Los gitanos rumanos se alejan del t¨®pico
La mayor¨ªa trabajan, no son n¨®madas, tienen hijos escolarizados y apuestan por la inserci¨®n
Se llama Mirela, tiene 17 a?os, es gitana rumana. Como otras muchachas, acude a un curso para aprender a ser dependienta. Lo hace en la sede de Valencia de la Fundaci¨®n Secretariado Gitano. Viste a la manera occidental, sin faldas largas u oros.
La est¨¦tica gitana de Europa del Este es m¨¢s heterodoxa de lo que podemos creer. En parte, est¨¢ ligada a diferentes subgrupos de individuos. Est¨¢n los m¨¢s tradicionales y los m¨¢s modernizados. Los m¨¢s cerrados son poco penetrables, raros de insertar. Los m¨¢s abiertos entran y salen de las estructuras de la sociedad mayoritaria intentando engarzarse a ella.
En la provincia de Valencia hay 3.000 gitanos de la Europa del Este
"Salimos de Ruman¨ªa para intentar tener algo, como todos"
Hay pocos casos de delincuencia o de explotaci¨®n de menores
"Nos fij¨¢bamos en Espa?a porque ten¨ªa imagen de acogida. Ahora no es as¨ª"
"Aqu¨ª no se vive del cuento, no se puede. Yo trabajo 60 horas semanales"
"Al final no sirve querer integrarse. Los d¨ªas pasan y todo va a peor"
Adolescentes que se hacen pasar por sordos aparecen y desaparecen
Mirela quiere formar parte activa del pa¨ªs donde ahora vive. No es un buen momento para ello, tal como est¨¢n las pol¨ªticas migratorias. Pero con su actitud, la muchacha contradice todo lo que ha opinado de su etnia Gianfranco Fini, presidente de la C¨¢mara de los Diputados italiana. El antiguo l¨ªder de Alianza Nacional ha dicho en p¨²blico que resulta imposible hacer nada con el pueblo rom [gitano en idioma roman¨®]. Seg¨²n ¨¦l, los gitanos del Este consideran "l¨ªcito" el robo, no trabajar y alquilar su sexo. Esta acusaci¨®n t¨®pica, m¨¢s una oscura vinculaci¨®n de gitanos rumanos con delitos y esc¨¢ndalo, han sido esgrimidas por el Gobierno de Berlusconi para expulsarlos y ficharlos con huellas dactilares -menores incluidos-. Algo que ha sido condenado por la Euroc¨¢mara y que est¨¢ prohibido por el art¨ªculo 14 del Convenio Europeo para la Protecci¨®n de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales.
En Espa?a, tambi¨¦n se les suele relacionar popularmente -pero no de modo pol¨ªtico- con sambenitos de todo tipo. Aislamiento, violencia, incivismo, delincuencia y extorsi¨®n a menores se asumen como algo unido a su existencia. Sin embargo, Mirela, en un castellano que aprendi¨® viendo la tele, lo intenta contrarrestar de un modo bastante l¨®gico. "Mi familia vive de la chatarra, la recoge, la vende, es un trabajo que los valencianos no quieren. Yo vine con 14 a?os, salimos de Rumania porque all¨ª no tenemos nada", dice. "Venimos para intentar tener algo. ?No es lo mismo que buscan todos?", se pregunta.
La diferencia es que ellos, como colectivo, est¨¢n perseguidos por un fuerte estigma de parias. "Sin embargo muchos de ellos est¨¢n haciendo esfuerzos reales por integrarse", indica Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ªnez, del Secretariado Gitano, t¨¦cnico del programa de inserci¨®n para el pueblo rom. "S¨®lo en la Comunidad Valenciana hemos mantenido contacto con unos 400 gitanos rumanos y b¨²lgaros, y hemos encontrado pocos ejemplos de delincuencia o de explotaci¨®n de menores". "Pero esos casos, cuando se dan, generan mucho conflicto y acaban intoxicando al resto". Seg¨²n Jos¨¦ S¨¢nchez, responsable de Empleo en la naci¨®n de esta organizaci¨®n, "puede haber unos 50.000 gitanos del Este en nuestro pa¨ªs, y una parte importante han venido para quedarse". En la provincia de Valencia, la cifra comprender¨ªa los 3.000 individuos (del resto de la Comunidad Valenciana no existen apreciaciones fiables). Seg¨²n Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ªnez, "predominan aquellos que muestran buena adaptabilidad al sistema". "Lo que sucede es que est¨¢n diluidos y no los relacionamos con lo que se percibe como gitanos del Este", a?ade.
