No poder con el alma
No conozco a nadie que, llegado a esta altura del curso, no est¨¦ absolutamente reventado y para el arrastre. Da lo mismo a qu¨¦ se dedique, qu¨¦ profesi¨®n tenga y cu¨¢l sea su grado de responsabilidad; que trabaje como aut¨®nomo o por cuenta ajena, en casa o en una oficina, que sea asalariado, jefe o directamente due?o de su negocio, que gane poco o mucho, es indiferente. Nadie puede ya con su alma, pese a los numeros¨ªsimos -pero fren¨¦ticos- puentes que existen en nuestro pa¨ªs y que jalonan todo el a?o. Algo funciona mal, y para m¨ª es, principalmente, que hoy la gente no para nunca del todo o no sabe hacerlo, ni siquiera durante los fines de semana, cada vez m¨¢s ocupados por actividades que m¨¢s bien parecen obligaciones: hay que divertirse a toda costa, y ha de ser por ah¨ª, en la calle, como si se hubiera olvidado que uno puede divertirse much¨ªsimo en casa, leyendo, viendo pel¨ªculas, en todo caso sin agotarse tambi¨¦n en el recreo.
Y de los que son padres no hablemos: tras deslomarse durante cinco d¨ªas, vuelven a deslomarse durante los dos restantes intentando distraer a sus cr¨ªos, procurando que no se aburran ni un minuto, porque eso, el supuesto aburrimiento (lo que m¨¢s agudiza la imaginaci¨®n, por cierto), se ha convertido en uno de los pecados m¨¢s imperdonables de nuestra sociedad. As¨ª que los pobres progenitores corren de aqu¨ª para all¨¢, esclavizados por sus hijos: que si un parque de atracciones, una excursi¨®n, un desfile, una sesi¨®n de magia, un cumplea?os siempre multitudinario, lo que encuentren o lo que les exijan los peque?os tiranos mal acostumbrados.
La gente nunca para, en gran medida, porque tiene m¨®vil y ordenador, y esa es la raz¨®n por la que yo carezco de lo uno y de lo otro. No estoy dispuesto a que cualquier majadero me interrumpa mis actividades, mis pensamientos o mis musara?as, est¨¦ donde est¨¦. No deseo "estar conectado", ni enterarme de todo en seguida. Nada me resultar¨ªa m¨¢s atroz que estar localizable siempre, o que recibir m¨¢s llamadas y cartas y publicidad y tonter¨ªas de las que ya me llegan a trav¨¦s del tel¨¦fono fijo, el fax y el correo ordinario.
Me alcanzan por demasiados conductos (mi agente literaria, este diario, las editoriales que publican mis libros, ahora la Real Academia Espa?ola, el Reino de Redonda, la antigua casa de mi difunto padre, por la que s¨®lo voy de tarde en tarde), y lo ¨²ltimo que quisiera es abrir nuevas v¨ªas. Pero no se trata de m¨ª, que al fin y al cabo escribo novelas y art¨ªculos y soy, supongo, lo que se llama "una persona p¨²blica". Veo que lo mismo les sucede a todos mis conocidos, a gente cuya tarea no trasciende el ¨¢mbito privado y que aun as¨ª viven acosados. No paran, est¨¢n agobiados (la burocracia escandalosa a que nos obligan hoy nuestras autoridades desp¨®ticas no nos permite a ninguno levantar cabeza), y la mayor¨ªa suscribir¨ªa aquella frase de Audrey Hepburn a Cary Grant al principio de Charada, cuando ¨¦l quiere entablar amistad y ella le contesta, m¨¢s o menos: "Conozco ya a multitud de personas, y mientras no muera alguna de ellas me resulta de todo punto imposible conocer a nadie nuevo". "Trabajar cansa" es una sencilla y sin embargo famosa cita del italiano Cesare Pavese. Lo cierto es que tambi¨¦n hablar cansa, sobre todo sin ton ni son o para rehuir la soledad y el silencio, y en eso consiste hoy, en gran medida, el trabajo de cualquier individuo. No es raro que la ¨²ltima anotaci¨®n de El oficio de vivir, el diario del propio Pavese, justo antes de ingerir barbit¨²ricos en un hotel de Tur¨ªn, fuera: "No palabras. Un gesto. No escribir¨¦ m¨¢s".
Ahora bien, yo no s¨¦ si es que toda la gente que trato es muy activa y laboriosa. Porque a la vez que veo a mi alrededor, cuando llega julio, este panorama de seres extenuados, tambi¨¦n se oye el vocer¨ªo de masas a las que parecen sobrarles las energ¨ªas y el tiempo. Hay colas monstruosas para todo, para lo que vale la pena y para cualquier unga-unga de descerebrados. Para las exposiciones de los museos y para las mamarrachadas callejeras (ya saben, juglares, mimos y festejos veraniegos se llevan la palma). Para los conciertos de rock y para ver a la Guardia ante el Palacio Real, ese nuevo espect¨¢culo copi¨®n del Ayuntamiento madrile?o. Las muchedumbres se agolpan para admirar a t¨ªos sudorosos el D¨ªa de la Marat¨®n Sudorosa, o a t¨ªos malolientes en bici el D¨ªa de la Maloliente Bici, o a ga?anes borrachos en los sanfermines. La sensaci¨®n que uno acaba teniendo es que una parte de la poblaci¨®n se mata a trabajar -desde luego los inmigrantes honrados- para que otra no d¨¦ un palo al agua. Algo va mal, y adem¨¢s los Gobiernos nos vuelven locos: tras decenios convenciendo a los ciudadanos de que deb¨ªan prejubilarse cuanto antes, porque nos encamin¨¢bamos hacia la "sociedad del ocio", ahora, como se?al¨¦ aqu¨ª hace dos domingos, los desvergonzados Ministros de Trabajo europeos pretenden colarnos semanas de sesenta o m¨¢s horas laborales, arrebat¨¢ndonos derechos antiguos conquistados con sangre en su d¨ªa, y sin que los miserables sindicatos actuales hayan convocado una sola manifestaci¨®n ni huelga contra semejante medida decimon¨®nica. En lo que nadie ha reparado, adem¨¢s, es en que quienes trabajar¨ªan esa insana cantidad de horas ser¨ªan s¨®lo los que ya sostienen toda la econom¨ªa, esa parte de la poblaci¨®n que no puede ya con su alma, y en la que figuran todos mis conocidos.
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