza una serie de historias basadas en cuentos suyos, basados a su vez en la vida misma. Encuentros entre amigos, desencuentros, cruces con desconocidos, conversaciones telef¨®nicas. Escenas que dan pie, en definitiva, a que los personajes se expresen.
Siete son los cuentos de Izcovich que conforman este mosaico de sentimientos, varios en los que la tristeza y, sobre todo, la ternura, ejercen un papel importante. La muerte o la vejez de seres queridos, el abandono, la soledad, son temas que Izcovich trata con humor a trav¨¦s de situaciones reconocibles por todos. La mujer que entra en una cafeter¨ªa y descubre a su marido tonteando con una azafata; la que esp¨ªa a su pareja tras la separaci¨®n; la que echa de menos a su marido fallecido; los dos ancianos que intentan mantener una charla coherente en un bar; el tipo al que le da un ataque tras hablar con su ex mujer por tel¨¦fono, etc¨¦tera, son planteamientos dram¨¢ticos a los que Izcovich consigue dar la vuelta para que en alg¨²n momento de esas escenas se nos instale la sonrisa, cuando no la carcajada, en el rostro. No hay nada nuevo en el universo que ella y los suyos nos han tra¨ªdo desde el otro lado del charco -Todos hablan se estren¨® en Buenos Aires en 2006 y estuvo m¨¢s de un a?o en cartel-, es cierto, pero tambi¨¦n lo es que, gracias a sus interpretaciones, en especial la suya, con ese qu¨¦-s¨¦-yo tan propio de los argentinos, consiguen que esos fragmentos de vidas ajenas y desdichadas, a menudo incluso pat¨¦ticas, resulten atractivos.
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