Mirar la lengua
En una escena de Sofie, una bella pel¨ªcula realizada por Liv Ullman, una pareja acude a una exposici¨®n donde se exhibe un retrato suyo, firmado por un famoso pintor. All¨ª la pareja se sienta muy cerca del cuadro, en una postura casi id¨¦ntica a la representada en el lienzo; pero a ellos nadie les hace caso. Todo el mundo est¨¢ concentrado alrededor de la pintura, contempl¨¢ndola. Como nadie advierte su presencia real, finalmente la pareja se levanta y se va. Esta escena sirve, en mi opini¨®n, para ilustrar el debate ling¨¹¨ªstico que tanto nos ocupa. Tengo la impresi¨®n de que toda la energ¨ªa del mismo se dirige hacia el cuadro de las lenguas, hacia su representaci¨®n m¨¢s o menos figurada o figurativa; mientras que a la realidad de esas mismas lenguas se le hace poco o insuficiente caso.
Mirarle la lengua real a nuestro pa¨ªs es descubrir un panorama colorido, de acentos distintos
Y sin embargo desde antiguo se conoce la utilidad de mirar(se) la lengua, se sabe que se pueden hacer buenos diagn¨®sticos, es decir, propiciar curaciones con el simple procedimiento de observarla. Porque su apariencia, incluso en superficie, est¨¢ llena de signos que permiten localizar fragilidades, detectar atascos, rastrear empeoramientos o, por el contrario, mejor¨ªas. Que permiten tambi¨¦n conocer y comprender las condiciones mismas del habla. Mirando a los idiomas directamente, como se mira una lengua, lo primero que se aprecia (dicho sea en los dos sentidos de notar y de alegrarse) es que son seres vivos, amigos del contacto y del mestizaje; es decir, que los idiomas se han hecho y se hacen con aportaciones de aqu¨ª y de all¨¢, que se enriquecen los unos a los otros. Lo que naturalmente vale tambi¨¦n para nuestras dos lenguas; y pienso que el afecto hacia y el respeto por esa condici¨®n suya porosa y mestiza, deber¨ªa orientarnos siempre hacia un debate ling¨¹¨ªstico no de puertas cerradas (como suele ser habitual entre nosotros), sino de ventanas abiertas.
Creo que el debate ling¨¹¨ªstico en Euskadi lleva demasiado tiempo encerrado entre cuatro paredes; entre tabiques hechos mayormente de aburridos automatismos, de tensiones y de tristeza. Le faltan ventanas, aperturas que permitan acercarse a otros territorios para la exploraci¨®n y el conocimiento ling¨¹¨ªsticos; y a paisajes de convivencia entre lenguas m¨¢s imaginativos y optimistas. Una ventana, por ejemplo, sobre el euska?ol, que ya es tejido de comunicaci¨®n entre nosotros y cuya realidad_ que algunos ven s¨®lo como contaminaci¨®n_ yo tiendo a interpretar en positivo, como ganancia de ritmos, sonoridades y sobre todo de perspectivas unidoras, de alegr¨ªa de y en lo com¨²n. Y en cuya naturaleza espont¨¢nea y desacomplejadamente permeable veo, adem¨¢s de una estimulante materia de estudio, una especie de reconfortante r¨¦plica, de anchura socio-creativa contra la estrechez del discurso p¨²blico vasco, que sea cual sea el tema_ en realidad el afluente del monotema_ siempre discurre como por un t¨²nel sin paisaje a los lados.
Mirarle a nuestro pa¨ªs la lengua real es descubrir un panorama colorido, compuesto cada vez m¨¢s de encuentros multiling¨¹¨ªsticos, de acentos distintos, de traducciones ¨²tiles, de esfuerzos de comunicaci¨®n con sus respectivas y progresivas recompensas. Lo otro: la cl¨¢sica oposici¨®n euskera-castellano, ese eterno blanco o negro ling¨¹¨ªstico, me parece irreal, una representaci¨®n en simplificaciones e intereses, un mal cuadro.
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