Telepopulismo en horario estelar
El liderazgo se consegu¨ªa antes en Am¨¦rica Latina desde un balc¨®n; ahora ante las c¨¢maras. Ch¨¢vez y Uribe son maestros en el arte del culebr¨®n pol¨ªtico, al que se acaba de incorporar toda una estrella, Betancourt
Los venezolanos vimos por vez primera a Hugo Ch¨¢vez en una cadena de televisi¨®n y en horario estelar vespertino hace ya 16 a?os. Cautivo del Ej¨¦rcito, el entonces cabecilla de una fallida intentona golpista recobr¨® la iniciativa pol¨ªtica en una memorable aparici¨®n ante las c¨¢maras.
Hab¨ªa ¨®rdenes muy claras, impartidas por el propio presidente Carlos Andr¨¦s P¨¦rez, de mostrar en televisi¨®n a Ch¨¢vez esposado, despojado de insignias y leyendo un mensaje pregrabado en el que invitase a los facciosos a rendirse. Pero los atribulados mandos militares, en la premura del caso, prescindieron de grabar previamente la alocuci¨®n del capturado jefe insurrecto que, en principio, no estaba dirigida al expectante pa¨ªs en pleno, sino solamente a los sublevados.
Con s¨®lo 169 palabras, resumibles en un "por ahora", Ch¨¢vez se convirti¨® en un mito Uribe gusta de lagrimear en primer plano evocando la tr¨¢gica muerte de su padre
En consecuencia, las c¨¢maras mostraron en vivo al desconocido y joven oficial rebelde que todo el mundo ansiaba ver y escuchar. Sus guardianes, por cierto, luc¨ªan m¨¢s asustados que el cautivo, quien pronunci¨® entonces la que quiz¨¢ haya sido la alocuci¨®n m¨¢s corta en la moderna historia pol¨ªtica venezolana. Tambi¨¦n la m¨¢s productiva, electoralmente hablando.
Comenz¨® con un "Buenos d¨ªas a todo el pueblo de Venezuela". Segu¨ªa un "mensaje bolivariano" a sus compa?eros, imponi¨¦ndoles que "lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital".
S¨®lo 169 palabras -muy pocas, en verdad, para lo lenguaraz que nos ha salido el M¨¢ximo L¨ªder-, pronunciadas en menos de 50 segundos y de las que la porci¨®n m¨¢s empobrecida del teleauditorio recordaba al d¨ªa siguiente una sola frase. Los menesterosos y los descontentos de toda Venezuela dieron en repetir sentenciosamente "por ahora" como un mantra o una jaculatoria, hasta el d¨ªa de 1998 en que votaron mayoritariamente por ¨¦l.
Hab¨ªan visto, en "tiempo real" y en la pantalla de sus televisores, el nacimiento de un palad¨ªn populista, algo que en el pasado tomaba todo el tiempo que la transmisi¨®n oral tarda en dar forma simb¨®lica a las cosas. En el pasado -en lo que hoy los estudiosos llaman "primera" y "segunda" oleadas del populismo latinoamericano-, la cosa iba casi exclusivamente de oratoria y balcones.
"?Denme un balc¨®n y ser¨¦ presidente!", lleg¨® a clamar jactanciosamente el ecuatoriano Jos¨¦ Mar¨ªa Velasco Ibarra, quien, entre 1934 y 1972, pas¨® cinco veces de un balc¨®n a la presidencia de su pa¨ªs. Me apresuro a advertir que en cuatro de esas ocasiones Velasco fue depuesto tras un pronunciamiento militar. Nunca m¨¢s le dejaron asomarse a un balc¨®n. ?Y qu¨¦ decir del populismo argentino, arquetipo continental del morbo, y el balc¨®n de Eva Per¨®n?
Definiciones muy encontradas sobran hoy de lo que podr¨¢ ser esa proteica y casi centenaria forma pol¨ªtica que ha sido el populismo en nuestra Am¨¦rica. Seg¨²n se otorgue primac¨ªa a lo econ¨®mico, lo institucional o lo simb¨®lico, tendremos, por ejemplo, las de Rudiger Donrbusch y Sebastian Edwards, las de Michael Conniff, Jorge Basurto y la del extravagante posmarxista Ernesto Laclau.
Hoy en d¨ªa, un buen indicio de que se est¨¢ en presencia de una de nuestras "democracias no-liberales" y populistas se halla en el uso y abuso que el poder aspire y logre dar a los medios radioel¨¦ctricos. Y en esto, ?ay!, no es Ch¨¢vez el ¨²nico esp¨¦cimen. Cierto: Ch¨¢vez le tom¨® tanto aprecio a los resultados obtenidos en esos sus primeros 50 segundos de alocuci¨®n en vivo que no ha hallado modo de saciar su berlusc¨®nica ambici¨®n de hegemon¨ªa medi¨¢tica: ha fundado Telesur, especie de Al Yazira suramericana, y clausurado, sin m¨¢s, canales opositores.
Pero lo crucial para este juicio, creo yo, es saber no s¨®lo si el gobernante tolera o no la discrepancia y la cr¨ªtica de los medios, sino de qu¨¦ artima?as, en apariencia l¨ªcitas e inofensivas, se vale para impedirlas.
