Alguien lo sabe
Hay un haiku de Borges del que me acuerdo cada vez que abro To the Lighthouse: "En el desierto / acontece la aurora. / Alguien lo sabe". La interpretaci¨®n puede ser teol¨®gica, o s¨®lo literaria, y en cualquier caso ya se sabe que para Borges la teolog¨ªa era una rama de la literatura fant¨¢stica. Ese alguien que sabe algo de lo que ningunos ojos humanos son testigos ser¨ªa el Dios omnisciente o ese narrador no menos fantasmal de las novelas al que se viene aplicando el mismo calificativo: el que lo ve todo, el que esp¨ªa todos los pensamientos, el que ha le¨ªdo unas palabras escritas en arena y borradas a los pocos minutos por una ola, el que est¨¢ en el retrete donde Leopold Bloom se alivia voluptuosamente leyendo el peri¨®dico y en la alcoba donde Anita Ozores se revuelve de misticismo y deseo en el insomnio, el ¨²nico, aparte de la mujer asesinada, que ha visto la mirada en los ojos de Raskolnikov en el momento en que levantaba el hacha, el que ha acompa?ado al capit¨¢n Nemo cuando se cerraban por ¨²ltima vez las escotillas del Nautilus.
'To the Lighthouse' pertenece a una ¨¦poca en la que la literatura aspiraba con igual vehemencia a retratar el alma humana y el mundo
El paso del tiempo no nos lo cuentan las palabras: lo sentimos fluyendo en ellas, en las frases tan hechas de tiempo como pasajes musicales
A los profesores, a los te¨®ricos, a los arbitristas de c¨®mo han de ser o no ser las novelas, el narrador omnisciente les irrita mucho, tanto como el Dios que lo sabe todo y lleva la cuenta de todos los pecados nos irritaba a los librepensadores precoces cuando quer¨ªamos desprendernos de la capa de ceniza sombr¨ªa del catolicismo franquista. De vez en cuando se leen diatribas indignadas: el narrador, en una novela, no deber¨ªa saber m¨¢s que sus personajes; el ¨²nico narrador posible es el personaje que cuenta en primera persona, etc¨¦tera. Ahora que lo pienso, es una actitud muy propia en una ¨¦poca de hipertrofia del yo, alimentada y fortalecida por tantas tecnolog¨ªas que le permiten a uno vivir cada vez m¨¢s en una burbuja de egolatr¨ªa caprichosa y comunicar al mundo de manera inmediata cada valiosa ocurrencia en el querido diario de un blog. La aurora del desierto no necesita testigos para suceder; de hecho, las auroras, igual que los anocheceres, o que las apariciones de la luna, o que la floraci¨®n de los almendros, han sucedido sobre la tierra a lo largo de millones de a?os antes de que ningunos ojos humanos pudieran mirarlas. Pero esa idea es irritante, incluso inaceptable, para la nueva ¨¦poca del yo absoluto, que imagina que nada existe fuera de ¨¦l, con la misma convicci¨®n con que un aficionado al hor¨®scopo considera veros¨ªmil que las estrellas se ordenen con la finalidad de predecirle si su novia dejar¨¢ de quererlo o si le subir¨¢n el sueldo el a?o que viene. Cada artefacto nuevo lleva en el nombre la marca del yo, de lo m¨ªo, del t¨² que no es el otro sino el reflejo narcisista de la propia identidad: I-pod; I-phone; My-Space; YouTube.
To the Lighthouse, como Mrs. Dalloway, pertenece a una ¨¦poca en la que la literatura aspiraba con igual vehemencia a retratar el alma humana y el mundo. Es una novela hecha de ¨ªntimas percepciones personales que sin embargo excluyen por completo el narcisismo y los caprichos del yo. En la conciencia de cada personaje los pensamientos y las sensaciones fluyen a una velocidad de sombras proyectadas en una pared, y aunque la mayor parte de ellos permanecen secretos, alguien sabe. No Dios, desde luego, ni el novelista metij¨®n que unas veces mueve los hilos tan descuidadamente como Maese Pedro en su retablo y otras se esconde detr¨¢s de una cortina para espiarlo todo. Es Virginia Woolf la que escribe, pero la voz narradora no es la suya: su arte es tan supremo, tan limpio de gesticulaci¨®n o de vanidades de estilo, que nos parece asistir, p¨¢gina tras p¨¢gina, a un acontecer como el de la aurora impersonal del poema de Borges. Cada conciencia es ¨²nica, el centro exacto de una experiencia, el ¨¢ngulo de un punto de vista, pero a las pocas l¨ªneas ya se ha disuelto en otra, como una ola va a disolverse en el filo de espuma de la que la preced¨ªa, y al poco rato parece que ha vuelto, pero ya no es la misma. Cada personaje cavila y observa en el reino de su propia soledad y a la vez es parte de una polifon¨ªa o de uno de esos retratos colectivos en los que observamos el aislamiento en la expresi¨®n de cada una de las caras que nos parecieron casi id¨¦nticas. Todos ellos, en alg¨²n momento, miran hacia el faro, o se acuerdan de ¨¦l, o se imaginan que lo visitan, pero a cada uno su lejan¨ªa y su luz le afectan de manera distinta; llega un momento, incomparable en la literatura, en que no hay nadie que observe la luz del faro, nadie en la casa junto al mar que estuvo llena de presencias y de voces, nadie que escuche el crujido de las maderas del suelo o que presencie el movimiento suave de un chal colgado en una percha, o que perciba c¨®mo la humedad va estropeando las p¨¢ginas de los libros en una estanter¨ªa o la ropa colgada en la oscuridad de un armario. Las cosas siguen existiendo, aunque nadie las mire o se acuerde de ellas. Los cristales de la casa deshabitada vibran con un retumbar muy lejano que es el de la guerra que est¨¢ sucediendo en Europa.
Vuelvo una y otra vez a esa novela, que en espa?ol suele titularse Al faro, aunque a m¨ª me gusta m¨¢s y me parece m¨¢s preciso Hacia el faro, que da mejor la idea de un deseo de llegar, de un estar mirando desde lejos. Vuelvo desde hace poco, porque, para mi verg¨¹enza, he tardado mucho en leer a Virginia Woolf con la atenci¨®n maravillada que merece. Vuelvo a la novela pero sobre todo a su parte central, la titulada Time passes, la m¨¢s breve y sin embargo el eje de su simetr¨ªa, de su admirable arquitectura sin peso, hecha de fluidez y claridad. El paso del tiempo no nos lo cuentan las palabras: lo sentimos casi f¨ªsicamente fluyendo en ellas, en las frases tan hechas de tiempo como pasajes musicales, tan perceptibles en su fugacidad como una corriente de agua o de brisa, como la luz del sol y la luz del faro que recorren d¨ªa tras d¨ªa y noche tras noche las habitaciones de la casa cerrada. Muy lejos, los personajes contin¨²an sus vidas, se hacen mayores, van a la guerra, mueren de parto o de c¨¢ncer, piensan en volver, posponen para otro a?o el regreso. Y mientras ellos no est¨¢n, cada uno ausente en la novela de una vida que se esboza apenas en un dibujo muy r¨¢pido, en el interior de la casa acontece otra novela, una de las m¨¢s dif¨ªciles y de las m¨¢s asombrosas que yo he le¨ªdo nunca, la del espacio deshabitado, la del agua de la lluvia que se filtra por una ventana cuyo marco ha empezado a pudrirse, la de los insectos que chocan contra los cristales o la lluvia que los golpea en una noche de invierno sin que nadie oiga ese sonido. Pero alguien lo sabe. -
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