El d¨ªa que cay¨® el Duce
Benito Mussolini era, en julio de 1943, un hombre de 60 a?os, enfermo y en decadencia, muy alejado del personaje heroico que hab¨ªa impuesto dos d¨¦cadas antes la primera dictadura fascista de la historia. Los mismos que le hab¨ªan aupado al poder, el rey, los militares y los hombres de negocios, buscaban desde comienzos de ese a?o la mejor forma de sacar a Italia de su aventura desastrosa en la II Guerra Mundial y de poner fin a la fatal alianza con la Alemania de Hitler. Pocos dirigentes fascistas y compa?eros de viaje de Mussolini cre¨ªan ya en la victoria alemana y en la grandeza que esa victoria proporcionar¨ªa a Italia. La mayor¨ªa de ellos hab¨ªa perdido el respeto al Duce, al dictador antes infalible, y tramaban la mejor forma de derrocarle. El desembarco de las fuerzas aliadas en Sicilia, el 9 de julio de 1943, forz¨® el desenlace de la crisis.
El 28 de abril de 1945 fue ejecutado junto a su ¨²ltima amante, Clara Petacci, y otros significados fascistas
Unos d¨ªas despu¨¦s, en la noche del 24 al 25 de julio, se reuni¨® el Gran Consejo, el principal ¨®rgano de decisi¨®n pol¨ªtica del partido fascista que Mussolini hab¨ªa controlado siempre a su gusto. Un grupo de dirigentes encabezados por Dino Grandi, Galeazzo Ciano y Guiseppe Bottai quer¨ªan romper con Alemania y propusieron devolver el mando militar al rey, V¨ªctor Manuel III, lo que en la pr¨¢ctica significaba echar a Mussolini. Diecinueve miembros del Gran Consejo votaron a favor, siete en contra, uno se abstuvo y Roberto Farinacci defendi¨® por su cuenta una alianza m¨¢s estrecha con Alemania y la radicalizaci¨®n del fascismo italiano siguiendo el modelo alem¨¢n. "Caballeros, han abierto ustedes la crisis del r¨¦gimen", les dijo Mussolini tras conocer el resultado de la votaci¨®n.
Informado de la decisi¨®n del Gran Consejo, el rey orden¨® arrestar a Mussolini y lo sustituy¨® por un general de su confianza, Pietro Badoglio. Movilizados la polic¨ªa y el ej¨¦rcito, los principales l¨ªderes fascistas aconsejaron a sus militantes obedecer al rey. En unas pocas horas se hab¨ªa desmoronado una dictadura de veinte a?os. El nuevo Gobierno prepar¨® la rendici¨®n de Italia, firmada el 8 de septiembre de 1943. Los aliados invadieron Italia desde el sur y los alemanes ocuparon el centro y el norte del pa¨ªs. Durante los meses siguientes, hasta abril de 1945, el suelo italiano fue el escenario de dos guerras: una internacional, entre los aliados y los alemanes, y otra civil, entre los fascistas que apoyaban a los nazis y la resistencia antifascista que se extendi¨® como la p¨®lvora desde la ca¨ªda del Duce.
Pero Mussolini no estaba muerto, y la historia todav¨ªa le reservaba un papel protagonista en el final de aquel drama. Un equipo especial de las SS lo liber¨® el 12 de septiembre de la prisi¨®n en la que se encontraba, en el monte Gran Sasso, a poco m¨¢s cien kil¨®metros al noreste de Roma, y lo traslad¨® en avi¨®n a M¨²nich. Desde esa ciudad alemana, tras un breve encuentro con Hitler, anunci¨® su decisi¨®n de castigar al rey y a los traidores del 25 de julio y proclam¨® la creaci¨®n de un nuevo r¨¦gimen fascista, la Rep¨²blica Social Italiana, conocida tambi¨¦n como la Rep¨²blica de Sal¨°, la peque?a ciudad del norte de Italia donde se instal¨® parte de su Administraci¨®n. En realidad, ese nuevo r¨¦gimen no ten¨ªa ni Estado, ni ej¨¦rcito, y estuvo dominado por los nazis. Pero para Mussolini, y para unos cuantos fascistas radicales y antisemitas que le acompa?aron, como Roberto Farinacci, Giovanni Preziosi o Alessandro Pavolini, representaba una vuelta al sue?o del fascismo social y revolucionario que nunca pudieron llevar a cabo tras la subida al poder en octubre de 1922.