?lvaro Uribe, en la vecina Colombia, es sin duda la ant¨ªpoda pol¨ªtica de Ch¨¢vez -civil, partidario de las leyes del mercado, enemigo jurado de las FARC, aliado militar de los Estados Unidos, etc¨¦tera-, pero, al igual que su par venezolano, hurta el cuerpo, en cada campa?a electoral, a los debates televisivos con los candidatos que le adversen.
Uribe prefiere hacer una demostraci¨®n pr¨¢ctica, en un programa frivol¨®n de horario televisivo estelar, de c¨®mo el Kundalini yoga le brinda serenidad de esp¨ªritu en mitad de la guerra que libra con las FARC. Se aviene en esas ocasiones a lagrimear en primer¨ªsimo primer plano mientras evoca, una y otra vez, la tr¨¢gica muerte de su padre, pero no se expondr¨ªa jam¨¢s de buen grado a responder una pregunta directa hecha por un reportero sobre su hasta ahora inocultable vocaci¨®n de perpetuarse en el poder.
Al igual que Ch¨¢vez, Uribe suele hacer sorpresivas llamadas telef¨®nicas a programas radiof¨®nicos de opini¨®n pol¨ªtica. Lo hace con sus suaves modales antioque?os, impostando ser un escucha m¨¢s, interesado en hacer o¨ªr su parecer.
S¨®lo que Uribe no es un escucha cualquiera: es el carism¨¢tico presidente de Colombia, acaso en este momento sea tambi¨¦n el hombre m¨¢s poderoso de su pa¨ªs, y lo que suele pasar es que termina por acaparar el resto del tiempo del programa, sin permitir preguntas. En descargo suyo hay que decir que, a diferencia de Ch¨¢vez, las llamadas de Uribe no parecen previstas en gui¨®n alguno.
Ch¨¢vez, en cambio, simplemente no corre riesgos y s¨®lo hace llamadas a programas conducidos por gente que le es afecta, transmitidos por la red estatal que Ch¨¢vez ha confiscado, sin melindres, para sus propios fines partidistas. Es entonces cuando, por ejemplo, anuncia destituciones de ministros, a quienes expone al escarnio p¨²blico por su incompetencia o falta de esp¨ªritu revolucionario.
Bill Moyers, un veterano productor estadounidense de televisi¨®n p¨²blica, afirma que las ideas complejas, pol¨ªticas o de cualquier otro tipo, no se pueden ventilar como es debido en la televisi¨®n actual. "La tecnolog¨ªa de la televisi¨®n -dice Moyers- lo vuelve todo plano y, al hacerlo, desciende al m¨¢s bajo com¨²n denominador, desprovisto de matices, sutileza, historia y contexto, con lo que s¨®lo se convierte en promotora de consenso, ?y a menudo de cualquier consenso!, casi siempre el m¨¢s elemental y fascistoide, aunque desde luego, los productores proclamen no intentar imponer ¨¦ste al p¨²blico".
Sea por ciencia infusa, o porque los populistas latinoamericanos de hoy lean a escondidas a gente como Moyers, lo cierto es que, cada d¨ªa que pasa, el uso que los Ch¨¢vez, los Uribes, los Morales y hasta los esposos Kirchner dan a los medios radiol¨¦ctricos procura acallar el debate y la cr¨ªtica y promover tan s¨®lo elementales consensos, ya sea en torno a un indefinido "socialismo del siglo XXI" o al muy controvertido Plan Colombia.
Momentos estelares de estas f¨¢bricas de obnubiladores consensos han sido las dos superproducciones medi¨¢ticas que, Ch¨¢vez de un lado y Uribe del otro, nos han ofrecido en los ¨²ltimos meses a prop¨®sito de los rehenes cautivos de las FARC.
Una de ellas, la venezolana Operaci¨®n Emmanuel, buscaba promover consenso en torno a la socarrona "mediaci¨®n" de Ch¨¢vez y ungirlo como el ¨²nico hombre en el continente capaz de liberar a los rehenes. Como se sabe, Oliver Stone hubo de regresar a casa sin poder rodar un pie de pel¨ªcula.
La colombiana Operaci¨®n Jaque, bien que en s¨ª misma ejecutada incruentamente por el ej¨¦rcito colombiano, brind¨® a su vez ocasi¨®n para vindicar las opciones militares favorecidas por Uribe, ejecutadas por su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, el candidato presidencial in p¨¦ctore de Uribe.
En el negocio del espect¨¢culo suele decirse que la c¨¢mara no parpadea. Por eso ni el m¨¢s previsivo de los productores ejecutivos de un reality show pudo presentir la irrupci¨®n de una espont¨¢nea llamada Ingrid Betancourt, la reh¨¦n que emergi¨® de la selva para hablar ante las c¨¢maras, con el mismo sorpresivo aplomo con el que Hugo Ch¨¢vez solt¨® su "por ahora".
Continuar¨¢.
Ibsen Mart¨ªnez es escritor venezolano.
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