El fantasma de Buenos Aires
Empieza as¨ª: es enero, lunes, Buenos Aires. Es el anochecer de un d¨ªa de verano. La calle Larga se hunde en la oscuridad cremosa de las casuarinas, y all¨ª donde se cruza con la calle Pinz¨®n hay una glorieta que flota en la luz tierna de las l¨¢mparas, envuelta en el aroma de un bosque de naranjos y separada de la casa -enorme, se?orial- por un jard¨ªn cuidado. Cada tanto se escucha el ruido de un caballo, pero nada m¨¢s. Una carreta que cruje, pero nada m¨¢s. El cielo es una membrana tensa, enrojecida.
Cuando se escucha el disparo, ya es de noche.
La sala de visitas, a metros de la glorieta, es peque?a. Hay pocos muebles: un espejo, sillas, una mesa sobre la que la mujer, ahora, se apoya con esfuerzo. Se tambalea, se pasa los dedos por la frente, palpa una l¨¢mina de l¨ªquido untuoso. Piensa que es un rasp¨®n, que por eso est¨¢ casi ciega: porque se ha golpeado en la ca¨ªda.
Pero ?qu¨¦ ca¨ªda?
Se mira el vestido y no ve nada. Se mira las manos y s¨®lo ve ese peque?o rastro de sangre. Y entonces, a sus espaldas, escucha el jadeo, y el miedo llega antes que el recuerdo. Corre hacia la puerta, la abre, sale a la galer¨ªa. La noche es una espuma suave que se deshace sobre la copa de los ¨¢rboles. Tiene un pensamiento involuntario, humillante; piensa "qu¨¦ calor". Y no es cuando siente el flujo repulsivo de la hemorragia ni el primer silbido de dolor rompi¨¦ndole la espalda, sino cuando ve el rostro de Samuel, el hombre con el que ya no va a casarse, que entiende que se va a morir. Y grita: "?Samuel, me muero!". Y despu¨¦s cae.
Es 29 de enero de 1872. A las nueve de la noche, en Barracas, un barrio al sur de Buenos Aires, Felicitas Guerrero de Alzaga, de 26 a?os, la viuda m¨¢s joven, rica y hermosa del pa¨ªs, emprende el viaje hacia su agon¨ªa de bestia. La muerte la alcanzar¨¢ de madrugada, y durante semanas la ciudad no hablar¨¢ de otra cosa: de la coqueta y su amante, o de la pobre mujer y el loco enardecido. La heredar¨¢n sus padres, que, en los fondos de esa casa con glorieta y bosque de naranjos, mandar¨¢n construir una iglesia con el fin de enterrar all¨ª, alguna vez, su cuerpo.
Eso ser¨¢ todo.
Hasta que un d¨ªa Felicitas Guerrero de Alzaga -lo que quede de ella- empiece a aparecer sobre la c¨²pula de su propio templo.
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Buenos Aires es ahora capital de muchas cosas: de su pa¨ªs, pero tambi¨¦n de las compras buenas bonitas baratas; de la urticaria exasperante de los hoteles boutique; de los miles que llegan buscando vino, tango, bife de chorizo. La ciudad est¨¢ repleta de viajeros: los urbanitas se dispersan en el circuito aspiracional de dise?o de Palermo Viejo; los tradicionales, en las elegancias reposadas de la Recoleta; los bohemios, en el historicismo tang¨®latra de San Telmo o la desolaci¨®n ang¨¦lica de La Boca. Los enterados van a Barracas. En Barracas, Buenos Aires se sumerge bajo arroyos de adoquines y esquinas arrancadas a los principios del siglo que pas¨®. Al filo de La Boca y de San Telmo, este barrio empez¨® siendo un pu?ado de barracas cercanas al r¨ªo y zona de residencia de los ricos. A comienzos del siglo XX devino tierra de f¨¢bricas. Despu¨¦s, la industria nacional cay¨® en el olvido y el barrio se llen¨® de galpones vac¨ªos. Pero a principios del siglo XXI, redescubierto por artistas, dise?adores y grupos inmobiliarios que llegaron atra¨ªdos por inmensos galpones baratos, Barracas empez¨® a ser el secreto mejor guardado de Buenos Aires. Hoy conviven f¨¢bricas de arquitectura fabulosa donde se construyen condominios con piscina, sol¨¢rium y gimnasio; viviendas para empleados del ferrocarril de estilo ingl¨¦s circa 1890; una estaci¨®n de trenes que de tan vieja parece falsa, y un hipermoderno Centro Metropolitano de Dise?o, ubicado en el antiguo Mercado de Pescado, donde se experimenta con cortes, formas y texturas. En abril de este a?o, cuando el gobierno de la ciudad anunci¨® que mudar¨ªa all¨ª sus oficinas, las propiedades subieron un 60%, y ya no quedan casi espacios por comprar.