Marius, por ejemplo, es uno de esos roma que se ha abierto camino. Es evang¨¦lico y lleva largos a?os en nuestro pa¨ªs. "Hago de ch¨®fer para gente que trabaja en el campo, tengo mis permisos, pago el alquiler", expone. "En Espa?a no se vive del cuento, no se puede: yo trabajo 60 horas a la semana".
Mientras lo cuenta, comparte mesa en una cafeter¨ªa con Vasil, un b¨²lgaro treinta?ero -el 20% de la inmigraci¨®n gitana del Este de Europa en la Comunidad Valenciana es de Bulgaria- que ha hecho todo tipo de cursos de formaci¨®n y ha enviado decenas de solicitudes de empleo. "He estado viviendo en una caja de cart¨®n, bajo el puente, hasta trabaj¨¦ en un circo", dice. "Uno puede abrirse camino aqu¨ª, pero con mucho sacrificio", opina.
Pese a ello, quiz¨¢s la ofensiva contra gitanos en Italia pueda presentar el traslado a la Comunidad Valenciana como una posibilidad mejor. "No creo que vengan m¨¢s", explica Marius. "Los gitanos nos fij¨¢bamos en Espa?a y Valencia porque ten¨ªan imagen de acogida. Ahora se sabe que no es as¨ª". Tanto Ruman¨ªa como Bulgaria forman parte de la Uni¨®n Europea. Una moratoria pone trabas a que sus inmigrantes en Espa?a puedan trabajar por cuenta ajena hasta 2009.
En palabras de Helena Ferrando, coordinadora del Secretariado Gitano, "quienes llevan menos tiempo en nuestro pa¨ªs se ven abocados a la econom¨ªa sumergida y a que no se les empadrone". "Estaban arraigados en su pa¨ªs y pretenden estarlo aqu¨ª, s¨®lo son itinerantes para buscar trabajo", contin¨²a. "La mayor¨ªa hablan o entienden el castellano". Los llamados pisos-patera, y toda la pol¨¦mica que conllevan, surgen cuando familias sin techo se asientan con otras que han podido alquilar algo. "El desalojo no soluciona nada", opina Ferrando, "los grupos se trasladan, okupan algo, luego se les echa y as¨ª hasta el infinito". No es raro ver a gitanos de mediana edad con las manos deformes y quemadas. Las tienen por haberse electrocutado para conseguir luz el¨¦ctrica de prestado (el agua la consiguen de fuentes). Tampoco es raro ver beb¨¦s que tienen la cara hinchada por picaduras de insectos. Pero, si pueden, no se van: un muchacho gitano perdi¨® los brazos en un accidente en Rumania. Se traslad¨® con su familia a Valencia para buscarse la vida. Acab¨® muerto. Los suyos volvieron a su pa¨ªs para enterrarlo. Pero regresaron al nuestro para seguir sobreviviendo. Seg¨²n Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ªnez, "un 70% de las familias roma ya tiene a sus hijos escolarizados en Espa?a".
A todas les ha costado mucho viajar desde Rumania -muchas veces v¨ªa mafia- a grandes ciudades espa?olas. Luego se han repartido seg¨²n expectativas laborales. Para conocerlas, han contactado previamente con familiares o conocidos que estaban aqu¨ª. Avil¨¦s, Oviedo, Andaluc¨ªa, Murcia, Comunidad Valenciana, Badalona y Madrid son las grandes zonas de presencia gitana del Este. El campo, la construcci¨®n, el peonaje industrial o la m¨²sica ambulante, son, como la chatarra, oficios de subsistencia. En Las pateras del asfalto, uno de los primeros ensayos escritos sobre inmigrantes gitanos en Espa?a, su autor, Joaqu¨ªn L¨®pez Bustamante -director de la publicaci¨®n Cuadernos Gitanos- indicaba que la presencia de los roma en Rumania se acercaba "a los dos millones y medio de personas. Pero no hay otro pa¨ªs en el que ser gitano tenga peor valoraci¨®n social", a?ad¨ªa.
"Aqu¨ª, al menos, esperan tener una oportunidad", dice Miguel Monsell, de la entidad Cepaim y del Observatorio Lungo Drom, un programa europeo que ha analizado la presencia gitana inmigrante en la costa mediterr¨¢nea. "La mujer es la responsable de la escolarizaci¨®n, el mayor motor para la inserci¨®n".
Tambi¨¦n es la que mendiga, sola o con ni?os, cuando se da el caso: el hombre no lo hace. "Lo que m¨¢s ha llegado son personas entre 20 y 39 a?os", precisa Monsell. "Los m¨¢s j¨®venes tienen mejor inserci¨®n", expone. "Hay un 1% con estudios universitarios, y el 10% con el equivalente a la Formaci¨®n Profesional", matiza.