Benito Mussolini hab¨ªa nacido en Predappio, en la regi¨®n agr¨ªcola de Romagna, el 29 de julio de 1883. Hijo de un herrero socialista y de una maestra, el joven Benito forj¨® su rebeld¨ªa como un brillante propagandista de peri¨®dicos socialistas, primero en Forli, donde dirigi¨® La Lotta di Classe, y despu¨¦s como editor del influyente Avanti!, de Mil¨¢n. All¨ª estaba cuando, en agosto de 1914, comenz¨® la I Guerra Mundial y se abri¨® en la sociedad italiana un agrio debate entre la intervenci¨®n o la neutralidad. Mussolini, al principio, como la mayor¨ªa de los socialistas, se opuso a la guerra y a la intervenci¨®n de Italia, pero en octubre de ese a?o cambi¨® a una posici¨®n de "activa neutralidad", y poco despu¨¦s defendi¨® la participaci¨®n en la guerra al lado de Francia y Gran Breta?a. Tras esa apuesta crucial de abandono del antimilitarismo y de las convicciones internacionalistas, fue despedido como editor de Avanti! y expulsado del Partido Socialista Italiano. A partir de ese momento comenz¨® a nacer un nuevo Mussolini, antimarxista, convencido de que la intervenci¨®n de Italia en la guerra generar¨ªa una revoluci¨®n de nuevo tipo que derribar¨ªa el sistema liberal, destruir¨ªa el poder socialista y llevar¨ªa a una nueva clase dominante al poder.
La guerra, pese al optimismo inicial de los intervencionistas, fue larga, destructiva y caus¨® un trastorno en la sociedad italiana de enormes consecuencias. Casi seis millones de hombres, la mayor¨ªa campesinos, fueron movilizados, y un mill¨®n de ellos dejaron sus vidas en los campos de batalla. Cuando la guerra acab¨®, Italia, como integrante del bando vencedor, consigui¨® importantes ganancias territoriales a costa de su enemigo tradicional, el Imperio Austroh¨²ngaro; pero no recibi¨® colonias, la ambici¨®n imperial de los nacionalistas, lo que dio origen al mito de la "victoria mutilada". Mientras tanto, el viejo sistema electoral y parlamentario se hab¨ªa desmoronado, y los conflictos y disturbios sociales generados por las duras condiciones de la posguerra fueron percibidos por las gentes de orden como la antesala de la revoluci¨®n, una prolongaci¨®n de lo que hab¨ªa empezado en Rusia en 1917.
As¨ª germin¨® la semilla fascista, en medio de la crisis posb¨¦lica, con la urgente necesidad por parte de industriales y terratenientes de restablecer el control social sobre campesinos y trabajadores. Los fascistas movilizaron a un sector importante de excombatientes, estudiantes, profesionales, administradores de fincas y peque?os y medianos propietarios. Todos ellos se convirtieron en la base social de los grupos paramilitares, de la pol¨ªtica del squadrismo violento contra socialistas y sindicalistas, que defend¨ªa el orden social contra la amenaza de la revoluci¨®n. Las clases dominantes, la Iglesia cat¨®lica y los militares aceptaron el fascismo como una alternativa a la vieja clase pol¨ªtica, como una expresi¨®n de nacionalismo radical y ant¨ªdoto frente a las aspiraciones igualitarias de la democracia liberal y del socialismo. Y en octubre de 1922 le dieron su gran oportunidad. El rey V¨ªctor Manuel III se neg¨® a decretar la ley marcial y a utilizar a las Fuerzas Armadas contra la marcha insurreccional fascista sobre Roma. El liberal Luigi Facta dimiti¨®, y Benito Mussolini le sustituy¨® en la jefatura del Gobierno el 29 de octubre. Subi¨® al poder con una combinaci¨®n de violencia paramilitar y maniobras pol¨ªticas, sin necesidad de tomarlo militarmente o de ganar unas elecciones. Ten¨ªa 39 a?os y no iba a desaprovechar esa conquista.
En su largo periodo de dominio, Mussolini vivi¨® una primera d¨¦cada de consolidaci¨®n y una fase final de crisis y desintegraci¨®n, imparable desde el momento en que, en junio de 1940, opt¨® por entrar en la II Guerra Mundial al lado de Hitler. Durante todo ese tiempo, el fascismo funcion¨® como un instrumento para la distribuci¨®n del poder, siempre respetuoso con las jerarqu¨ªas sociales, pese a la ret¨®rica populista y revolucionaria de sus dirigentes m¨¢s radicales, y subordinado al aparato tradicional del Estado.