Pero Barracas es tambi¨¦n un sitio de alienados: entre el hospital neuropsiqui¨¢trico de mujeres Braulio Moyano, el hospital neuropsiqui¨¢trico de hombres Jos¨¦ T. Borda y el hospital de salud mental infanto-juvenil Tobar Garc¨ªa suman cuarenta hect¨¢reas de entregados a los sue?os de la raz¨®n que producen monstruos. Dos de esos hospitales, el Moyano y el Borda, est¨¢n separados por la calle Brandsen. Si un viajero siguiera esa calle en direcci¨®n al r¨ªo llegar¨ªa a la avenida Montes de Oca, que fue alguna vez la calle Larga. Donde la avenida se encuentra con Pinz¨®n hay una plaza: la plaza Colombia. All¨ª, a fines del siglo XIX se levantaba una casa con glorieta y un peque?o bosque de naranjos. Comprada por el municipio en 1906, fue derrumbada en 1937. Pero frente a la plaza todav¨ªa se conserva algo que form¨® parte de esa propiedad: una iglesia construida en 1879, donada al gobierno de la ciudad en 1981, consagrada a una santa del siglo II -Santa Felicitas- y flanqueada por un parque en cuyos fondos hay una reproducci¨®n de la gruta de la Virgen de Lourdes y un colegio religioso.
En el atrio, en el parque, en el templo y en la gruta de Lourdes hay decenas de gatos: negros, pardos, grises como golpes, como peque?os t¨²mulos inm¨®viles.
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Don Carlos Guerrero Reissig y do?a Felicitas Cueto y Montes de Oca, los padres de Felicitas Guerrero, viv¨ªan en la calle M¨¦xico en una casa que ahora lleva el n¨²mero 524 y es residencia de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Carlos Guerrero Reissig hab¨ªa nacido en M¨¢laga en 1814 y llegado a Buenos Aires en 1832. Era un agente marino, padre de 12 hijos de los cuales Felicitas era la mayor, nacida el 26 de febrero de 1846 bajo el nombre de Felicia Antonia Guadalupe. Aunque los retratos la muestran achaparrada, de mirada bovina, en aquel tiempo fue una quemaz¨®n legendaria. Se dec¨ªa que era la mujer m¨¢s bella de la rep¨²blica, y en su libro Cr¨®nicas I (1914) el periodista Rafael Barreda la describe como un monte de perfecciones: "Sin ser muy alta, era esbelta. Su rostro oval, encuadrado en untuosa cabellera de casta?o oscuro; sus ojos pardos, de dulce mirar y expresi¨®n distinguida; sus labios coralinos, al sonre¨ªr, dejaban entrever el doble arco de su dentadura blanca, igual y api?onada".