"Eso no facilita que encuentres trabajo", expresa Nadja, veintea?era, emigrada reciente desde Ruman¨ªa porque all¨ª no pod¨ªa subsistir. Ahora, junto a su hijo y nueve familias m¨¢s, ocupa un edificio deshabitado en medio de Valencia. Quiere asistir como alumna a un curso de servicio dom¨¦stico. "Pero si tengo que recoger chatarra, no me da tiempo", se lamenta. Ella y su marido recorren varios kil¨®metros todos los d¨ªas. Desde la salida del sol hasta la noche la buscan y rebuscan entre la basura. Luego la llevan en carritos de supermercado a una f¨¢brica.
Lejos, en la playa, otras familias rumanas recogen su chatarra. Est¨¢n a punto de ser desalojadas. Ocupan una propiedad p¨²blica abandonada a la que nadie ha hecho mucho caso. Hasta ahora. Vasil, 25 a?os y 5 hijos, tiene coche y hace continuos viajes para llevar hierro a los compradores. El kilo se paga a 20 c¨¦ntimos. Se suele conseguir entre 15 y 20 euros al d¨ªa. Quienes le conocen dicen que su car¨¢cter es cercano. Hoy no se muestra as¨ª.
Tampoco lo hace un familiar suyo, Ghorghe, que trabaja con ¨¦l, y que, a diferencia de Vasil, no habla espa?ol. Junto a ellos hay ni?os peque?os, chicas j¨®venes, mujeres mayores. Estas ¨²ltimas son las m¨¢s hoscas. "Al final no sirve querer integrarse", expone Vasil. "No tenemos ganas de hablar, ni de comunicarnos", dice. ?El motivo? "Los d¨ªas pasan, y todo va a peor", concluye.
La actitud marginal entendida como natural
Aparte del de los gitanos del Este, no existe otro colectivo europeo en el que la conducta de su parte m¨¢s marginal sea asumida como algo natural y consustancial. Quiz¨¢s porque algunas de ellas resultan especialmente anacr¨®nicas. Las espantosas bodas infantiles, por ejemplo, parece que pod¨ªan tener la funci¨®n de evitar el derecho de pernada durante los largos siglos en que los gitanos fueron esclavos en Ruman¨ªa. Pero, aunque muchos matrimonios j¨®venes se lleven a cabo entre mayores de edad, han permanecido de alg¨²n modo en los estratos renuentes a la inserci¨®n. Hay una variante especialmente pat¨¦tica en todo esto, que tiene que ver con el hecho de raptar a la novia deseada. Si la familia -o la propia chica- se niega al casamiento, se la secuestra. El raptor supone que se acabar¨¢ asumiendo que, de ese modo, la chica ha dejado de ser virgen, algo te¨®ricamente sagrado. Y que, por tanto, la familia de la novia acabar¨¢ aceptando que la hija se case. Hay que decir que, en Espa?a, generalmente la familia de la secuestrada reacciona de manera contraria a lo esperado por los raptores: denunciando a la polic¨ªa el acto. Otra variante es que la familia del novio compre -agasaje, en realidad- la voluntad de la familia de la novia con el regalo de un Mercedes o de dinero, algo que no extra?a en ciertos subgrupos gitanos de Ruman¨ªa o Bulgaria. Si se recuerda el reciente secuestro de una menor b¨²lgara en Villena, o los respectivos secuestros el a?o pasado de una menor rumana en Madrid y de otra belga en Lloret de Mar, se puede comprender c¨®mo problemas de este estilo pueden afectar a¨²n a la inmigraci¨®n venida del Este.
Algo triste, como es la mendicidad como sistema extra de subsistencia: una gitana mayor, postrada en un camastro, en una casa okupada por gitanos rumanos de Valencia, aparece aqu¨ª como un ejemplo. Tiene un tumor. Pasa el d¨ªa en la puerta de un supermercado, sentada, pidiendo. "Pero la gente ya no dar nada", balbucea. El hostigamiento policial a lo mendicante y a la picaresca callejera ha sido una realidad de los ¨²ltimos tiempos en las grandes ciudades. Adem¨¢s, en los ¨²ltimos a?os, la polic¨ªa ha desarticulado grupos de individuos en los que diferentes menores eran utilizados para mendigar en cadena o para robar ropa y tel¨¦fonos m¨®viles.
En Valencia, hoy d¨ªa, aparecen y desaparecen adolescentes del Este haci¨¦ndose pasar por sordos o mudos para timar. Y, a la vista de todos, se muestran prostitutas roma llegadas de Moldavia -vigiladas de cerca por sus correspondientes proxenetas de la misma etnia- en las zonas huertanas castellonenses. Es, en suma, la parte radical del dolor y la confusi¨®n que viaja con los llegados de lejos.
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