El rey V¨ªctor Manuel III, el papa P¨ªo XI -que hab¨ªa sido elegido unos meses antes de la Marcha sobre Roma-, el mundo de los negocios, las ¨¦lites de la sociedad italiana y el ej¨¦rcito estaban encantados con Mussolini y nunca le plantearon problemas; ni siquiera al principio, en uno de sus peores momentos, cuando un grupo de matones fascistas secuestr¨® y asesin¨®, en junio de 1924, al diputado socialista Giacomo Matteotti. Lo que sigui¨® a la crisis provocada por ese asesinato fue la dictadura m¨¢s absoluta de Mussolini, quien acumul¨® cargos y ministerios, puso en marcha una legislaci¨®n represiva que mand¨® a las catacumbas a la oposici¨®n pol¨ªtica e institucionaliz¨® un amplio e innovador experimento social, magnificado por la propaganda y el culto al Duce, de nuevas relaciones entre el poder y las masas. Fueron los a?os en los que el Partido Nacional Fascista y sus secciones juveniles y femeninas acogieron a millones de afiliados, y la Opera Nazionale Dopolavoro, el sistema de control y organizaci¨®n del ocio, manej¨® miles de salas de teatros y cine, orquestas, bibliotecas y grupos deportivos. El fascismo italiano alcanz¨® en ese per¨ªodo, desde 1926 hasta 1935, su punto ¨¢lgido de gloria, y fue, hasta la subida al poder de Hitler y los nazis en 1933, el modelo ejemplar para los movimientos autoritarios de derecha.
La agresiva pol¨ªtica exterior de la Alemania nazi, que alter¨® r¨¢pidamente el orden diplom¨¢tico europeo, contribuy¨® tambi¨¦n a modificar la hasta entonces orientaci¨®n conservadora del r¨¦gimen fascista italiano. Mussolini utiliz¨® la pol¨ªtica exterior como una plataforma para incrementar su prestigio y poder personal. Entre 1935 y 1939, Italia se meti¨® en tres guerras sucesivas, en Etiop¨ªa, Espa?a y Albania. Mussolini se mantuvo al principio al margen de la Segunda Guerra Mundial, pero cuando los ej¨¦rcitos alemanes avanzaban inexorablemente por los Pa¨ªses Bajos y Francia en la primavera de 1940, le comunic¨® al general Badoglio, jefe del Estado Mayor, que la guerra la ganar¨ªa pronto Hitler y que Italia necesitaba "unos cuantos miles de muertos para poder asistir a la conferencia de paz como beligerante". El 10 de junio, Italia entr¨® en la guerra, una decisi¨®n a la que pocos pon¨ªan objeciones en ese momento.
La guerra result¨® un absoluto fiasco para Italia y, dos a?os despu¨¦s, todos los sectores de la vieja elite prefascista que hab¨ªan mantenido su poderosa presencia durante la dictadura, desde el rey al Vaticano, pasando por el ej¨¦rcito, temerosos de la derrota, prepararon la ca¨ªda de Mussolini. El Duce resucit¨® durante un tiempo, en la Rep¨²blica de Sal¨°, y pudo vengarse de algunos de los que le hab¨ªan traicionado, como su yerno Galeazzo Ciano, casado con Edda, su hija mayor, e influyente ministro de Asuntos Exteriores de la Italia fascista desde junio de 1936 a febrero de 1943. Pese a las s¨²plicas de Edda, Ciano fue fusilado el 11 de enero de 1944.
Mussolini era entonces un dictador t¨ªtere al servicio de los nazis, que iba perdiendo poco a poco el control sobre el territorio italiano que supuestamente gobernaba. En marzo y abril de 1945, mientras los nazis llevaban a cabo negociaciones secretas con los aliados para la rendici¨®n, Mussolini buscaba infructuosamente establecer contactos con los brit¨¢nicos a trav¨¦s de la Iglesia cat¨®lica. El 27 de abril de 1945 se uni¨® a un convoy de soldados nazis que escapaban del avance aliado. Cuando los camiones fueron detenidos por un grupo de partisanos, descubrieron a Mussolini envuelto en una manta y disfrazado con uniforme alem¨¢n. El 28 fue ejecutado junto con su ¨²ltima amante, Clara Petacci, y al d¨ªa siguiente sus cad¨¢veres y los de otros c¨¦lebres fascistas, como Roberto Farinacci o Achille Starace, fueron colgados cabeza abajo en la piazzale Loreto de Mil¨¢n.
El balance de tanta guerra y tiran¨ªa, pese a que Mussolini siempre parece ocupar un lugar menor al lado de otros criminales de su ¨¦poca como Hitler, Stalin o Franco, fue brutal y al menos un mill¨®n de italianos murieron por los campos de batalla de Libia, Etiop¨ªa, Espa?a, Albania y despu¨¦s en su propio suelo durante la Segunda Guerra Mundial. Y el m¨¢ximo responsable de tanta sangre derramada fue Benito Amilcare Andrea Mussolini y sus ambiciones imperiales y totalitarias. Conviene recordarlo en momentos de manipulaci¨®n de la historia, cuando ilustres pol¨ªticos y gobernantes italianos lo proclaman como el estadista m¨¢s grande del siglo XX.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Zaragoza.
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