Si Felicitas era la m¨¢s hermosa, Mart¨ªn de Alzaga era el m¨¢s rico. Hab¨ªa nacido en 1814, y descend¨ªa de familia tr¨¢gica: su abuelo, el espa?ol Mart¨ªn de Alzaga, hab¨ªa sido alcalde de la ciudad y, a?os despu¨¦s, en 1812, acusado de contrarrevolucionario y ahorcado en la plaza p¨²blica. Su nieto hab¨ªa aumentado la fortuna familiar hasta alcanzar los sesenta millones de pesos y las miles de hect¨¢reas en la provincia de Buenos Aires, repartidas en estancias que llevaban por nombre La Pelada, Juancho, La Postrera. Ten¨ªa cuatro hijos naturales, ninguna esposa y casi cincuenta a?os cuando, un d¨ªa de 1861, se cruz¨® con esa llaga que era Felicitas y la quiso para ¨¦l. No fue dif¨ªcil. Se casaron en 1862: ella ten¨ªa 16 y ¨¦l era casi viejo. Marcharon a vivir a una casa sobre la calle Larga en el barrio de Barracas. La casa ten¨ªa en la esquina una glorieta sumergida en el aroma fresco y violento de un bosque de naranjos y se llamaba La Noria.
No se sabe si fue feliz. Hay quienes dicen que, all¨ª donde esperaba encontrar s¨®lo vejez, Felicitas termin¨® por encontrar bondad y un compa?ero, pero tambi¨¦n quienes dicen que s¨®lo fue ambici¨®n. Sea como fuere, todo pas¨® muy r¨¢pido. El 24 de julio de 1866, Felicitas tuvo un hijo, F¨¦lix, que muri¨® en 1869. Lo enterr¨® conteniendo las n¨¢useas de otro, que llevaba en el vientre y que naci¨® muerto el 2 de marzo de 1870. Su marido, Mart¨ªn de Alzaga, sobrevivi¨® apenas: habiendo testado en su favor -"por el cari?o que le profeso y por las inequ¨ªvocas pruebas de afecto y bondad que he recibido de ella"-, muri¨® el 17 de mayo de ese a?o. Un mes m¨¢s tarde, cuando se celebr¨® una misa en su memoria y Felicitas entr¨® a la catedral -los ojos ardidos por todas esas muertes-, su luto no era luto, sino una valva lujosa. Era joven, viuda, rica y una mujer vedada, separada del mundo por un muro de luto cementicio.
Entre los bancos de la iglesia, un hombre la miraba, entre los muchos hombres que la miraban tanto.
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"Las experiencias de fantasmas, entidades y otras formas de apariciones han sido vistas -virtualmente- en todas las culturas", escribe en su libro Fen¨®menos paranormales. Una introducci¨®n a los eventos sorprendentes (Kier, 2003) Alejandro Parra, argentino, licenciado en psicolog¨ªa, presidente de la Asociaci¨®n Civil Instituto de Psicolog¨ªa Paranormal. Seg¨²n Parra, la experiencia m¨¢s com¨²n es la sensaci¨®n de presencia: una persona que sabe que est¨¢ sola, y que aun as¨ª se siente observada. En el otro extremo est¨¢ la experiencia de posesi¨®n. Entre ambas, la experiencia aparicional: la visualizaci¨®n, m¨¢s o menos clara, de una figura antropom¨®rfica. Los sitios donde estas apariciones se producen reiteradamente se conocen como sitios infectados, y son sometidos a estudios con sensores infrarrojos, t¨¦rmicos y electromagn¨¦ticos para lograr evidencias concretas. Si bien hay casos de espectros plasmados en fotograf¨ªas -los sacerdotes fantasmales aparecidos en una foto junto a la se?orita Palmer en 1925 en la bas¨ªlica de Santa Juana de Arco en Domr¨¦my (Francia), o la Dama Parda de Raynham Hall (Inglaterra), aparecida en una foto tomada en 1936 en la casa del marqu¨¦s de Townshend-, en Buenos Aires las evidencias logradas siempre han sido d¨¦biles.
Aunque en los ¨²ltimos a?os los vecinos reportaron ruidos extra?os en el ¨¢rea que ocupa la plaza Colombia y apariciones en la iglesia y el parque aleda?o, esta zona de Barracas no ha sido objeto de estudios, ya que las manifestaciones no se encuadran dentro de lo fantasmag¨®rico tradicional, sino en el marco de la leyenda urbana: relatos que, aunque plagados de elementos sobrenaturales, se cuentan como hechos que han sucedido, que suceden.
Como la leyenda de Disney en su c¨¢psula de hielo.
Como la leyenda del vampiro.
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Despu¨¦s de la muerte de Alzaga, Felicitas pas¨® un tiempo en sus estancias y -aunque la costumbre marcaba dos a?os de luto severo y uno de luto alivianado- regres¨® a Buenos Aires para reabrir sus salones. La saludaron las p¨¢ginas sociales, y alguien le dedic¨® esta copla grosera:
"Qu¨¦ eres hermosa he sabido.
Y aunque coqueta, yo infiero
Que has de hallar pronto marido,
Pues tienes mucho dinero".
"La plaza fue sitiada en toda regla", dice Rafael Barreda, "y el asedio, formidable, sin que hubiera palad¨ªn que pudiera jactarse del menor triunfo obtenido de aquella fortaleza al parecer inexpugnable. Hasta que lleg¨® a decirse que la bella cuanto rica viudita andaba dando su preferencia, distingui¨¦ndolo, a uno de sus m¨¢s asiduos pretendientes: Enrique Ocampo".
Victoria Ocampo, fundadora de la revista Sur, la publicaci¨®n literaria en espa?ol m¨¢s influyente de su ¨¦poca y sobrina nieta de Enrique Ocampo, dec¨ªa esto en su Autobiograf¨ªa (que comenz¨® a escribir en 1952): "Este joven se enamor¨® perdidamente (es decir, para su perdici¨®n y la de su amada) de Felicitas Guerrero, viuda de Alzaga (...). Felicitas, por su belleza y la considerable fortuna heredada, era objeto codiciado. Gozaba, suponemos, de la muy relativa libertad concedida, en esos tiempos de barbarie (respecto a la mujer) a una viuda joven de la alta clase social. No la quemaron en la pira del marido, hay que reconocerlo. Por tanto, se pod¨ªa dar por bien servida".
No hay datos ciertos acerca de d¨®nde y c¨®mo se conocieron: hay quienes dicen que fue en la iglesia, el d¨ªa de aquella misa; que ¨¦l la mir¨® y que ella ya no pudo olvidarse de esos ojos. Hay quienes dicen que, en una sociedad aldeana de cien familias que lo ten¨ªan todo, era imposible que no se conocieran desde siempre. Si Felicitas se enamor¨® de ¨¦l o si Ocampo vio se?ales all¨ª donde no hab¨ªa nada, no puede saberse. Si Ocampo se enamor¨® de ella o si s¨®lo pretend¨ªa sus millones, tampoco. En la revista argentina Todo Es Historia, en diciembre de 1968, E. M. S. Danero escrib¨ªa: "Convertido Enrique Ocampo en el preferido de Felicitas, comenz¨® el chismorreo. ?Amaba Enrique desinteresadamente a la joven viuda? ?No buscar¨ªa en Felicitas el inmenso caudal de pesos y novillos dejado por don Mart¨ªn de Alzaga? ?Se amaban de verdad? ?Desde cu¨¢ndo? ?Acaso desde antes de ser viuda?".
Dicen que Ocampo le enviaba cartas a raz¨®n de una por d¨ªa, y que ella no las respond¨ªa en absoluto. Y dicen lo contrario: que se enzarzaron en un amor escandaloso. Dicen que, para evitar a ese hombre desquiciado, Felicitas regres¨® a sus estancias. Y dicen lo contrario: que fue a sus estancias a encontrarse con ¨¦l; a que el r¨ªo y la pampa vieran lo que nadie, en la ciudad, ten¨ªa permitido ver.
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Hay religiones que abonan la creencia en los esp¨ªritus como parte de la vida cotidiana, que conviven con ellos de forma natural. Pero en Buenos Aires, los fantasmas son parte del reino de la noche.
No es posible dar una fecha exacta al inicio de las apariciones de la viuda de Alzaga en Barracas, aunque se sabe que sesenta a?os atr¨¢s los vecinos ya se juntaban en torno a la iglesia para percibir un vagido triste que brotaba de las paredes. Cuando se emprendieron trabajos de reparaci¨®n en los a?os ochenta, varios obreros mencionaron ruidos extra?os y s¨²bitos descensos de temperatura en el interior. Uno de los arquitectos asegur¨® que, aun cuando el carrill¨®n no funcionaba, las campanas sol¨ªan tocar solas, y que las cuatro estatuas de los ¨¢ngeles del tambor ten¨ªan el ala izquierda -izquierda- rota. Relatos de ex alumnos del colegio contiguo aseguran que, ya en 1978, en el parque aleda?o sol¨ªan ver "cosas raras" mientras permanec¨ªan ocultos cuando jugaban a las escondidas.
Pero fue a mediados de los a?os ochenta cuando los vecinos comenzaron a ver con frecuencia una figura vestida de blanco aferrada a las rejas de la iglesia. Y todos supieron que se trataba de Felicitas Guerrero.
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A principios de 1871, Enrique Ocampo parti¨® a Londres a intentar negocios en la Bolsa. Al mismo tiempo, en Buenos Aires se desat¨® una epidemia de fiebre amarilla. Conocida como v¨®mito negro, la peste mat¨®, entre enero y junio de ese a?o, a 14.000 personas en una ciudad que habitaban 200.000. Huyendo de la muerte, Felicitas volvi¨®, una vez m¨¢s, a sus estancias. Y todo lo que sucedi¨® despu¨¦s empez¨® con un paseo por el campo: una tarde, Felicitas, su primo Cristi¨¢n Demar¨ªa -su enamorado secreto-, su amiga Albina Casares y su t¨ªa Tr¨¢nsito Cueto iban por la pampa en coche de caballos. Estaban entre la nada y la nada cuando se desat¨® una tormenta de dragones, el cochero perdi¨® el rumbo y Felicitas le orden¨® detenerse. No la gan¨® la desesperaci¨®n, sino la rabia, y bajo ese torrente de verano murmur¨®:
-?D¨®nde estamos?
Y escuch¨® la voz que le dec¨ªa:
-En mis tierras, se?ora, que son suyas.
Cuando gir¨® y vio al hombre en su caballo no sab¨ªa qui¨¦n era: no sab¨ªa que ten¨ªa treinta a?os, que su nombre era Samuel S¨¢enz Valiente, que era due?o de miles de hect¨¢reas vecinas a sus campos. No sab¨ªa nada, pero el latigazo de esa respuesta -que son suyas, que son suyas- le ara?¨® el cuello y el coraz¨®n hasta dejarlos rotos.
A aquel encuentro en la tormenta siguieron varios. Durante todo el verano de 1871, y mientras la ciudad se hund¨ªa en un mar de peste, S¨¢enz Valiente frecuent¨® y enamor¨® a la mujer que no llevaba siquiera un a?o en la patria de las viudas. Rendida, asomada quiz¨¢ a lo que nunca hab¨ªa conocido, Felicitas accedi¨® a anunciar su compromiso en marzo de 1872: un lapso apenas prudente para evitar la indecencia.
Ni antes ni despu¨¦s record¨® a Enrique Ocampo. No respondi¨® las cartas que el hombre le enviaba desde lejos y se sumergi¨® en un silencio que crey¨® lo mejor. Cuando ¨¦l regres¨® de Londres, la noticia le lleg¨® bajo la forma de un rumor artero. Danero, en Todo Es Historia, escribe: "El desd¨¦n de Felicitas constituy¨® el ultraje para el que ya se hab¨ªa considerado su prometido. Su orgullo vulnerado incit¨® a Ocampo a llevar su pretensi¨®n hasta la ¨²ltima instancia. Como en un dram¨®n vulgar, debi¨® de decirse 'el amor o la vida'. Convirti¨® aquella enloquecida vulgaridad en su divisa. Desplazado, lesionado, pens¨® que ten¨ªa derecho absoluto a ser correspondido".
Dicen que le pidi¨® visitas que ella rechazaba. Que le rog¨® desesperadamente. Que se encontr¨® con su padre y le advirti¨®: "D¨ªgale a su hija que, si se casa con otro, la voy a matar". Que un d¨ªa la cruz¨® -a ella, a la mism¨ªsima- y le dijo, sibilino: "Si no me permite ser el sol de su amor, ser¨¦ su sombra".
Y fue.
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Las apariciones de muertos tienen patrones en com¨²n: llevan ropa de ¨¦poca, obedecen a las leyes de la perspectiva y producen ruidos sincronizados con sus movimientos. La aparici¨®n de Felicitas Guerrero se produce siempre durante el atardecer, en el atrio o flotando sobre la c¨²pula de la iglesia. Lleva ropas largas, blancas, de ¨¦poca, y llora. A veces tiene el torso ba?ado de sangre. La duraci¨®n de su presencia es breve, acompa?ada de gritos lejanos que no parecen gritos de mujer.
En mayo de 2008, el Ballet Argentino, dirigido por el bailar¨ªn Julio Bocca, estren¨® un espect¨¢culo basado en esta historia llamado Felicitas. Amor, crimen y misterio. En ¨¦l se alude a una creencia de los vecinos de Barracas que, desde hace tiempo, anudan pa?uelos a las rejas de la iglesia: si amanecen h¨²medos, garantizan amores eternos. Una vecina, que vio la aparici¨®n de madrugada, dijo que Felicitas se enjugaba las l¨¢grimas con los pa?uelos y que "fue horrible: sangraba, estaba aferrada a la reja y lloraba con la boca abierta, como lloran los chicos".
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El 29 de enero de 1872, por la noche, Felicitas organiz¨® una cena en La Noria a la que asistir¨ªan dos de sus hermanos; su t¨ªa Tr¨¢nsito Cueto; su amiga Albina Casares; su primo Cristi¨¢n Demar¨ªa; el padre de su primo, Bernab¨¦ Demar¨ªa, y Samuel. Los invitados se reunieron al atardecer en la glorieta de la esquina. A las ocho y media de la noche, una volanta se detuvo en la puerta y de ella baj¨® Enrique Ocampo. Le atendi¨®, despu¨¦s de unos minutos, Tr¨¢nsito Cueto, que le dijo la verdad: que Felicitas estaba de compras en el centro. ?l pidi¨® esperarla. Le hicieron pasar a la sala de visitas.
Felicitas lleg¨® cuando faltaba poco para las nueve de la noche. Tr¨¢nsito Cueto escuch¨® el carro que se deten¨ªa y sali¨® al encuentro de su sobrina y amiga. Le avis¨® que Ocampo estaba esperando y le aconsej¨® que no lo recibiera. Felicitas pens¨® que hab¨ªa que ponerle un fin a todo eso y dijo que lo iba a atender: que lo iba a atender sola.
Cuando la vio entrar en la sala, Enrique Ocampo no vio a la mujer que amaba, sino a una encarnaci¨®n que lo condenaba a la infelicidad. Tiempo despu¨¦s, todos los cronistas recrearon esa escena que fue ciega y muda:
"-Quiero hablarte por ¨²ltima vez -dijo Enrique-. Quiero que me digas si me desde?as y si contin¨²as prefiriendo a ese hombre.
-Se?or, ese tono -dijo Felicitas.
-Este tono es el de un hombre que te ama con toda su alma, pero al cual desesperan tus desdenes -manifest¨® Ocampo-. Antes de que te vea en los brazos de ese miserable, te dar¨¦ una y mil veces la muerte", escribi¨®, por ejemplo, Danero en la revista Todo Es Historia.
Esto se sabe: cuando Felicitas dio la conversaci¨®n por terminada y se dispuso a irse, Ocampo sac¨® un rev¨®lver y le dispar¨®. Ella cay¨®, se golpe¨® la frente, se levant¨® aturdida, vio la sangre, pens¨® "qu¨¦ raro", y cuando escuch¨® el jadeo a sus espaldas, el p¨¢nico la arroj¨® sobre la puerta, empuj¨®, sali¨® a la galer¨ªa, pens¨® "qu¨¦ calor", vio la cara de Samuel y supo que se mor¨ªa.
Siguieron gritos, tiros, sangre, muertos, el fin de todo, la leyenda.
Una versi¨®n dice que, al escuchar el disparo, Bernab¨¦ Demar¨ªa corri¨®, y que, cuando entr¨® en la sala de visitas, Ocampo estaba en el suelo, todav¨ªa vivo, pero con un disparo en el coraz¨®n y otro en la boca. Otra versi¨®n asegura que fue Cristi¨¢n Demar¨ªa quien corri¨® hacia el hombre perfectamente vivo, le arrebat¨® el arma y dispar¨® dos veces. Sea como fuere, Ocampo muri¨® all¨ª, se acord¨® que se hab¨ªa suicidado, y el expediente de la causa desapareci¨® de los tribunales.
Felicitas Guerrero, en cambio, no muri¨® enseguida, pero la herida, en el costado izquierdo -izquierdo- era fatal. La bala "se hab¨ªa desviado hacia la columna vertebral, comprometiendo la m¨¦dula espinal y provocando la rotura de ¨®rganos vitales", asegura el historiador Enrique Puccia en su libro Historia de la calle Larga. Muri¨® de madrugada entre dolores dise?ados para osos. La velaron en la casa de la calle M¨¦xico, donde hab¨ªa nacido, asfixiada por velones y mantillas negras, y el 31 de enero la inhumaron en el cementerio de la Recoleta, en la b¨®veda de la familia Alzaga, junto al f¨¦retro del ¨²nico hombre que quiz¨¢ hab¨ªa conocido: Mart¨ªn, su marido viejo.
El martes 30 de enero de 1872, la segunda p¨¢gina del diario La Naci¨®n titulaba: "Un hecho espantoso", y entre anuncios de parteras y obituarios rese?aba el desastre: el disparo, los gritos, Felicitas ag¨®nica y Ocampo muerto. Pero en el ejemplar microfilmado de esa fecha, que se conserva en el archivo del peri¨®dico, el art¨ªculo ha desaparecido, y en su lugar hay un hueco prolijo, recortado.
Lo dem¨¢s se sabe: sin marido, descendencia ni testamento que indicara lo contrario, los padres heredaron a la hija y mandaron construir aquella iglesia con el fin de enterrar all¨ª, alguna vez, su cuerpo. De estilo neorrom¨¢nico con influencia alemana, la consagraron a Santa Felicitas, una santa que vio morir a sus siete hijos para despu¨¦s morir tambi¨¦n. Tiene nave ¨²nica con crucero y c¨²pula, vitrales franceses, ara?as con caireles de cristal, un reloj ingl¨¦s con carrill¨®n, un ¨®rgano alem¨¢n y, apenas despu¨¦s de las puertas de entrada, dos moles de m¨¢rmol beis: la figura de pie de Mart¨ªn de Alzaga; la figura inclinada sobre un ni?o -F¨¦lix, el hijo muerto- de Felicitas Guerrero. Don Carlos Guerrero muri¨® en 1896; su mujer, diez a?os m¨¢s tarde, y nunca tuvieron permiso oficial para llevar a Barracas el cuerpo de su hija. La casa fue vendida, derribada, y la iglesia, donada al municipio.
Lejos de all¨ª, en el cementerio de la Recoleta, la necr¨®polis m¨¢s elegante de Buenos Aires, cuando los gu¨ªas de turismo se detienen frente a la b¨®veda de los Alzaga cuentan esta historia y dicen que el cad¨¢ver de Felicitas lleg¨® hasta ah¨ª en un ata¨²d suntuoso el 31 de enero de 1872.
Pero hay quienes creen que ese ata¨²d est¨¢ vac¨ªo.
Que el cuerpo no est¨¢ -que nunca estuvo- all¨ª, sino en un barrio antiguo, bajo la tierra, en una iglesia que los gatos cuidan.
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